Por
Iván Herrera Michel
Antes
de adentrarnos en el relato Masónico de Hiram Abif hagamos una necesaria
precisión: No
hay un solo Hiram.
Tenemos primero en la Biblia a Hiram, el rey de Tiro, que fue el aliado
de Salomón que le envió materiales y obreros para la construcción del templo.
Luego está, también en la Biblia, Hiram Abif, el fundidor, carpintero, maestro en trabajar metales,
telas y madera, que hizo muchas de las piezas de ese templo, pero no dirigió su construcción. Y, por último, Hiram Abif, el de la alegoría Masónica, cuyo rol era el de dirigir los trabajos, que no es
ninguno de los anteriores, sino más bien una construcción simbólica de los
Siglos XVII y XVIII para representar ciertos valores y enseñanzas en la
Masonería.
El Hiram
Abif Masónico es por definición el mártir heroico de la Orden, y su trágico
fin, sacudiéndole un poco el polvo, se me antoja al nivel dramático de Hamlet explorando la lucha entre la virtud y la traición, y al
de Edipo Rey, en donde el sacrificio del individuo va más allá de ser solo una
tragedia personal.
Para
empezar, pongámonos en los zapatos de este Hiram Abif.
Tenemos
a un profesional muy acreditado desde el más alto nivel gubernamental de la
región al que designan como Maestro Arquitecto de la construcción de un gran
Templo que rivalizaría en trascendencia, magnificencia y majestad con la Torre
de Babel. Ambas edificaciones relacionadas con el poder
divino, la gloria humana y las relaciones sociales de poder. Es decir, con el
Statu Quo.
Toda
marcha bien, hasta que tres de sus subalternos deciden que quieren ascender a
un nivel superior sin llenar los requisitos. Y naturalmente, a Hiram Abif no le
queda más remedio que contestarles con un valiente NO, y encarnar la
resistencia ante los atajos y las ambiciones. Se convierte, entonces, en un
defensor de la ética y la responsabilidad, que son de las ideas más fundamentales
de la Masonería, y la cosa se pone fea: los tres ambiciosos, en lugar de
reconsiderar sus aspiraciones, resuelven forzar una respuesta positiva a golpes
de herramientas hasta que finalmente lo matan, lo sepultan, huyen y se esconden en una cueva.
Está
claro que Hiram Abif muere en defensa de sus valores, pero también es válido
preguntarnos si ¿No son sus asesinos muestras visibles de un sistema corrompido
que en ocasiones privilegia los beneficios del estatus por encima de los de la
preparación?,
Lo de
Hiram Abif, entonces, no es un homicidio más. Es la representación de la
persona que cae al recibir golpes injustos, se levanta y sigue firme hasta el
final con sus principios. Su lección, tanto en la vida como frente a la muerte,
sigue siendo actual: El Masón requiere esfuerzo, estudio, trabajo, perseverancia
y, sí, a veces algo de terquedad para defender el deber ser.
En un
tiempo en que parece que todo lo sabremos y conseguiremos con solo deslizar el
dedo por una pantalla, o gracias a una cultura Prêt-à-porter carente de
profundidad, que prioriza la inmediatez sobre la reflexión y la autenticidad, Hiram
Abif es una voz que nos invita a frenar un poco, a aceptar que el camino que
importa no es el más corto, y a reconocer que lo que de verdad cuenta es
aquello por lo que trabajamos con dedicación. Nos recuerda que avanzar con
dignidad en nuestra construcción va mucho más allá de tener acceso a datos,
Grados, Cargos y títulos.
Porque
finalmente, lo de Hiram Abif no es solo una alegoría. Es un reflejo de nuestras
propias vidas, una enseñanza que nos recuerda que el crecimiento se cimienta en
la integridad y en la labor constante.
En la
Masonería y fuera de ella.
4 comentarios:
Excelente análisis mi IPH IVAN.
Que la excelsa providencia os siga prodigando muchos éxitos. TAF
Que gran honor crecer de la mano de un verdadero Masón. Agradezco infinitamente cada reflexión, cada palabra que dicha o escrita refleja textual la facticidad... Seguimos en el camino. TAF
Excelente análisis. Mil gracias por compartir su sapiencia
Publicar un comentario