Al cumplirse 90 años de su fundación, la
Logia Estrella del Sinú se levanta como una memoria viva de Montería y un testimonio
de que la audacia también escribe historia desde los márgenes.
La fundación de la Respetable y
Benemérita Logia Estrella del Sinú No. 57 (hoy 57-2-8), en la ciudad de
Montería, Colombia, y su obtención de la primera personería jurídica otorgada
en Colombia a una Logia Masónica, en los 30s del S. XX, no fue una cosa del azar ni
un antojo pasajero del destino, sino la suma de fuerzas que venían madurando
desde mucho antes. Fue, más bien, la expresión valiente de un largo proceso en
el que confluyeron estructuras políticas, sociales, económicas y culturales.
Para entenderlo, hay que mirar a la
Montería de los años 30 del siglo XX como un espacio con memoria larga. El
valle bajo del Sinú, con sus tierras fértiles y su clima benigno, había sido
desde siempre un lugar privilegiado para la ganadería. Allí se formó una
economía dominada por los grandes hatos de unas pocas familias que acumulaban
ganado, tierras y poder político. Esa oligarquía pecuaria mantenía el pulso
económico de la región, y a partir de ella se consolidó una élite próspera que
no solo podía modernizar técnicas, sino también capitalizar un comercio en
expansión.
En paralelo, la ciudad se transformaba
poco a poco. Entre 1908 y 1938 se dieron pasos decisivos hacia la modernidad
urbana. Llegó la primera empresa telefónica, surgió el periódico Fiat Lux, que
fue el primero de la ciudad, se inauguró el alumbrado eléctrico y Montería fue
reconocida como la capital de la provincia del Alto Sinú. El Teatro Roxi, luego
Teatro Montería, abrió sus puertas en 1913, el Instituto del Sinú se fundó en
1924 y en 1938 la emisora de radio Ondas del Sinú comenzó a llevar la voz de la
ciudad más allá de sus calles polvorientas. Con cada uno de estos avances,
Montería adquiría instituciones y espacios que la acercaban a la modernidad
nacional, aunque en lo político y administrativo seguía rezagada en comparación
con otras ciudades. Se podría decir que la mentalidad monteriana de aquellos
años era un mosaico de tradición campesina y ambición moderna, en la que la
gente celebraba con orgullo cada nuevo logro, pero al mismo tiempo sufría la
frustración de que muchas de las decisiones fundamentales se seguían tomando en
Bogotá.
El panorama político de aquellos años
fue turbulento y polarizado. Durante décadas, el Partido Conservador había
detentado el poder local, pero su hegemonía comenzó a resquebrajarse con la
irrupción liberal, en sintonía con los cambios nacionales. El episodio más
dramático ocurrió el 1 de febrero de 1931, en plena jornada de elecciones para
corporaciones públicas, cuando la tensión se desbordó y los conservadores,
enardecidos por la disputa con los liberales, incendiaron la ciudad. Cientos de
casas ardieron y todavía hoy, quienes lo escucharon de sus mayores recuerdan
ese episodio como una cicatriz colectiva que dolió durante generaciones, y
Montería conoció de golpe el rostro violento de su fractura política interna.
El incendio se convirtió en el símbolo del ocaso del conservatismo local y
coincidió con el giro que significó la elección como Presidente de Enrique
Olaya Herrera en 1930 y la de Alfonso López Pumarejo en 1934 que inauguraron la
llamada República Liberal (1930-46), que sucedió a la prolongada Hegemonía
Conservadora (1885-1930). Ese vuelco abrió paso a las reformas sociales, al
laicismo estatal y a libertades hasta entonces negadas. En ese nuevo clima
ideológico, la Masonería de Montería, vista como afín al liberalismo, encontró
en el gobierno de López Pumarejo un aliado decisivo.
Por otra parte, para Córdoba, aún sin la
minería que vendría décadas después, la permanencia de una economía rural
ganadera significó cierto dinamismo en tiempos difíciles. El valle del Sinú,
vinculado históricamente a los mercados del Caribe (sobre todo de Cartagena y
Barranquilla) mediante el transporte fluvial, pudo sostener la comercialización
de ganado y productos agrícolas a pesar de que los mercados internacionales se
contrajeron. En suma, a mediados de los 30 la región contaba con una situación
económica relativamente estable basada en sus explotaciones agropecuarias.
Fue en ese clima liberal y relativamente
próspero cuando la Masonería encontró un terreno fértil. La “Revolución en Marcha”
de López Pumarejo promovió libertades civiles inéditas. En 1935 el Congreso
aprobó la Ley 62, por iniciativa del parlamentario y Masón Alfonso Romero
Aguirre, nacido en el municipio sabanero de Sincé, en el hoy Departamento de
Sucre, que dispuso de manera explícita, con palabras y acentos que debieron sonar revolucionarias en boca de un joven congresista costeño, que "Las Sociedades Masónicas podrán obtener del Gobierno Personería Jurídica”.
