( Al oído del investigador )
Por: Iván Herrera Michel
Es un lugar común encontrar que para ser aceptado en una Logia Masónica el aspirante debe ser objeto de un examen acerca de su calidad de depositario de “buenas costumbres”.
Generalmente se acepta en nuestro medio, que una persona posee buenas costumbres cuando no tiene vicios, la responsabilidad es un distintivo de su personalidad, es cortés, existe coherencia entre lo que dice y lo que hace, etc. Es decir, cuando su conducta cuenta con una aprobación social extendida.
No obstante, todos sabemos que los modos colectivos de comportamientos son conductas que varían según la época y la geografía. En consecuencia, la costumbre no es un referente genérico universal, sino el resultado de la repetición generalizada de una conducta propia de un grupo.
En aras de la verdad, debemos admitir que en las naciones occidentales son cotidianamente practicadas exclusiones por razón del sexo, la raza, la religión, el origen nacional, la opinión política, etc., a pesar de que las legislaciones han sido muy cuidadosas en proscribir toda clase de discriminaciones.
Conductas como la embriaguez habitual, el contar con más de una pareja sexual, la infidelidad, el mentir, el no obedecer las leyes que se ha jurado cumplir, etc., cuentan con una gran tolerancia y permisibilidad en las sociedades occidentales, pero no por ello dejan de ser costumbres nocivas para las personas y las sociedades.
Podríamos, igualmente, recordar algunas practicas perniciosas entre personas que públicamente se reclaman como de buenas costumbres, tales como el circular material pornográfico entre amigos, sin tener en cuenta que colaboran con la explotación sexual, o el propagar chistes prejuiciosos, sin contar con el sufrimiento del prejuiciado, o el asistir a riñas de animales, regodeándose con el derramamiento de sangre, o el contaminar el medio ambiente, sin pensar en las catástrofes que se nos anuncian, etc.
Es como si la moral privada y la moral pública no se correspondieran necesariamente, y la construcción de la conciencia individual incorporara exclusiones. A veces oímos, la expresión " lo ideal es que...” seguido de “... sin embargo...", y uno podría preguntarse si está bien - como miembros de una institución que apuesta, no por la perfección, sino, por el perfeccionamiento de nuestra Piedra Bruta - apartarse en determinadas situaciones del deber ser.
Siempre es vital para la Orden Masónica considerar seriamente el problema de las costumbres y las opiniones personales de sus miembros con anterioridad a su ingreso, y determinar en su interior que ideas y acciones son inaceptables en una asociación que se precia de humanista.
Ahora bien, ¿Cuándo una costumbre traspasa el límite entre lo que es bueno y lo que es malo, como prerrequisito para acceder a la construcción Masónica?.
Indudablemente, el límite está relacionado con el respeto a los Derechos Humanos y con la coherencia entre lo que predicamos y lo que practicamos en nuestras relaciones con nosotros mismos, con la sociedad en que vivimos y con el medio ambiente. Y naturalmente, con lo que propagamos al interior de la misma Masonería.
Un peligro al no tener clara esta disyuntiva se presenta cuando un nuevo Masón ingresa con sus malas costumbres a la Orden, y una vez allí, dado el sistema de elección de los próximos aspirantes, va conformando un colectivo desviado de la verdadera construcción Masónica, que siempre debe estar basada en la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Por lo tanto, la función del examinador de un candidato a ingresar en la Masonería - que es una institución que aspira a crear y fortalecer relaciones armoniosas e inclusivas en su seno y en la humanidad a partir de la pluralidad existente -, supone un enfoque mucho más amplio y relacionado con las cosas que la conciencia individual en plena libertad está dispuesta a aceptar.
Ya no se trata de mirar con criterio moral las costumbres, sino con sentido ético Masónico, estimándolas desde los valores institucionales que han permitido que la Orden haya colaborado en la construcción de un mundo mejor y más inclusorio, mediante los grandes procesos que en aras de la libertad, la igualdad y la fraternidad se han adelantado.
