Por Iván Herrera Michel
MIERCOLES
Bien miradas las cosas, los cristianos conmemoran un episodio ejemplar de ética pública: un
soborno a puerta cerrada entre Judas y los sacerdotes, digno de cualquier
manual contemporáneo de corrupción. Al que siguió una clase magistral de
manipulación democrática: el pueblo eligió - ¡por aclamación! - liberar a un
presunto delincuente en lugar de a un presunto inocente. Una vez más cuando se
trató de elegir entre justicia y espectáculo, ya sabemos por cuál se inclinó la
mayoría. ¿La moral? Naturalmente ausente, pero con excusa. Normal. Al menos
Judas, tuvo la decencia de arrepentirse... y los sacerdotes todavía hoy
conmemoran lo que hicieron como si la cosa no fuera por ellos.
JUEVES
Es una historia interesante. En este día los cristianos conmemoran la cena en el piso superior de una
casa que no se sabe bien de quien era, en la que Jesucristo se reunió con sus
más fieles amigos (de esos que venden al jefe, niegan conocerlo y corren a
esconderse cuando comienzan los problemas), para inventar la misa, que es un
sicodrama que ha generado interminables debates teológicos, grandes
corporaciones religiosas y magníficas cenas masónicas.
Y precisamente, en esas estaba cuando,
entre vino y vino, aprovechó para "echar al agua" a su traidor con un elegante
pasivo - agresivo, nivel mesías, “al que yo le dé el bocado de pan”, qué le dio
mojado en salsa a Judas, el único del que era paisano. Los demás eran de
Galilea. Lo cual demuestra que no hay cuña que más apriete que la del mismo
palo.
En la segunda parte de la historia, lo
encontramos en un huerto en donde el del pan con salsa hizo entrada triunfal
con unos soldados, beso incluido, nivel Q:. H:., mientras Pedro, que era un
costeño del mar de Galilea, en medio del tropelìn, alcanzó a cortarle una oreja
a un empleado de confianza del jefe de los sacerdotes, que seguro lo mandó para
ver si se había hecho bien el trabajo y ya se podía pagar, en una puesta en
escena que hasta Shakespeare hubiera aplaudido de pie.
Al darse cuenta Jesucristo, no queriendo
más líos de los que ya tenía encima, curó al de la oreja, le dijo al costeño
"cógela suave" y mostró una calma muy zen que dejó todo preparado
para el clímax del próximo capitulo del viernes, como hacen los de Netflix.
Pero no voy a hacer spoiler en un tema
que, por lo pronto, se presta para revisar como funcionan los grupos y los
roles internos constructivos y disfuncionales de sus miembros, aunque estén
integrados por gente libre y de buenas costumbres.
VIERNES
Es el día para recordar el episodio más crudo del drama principal. Jesucristo es
traicionado con un beso, arrestado por soldados enviados por quienes no querían
ensuciarse las manos, juzgado por quienes se las lavaron y condenado democráticamente,
con todas las legalidades del caso.
De lejos se ve que le tenían ganas de tomarlo preso y
todo ocurrió muy rápido. Lo hacen casi a la medianoche, el Sanedrín se reúne
extraordinariamente antes de las 3 de la madrugada y, ya debidamente procesado
y condenado, lo envían a donde Pilatos como a las 5 de la mañana, quien a su
vez manda la papa caliente a Herodes, que, ni bobo que fuera, se la devuelve.
Entonces, reúne al pueblo en tiempo récord, hace un plebiscito exprés, se lava
las manos, suelta a Barrabás, lo pone a cargar una cruz por unos 600 metros y
lo crucifica a las 9 de la mañana. Y como si le faltara un drama más a Pilatos,
mientras estaba en esas carreras con el agua al cuello, a Judas se le dio por
ahorcarse.
La soledad en la tragedia no podía ser
mayor. Aparte de Juán, los amigos con quienes había bebido y comido la noche
anterior, desaparecieron como por encanto y al pobre hombre solo lo acompañaron
cuatro Marías (la Virgen, la Magdalena, la mujer de Cleofás y la mamá de
Santiago el menor) sin títulos, sin púlpitos y sin miedo. Punto para las
mujeres y rechiflas para los hombres.
