lunes, 29 de septiembre de 2025

LA LOGIA COSTEÑA QUE ABRIÓ EL CAMINO JURIDICO DE LA ORDEN EN COLOMBIA

Por Iván Herrera Michel
                    
Al cumplirse 90 años de su fundación, la Logia Estrella del Sinú se levanta como una memoria viva de Montería y un testimonio de que la audacia también escribe historia desde los márgenes.
                 
La fundación de la Respetable y Benemérita Logia Estrella del Sinú No. 57 (hoy 57-2-8), en la ciudad de Montería, Colombia, y su obtención de la primera personería jurídica otorgada en Colombia a una Logia Masónica, en los 30s del S. XX, no fue una cosa del azar ni un antojo pasajero del destino, sino la suma de fuerzas que venían madurando desde mucho antes. Fue, más bien, la expresión valiente de un largo proceso en el que confluyeron estructuras políticas, sociales, económicas y culturales.
                        
Para entenderlo, hay que mirar a la Montería de los años 30 del siglo XX como un espacio con memoria larga. El valle bajo del Sinú, con sus tierras fértiles y su clima benigno, había sido desde siempre un lugar privilegiado para la ganadería. Allí se formó una economía dominada por los grandes hatos de unas pocas familias que acumulaban ganado, tierras y poder político. Esa oligarquía pecuaria mantenía el pulso económico de la región, y a partir de ella se consolidó una élite próspera que no solo podía modernizar técnicas, sino también capitalizar un comercio en expansión.
                           
En paralelo, la ciudad se transformaba poco a poco. Entre 1908 y 1938 se dieron pasos decisivos hacia la modernidad urbana. Llegó la primera empresa telefónica, surgió el periódico Fiat Lux, que fue el primero de la ciudad, se inauguró el alumbrado eléctrico y Montería fue reconocida como la capital de la provincia del Alto Sinú. El Teatro Roxi, luego Teatro Montería, abrió sus puertas en 1913, el Instituto del Sinú se fundó en 1924 y en 1938 la emisora de radio Ondas del Sinú comenzó a llevar la voz de la ciudad más allá de sus calles polvorientas. Con cada uno de estos avances, Montería adquiría instituciones y espacios que la acercaban a la modernidad nacional, aunque en lo político y administrativo seguía rezagada en comparación con otras ciudades. Se podría decir que la mentalidad monteriana de aquellos años era un mosaico de tradición campesina y ambición moderna, en la que la gente celebraba con orgullo cada nuevo logro, pero al mismo tiempo sufría la frustración de que muchas de las decisiones fundamentales se seguían tomando en Bogotá.
                       
El panorama político de aquellos años fue turbulento y polarizado. Durante décadas, el Partido Conservador había detentado el poder local, pero su hegemonía comenzó a resquebrajarse con la irrupción liberal, en sintonía con los cambios nacionales. El episodio más dramático ocurrió el 1 de febrero de 1931, en plena jornada de elecciones para corporaciones públicas, cuando la tensión se desbordó y los conservadores, enardecidos por la disputa con los liberales, incendiaron la ciudad. Cientos de casas ardieron y todavía hoy, quienes lo escucharon de sus mayores recuerdan ese episodio como una cicatriz colectiva que dolió durante generaciones, y Montería conoció de golpe el rostro violento de su fractura política interna. El incendio se convirtió en el símbolo del ocaso del conservatismo local y coincidió con el giro que significó la elección como Presidente de Enrique Olaya Herrera en 1930 y la de Alfonso López Pumarejo en 1934 que inauguraron la llamada República Liberal (1930-46), que sucedió a la prolongada Hegemonía Conservadora (1885-1930). Ese vuelco abrió paso a las reformas sociales, al laicismo estatal y a libertades hasta entonces negadas. En ese nuevo clima ideológico, la Masonería de Montería, vista como afín al liberalismo, encontró en el gobierno de López Pumarejo un aliado decisivo.
                            
Por otra parte, para Córdoba, aún sin la minería que vendría décadas después, la permanencia de una economía rural ganadera significó cierto dinamismo en tiempos difíciles. El valle del Sinú, vinculado históricamente a los mercados del Caribe (sobre todo de Cartagena y Barranquilla) mediante el transporte fluvial, pudo sostener la comercialización de ganado y productos agrícolas a pesar de que los mercados internacionales se contrajeron. En suma, a mediados de los 30 la región contaba con una situación económica relativamente estable basada en sus explotaciones agropecuarias.
                             
Fue en ese clima liberal y relativamente próspero cuando la Masonería encontró un terreno fértil. La “Revolución en Marcha” de López Pumarejo promovió libertades civiles inéditas. En 1935 el Congreso aprobó la Ley 62, por iniciativa del parlamentario y Masón Alfonso Romero Aguirre, nacido en el municipio sabanero de Sincé, en el hoy Departamento de Sucre, que dispuso de manera explícita, con palabras y acentos que debieron sonar revolucionarias en boca de un joven congresista costeño, que "Las Sociedades Masónicas podrán obtener del Gobierno Personería Jurídica”. Aquello significó un antes y un después porque por primera vez las Logias podían inscribirse legalmente y poseer un patrimonio, y Montería se atrevió a llevar la norma a la practica.
                          