Es un lugar común encontrar que para ser aceptado en una Logia Masónica el aspirante debe ser objeto de un examen acerca de su calidad de depositario de “buenas costumbres”.
Generalmente se acepta en nuestro medio, que una persona posee buenas costumbres cuando no tiene vicios, la responsabilidad es un distintivo de su personalidad, es cortés, existe coherencia entre lo que dice y lo que hace, etc. Es decir, cuando su conducta cuenta con una aprobación social extendida.
No obstante, todos sabemos que los modos colectivos de comportamientos son conductas que varían según la época y la geografía. En consecuencia, la costumbre no es un referente genérico universal, sino el resultado de la repetición generalizada de una conducta propia de un grupo.
En aras de la verdad, debemos admitir que en las naciones occidentales son cotidianamente practicadas exclusiones por razón del sexo, la raza, la religión, el origen nacional, la opinión política, etc., a pesar de que las legislaciones han sido muy cuidadosas en proscribir toda clase de discriminaciones.
Conductas como la embriaguez habitual, el contar con más de una pareja sexual, la infidelidad, el mentir, el no obedecer las leyes que se ha jurado cumplir, etc., cuentan con una gran tolerancia y permisibilidad en las sociedades occidentales, pero no por ello dejan de ser costumbres nocivas para las personas y las sociedades.
Podríamos, igualmente, recordar algunas practicas perniciosas entre personas que públicamente se reclaman como de buenas costumbres, tales como el circular material pornográfico entre amigos, sin tener en cuenta que colaboran con la explotación sexual, o el propagar chistes prejuiciosos, sin contar con el sufrimiento del prejuiciado, o el asistir a riñas de animales, regodeándose con el derramamiento de sangre, o el contaminar el medio ambiente, sin pensar en las catástrofes que se nos anuncian, etc.
Es como si la moral privada y la moral pública no se correspondieran necesariamente, y la construcción de la conciencia individual incorporara exclusiones. A veces oímos, la expresión " lo ideal es que...” seguido de “... sin embargo...", y uno podría preguntarse si está bien - como miembros de una institución que apuesta, no por la perfección, sino, por el perfeccionamiento de nuestra Piedra Bruta - apartarse en determinadas situaciones del deber ser.
Siempre es vital para la Orden Masónica considerar seriamente el problema de las costumbres y las opiniones personales de sus miembros con anterioridad a su ingreso, y determinar en su interior que ideas y acciones son inaceptables en una asociación que se precia de humanista.
Ahora bien, ¿Cuándo una costumbre traspasa el límite entre lo que es bueno y lo que es malo, como prerrequisito para acceder a la construcción Masónica?.
Indudablemente, el límite está relacionado con el respeto a los Derechos Humanos y con la coherencia entre lo que predicamos y lo que practicamos en nuestras relaciones con nosotros mismos, con la sociedad en que vivimos y con el medio ambiente. Y naturalmente, con lo que propagamos al interior de la misma Masonería.
Un peligro al no tener clara esta disyuntiva se presenta cuando un nuevo Masón ingresa con sus malas costumbres a la Orden, y una vez allí, dado el sistema de elección de los próximos aspirantes, va conformando un colectivo desviado de la verdadera construcción Masónica, que siempre debe estar basada en la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Por lo tanto, la función del examinador de un candidato a ingresar en la Masonería - que es una institución que aspira a crear y fortalecer relaciones armoniosas e inclusivas en su seno y en la humanidad a partir de la pluralidad existente -, supone un enfoque mucho más amplio y relacionado con las cosas que la conciencia individual en plena libertad está dispuesta a aceptar.
Ya no se trata de mirar con criterio moral las costumbres, sino con sentido ético Masónico, estimándolas desde los valores institucionales que han permitido que la Orden haya colaborado en la construcción de un mundo mejor y más inclusorio, mediante los grandes procesos que en aras de la libertad, la igualdad y la fraternidad se han adelantado.