lunes, 1 de abril de 2019

COMPARTIR DE SABERES SOBRE EL ORIENTE ETERNO MASÓNICO (2)

Ponencia leída en el Centro de Museos de la Universidad de Caldas, en Manizales, Colombia, el 28 de marzo de 2019, en el marco del “II Festival Internacional de la Diversidad Bio – Cultural”, ante un público plural de Masones, Masonas, en medio de docentes y estudiantes no Masones universitarios


Estimados amigos,
                  
Quiero, ante todo, agradecer a la Universidad de Caldas y a la “Corporación Pro Diversitas Colombia” por haber tenido la gentileza de invitarme al “II Festival Internacional de la Diversidad Bio – Cultural” que tiene como eje temático el de "Transitando la Espiral de la Vida y la Muerte", lo que he aceptado encantado para hablar de algo tan raro para muchos de los presentes como es la Masonería.  
                 

Y como tengo claro que en este auditorio hay un buen número de personas que no son Masonas, deseo comenzar estas palabras aclarando que la Iniciación Masónica – Al decir del tratadista Javier Otaola – “no es un camino de salvación de carácter religioso o esotérico sino un proceso de auto esclarecimiento, y es compatible con cualquier fe religiosa o esotérica que no anule la libertad del individuo, así como también es compatible con el agnosticismo y el ateísmo.  

                 

Lo Masones y Masonas de hoy somos herederos, en varias formas, de quienes independizaron el continente americano hace dos siglos, y vieron en la Masonería una función social, incluyendo en sus vidas unas valoraciones morales en calidad de principios, después de haberse ungido de Tolerancia anglicana y de Revolución Francesa, gracias a un alma liberal colectiva dotada de un interés constructivo de autonomía.
                  
Lo cual es un claro ejemplo de desarrollo sostenible de unos arquetipos que siguen generando propuestas progresistas, como, por ejemplo, la que busca independizar la soberanía del ecosistema que sostiene la vida en la Tierra de las dictaduras del consumo desbocado y de la contaminación humana. O sea que ahora, en este solo caso que traigo a cuento, todos, Masones de la mano de los no Masones, estamos abocados, paradójicamente, a la tarea de conquistar la independencia de aquello que hemos querido siempre dominar.
                
En este orden de ideas, y mientras no nos hayamos ido a vivir a otro planeta, como parecen aconsejar nuestros científicos más imaginativos, el combate por la manumisión del ineludible hábitat para la supervivencia de la humanidad incluye la necesaria independencia de nuestra mente y de nuestros sentimientos de las presiones que nos asedian, así como el asignarnos autónomamente un valor basado en el respeto al ser humano en particular, y, en general en la inclusión plena en el marco de la subsistencia de todas las formas de vida, ya no solamente humanas, sino además la de los animales y los vegetales que ahora vemos con ojos de parientes que comparten una misma red interconectada.
                  
Conceptos que parecieran ser de distintas temáticas pero que se entrecruzan en el común combate en pro de la dignidad humana y contra los prejuicios y las inercias mentales que nos gobiernan.
                   
Y llegamos al punto de la dignidad humana, que es uno de los más sagrados de la esfera Masónica, a pesare de ser muy difícil definir con palabras.
                      
No obstante, a mí en particular me gusta la tesis que ofrece el filósofo alemán Robert Alexi cuando afirma que la dignidad humana posee tres elementos: 1) Autonomía ética para ver un fin en sí mismo; 2) un núcleo fuerte personal que no puede ser objeto de restricciones; y 3) la necesidad de un mínimo de condiciones de existencia. Reconozco que es un poco kantiana la definición, pero me parece afortunada.
                      
Hay muchas otras formas de dignidad por las que podríamos preocuparnos en la construcción actualizada de una familia humana más feliz. Están, por ejemplo, la de la población víctima de desplazamiento forzado, la atención especial para la niñez, la del adulto mayor y las personas discapacitadas, los derechos a la verdad, la justicia, la reparación integral y las garantías de no repetición, la protección de las minorías étnicas, la población campesina, indígena y afro descendiente, el derecho real a la libertad de conciencia, la de una educación basada en pensamientos sistémicos y complejos ligados a los derechos humanos culturales y colectivos, y un largo etcétera.
                   