En ese estado de cosas, la Logia Estrella del Sinú No. 57, fundada el 16 de febrero de 1936, dos años después, el 9 de mayo de 1938, solicitó a través de la Gobernación del Departamento de Bolívar, y obtuvo la Resolución No. 96 firmada por el Presidente Alfonso López Pumarejo y el Ministro de Gobierno Alberto Lleras Camargo que la reconoció como persona jurídica. Ninguna otra Logia de las ciudades grandes (ni en Bogotá, ni en Cartagena, ni en Barranquilla, ni en Cali, ni en Bucaramanga, Etc.) se atrevió a dar ese valiente paso, por temor a la tormenta política que se vivía por el cambio de partido en el gobierno. Fue Montería, desde su aparente periferia, la que valientemente les abrió el camino.
                               
La ciudad, aunque periférica en apariencia, ya comenzaba a afirmarse como un nodo intermedio entre la economía rural sinuana y los grandes centros urbanos del Caribe. En los años treinta no era solo un hervidero político y un centro ganadero, sino también un lugar en donde la vida cotidiana giraba en torno al río Sinú, en donde los planchones cargados de reses y de maíz iban y venían, en donde en las plazas se encontraban comerciantes y campesinos todos los días, y en las fiestas populares el fandango y las gaitas encendían la noche. El puerto fluvial era la arteria vital de la ciudad, porque por allí entraban las noticias que llegaban desde Barranquilla y Cartagena. La imprenta y la radio añadieron nuevas formas de conversación pública, pero seguía siendo en la calle y en el mercado en donde la ciudad respiraba. Paralelamente, la prosperidad ganadera y el brillo de las élites no ocultaban que, al mismo tiempo, la mayoría de los monterianos eran campesinos, jornaleros y artesanos que vivían con escasos recursos y pocas oportunidades de ascenso social. Las mujeres, aunque relegadas en la vida pública, comenzaban a abrirse espacio en la educación secundaria y en el magisterio, desafiando silenciosamente las barreras de la época.
                               
Lo que ocurría en Montería no estaba aislado de las corrientes que agitaban al país y al Caribe. El auge liberal de los años treinta resonaba en ciudades como Barranquilla y Cartagena, en donde la prensa y los debates parlamentarios empujaban la agenda de reformas, y al mismo tiempo llegaban noticias del mundo sobre la crisis del capitalismo, la expansión de los totalitarismos en Europa y los vientos de modernidad cultural. Montería, aunque periférica, dialogaba con esos procesos, y a través de su puerto fluvial circulaban ideas, periódicos y viajeros que traían nuevos discursos, junto con el influjo de inmigrantes extranjeros, en particular familias árabes que se asentaron en la región, abriendo almacenes, tejiendo redes comerciales y aportando nuevas formas de gastronomía y sociabilidad urbana.
                                
La creación de la Logia Estrella del Sinú ilustra esos procesos de cambio social. Cuando nació, en Montería emergía una nueva élite liberal, compuesta por comerciantes, profesionales y terratenientes que compartían valores progresistas y buscaban nuevas formas de sociabilidad civil más allá de las tradicionales conservadoras. La Logia funcionó como un espacio de capital social entre los promotores de la modernidad local, similar a como describiría Weber las asociaciones de poder, para difundir ideas laicas, promover la educación y articular una red de influencia política y cultural.
                           
La Estrella del Sinú materializó la transición de Montería de un pueblo conservador a una sociedad civil liberal y modernizadora, en donde la Masonería ofreció un símbolo y una red comunitaria. La combinación del liberalismo en el poder nacional, una élite local enriquecida por la ganadería y un entorno cultural más dinámico explica, en última instancia, por qué en 1936-38 surgió y se legalizó la Estrella del Sinú. Así, no solo fue simplemente una organización Masónica más, sino además el símbolo visible de que la modernidad liberal había encontrado su lugar en Montería.
                           
Y quizá lo más hermoso de su legado sea que en un rincón del Caribe, entre calles polvorientas en donde todavía olía a ganado y a maíz recién molido, a orillas de un río atemporal, un pequeño grupo de sus hijos decidió abrir una puerta al futuro, leyó los signos de su tiempo y, con la entrega de quien siembra para los que vendrán, dejó una luz que todavía guía. Y allí, en donde hubo letargo conservador, encendieron un faro que aún hoy recuerda en su 90 aniversario que la historia también se escribe con valentía y audacia desde los márgenes.
                           
Hoy, cuando los desafíos democráticos y culturales reclaman espacios de fraternidad incluyente, la Estrella del Sinú recuerda con sus Masones y Masonas que desde los márgenes también se pueden seguir sembrando símbolos y justicia social duraderos, capaces de inspirar a nuevas generaciones en la construcción audaz de un mundo más libre.
                           

