lunes, 7 de octubre de 2024

LA TRAGEDIA DE HIRAM ABIF: REFLEXIONES DESDE LA VIDA

Por Iván Herrera Michel
                   
He asistido nuevamente en mi Logia a la Exaltación al Grado de Maestra Masona de una Q:. H:. y, antes de que se me olvide, quiero escribir algunas líneas al respecto. 
                
Hiram Abif es por definición el mártir heroico de la Masonería, y la puesta en escena de su fin trágico la he visto tantas veces que ha terminado por convertírseme en un personaje familiar al que, sacudiéndole un poco el polvo, se me antoja del nivel literario de Edipo y Hamlet, y al que veo con una mirada más humana y filosófica.
                      
Para empezar, pongámonos en los zapatos de Hiram Abif. Tenemos a un profesional muy bien recomendado en el más alto nivel gubernamental al que encargan como Maestro Arquitecto de la construcción del Templo de Salomón, una obra que rivaliza en trascendencia, magnificencia y majestad con la Torre de Babel, con la que es una de las dos más grandes edificaciones del Antiguo Testamento. Y, dicho sea de paso, ambas relacionadas con el poder divino, la gloria humana y las relaciones sociales de poder. Es decir, con el Statu Quo.
                     
Toda marcha bien, hasta que tres subalternos deciden que quieren acceder a su nivel sin hacer el curso. Y claro, a Hiram Abif no le queda más remedio que contestarles con un valiente "no" cargado de ética, y encarnar la resistencia ante la frivolidad y los atajos.
            
Se convierte, entonces, en un defensor de la idea más fundamental de la Masonería (y de la vida en general) y la cosa se pone fea. Los tres subordinados, en lugar de reconsiderar sus decisiones resuelven matarlo. Está claro que Hiram Abif muere en defensa de sus principios, pero también es válido preguntarnos si ¿No son los asesinos muestras visibles de un sistema corrompido que privilegia los beneficios del estatus por encima de los de la preparación?, ya que, al final del día, esa era la ganancia que buscaban.
                     
Hiram Abif, entonces, no es solo un Maestro asesinado. Es la representación del ser humano que cae al recibir golpes injustos, se levanta y sigue firme hasta el final con sus principios. Su lección, tanto en la vida como frente a la muerte, sigue siendo actual: El Masón requiere esfuerzo, estudio, trabajo, perseverancia en la construcción, y, sí, a veces algo de terquedad.
                    
En un tiempo en que parece que todo lo sabremos y conseguiremos con solo deslizar un dedo por una pantalla o hablando con un cercano, la figura de Hiram Abif nos recuerda que avanzar en la construcción de nuestro Templo Interior va mucho más allá de tener acceso a datos, Grados,  cargos y títulos. Frente a la inmediatez contemporánea, y la cultura Prêt-à-porter, es una voz que nos invita a frenar un poco, a aceptar que el camino que importa no es el más corto, y a reconocer que lo que de verdad tiene valor es aquello por lo que nos esforzamos. No lo que obtenemos por otros medios.
                                
Al final, Hiram Abif no es solo una alegoría del pasado. Es un reflejo de nuestras propias vidas, una enseñanza que nos recuerda que el crecimiento se cimienta en la integridad, el trabajo constante y la dedicación. 
                  
En la Masonería y fuera de ella.