Los Masones en realidad hemos querido construir, más que una reglamentación universal, un principio sustancial, referente e interpretativo de la realidad humana, que nos señala un camino.
               
Solo con un abordaje crítico de nuestras diferencias, alejándonos del carácter lineal de nuestras estructuras culturales e interrogando nuestros paradigmas con una perspectiva solidaria podemos hacer sostenible, “in crescendo”, aquello de una humanidad feliz a la que nos debemos.
                 
Llegado a este punto, es fácil darse cuenta de que es larga y exigente la tarea de reflexión sobre el rol que podría desarrollar la Masonería, dividida en diferentes dimensiones doctrinales, para abocarse a la temática de la dignidad humana en el marco del desarrollo sostenible. Pero lo que sí es seguro es que todos tenemos la obligación de continuar ocupándonos del ser humano en sus estructuras ideológicas, políticas y económicas, así como en sus costumbres, creencias y relaciones de las sociedades tribales y complejas con el ecosistema.
              
Quiero contarles que hace tan solo unas pocas horas he viajado, fascinado como siempre, mirando por la ventanilla de un avión, desde el Mar Caribe colombiano hasta el eje cafetero, atravesando dos cordilleras andinas, y una vez más he podido comprobar la inmensa responsabilidad que tenemos con el planeta los que vivimos de este lado del mundo.
                    
Y también deseo contarles que, una vez más, ha venido a mi mente la necesidad que existe de aprender de esas personas que viven allí abajo en las montañas y en las selvas, como integrarnos sin traumas al concierto de la vida en la Tierra.
                         
Ojalá pudiéramos impulsar un sistema educativo en nuestras ciudades que incluya una estancia de nuestros niños o adolescentes en sus hábitats. O que por lo menos tienda a asociar con argumentos a favor de una base ecológica sostenible su comportamiento personal y colectivo.
              
O que podamos, por otra parte, hacer realizable un arquetipo que admita el emprendimiento de una acción que muchos estados no están dispuestos a ejecutar, pues implica una gran inversión, un gran esfuerzo, una disminución de sus ganancias de acuerdo al modelo económico vigente y una nueva conciencia planetaria, que son cosas muy difíciles de adoptar, ya que a pesar de su urgencia evidente, todavía cuenta con conceptos tutelares en construcción que están siendo afectados negativamente por presiones de diversos órdenes.
                  
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Dicho lo anterior, quizás algunos de ustedes se estarán preguntando, con toda razón y buen criterio, que tiene que ver lo que estoy diciendo acerca del deber ser de la Masonería con lo que los Masones llaman un “Oriente Eterno”, relacionado con el tema siempre presente de la muerte, y el de la supervivencia de algo de sí mismos, de alguna manera, en la muerte o más allá de la muerte.
                  
Permitanme explicarles, como es que para los Masones el ser y estar en la vida propia y en su acción social están influenciados por el Oriente Eterno.
                  
Teorías sobre lo que sucede en y después de la muerte hay muchas. Cada una con modalidades propias. Lo Masones también tenemos una expresión para designar, no a la muerte en sí misma, ni al hecho de morirse, sino al imaginario que los vivos tienen de lo que sigue a la muerte de un Masón o Masona. Le decimos “Oriente Eterno”.
              
Es decir, que los Masones al fallecer, en el lenguaje propio institucional, “pasan al Oriente Eterno” o “están en el Oriente Eterno”.
             
En el entendido de que el Oriente Eterno es una figura retórica que expresa y evoca una determinada circunstancia que se enseñorea entre los vivos como resultado del recuerdo de la vida y obra de los que mueren. Y que como todo lo Masónico, posee una funcionalidad constructiva de principios y valores. De personas y sociedades.
                   
Algo así como lo que decía Garcia Márquez acerca de que “la vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”. La diferencia, en el caso de la Masonería y su Oriente Eterno, es que quienes la recuerdan y se la cuentan a sí mismos no son los que la vivieron, sino los que van quedando en el camino. Es un modo de estar el pasado en las Logias y en las cosas que nos inspira.
                    