                                   

LA MUJER Y LA MASONERÏA. TRADICIÓN QUE PROGRESA


 

Palabras leídas en el Auditorio de la Universidad Cooperativa de Colombia, en la ciudad de Montería, Colombia, el día 26 de septiembre de 2025, en el marco del inicio de los festejos conmemorativos de los 90 años de constituida la Respetable y Benemérita Logia Estrella del Sinú No. 57 – 2 – 8, la primera en obtener Personería Jurídica en el país.
 
                                        
Muy Respetable Gran Maestro de la Gran Logia del Norte de Colombia,
Respetables Dignidades presentes,
Venerable Maestro de la Respetable Logia Estrella del Sinú No. 57 - 2 - 8, IL:. H:. Cesar Ballut
Respetables Dignidades y Oficiales de esta Logia,
Estimados conferencistas de la noche,
Estimadas amigas y amigos, muy buenas noches.
                             
Quiero comenzar mi intervención recordando una anécdota personal, que guarda relación con un episodio vivido posteriormente por la Logia Estrella del Sinú No. 57 - 2 – 8, el tema de este encuentro, y nuestra común convicción de que las mujeres pueden ser Masonas en las mismas condiciones que los hombres.
                         
Hace unos veinte años, esta misma Logia tuvo la audacia de invitarme a hablar, en un hermoso salón del Museo Zenú de Arte Contemporáneo (MUZAC), recién inaugurado a orillas del Sinú, del derecho de las mujeres a ser Masonas. Yo, ingenuo y entusiasta, pensando en aquellos días que los prejuicios se podían vencer con educación, con información y con reflexión, repetía esa idea por todo el país Masónico como si se pudiera corregir las discriminaciones de las que todavía están orgullosos algunos Masones. Y la herejía me salió cara. Hablaron pestes de mí, me señalaron de revolucionario, de no respetar mis juramentos, ni la tradición, ni el rito, y hasta me expulsaron de la Gran Logia que yo mismo había fundado en 1989 con un grupo de Masones, de los cuales solo quedamos cinco vivos, y solo de ellos solo dos seguimos activos. Y no contentos con la expulsión, le pidieron oficialmente, afortunadamente sin suerte, a una institución internacional de la que yo era Vicepresidente que me echaran del cargo.
                              
Unos años después, me enteré a la distancia, que esta misma Logia vivió tensiones por andar diciendo también que las mujeres podían ser Masonas y practicar un Rito al que llamamos Escocés Antiguo y Aceptado. Y era curioso, por decir lo menos, ver como en esa avanzada misógina los lideres de la discriminación iban, de lo mas de complacidos, la verdad sea dicha, de la mano con algunos Masones homosexuales con quienes compartían la discriminación contra las mujeres. Sus razones tendrían para este machismo arcoíris.
                                     
Hoy la anécdota despierta sonrisas, porque, visto en retrospectiva, nuestros problemas (me refiero a los de la Logia y los míos por el tema de las mujeres y nuestra inclinación liberal y progresista) consistieron en que cometimos, frente a la godarria Masónica, el delito de “lesa Masonería” de tener razón demasiado temprano. Y frente a la igualdad de las mujeres, nos aplicaron la norma que establece que primero lo crucifican a uno y luego le copian las banderas.
                         
La Logia Estrella del Sinú Nº 57-2-8, fundada en 1936 en las riberas del río que nutre a Montería, ha sido una epopeya viva de resistencia y resiliencia. Desde los viajes en lancha por el Sinú y el mar para trabajar en Cartagena, hasta la clandestinidad de los años de la violencia partidista, su historia está marcada por persecuciones y renacimientos. Pionera en obtener personería jurídica en Colombia, y madre de otras Logias que irradiaron luz en Córdoba y Sucre, desde la alborada del siglo XXI, con pasión y firmeza, ha abrazado, sin doble discurso, el camino de la Masonería liberal, progresista y adogmática, aun en medio de fuertes ataques. De tal manera, que desde hace más de dos décadas abre sus puertas con altura y grandeza a las mujeres de Montería, de las sabanas de Cereté y Lorica, de las playas marinas de San Antero y Moñitos, del piedemonte de Ayapel y San Jerónimo, y de las montañas de Tierralta y Planeta Rica, a sumarse a su trabajo. Porque en cada rincón del departamento de Córdoba, donde el río, el mar y la sierra se encuentran, su destino es perpetuar la dignidad de una Masonería realmente progresista y humanista.
                                
