lunes, 3 de noviembre de 2025

EL SENTIPENSANTE DEL CARIBE. ORLANDO FALS BORDA Y LA CIENCIA CON ROSTRO HUMANO

Por Iván Herrera Michel
                                     
La Feria Internacional del Libro de Barranquilla, Atlántico y el Caribe (FILBAC) de 2025 rinde homenaje al centenario del nacimiento de Orlando Fals Borda, el hijo del Caribe colombiano que le devolvió a la ciencia social su capacidad de sentir y al sentimiento la de pensar.
                                
Fals Borda fue el hombre que derribó el muro entre el saber ilustrado y la sabiduría popular, y por eso la FILBAC misma (nacida para reivindicar la palabra, el pensamiento crítico y la identidad caribeña) no puede entenderse íntegramente sin conocer el pensamiento con el que él sembró, décadas antes, el espíritu participativo, emancipador y cultural que hoy la anima. Su figura pertenece tanto a la historia de la sociología como a la historia de las luchas por la dignidad en América Latina.
                           
Hablar de Fals Borda es recorrer la época de la historia colombiana del país agrario que despertaba al industrialismo, la de las migraciones campesinas que llenaron las ciudades y las barriadas del Caribe, y la de la promesa frustrada de una modernidad que nunca alcanzó para todos. Era el tiempo en que la economía nacional se debatía entre la apertura del café al mercado internacional y el atraso de una estructura agraria casi feudal, y en la que las élites andinas concentraban la riqueza mientras el Caribe seguía siendo, para Bogotá, un territorio “de frontera”. En medio de ese escenario de desigualdades profundas, en donde la tierra concentrada se convirtió en la matriz de la violencia y del subdesarrollo, emergió su voz como la de un sociólogo que entendió que el conocimiento no es un privilegio de clase, sino una forma de emancipación.
                     
Desde sus primeros estudios (“Campesinos de los Andes” (1955) y “El hombre y la tierra en Boyacá” (1957)) ya intuía que la teoría debía caber en el corazón de la gente. Fue pionero de una sociología hecha con los campesinos y no sobre ellos, cuando el país aún no había aprendido a oír sus propias voces rurales. A través de esos trabajos, Fals Borda trazó la línea que conecta la economía agraria con la estructura del poder político, mostrando que la pobreza no era un accidente, sino una arquitectura heredada de siglos, sostenida por una economía extractiva que marginaba a las regiones y perpetuaba la dependencia del centro sobre la periferia.
                          
Con la publicación de “La violencia en Colombia” (1962), escrita junto con el Obispo Germán Guzmán Campos y Eduardo Umaña Luna, desmontó la idea de que la barbarie era un rasgo natural del pueblo colombiano. Reveló, con evidencia empírica y análisis histórico, que el conflicto nacía de la desigualdad y del monopolio de la tierra, y que el Estado (atrapado entre élites conservadoras y liberales) había sido incapaz de construir ciudadanía en el campo. Ese diagnóstico, pionero en su tiempo, explicaba la violencia no como tragedia moral sino como fenómeno estructural, que era consecuencia del modelo económico, del abandono estatal y del divorcio entre la palabra y la vida.
                        
Formado en las universidades de Minnesota y Florida, en los Estados Unidos, Fals Borda regresó convencido de que las ciencias sociales debían descolonizar el lenguaje. Fue fundador en 1959 de la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia, la primera de su tipo en América Latina, y desde allí abrió un espacio para pensar el país desde sus propios márgenes. Esa apuesta, en pleno contexto de la Guerra Fría, fue un acto de independencia intelectual, con la que mientras la sociología estadounidense buscaba medir conductas, él escuchaba historias, y mientras Europa clasificaba estructuras, él trataba de entender las comunidades.
                    
Su paso por la administración pública, como funcionario del Ministerio de Agricultura, le permitió observar de cerca el divorcio entre las políticas y la realidad rural. Esa experiencia le confirmó que la transformación del país no podía limitarse al discurso técnico, y así nació su compromiso con una ciencia al servicio del pueblo, con una práctica investigativa que incorporara el diálogo horizontal con quienes históricamente habían sido objeto de estudio.
                         
En los años setenta, su propuesta cristalizó en la Investigación-Acción Participativa (IAP), con la que derrumbó la frontera entre el investigador y el investigado. En un país en donde el conocimiento aún obedecía a las lógicas de la élite ilustrada, su método fue revolucionario al sostener que el conocimiento debía volver a tener rostro humano. Su consigna, “conocer para transformar”, condensaba una ética del compromiso en la que todo saber que no cambia la realidad termina sirviendo a quienes la producen.
                     
En su madurez intelectual dio a luz la monumental “Historia doble de la Costa” (1979-1986), en donde el Caribe colombiano (un territorio que todavía se mira desde los Andes como periferia) se convirtió en centro de reflexión y en escenario de una historia social contada desde abajo. Allí entrelazó la escritura académica apoyada en los archivos y la popular nacida de las voces del pueblo. En una hablan los documentos, en la otra, los pescadores, las mujeres, los jornaleros y los campesinos. Ambas construyen una verdad más justa, que generalmente no esta en los libros, sino en la vida misma.
                 
Fue en esa obra en donde recogió de los pescadores el término y la filosofía del sentipensante. Ellos le explicaron que el corazón también piensa y que la cabeza también siente. Desde entonces su sociología se volvió un puente entre la razón y la emoción, una apuesta por reconciliar la ciencia con la humanidad. En ese concepto se cruzan sus tres grandes miradas, como son el humanismo sociológico, la conciencia histórica y la economía moral de las comunidades que resisten.
                        
Recuerdo haberlo escuchado en una conferencia en Barranquilla, invitado por una Logia, a finales de los años ochenta del siglo pasado, cuando acababa de terminar de publicar su “Historia doble de la Costa”. Habló con serenidad sobre la emoción que le produjo encontrar el retrato perdido de Juan José Nieto Gil, el único presidente afrodescendiente de Colombia, y sobre cómo aquel rescate no era una anécdota erudita, sino un acto de justicia histórica. Fals Borda afirmó que devolver esa imagen al espacio público era como dotar al pueblo de un espejo y al Caribe de una memoria política negada por un siglo y medio.
                             
Desde entonces comprendí mejor lo que él llamaba pensamiento con raíces, y que para entender al Caribe en sus matices hay que habitarlo y respirarlo. Fue también uno de los constituyentes de la Constitución Política de 1991, en donde su visión democrática y social del conocimiento dejó huella. Su pensamiento, atravesado por una lectura crítica del marxismo latinoamericano (no dogmática, sino humanista y profundamente ética), lo llevó a vincularse en sus últimos años al Polo Democrático Alternativo, en donde fue elegido Presidente Honorario hasta el final de sus días.
                      
Su vida puede leerse como una radiografía del país que vivió el tránsito de la economía agraria a la urbana, de la República excluyente a la esperanza democrática, de la ciencia subordinada a la ciencia liberadora. Por eso, cuando la velocidad reemplaza la reflexión y los algoritmos pretenden medirlo todo, su voz se vuelve urgente. Nos recuerda que el conocimiento es un acto moral, que investigar es comprometerse, y que solo se entiende un país cuando se lo mira desde abajo.
                                  
Y quizá por eso, en este año en que el Caribe lo honra con la FILBAC, uno puede imaginarlo caminando por las riberas del Magdalena, diciendo que la ciencia que siente y el sentimiento que piensa son todavía los únicos caminos dignos hacia la libertad.
                           
                      
                       

1 comentario:

Ofelia dijo...

Que maravilloso escrito! muchas gracias