Finalmente muere a las 3 de la tarde
cuando, en medio de unos efectos especiales dignos de James Cameron, el velo
del templo se rasgó, la tierra tembló, cayó un aguacero (según Hollywood) y se abrieron las
tumbas. Cuando escampó, dos de los del Sanedrín que lo condenaron lo bajaron de la cruz con
una escalera y una cuerda, y lo enterraron en una tumba a la que le pusieron un
sello oficial, custodiada por una guardia armada de un mínimo de 4 soldados,
por orden de Pilatos, para prevenir que se robaran el cadáver y alteraran el
orden público, que era lo que más le preocupaba en esos momentos de efervescencia
y calor, como diría un cachaco gomelo en Bogotá muchos años después casi frente al
pelotón de fusilamiento. El ambiente estaba tenso y el aire se podía cortar con
un cuchillo.
Pilatos había cumplido con lo que
consideraba un deber político: mantener la calma, evitar disturbios y proteger
su cargo. Se lavó las manos creyendo que eso bastaría para pasar de agache,
pero hay decisiones que, aunque parezcan inevitables, marcan a quien las toma
para siempre.
SABADO
Y llegan los cristianos al Sábado, ese día en que todo el mundo guarda silencio porque nadie sabe qué hacer ni que
decir ante el "ya no está". El alboroto del viernes se ha apagado y
los poderosos están contentos. Misión cumplida. Jesucristo está muerto, los
discípulos siguen brillando por su ausencia, las mujeres lloran, los hombres
callan, las autoridades respiran aliviadas pero alertas, el pueblo murmura, las
viejas visten de luto, las campanas no suenan y la esperanza parece perdida.
También es el día para preguntarse en
qué momento todo se torció, y revisar la última conversación, el último gesto,
el último error. No hay ritual, solo el incómodo vacío porque nadie sabe cuando
las cosas se salieron de control o si alguien olvidó pasar una página o cerrar
una puerta. El líder caído no es Jesucristo. Ni más faltaba. Son los valores
que guían a un colectivo. Los principios que se sacrifican en nombre del poder,
del miedo o de la conveniencia.
El Sábado Santo es oficialmente el día
en que todo parece en pausa y el del "todo bajo control", pero en
realidad es el nudo de la trama antes del último capítulo de la serie. Ese
episodio tenso, justo antes del final de la temporada. Otra vez como en Netflix. Pero
sin spoiler.
DOMINGO
Al amanecer del Domingo de Pascua, tres
mujeres corrieron por el pueblo diciendo que había pasado lo imposible. Que
Jesucristo ya no estaba en la tumba. Que los soldados se durmieron y se les
escabulló ¡Vivo! ¿Quién iba a creerles? Nadie, pero se alborotó el pueblo, dos
de los comensales del jueves dejaron su escondite para salir de dudas, otro
pidió pruebas, uno más se había suicidado y los demás, tan valientes como
siempre, siguieron escondidos debajo de la cama. Un asombroso final de la
temporada que se convirtió en el Sine Qua Non del cristianismo.
Judas disparó el final de la historia,
pero quizás no lo entregó para que muriera, sino para forzar un desenlace
político. Es posible que haya creído que podía empujar la historia sin
romperla. Y dos milenios después tal vez declararía al New York Time o en Tik
Tok lo siguiente:
"Han pasado más de dos mil años y
todavía hay gente que me odia como si me hubieran visto ayer dándole el beso a
Jesús. Y sí, lo hice. No lo voy a negar. Pero las cosas no fueron tan simples
como las cuentan. Yo no era un monstruo, era un tipo como cualquiera, con
ideas, con dudas, con rabia por tanta injusticia. Por eso era miembro del grupo
de Jesús, que era como una teología de la liberación. Creía que él iba a
cambiar las cosas, que iba a darle la vuelta al sistema. Pero empecé a ver que
su revolución iba muy lenta y por otro lado. De hecho, el Sanedrín se apoderó
de ella y todavía no triunfa. Y me desesperé. Y me duele mucho que después de
tanto tiempo, sigamos igual. Los mismos miedos, los mismos silencios, los
mismos que se lavan las manos. Tal vez el problema no fui solo yo… tal vez solo
fui el espejo en el que nadie se quiere mirar. Tal vez para eso me condenaron
con anticipación las escrituras
EPÍLOGO
Al atardecer del domingo Jesucristo se
encuentra con Judas en un Centro Comercial. Las ceremonias han terminado, los
templos están vacíos y las playas repletas. No hay ángeles, trompetas ni
aleluyas, solo dos hombres con historias compartidas y cicatrices distintas.
Solo dos viejos amigos que, tras dos mil años de silencio incómodo, se deben un
café, una dona y una charla honesta.
Jesús: Hola Judas, mucho ha cambiado el
mundo desde que las luchas por un mundo mejor nos unieron y nos separaron, pero
veo que el guion sigue sonando familiar.