Gracias, Montería, por abrirme sus puertas de nuevo y regalarme la oportunidad para que yo también invite por segunda vez a las monterianas a ingresar a la Masonería para que nos regalen sus luces y completen los debates misóginos que hemos tenido demasiado tiempo. Felicito a la Respetable Logia Estrella del Sinú No. 57 - 2 - 8 por sus 90 años y por algo que vale tanto como los años y la experiencia, como es el coraje de ponerse a la altura de los principios que juraron defender por encima de prejuicios o intereses personales. Haber sido pionera en Colombia en obtener personería jurídica, recién terminada una hegemonía conservadora de 45 años, honra su historia, pero decidir abrir el Templo, como lo han hecho, a las estudiantes, a las profesionales, a las profesoras universitarias, a las juezas, a las lideresas barriales, por ejemplo, honra su porvenir. Las instituciones, como las personas, se miden por lo que hacen, cuando nadie las obliga, y por lo que hacen cuando las obligan a no hacer lo correcto.
                                     
Para los monterianos (no solo los Masones y Masonas, porque la Logia Estrella del Sinú No. 57 - 2 - 8 ya es un patrimonio intangible de la ciudad), esta noche más que un aniversario, es un momento en el que pueden también decidir cómo será la Masonería en Montería dentro de otros 90 años, y cuál será su aporte.
                                     
Aquí estamos, invitados por una Logia Masónica que nació hace 90 años, para pensar y dialogar en beneficio de la comunidad. Si algo quiero que recuerden en este encuentro es que ustedes (adultos, jóvenes y mujeres que hoy nos acompañan) tienen en sus manos la posibilidad (con Masonería o sin Masonería) de que dentro de otros 90 años Montería sea todavía más libre, más justa y más solidaria de lo que es hoy. Como lo soñó el primer Venerable Maestro de esta Logia, el Dr. Alejandro Giraldo Sánchez, un médico educado en los Estados Unidos, que hablaba 4 idiomas, que recorría en burro las sabanas, las playas y las serranías de los actuales Departamentos de Córdoba y Sucre llevando su medicina a los campesinos, y que todos los 24 de junio mataba una vaca y la repartía entre los pobres.
                                         
Permítanme, por favor, imaginar que, en este mismo salón, dentro de veinte años, una joven que hoy está sentada aquí vuelve, pero ya no como invitada. Vuelve como Venerable Maestra, que es como se le denomina a la persona que preside una Logia. Llega con un grupo de Aprendices y Aprendizas, a presentar el proyecto con el que ganaron un premio de innovación social. Tal vez sea un sistema de reciclaje comunitario creado en un barrio de Montería, o un programa de alfabetización digital que conecta estudiantes rurales con universidades extranjeras. Eso es exactamente el tipo de historias que busca el método Masónico.
                                     
No hablo de algo distante ni de un ritual que vive encerrado entre paredes. Piensen en lo que ya han hecho los jóvenes en Montería. Un grupo de estudiantes que se reúne para crear un emprendimiento, una brigada que organiza una limpieza del Sinú, un colectivo que defiende la memoria del barrio, otro que organiza una actividad en el Teatrino de la Ronda o en el parque de mascotas. También me han contado de una joven arquitecta, en Córdoba, que diseñó un plan para rescatar casas patrimoniales y convertirlas en espacios culturales autogestionados, de otro más que organizó un grupo de estudio en su barrio para preparar a los muchachos de los grados décimo y once para las pruebas Saber. Estos jóvenes, son gente “sentipensantes”, para usar la expresión que se inventó Orlando Fals Borda para describir al modo de ser y estar en el mundo de los hombres y mujeres del Caribe.
                                    
Son apenas unos pocos ejemplos de los muchos que seguramente hay. Ninguno de estos muchachos y muchachas pertenece a la Masonería, pero sus acciones llevan el sello de nuestros compromisos. Imaginen si ese tipo de talento comenzara a trabajar con la metodología Masónica. La Masonería trabaja con esas mismas energías, y les ofrece un método probado durante siglos para multiplicarlas, organizarlas y convertirlas en cambios sostenibles. Porque cuando es fiel a sí misma, la Masonería es una máquina de multiplicar talentos y competencias.
                                          
Entrar a la Masonería es entrar en una red que cruza fronteras. Es descubrir que lo que piensas y trabajas aquí puede conectarse con un proyecto en Lisboa, en Santiago de Chile, en Beirut o en Montreal. Es saber que no estás sola ni solo, que hay personas que te tratarán de Hermana y Hermano en otras ciudades y en otros países y están dispuestos a intercambiar ideas, a abrirte puertas, a apoyarte en lo que emprendas. Ese capital humano es una de las herramientas más poderosas que se pueden tener.
                               
Y aquí quiero detenerme un momento para tratar de explicar qué es la Masonería, porque sé que no todos en esta sala han tenido el mismo contacto con ella. La Masonería es una escuela de construcción moral, personal y de trabajo colectivo. No es una religión, no es un partido político y no es un club cerrado para privilegiados. Es un espacio en donde personas de distintas convicciones trabajan juntas para construirse a sí mismas y para servir mejor a su comunidad. Se aprende con símbolos, y con un método que combina reflexión, diálogo y acción concreta. El centro de la Masonería no está en la famosa discreción, sino en la práctica diaria de valores humanistas.
                                 