Dicho lo anterior, voy a tratar de convertir en palabras, bajando del cielo de los conceptos y los símbolos al suelo de la realidad (más allá de una metafísica subjetiva alejada de la razón, y sin tratar de establecer arbitrariamente criterios de una especie de Masonería práctica aplicada), lo que se podría entender por esta metáfora abstracta y simbólica que llaman Oriente Eterno, por la que se expresa que la memoria que se tiene de un Masón fallecido parece depositarse en un fondo común de memorias, que a la manera de la materia oscura del universo, aunque invisible, desempeña un papel trascendental en la cohesión general.
                
Les voy a contar algo.
                  
En el mes de enero del año 2018, a raíz del fallecimiento del Masón Oscar Pérez en Venezuela, en hechos que recibieron una gran atención mediática, recibí una serie de correos en los que me preguntaban sobre que entendemos exactamente los Masones por “Oriente Eterno”, que sería el lugar o condición en donde se encontraría desde entonces.
                      
Premisa que parte de la idea de que Oscar Pérez, en virtud de su calidad de Masón, se encuentra en algún lugar a la manera del paraíso o el infierno cristiano. Reencarnando en otros seres humanos, animales o plantas como los budistas y los hinduistas. Volviendo al mundo de los vivos como mariposas o colibrís como los Aztecas. O su alma habría viajado a Etiopía como la de los Rastafaris. O está siendo atendido por una legión de vírgenes como algunos musulmanes. O, como los ateos, su existencia se habría diluido física y filosóficamente en la nada de una eternidad sin orillas.
                        
Los Masones somos tan plurales y tan diversos como lo pueden ser los profesores y los estudiantes de la Universidad de Caldas. En lo político, en lo religioso, en lo filosófico, en lo científico cada uno tiene sus propias ideas, y en las Logias hay de todo como en boticas, y de diferentes creencias. Y hasta sin creencias.
                    
Frente al tema de la muerte, que a muchos asusta dentro y fuera de la Masonería, también los hay entregados a vanidades esperanzadoras que bien podrían, una mañana de estas, llevarlos decir como el filósofo Ciorán frente al espejo, “no creo que hoy me vaya a morir con esta corbata tan bonita”.
                     
Por eso es importante que si a alguien en esta sala le entran ganas algún día de ingresar a una Logia Masónica, primero averigüe cuál es su perfil y si se va a sentir cómodo en ella. Así, es más probable que sea asertivo, que no pierda su valioso tiempo con algo que no le va y que tampoco se lo haga perder a la Logia.
                 
La Masonería es una metáfora de construcción sucesiva que invita a edificar una mejor persona y un mundo mejor. Y es lógico que solo se construye algo estando vivo.  Si se toca el tema de la muerte en las Logias, generalmente es para motivar una meditación acerca de la frugalidad de la vida o del estar vivos, en palabras de José Asunción Silva, “entre lo sombrío de lo ignorado y de lo inmenso”.
                    
Se busca recordar el final necesario de todas las cosas, la fragilidad de la vida humana y la intranscendencia de las ambiciones. Meditar sobre los problemas de la existencia humana, así como sobre la razón o el sentido de esa existencia.
                
Para los Masones, la expresión “Pasó al Oriente Eterno” se refiere a que, luego de su trasegar vital en busca de una luz (que puede ser, a elección del Masón, moral, intelectual, cognitiva, espiritual, metafísica, Etc.), finalmente al morir su memoria se confunde (y se funde) con el recuerdo de los Masones que han fallecido antes.
               
Es decir, que la metáfora no se refiere a un lugar, sino a una condición evocativa que no es incompatible con lo que creemos por el credo que profesamos, ni con las convicciones metafísicas que asumamos, ni con las conclusiones científicas que sostengamos, y que solo se aplica a los Masones.
                
El Oriente Eterno en la Masonería está constituido por un depósito de memoria ancestral, que va variando en la medida en que se agregan nuevos recuerdos de los Masones que van falleciendo. Contiene una forma dinámica de enlazar el pasado con el presente y sugiere una manera de entender las tradiciones, incorporando a los debates lo heredado y lo aprendido.
                      
Quienes hayan observado conversaciones entre Masones, se habrán dado cuenta que muchas veces a partir de la evocación de los fallecidos buscan conocerse, comprenderse y un modelo identitario.
                   