Aquello significó un antes y un después porque por primera vez las Logias
podían inscribirse legalmente y poseer un patrimonio, y Montería se atrevió a llevar la norma a la practica.
En ese estado de cosas, la Logia
Estrella del Sinú No. 57, fundada el 16 de febrero de 1936, dos años
después, el 9 de mayo de 1938, solicitó a través de la Gobernación del Departamento de Bolívar, y obtuvo la Resolución No. 96 firmada por el Presidente
Alfonso López Pumarejo y el Ministro de Gobierno Alberto Lleras Camargo que la
reconoció como persona jurídica. Ninguna otra Logia de las ciudades grandes (ni
en Bogotá, ni en Cartagena, ni en Barranquilla, ni en Cali, ni en Bucaramanga,
Etc.) se atrevió a dar ese valiente paso, por temor a la
tormenta política que se vivía por el cambio de partido en el gobierno.
Fue Montería, desde su aparente periferia, la que valientemente les abrió el
camino.
La ciudad, aunque periférica en
apariencia, ya comenzaba a afirmarse como un nodo intermedio entre la economía
rural sinuana y los grandes centros urbanos del Caribe. En los años treinta no
era solo un hervidero político y un centro ganadero, sino también un lugar en donde
la vida cotidiana giraba en torno al río Sinú, en donde los planchones cargados
de reses y de maíz iban y venían, en donde en las plazas se encontraban
comerciantes y campesinos todos los días, y en las fiestas populares el
fandango y las gaitas encendían la noche. El puerto fluvial era la arteria
vital de la ciudad, porque por allí entraban las noticias que llegaban desde
Barranquilla y Cartagena. La imprenta y la radio añadieron nuevas formas de
conversación pública, pero seguía siendo en la calle y en el mercado en donde
la ciudad respiraba. Paralelamente, la prosperidad ganadera y el brillo de las
élites no ocultaban que, al mismo tiempo, la mayoría de los monterianos eran
campesinos, jornaleros y artesanos que vivían con escasos recursos y pocas
oportunidades de ascenso social. Las mujeres, aunque relegadas en la vida
pública, comenzaban a abrirse espacio en la educación secundaria y en el
magisterio, desafiando silenciosamente las barreras de la época.
Lo que ocurría en Montería no estaba
aislado de las corrientes que agitaban al país y al Caribe. El auge liberal de
los años treinta resonaba en ciudades como Barranquilla y Cartagena, en donde
la prensa y los debates parlamentarios empujaban la agenda de reformas, y al
mismo tiempo llegaban noticias del mundo sobre la crisis del capitalismo, la
expansión de los totalitarismos en Europa y los vientos de modernidad cultural.
Montería, aunque periférica, dialogaba con esos procesos, y a través de su puerto
fluvial circulaban ideas, periódicos y viajeros que traían nuevos discursos,
junto con el influjo de inmigrantes extranjeros, en particular familias árabes
que se asentaron en la región, abriendo almacenes, tejiendo redes comerciales y
aportando nuevas formas de gastronomía y sociabilidad urbana.
La creación de la Logia Estrella del
Sinú ilustra esos procesos de cambio social. Cuando nació, en Montería emergía
una nueva élite liberal, compuesta por comerciantes, profesionales y
terratenientes que compartían valores progresistas y buscaban nuevas formas de
sociabilidad civil más allá de las tradicionales conservadoras. La Logia
funcionó como un espacio de capital social entre los promotores de la
modernidad local, similar a como describiría Weber las asociaciones de poder,
para difundir ideas laicas, promover la educación y articular una red de
influencia política y cultural.
La Estrella del Sinú materializó la
transición de Montería de un pueblo conservador a una sociedad civil liberal y
modernizadora, en donde la Masonería ofreció un símbolo y una red comunitaria.
La combinación del liberalismo en el poder nacional, una élite local enriquecida
por la ganadería y un entorno cultural más dinámico explica, en última
instancia, por qué en 1936-38 surgió y se legalizó la Estrella del Sinú. Así,
no solo fue simplemente una organización Masónica más, sino además el símbolo
visible de que la modernidad liberal había encontrado su lugar en Montería.
Y quizá lo más hermoso de su legado sea que
en un rincón del Caribe, entre calles polvorientas en donde todavía olía a
ganado y a maíz recién molido, a orillas de un río atemporal, un pequeño grupo
de sus hijos decidió abrir una puerta al futuro, leyó los signos de su tiempo
y, con la entrega de quien siembra para los que vendrán, dejó una luz que
todavía guía. Y allí, en donde hubo letargo conservador, encendieron un faro
que aún hoy recuerda en su 90 aniversario que la historia también se escribe con
valentía y audacia desde los márgenes.
Hoy, cuando los desafíos democráticos y
culturales reclaman espacios de fraternidad incluyente, la Estrella del Sinú
recuerda con sus Masones y Masonas que desde los márgenes también se pueden
seguir sembrando símbolos y justicia social duraderos, capaces de inspirar a nuevas generaciones en la
construcción audaz de un mundo más libre.