La Masonería en el siglo XXI no puede ser indiferente a lo que pasa fuera de sus muros. Hablo de educación pública, de alfabetización digital, de igualdad de género, de ética pública, de respeto al medio ambiente y de defensa del patrimonio cultural. Estos son temas que se resuelven con personas comprometidas, con equipos organizados, y con mentes críticas que no se conforman con el “siempre ha sido así”.
                             
Lo que vengo a decirles esta noche no es un canto de alabanza a la Masonería. Eso sería trivial. Es, como siempre me ha gustado, un ejercicio de mostrarles de frente lo que somos, sin velos ni disfraces, para que ustedes conozcan y analicen este nicho especulativo que ha acompañado a la humanidad desde hace tres siglos. Quiero que se imaginen, a sí mismos, dentro de unos años, no como espectadores de un evento Masónico, sino como parte activa de él. Una mujer liderando un proyecto de impacto regional, un joven coordinando un programa de intercambio académico, y ambos sentados en el sitio principal de la Logia con la autoridad que da el trabajo bien hecho. Ese lugar no es simbólico. Existe, y esta noche se abre para todos y todas.
                                   
Es posible que alguien de los presentes, que no sea Masón, quiera serlo. Con él o con ella, debo ser sincero. Yo nunca aconsejo a nadie ingresar a la Masonería, sino a un cierto estilo de Masonería. Abierto, incluyente y fiel a la libertad de conciencia que le dio sentido en su origen. Quienes sienten interés en ser Masones o Masonas tienen el derecho a conocer de antemano la clase de ambiente en donde se van a meter, porque no todo lo que se viste de fraternidad y de humanismo lo es realmente. Por eso siempre aconsejo que se enteren primero sobre si sus nuevos compañeros de reuniones les van a aportar un valor moral agregado a su vida, o les van a inculcar necedades basadas en una “Tradición”, que han pervertido y convertido en una máscara de sus propios prejuicios y limitaciones morales.
                                      
Cuando una institución Masónica se encierra en sus propios muros y se dedica a excluir a las mujeres, por ejemplo, y a todo el que no calce en su molde, no hace otra cosa que fabricar un lugar de moral torcida y en donde no es sano estar. Allí solo vale la obediencia al capataz de turno, y eso atrae a los mismos de siempre, inseguros con ínfulas, manipuladores y pequeños dictadorzuelos que se sienten importantes porque dentro se premia la confabulación y la genuflexión antes que la honestidad, y el prejuicio se valida como un deber que genera gratificaciones, que sirve de coartada para justificar la hostilidad de una personalidad conflictiva, y la endogamia se vuelve un aire viciado en donde prospera el cuchicheo y el asolapado. Por lo que no es casualidad que esos lugares se llenen de jefes que imponen la membresía con servidumbre.
                                    
Frente a eso, vale la pena recordar que la Masonería auténtica nació como un espacio ilustrado de fraternidad, pensamiento libre, tolerancia y respeto al diferente sin ninguna distinción, y solo en ese espíritu tiene sentido acercarse a ella hoy. A este único estilo Masónico es al que yo aconsejo siempre tocar las puertas, y no estaría yo aquí y ahora, si no creyera que desde hace más de 10 años los Masones y Masonas de la Logia Estrella del Sinú No. 57 - 2 – 8 lo representan.
                                  
La Masonería nació en un tiempo profundamente desigual, y, generación tras generación, ha debido ajustar su compás para acercarse al ideal que proclama. Lo hizo cuando incorporó el pensamiento científico en el siglo XVIII, cuando defendió la educación popular y la libertad de prensa en el XIX, y cuando promovió los derechos civiles en el XX. Hoy, una parte de ella tiene abiertas sus puertas a las mujeres y a los jóvenes con las mismas herramientas que siempre ha ofrecido para la reflexión y el trabajo.
                                 
El siglo XX demostró algo que hoy es obvio. El Templo no se desmorona cuando entra una mujer, sino que se encienden más luces, como está sucediendo esta noche en Montería en la que nos honra una Masona de la talla intelectual de Margarita Rojas Blanco, que ha dictado conferencias sobre Masonería en Bucaramanga, Cúcuta, Santa Marta y Bogotá, y en el exterior en Uruguay y Rumanía, en un mes en Brasil, en dos meses una virtual en Italia, el próximo año ya tiene agendadas en Bulgaria y de nuevo en Brasil. Es directora de un Centro de Estudios Masónicos en Bogotá, dirige una revista Masónica y colabora con otras del Perú y Norteamérica, tiene su propio blog Masónico, y está en conversaciones con la editorial argentina Kier para publicar un libro. Y si le faltaran credenciales Masónicas, preside una Logia en Bogotá y es Representante oficial de la internacional CLIPSAS para el continente americano. Un palmarés Masónico que muy pocos hombres ostentan.
                           
Y es que, desde el siglo XIX, las Logias mixtas han demostrado que la calidad ritual y la cohesión interna no solo se mantienen, sino que se fortalecen cuando la inteligencia y la sensibilidad femenina participan en igualdad de condiciones, porque la desigualdad no es una característica natural de la especie humana, sino una construcción social.
                                   
