miércoles, 2 de enero de 2019

EL EGREGOR

            
Por: Iván Herrera Michel
               
Solo como una representación sutil podríamos asumir ese “alma fusionada”, “sentimiento colectivo”, “mente grupal”, “metabolismo corporativo”, “espíritu común”, … llamado egregor (o egregora) que acompaña las reuniones Masónicas influenciando sus Tenidas.
                 
En medio de ritos, normas y estándares, el egregor termina siendo un constructo de los estados de ánimo, rasgos, convicciones, emociones y repertorio conductual de quienes asisten a las Tenidas, que actúa en el marco de un decorum de definiciones aceptadas y mutuas fertilizaciones.                                        
                                                    
Pero no es un fenómeno exclusivo de la Masonería, ni debe confundirse con el inconsciente colectivo, que paralelamente acompaña los trabajos. 

Es una especie de hálito anímico que encontramos igualmente en las hinchadas de un equipo de fútbol, en un club de fans, en el compadreo de una esquina de barrio, en un grupo de oración, en un bar de tangos, en las siete vueltas a la Kaaba, en la sede de un partido político, en un convento de monjas, en las reuniones gremiales, en los sindicatos de obreros, en los afiliados a un cine club, en el patio de una cárcel…
                                      
Y como los Masones se reúnen, más o menos los mismos, a lo largo de un buen tiempo, el egregor tiende a poseer cierto grado de permanencia y características propias. Aunque, la experiencia muestre que va variando al ritmo de las circunstancias y los nuevos miembros. 

Podemos asumir el egregor desde la filosofía, la psicología, la racionalidad, o la inspiración común… o percibirlo flotando en el aire, ceñido de versos o puñales, sobre el bordado de relaciones amistosas o discrepantes. 

De cualquier modo, es una representación intangible a la manera de un paisaje, continuamente único, pero siempre variado, a veces incomprensible, a veces explicativo, a veces dotado de hablas o saturado de silencios, a veces efímero, pero siempre distinto a los arboles, nubes, ríos, montañas, barrancos y prados que lo colorean dispensándole matices, belleza, fiereza o razones. 

Cuando es agradable permite “habitar juntos y en armonía”, ofreciendo una progresión de sentidos a la colmena.