Por Iván Herrera Michel
Existen varias clases de cincel: para trabajar la madera, para cortar metales a altas y bajas temperaturas, para ser usado en demolición, y para un largo etc., de modalidades manuales, hidráulicas y mecánicas.
Sin embargo, la Masonería tomó el utilizado por los canteros de los gremios de constructores del renacimiento para cortar, ranurar y desbastar las piedras recién extraídas de las canteras, caracterizado por una hoja ancha y plana en un extremo que se golpea con un mazo desde el otro, para desprender las tosquedades y hacerla apta en la construcción de edificios.
En la Masonería no se emplea el cincel en la búsqueda de trasformar una piedra bruta en una obra artística plástica o apta para el goce estético, sino con el fin de hacerla útil en la construcción de un edificio acorde con un conjunto de principios morales, lo cual exige más una técnica y una geometría que un arte, pero siempre un interés trascendente.
Quiere el lenguaje Masónico, que el cincel de piedra simbolice el empleo inteligente de la voluntad, representada en un mazo que lo golpea e impulsa, pero que no lo dirige ni guía. Es decir, que el cincel y el mazo en acción simbolizan la voluntad conciente y soberana utilizada de manera sutil.
Esta sutileza metafórica debe estar clara en el método Masónico: es la inteligencia, la que conduce y aplica en el lugar adecuado la fuerza voluntaria y medida, en una labor conjugada que persigue refinar la aspereza adecuada de la mejor manera. Es la inteligencia, la encargada de poner en contacto nuestra energía en acción con la realidad a modificar.
Según los entendidos, la inteligencia humana implica un pensamiento abstracto. A su vez, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la define como la capacidad para entender, comprender y resolver problemas, y los sicólogos la encuentran muy cercana a nuestra propia capacidad de percepción y de ser receptor de información, así como con el poder memorizarla.
Esta capacidad de pensamiento abstracto está determinada, por lo menos, por factores hereditarios y ambientales. Así como por los hábitos de vida. Por su lado, el profesor de Harvard, Howard Gardner, que ganó prestigio mundial por sus trabajos sobre lo cognitivo, planteó en 1983 su teoría de las inteligencias múltiples, que pretende que hay personas con una gran capacidad intelectual para una cosa y no para otra. Por ejemplo: Einstein fue un genio inigualable en física teórica, y al mismo tiempo un completo torpe al momento de establecer lazos familiares, y Mozart, podía componer una sinfonía a los 6 años, pero lo más probable es que se sacaría un ojo obteniendo las raíces cúbicas de un número.
En este orden de ideas, el equipo de investigaciones de Harvard, liderado por Howard Gardner, ha identificado ocho clases de inteligencia: lingüística, lógica – matemática, espacial, musical, corporal cinética, intrapersonal, interpersonal y naturalista. Cada una de ellas, relacionada con unas determinadas características biológicas, unas habilidades propias y unas capacidades específicas, aunque presentes en todos los seres humanos en diferentes medidas. Sin contar con la famosa Inteligencia Emocional, popularizada por Daniel Coleman en 1995, según la cual podemos reconocer y manejar sentimientos con mayor o menor capacidad personal, crear motivaciones y encargarnos de las relaciones.
Visto lo anterior, es claro que existen diferencias individuales al momento de aproximarnos colectivamente al tallado de la Piedra Bruta en el método Masónico, por lo que es apenas natural, que la labor no se presente de la misma forma para todos.
Ese conjunto de rasgos personales que diferencian a un Masón de otro, es lo que no permite que pretendamos hacer de la Orden una sociedad de genios, a la manera de MENSA, una organización internacional fundada en Inglaterra en 1946, que hoy agrupa unas 110.000 personas con una inteligencia superior al 98% del resto de la humanidad, en la que, entre muchos otros nombres conocidos, han militado Stephen Hawking e Isaac Asimov.
Por el contrario, la Masonería es una asociación de hombres y mujeres “normales”, libres y de buenas costumbres, a quienes se les ha aceptado como Aprendices sin exigírseles previamente una prueba sicológica sobre sus facultades intelectuales, ya que se entiende que la posibilidad de construcción Masónica es inherente a la sola presencia de la dignidad humana, administrada libremente, con deseos de mejorarse a sí mismo y a sus semejantes, a partir de su propia realidad cualquiera que ella sea.
Esta singularidad Masónica de inteligencia activa y autónoma, simbolizada en el cincel que desbasta inteligentemente la irregularidad que nosotros mismos hemos escogido de nuestra propia Piedra Bruta, posibilita que cada Masón según sus alcances, disminuya la incertidumbre y aumente las probabilidades de éxito de su proyecto constructivo, en una orquestación colectiva que finalmente debe edificar el gran templo de la humanidad.
Como bien lo dijo el filósofo Nicolai Hartmann, “la inteligencia es la función que adapta los medios a los fines”. Y en el mundo real, cada quien cuenta con sus propios medios diferentes a los de los demás.
Y además, sueña sus propios sueños.