La Logia Estrella del Sinú No. 57 - 2 - 8, que hoy nos congrega, no es ajena a la historia. Noventa años en Montería significan haber crecido con ella, desde los días en que no era capital de ningún Departamento, el río era la principal vía de comunicación y la ciudad apenas se abría paso entre agriculturas y ganaderías, hasta la Montería universitaria, emprendedora y cultural de hoy. La Logia ha estado allí, a veces visible, a veces silenciosa, pero siempre atenta, apoyando proyectos educativos, promoviendo debates sobre el desarrollo local y tendiendo la mano cuando el invierno golpeaba. Y desde hace una década, al abrirse a las mujeres y los jóvenes, reafirma su vínculo con toda la ciudad (no solo con la mitad de sus habitantes), como un árbol que da nuevas ramas y frutos.
                                       
La realidad, terca como siempre, terminó hablando por sí sola. Allí donde se integró a las mujeres, la vida en la Logia se enriqueció, los trabajos subieron de nivel y su imagen ganó respeto. Donde no ocurrió, continúan aún los discursos demagogos para la galería y las reglas discriminatorias para la puerta de entrada. Y cuando uno las ve adoctrinando a sus nuevos miembros, no puede sino hacer propias las palabras de Shakespeare en su drama el Rey Lear cuando se dio cuenta que “el mal de estos tiempos es que los locos guían a los ciegos”. Quizá el verdadero peligro no es que las mujeres entren, sino que las nuevas generaciones ya no quieran entrar.
                             
Me gustaría que esta noche se les grabe la imagen de una antorcha. No importa si hoy la llevan encendida o no sienten el deseo de encenderla. Una antorcha que nació hace tres siglos a orillas del Támesis de Londres y sigue encendida en las del Sinú de Montería. Una historia extraordinaria como para que la cuente David Sanchez Juliao que convirtió nuestra habla del Caribe colombiano en literatura, con humor, picardía y profunda humanidad.
                                      
Aquí es donde la historia universal se entrelaza con la historia local. En el Caribe colombiano, la sociabilidad siempre ha tenido un sello particular en los clubes, en las tertulias, en las sociedades de pensamiento y hasta en grupos de baile que han sido espacios en donde se mezclan hombres y mujeres para discutir y crear comunidad. Por eso es tan difícil entenderla plenamente desde la zona andina. Montería misma tiene en su memoria a mujeres que sostuvieron la vida cultural y educativa cuando los recursos eran escasos y las instituciones débiles. Esa tradición de mujeres constructoras de tejido social es la mejor prueba de que la Masonería en la ciudad no debe entenderse sin ellas.
                                    
La Masonería nació en Londres, pero se hizo caribeña al calor de nuestras músicas, de nuestras luchas políticas, de nuestras universidades y de nuestras líderesas. Y en ese cruce descubrimos que el espíritu Masónico es un lenguaje común de libertad y de construcción ciudadana. Córdoba es hoy un Departamento universitario, joven, vibrante, con una tradición cultural ligada al río, a la ganadería, y a la música sabanera, pero también con nuevos movimientos sociales, feministas, ambientales y estudiantiles que están pidiendo la palabra. Hemos recorrido juntos un camino y hecho un viaje que muestra cómo una tradición de sociabilidad nacida en Londres puede dialogar, sin perder vigencia, con la vida cotidiana de Montería y con los sueños de quienes la habitan.
                                             
Hoy, más que nunca, necesitamos que las mujeres y los jóvenes den un paso al frente y reclamen su lugar en el mundo, con Masonería o sin Masonería. No como espectadores, sino como constructoras de fraternidad. No como invitados de ocasión, sino como protagonistas de un proyecto de libertad de conciencia y de ciudadanía crítica.
                                      
Y quién sabe… tal vez… dentro de unos veinte años, vuelva a haber un encuentro en Montería y esa joven que hoy nos escucha (o ese joven que me mira de reojo) ya no estén sentados en una silla del público, sino conduciendo los trabajos, presentando un proyecto que habrá transformado la vida de cientos de personas. Ese día (y es posible que ninguno de los que fundamos la Gran Logia que nos expulsó por decir que las mujeres podían ser Masonas), ellos sabrán que lo que comenzó hoy no fue un discurso, y que el fruto, como la mejor tradición Masónica, habrá sido una humanista que progresa en la ciudad.
                              
Que este aniversario no sea una foto con gente que posó inmóvil, sino una etapa de un calendario vital que fluye. Y que cuando ese futuro llegue, la evidencia (no nuestro entusiasmo) sea el mejor argumento de lo que hoy vivimos aquí.
                         
Muchas gracias a todas y todos por su atención y paciencia.
                    