Judas: Sí, siguen eligiendo a Barrabás,
solo que ahora tiene corbata, habla en la televisión de economía y lo eligen presidente.
Jesús: Y tú, ¿en qué andas?
Judas: Acostumbrándome a ser el monstruo
de todos los años. Me usan como advertencia moral, pero nunca me escuchan.
Nadie se pregunta por qué lo hice, solo repiten que lo hice.
Jesús: Bueno, no eres el único que han
reducido a una caricatura. A mí me convirtieron en marca registrada, en excusa
para las guerras y en un logotipo.
Judas: Yo pensé que podía empujarte a
actuar. Que realmente podías provocar el cambio. Que ibas a tomar el poder y
hacer algo distinto. Pero fue el único milagro que nunca quisiste hacer.
Jesús: Porque ese no era el camino. El
poder no se conquista. Se desafía viviendo de otra forma.
Judas: Deja ese discurso para Gandhi.
Yo, ante los ojos de 20 siglos, te traicioné. Aunque, no estoy seguro de que
haya sido traición o más bien un movimiento político mal calculado.
Jesús: Lo he pensado mucho. Tal vez fue
miedo. O una fe mal entendida. Pero no fuiste el único. Todos dudaron. Todos
huyeron.
Judas: ¿Y volverías a hacerlo?
Jesús: Sí. Pero esta vez me sentaría a
hablar más tiempo contigo antes de la cena. Tenía una información importante que te
hubiera hecho cambiar de decisión.
Judas: No sé si el mundo necesitaba tu
muerte. Pero continúo pensando que sigue necesitando lo que decías. Ese tema
del amor al otro sigue siendo interesante aunque vaya en contravía con la historia de la
humanidad.
Jesús:
Y tal vez también era necesario lo que tu querías. Aunque cueste
aceptarlo.
Judas: Hoy te mencionaron en todas
partes. Altares, pantallas, discursos. Estás más vigente que nunca.
Jesús: Sí, pero sin mí. Sin hacerme
caso. A veces pienso que les gusta más la idea que la persona. Mucha cruz, pero
poco compromiso.
Judas: Eso no ha cambiado. Se apropiaron
de la memoria. Tú eres útil en silencio. Bien clavado.
Jesús: Y tú cada año vuelves a ser el
villano oficial. El tipo que nadie quiere ser, pero todos terminan siendo cuando hay poder o plata de por medio.
Judas: Si por lo menos supieran lo que realmente
intenté. Pensé que podía empujar al sistema de cosas. Pero ya lo sabes, no
escuchan.
Jesús: Tal vez lo más revolucionario era
no empujar nada. Solo estar, sin imponer. El poder se desespera cuando no logra
controlarte.
Judas: No estoy seguro. Te mataron
igual.
Jesus: Claro que sí. Pero no porque fui
peligroso. Sino porque fui libre. Y eso sí que no lo perdonan, ni entonces ni
ahora.
Judas: Hoy escuché a un político decir
que “Jesús fue el primer gran defensor de los valores occidentales”. Me dieron
ganas de levantarme y aplaudir la payasada... casi me muero de la risa.
Jesús: Como si la compasión tuviera nacionalidad y pasaporte. A veces creo que no entienden nada, pero igual siguen hablando.
Judas: Y la gente, tan ocupada
sobreviviendo, se traga todo. El mercado, la cruz de oro, la oración que no
incomoda. Nadie quiere un profeta que cuestione su modo de vida.
Jesús: Por eso no hablo desde los
púlpitos. Prefiero estar al margen por si las moscas. Ya me crucificaron una
vez.
Judas: También veo que dos mil años
después, seguimos repitiendo los mismos patrones de líderes incómodos
silenciados, pueblo callado por miedo, y los traidores no siempre lo hacen por
odio, sino por no saber qué otra cosa hacer.
Jesús: Lo que pasó contigo, con Pedro, con Tomás, con el pueblo, hoy lo llaman "dinámica de grupo bajo presión". Hay
estudios de psicología social que lo explican muy bien. La gente no actúa por
maldad pura, sino por miedo, por lealtades difusas, por estructuras de poder
invisibles.
Judas: ¿Me has perdonado?
Jesús: Te entendí desde siempre. Solo
espero que algún día tu te perdones la falta de visión a largo plazo.
Judas: Gracias maestro. Nos vemos en un
año.
Jesús: No faltes. Sin ti las cosas no
serán iguales. ¡Nos vemos!