Por Iván Herrera Michel
He visto pasar muchas cosas en la Masonería. Caras nuevas
que se van, ideas jóvenes castigadas, opiniones petrificadas, proyectos que
nacen y mueren, desaparición de Logias… y quizá esta reflexión sea un intento
de poner en palabras lo que algunos de nosotros sentimos cuando los rituales
quedan atrás y llegan las preguntas.
He tenido la oportunidad de ver la Masonería desde varios
ángulos y responsabilidades, y lo cierto es que hay algo que siento a veces cuando
hablo con un Hermano joven o uno veterano: una sensación de que estamos en un inédito
cruce de caminos, inmerso en un vertiginoso cambio de época, que no está
facilitando el camino transicional que exige toda tradición. Unos tiempos que
están poniendo en juego la supervivencia de la Orden, tal como la conocemos, y que
cada vez son más difíciles de ignorar y gestionar, porque están terminando con Hermanos
alejados de las Logias.
En particular me refiero a que cuando hablo con Masones jóvenes
percibo algo que me impacta y me hace pensar. Me cuentan de sus ideas, de cómo
quieren que la Masonería haga algo con el mundo actual, con los problemas de
hoy. Y ahí me quedo, asintiendo y pensando: ¿cómo les explico que este es, y no
es, al mismo tiempo, esa clase de lugar? Que para entenderlo necesitamos una
abstracción a la manera de la superposición y dilemas filosóficos que nos exige
el gato de Schrödinger.
Sus quejas en general giran en torno a que los trabajos en
las Logias son más que todo sobre el pasado y lo mismo de siempre. Como si
hubieran llegado tarde a la cita con la Masonería y los Masones que impactaban
en las sociedades. Querrían ver que esto no es solo un espacio de introspección
o un lugar donde sentarse a escuchar lo que los Masones veteranos hicieron hace
años.
A los Masones veteranos los entiendo. Los entiendo muy bien
porque, al fin y al cabo, soy uno más de ellos. Me cuentan que cada Tenida debe
tener su peso, que la Masonería es, o debería ser, un refugio del bullicio de
afuera, que deben cuidar la tradición porque, en resumidas cuentas, es lo único
que nos conecta con todos los que estuvieron antes y con aquellos que vendrán
después. Inclusive, con los que llegarán después de los que hoy piden cambios y
con los que vendrán después de los que llegarán después.
He oído a los veteranos aferrarse a la idea de que la Logia
es un lugar sagrado, más allá de las cuestiones de cada época. Que no quieren
que nos alejemos de conceptos que consideran fundamentales como los de la
tradición, el respeto a la autoridad y la preservación de la historia. Los
cambios le suenan a ruido y temen que si comienzan a abrirse ya no se podrá
parar y se perderá para siempre lo que hace que la Masonería es lo que es.
Y ahí uno se queda, atrapado en medio de ambas posturas,
porque cada una tiene su punto valido. Los jóvenes con su energía y sus
reclamos de cambios, y los veteranos con sus reclamos de paciencia… ¿cómo
equilibramos eso?
Los jóvenes me han hablado de justicia social, cambio
climático, medio ambiente, inclusión, tecnología, ciencia y ética, de temas
que, para ser honesto, en su momento no pensé que fueran a cruzarse con la Masonería.
Pero ahí están, insistiendo en que el mundo afuera importa tanto como el que
construimos dentro de la Logia. Les encuentro razón porque para mí es evidente
que han comprendido que en las Logias construimos para ese mundo. No sé si
todos los veteranos entiendan esto, pero ojalá lo hicieran.
Y entonces, cuando los jóvenes empiezan a decir que el
cambio es urgente, los veteranos escuchan una especie de amenaza, o así me lo
han dado a entender. Los veo con su respeto por el pasado y su orgullo por los
aportes de la Orden a la humanidad, y no les observo – la verdad sea dicha - resistencia
al cambio por sí mismo. Ellos todavía recuerdan lo que pensaban y deseaban cuando
eran jóvenes. Lo que veo es un deseo profundo de que todo esto que festejamos –
los rituales, los símbolos, los valores, el método… – siga en pie. No es que no
quieran el cambio, es que quieren que ese cambio tenga raíces. No sé si todos los jóvenes entiendan esto, pero ojalá lo
hicieran.
He llegado a creer que la Masonería necesita de ambos: del
impulso renovador de los jóvenes y de la solidez reflexiva de los veteranos. No
es un juego de suma cero. Si uno gana y el otro pierde, perdemos todos. La
clave, si es que existe, está en entender que ambos están aquí por algo que los
trasciende, y aunque son conscientes de que no están en cualquier esquina les
resulta difícil el reto. Ya sabemos que el conflicto es la condición de la vida.
Sin esa tensión, quizás la Masonería se quedaría quieta, sin el impulso para
renovarse, pero también sin el ancla de su tradición.
A lo mejor, todo se reduce a una cuestión de confianza. Los
veteranos tienen que confiar en que los jóvenes no vienen a desmantelar lo que se
construyó con tanto esfuerzo durante tres siglos. Y los jóvenes, a su vez,
deben entender que los veteranos no buscan frenar su entusiasmo ni los cambios,
sino asegurar que no se pierda lo esencial en el proceso. No es un camino
fácil, ni rápido. Todos quieren lo mismo: que la Masonería sea un lugar de
encuentro, de crecimiento y de pertenencia.
Al respecto, me comentaba un Masón joven durante una cena: “Quizás, más
que cambiarlo todo o dejarlo todo igual, lo que necesitamos es una conversación
honesta”. Se lo acepté en nombre de los veteranos.
Tal vez esa sea la tarea pendiente…Tal vez…