                                  
Iván Herrera Michel
Montería, 26 de septiembre de 2025
                                       
                           

sábado, 20 de septiembre de 2025

REFLEXIONES EN EL DÍA DEL LIBREPENSAMIENTO

Por Iván Herrera Michel 
                     
Hoy, 20 de septiembre, día en que se recuerda la libertad de expresión del pensamiento, conviene detenerse en una paradoja que nos acompaña. La Masonería nació para pensar en voz alta, y sin embargo todavía hay quienes la confunden con un manual de magia.
               
Desde el siglo XVIII la Masonería arrastra dos corrientes que en América Latina chocan a diario. Una, la laica, la ilustrada, la que se jugó por la república y por la educación pública. La otra, inclinada al esoterismo, que se entretiene con cartas, energías, astros y alquimias.
                      
Y digo “se entretiene” porque, aunque respeto profundamente la fe de cada quien (como debe ser en un continente donde la religiosidad está en el aire mismo), no puedo dejar de señalar que una cosa es tener convicciones espirituales y otra muy distinta es confundir la Masonería con un sincretismo del tipo de la Nueva Era. Dejando claro que mi respeto es absoluto y total hacia los Masones y Masonas que profesan una religión y la practican con sinceridad, porque estoy convencido de que su fe personal les da un sentido espiritual a sus vidas y no es enemiga de la libertad de conciencia. El problema es otro. Es cuando la Orden la disfrazan de rito mágico.
                     
En México todavía hay quienes buscan en los templos Masónicos la llave de la Cábala. En Argentina no faltan los que adivinan la suerte con el Tarot. En Colombia convivimos con Logias que defienden con firmeza la ciudadanía crítica al lado de otras que parecen círculos de astrología. Y en Venezuela y Perú el espiritismo del siglo XIX sigue colándose como sombra persistente.
                            
No niego que estos esoterismos atraen. Claro que atraen. Muchos llegan convencidos de que detrás de la puerta hay misterios metafísicos esperando ser revelados. El problema se presenta cuando el imán se convierte en una prisión mental y la Logia deja de ser taller de ideas para volverse un club de iniciados en "energías secretas” en donde está prohibida o mal vista la libertad de conciencia.
                       
Pero justo es reconocer que no todas las obediencias han caído del todo en esta tentación. Por ejemplo, Chile y Uruguay son ejemplos de cómo se puede sostener la línea laica y republicana, y de que la Masonería no necesita vestirse de magia para ser atractiva. Su verdadero misterio está en sentar entre Columnas a personas distintas y obligarlas a dialogar, a discrepar y a respetarse. 
              
Hay, sin embargo, un esoterismo que sí le pertenece a la Masonería y que nada tiene que ver con conjuros. Es el esoterismo moral, ese trabajo interior que cada Masón y cada Masona hace sobre sí mismo, a solas con su conciencia y sin tutelas externas. Allí se afina el librepensamiento, porque no se trata de repetir verdades ajenas, sino de atreverse a construir las propias. 
                 
Y en ese ejercicio íntimo, secreto porque es personal, está la auténtica fuerza constructora de la Orden. Y en un día como hoy, cuando celebramos la libertad de decir lo que pensamos, vale recordarlo.
                                  
                                
                              
                                 

domingo, 7 de septiembre de 2025

LA MASONERÍA. GLOBALIZACIÓN Y GLOCALIZACIÓN


Por Iván Herrera Michel

La Masonería es uno de esos fenómenos discretos que nacen en lugares pequeños y terminan extendiéndose, casi sin proponérselo, como una red que abraza continentes enteros. Lo que en Londres comenzó como un germen de sociabilidad ilustrada pronto abrió sus puertas a todos los hombres libres (y más adelante también a mujeres), trascendiendo credos, fronteras y clases sociales. 

Desde el principio tuvo mucho de laboratorio moderno, un lenguaje de símbolos, alegorías que cada cultura interpretó a su manera, y un método de construcción humana sostenido en la voluntad de quienes, siendo libres, decidieron ejercitar la fraternidad, la virtud y la libertad de conciencia.

Recuerdo, como si fuera ayer, una tenida en una Logia de Santa Marta que llevaba casi un siglo en pie. El piso en blanco y negro, gastado por tantas generaciones, me hizo pensar en los que alguna vez desembarcaron con baúles de mercancías y libros, y que quizá, sin saberlo, sembraron también símbolos que terminarían echando raíces en el Caribe. Esa escena me enseñó que la Masonería no es un cuerpo rígido ni uniforme, sino una sociabilidad viajera que se adapta y permanece. Y comprendí, además, que los ritos, al igual que las personas, se glocalizan en la medida en que llegan a un nuevo sitio, absorbiendo la lengua, los gestos y hasta las tensiones del lugar que los recibe.
                         
En Inglaterra, cuna de este camino, la organización de las Logias respondió al pragmatismo de un imperio que pensaba en términos de puertos, guarniciones y comercio. El modelo era sencillo, de talleres pequeños, autónomos y fáciles de replicar, y no sorprende que en 1813, con la unión de Modernos y Antiguos, se consolidara un sistema conservador, masculino y centralizado, donde política y religión quedaban fuera.
                      