De todas las definiciones que he oído y leído sobre el concepto de Oriente Eterno hay dos poéticas que me aproximan a lo que daban a entender mis mayores sobre la memoria de un Masón luego de su fallecimiento, que, en resumidas cuentas, solo sería una estación de paso, o, en palabras de los indígenas Kogi de la Sierra Nevada de Santa Marta (Colombia), un corto paso en el viaje entre el vientre de la madre y el vientre de la tierra.
                         
Me refiero a que, en clave Masónica, si se me permite la extrapolación, me ubico en la perspectiva de Santa Teresa de Jesús cuando escribió que “Vivir se debe la vida, de tal suerte que viva quede en la muerte”, en afortunada armonía con los versos del colombiano Antonio Muñoz Feijoo que sostienen que “… / la vida es el honor, es el recuerdo. / Por eso hay muertos que en el mundo viven, / …”
                        
Por su parte, los Masones de Estados Unidos dicen que el Masón que muere “ha sido llamado a una más alta esfera de acción”.
                    
De hecho, de lo que más se habla cuando se refrenda el Paso al Oriente Eterno de un Masón es de sus ejecutorias. De su vida ejemplar, de su inclinación al estudio, de su fraternidad, de sus virtudes, de sus servicios desinteresados, de su compromiso con una causa noble, Etc., y siempre se destaca alguna particularidad por la que debería ser recordado con admiración o por la que se le pueda mostrar como ejemplo. Es como si quien muriera quedara “existiendo” de alguna forma virtual, real o aparente, en la mente de los Masones que le recuerdan y le sobreviven.
                     
Es un “algo” en común que se materializa dentro del marco de la construcción alegórica de un templo, trazado en el corazón mismo del decorado Masónico. Es gracias a este templo, simbólicamente representado como una edificación inacabada, que las múltiples energías individuales se unen en una sola que contiene un serio ideal de humanismo integral, mediante el cual se naturaliza la cultura y se culturiza la naturaleza, como afirma el sociólogo francés de la vida cotidiana Michel Maffesoly.
                         
Obviamente, que no cuestión de que los muertos gobiernen a los vivos. Debe entenderse que cuando las ideas se dispersan o están en peligro de desnaturalizarse, el acumulado memorioso del Oriente Eterno cursa una invitación a comportarse de determinada forma tradicional para la Orden.
                          
Cuando una época culmina y otra comienza, la reserva de la experiencia tradicional se vuelca al presente. Y la referencia al "Oriente", es decir al lugar de donde surge la luz, es un elemento constante de la sabiduría Masónica.
                     
Es un Método Iniciático orientado hacia la conciencia del deber ser. No la simple proyección del pasado sobre el futuro, sino un viaje, nunca terminado, arraigado profundamente en el presente de los Masones, de enraizamiento dinámico.
                     
La vida y la muerte constituyen una unidad que más allá del sepulcro sigue produciendo efectos. Comienza con la tumba el misterio insondable de la noche de la vida. Desde el mismo inicio de la carrera Masónica, los Masones nos acercamos, despojados de todo objeto de valor material, y conscientes de la fragilidad de la vida, a la infinitud de la gran verdad que es una eternidad que sobrepasa nuestro entendimiento, y que, como el horizonte, mantiene siempre su inalcanzada distancia.
                          
De donde resulta que el Oriente Eterno Masónico es un universo cálido de memoria colectiva, sugestivo de un ideal comunitario en el que está presente, y se campea, lo que se recuerda valorativamente de los Masones fallecidos, y en donde cada reminiscencia individual va diluyéndose hasta convertirse en “el olvido que seremos”, de Borges, de la misma manera en que la luz del día va diluyéndose suavemente en las sombras de la noche.
                       
Pero se equivoca quien considere que se apaga la luz cuando apenas la pierde de vista, porque la de quienes han partido sigue iluminando un camino que de por sí ya viene cargado de nuevos discernimientos que domestican el entusiasmo y controlan la exaltación, transmutándolos en una posición común de sabiduría ancestral que permea el espíritu de las épocas, y las proyecta hacia adelante.
                 
Muchas gracias a todos.