Francia, por su parte, eligió otro rumbo, y allí las Logias se convirtieron en foros de debate y en laboratorios republicanos. Desde que el Gran Oriente proclamó en 1877 la libertad absoluta de conciencia, la Masonería francesa asumió un papel crítico, laico y transformador. En el resto del continente Alemania fantaseó con los templarios, Escandinavia tiñó de luteranismo al Rito Sueco, e Italia convirtió sus templos en trincheras de la unificación. Cada país, sin excepción, glocalizó los ritos a su manera, y en ello radica parte del secreto de su vigencia.
                   
América fue un terreno fértil para la reinvención, y en Estados Unidos, la exclusión racial de 1784 dio origen al fenómeno Prince Hall, matriz de una tradición afrodescendiente aún viva. En Canadá, las Logias tendieron frágiles puentes entre anglófonos y francófonos. México bajó la pugna de escoceses y yorkinos al terreno electoral. Y en el sur, de Chile a Brasil y en todo el Caribe, los talleres acompañaron el nacimiento de las repúblicas, unas veces como banderas de ciudadanía y otras como resistencia frente al poder eclesiástico. En cada uno de estos contextos, los ritos se transformaron, adoptando los acentos políticos y culturales de la región.
               
África y Asia recibieron la Masonería con las huellas del colonialismo, y, por ejemplo, en Sudáfrica se impregnó de las divisiones del apartheid, pero en el Magreb surgieron obediencias vinculadas al Gran Oriente de Francia que se atrevieron a hablar de laicidad y modernidad. En Asia, cada país marcó su compás. India fundó su Gran Logia en 1961, Japón en 1957, Filipinas en 1917, Israel en 1953. Turquía, siempre oscilante, abría y cerraba Logias en función de sus tensiones internas. Allí también los ritos se glocalizaron y en algunos casos se vistieron de republicanismo, en otros de religiosidad nacional, y en otros simplemente de prudencia política.
                        
En Oceanía, las primeras Logias llegaron hacia 1820 y, de hecho, Australia y Nueva Zelanda consolidaron sus Grandes Logias nacionales en el siglo XIX, y Tahití vivió la curiosa convivencia de talleres ingleses y franceses que, aun compartiendo símbolos, glocalizaron sus prácticas en competencia abierta por la influencia.
                   
El resultado de este recorrido no es una institución homogénea, sino un mosaico de experiencias locales que compartían un mismo lenguaje simbólico, pero diferían en cuestiones esenciales como la política, la religión, la libertad de conciencia y el reconocimiento mutuo. Esa diversidad, lejos de ser un problema, fue la fuerza que la mantuvo viva.
                           
Tres factores hicieron posible la expansión, que son la Logia como célula flexible y replicable, los símbolos constructivos comprensibles en toda cultura, y las redes de confianza que tejían sus miembros. A ello se sumó la vieja promesa ilustrada de fraternidad universal y de perfeccionamiento humano.
                    
La glocalización fue una constante, y en México los ritos se volvieron banderas políticas, en India, la independencia nacional halló eco en la independencia Masónica, en Cuba, las Logias fueron refugio de patriotas, y en América Latina y el Magreb la libertad de conciencia se tradujo como versión local de un ideal universal. En todos esos casos, los ritos no viajaron intactos y se glocalizaron al contacto con cada pueblo, y en ese movimiento encontraron nuevas formas de permanencia.

La glocalización también se manifestó en la arquitectura de las Logias, que  nunca fueron copias exactas de un modelo europeo, sino adaptaciones a los materiales, climas y tradiciones constructivas de cada región. En el Caribe, por ejemplo, muchas Logias se levantaron con techos altos y ventilación cruzada para resistir el calor húmedo, en México y los Andes se incorporaron patios y elementos de piedra propios de la tradición local, en África y Asia, las Logias se vistieron con colores y símbolos que dialogaban con el entorno cultural. Y así, el lenguaje universal de columnas, mosaicos y orientaciones se entrelazó con lo particular de cada tierra, convirtiendo la arquitectura misma en un testimonio de la glocalización Masónica.
                          
Por eso, más que un club inglés exportado o una conspiración planetaria, la Masonería fue (y continúa siendo) una sociabilidad moderna que viaja con comerciantes, soldados, marinos e intelectuales, reinventándose en cada rincón. Su vitalidad nace de esa tensión fecunda entre lo global y lo local, entre el orden anglosajón, la apertura continental y la creatividad de cada cultura.
              
Y cada vez que vuelvo a pensar en ello, regreso mentalmente a aquella Logia samaria, en donde comprendí que la Masonería es, en esencia, una conversación universal que solo adquiere sentido cuando se encarna en la voz concreta de cada comunidad. 
             
Quizá esa sea la razón de su persistencia de un ideal universal que solo existe cuando se concreta en lo local, y tres siglos después, los símbolos de los constructores siguen viajando y adaptándose a los nuevos desafíos, y entre tradición y cambio permanece vivo el secreto de su expansión.