Por Iván Herrera Michel
Me consultan continuamente
sobre si es correcto decir Masona y Aprendiza. Esta vez desde Honduras con una
redacción que dista mucho de ser incluyente.
Para decepción de quien
así me requiere, debo responder que sí son correctas las expresiones Masona y
Aprendiza. De tal manera que, si dice “un
Aprendiz Masón”, puede perfectamente y sin incurrir en error gramatical
decir “una Aprendiza Masona”. Por muy
rara que le parezca la expresión.
Así lo dispone la Real
Academia Española (RAE) en su más reciente versión oficial del “Diccionario de la Lengua Española” (Vigésima tercera – 2014. Edición del Tricentenario), publicado en colaboración con la Asociación
de Academias de la Lengua Española, que agrupa las veintitrés existentes. Veamos:
A) Masón, na: m. y f. Miembro de la
masonería.
B)
Aprendiz, za. 1) m. y f. Persona que aprende algún arte u oficio. / 2) m. y f.
Persona que, a efectos laborales, se halla en el primer grado de una profesión
manual, antes de pasar a oficial.
Más allá de lo anterior, que
de por sí agota la consulta, a mí me llama la atención la renuencia a adaptar el
idioma a realidades de igualdad y género, ya que la lengua española, como la
Orden Masónica, siempre ha estado en permanente evolución.
De hecho, hoy muy pocos
podrían leer de corrido las “Glosas
Emilianenses” escritas por un monje anónimo hace algo más de mil años y consideradas
el texto en castellano más antiguo que se conoce. A manera de ilustración, recordemos
la homilía que aparece en su página 72. Se trata de doce renglones que el filólogo
español Dámaso Alonso (Director
de la RAE, miembro de la Real Academia de la Historia, Premio Nacional de
Literatura de España y Premio Miguel de Cervantes), denominó “el primer vagido de la lengua española”:
“Con
o aiutorio de nuestro / dueno Christo, dueno / salbatore, qual dueno / get ena
honore et qual / duenno tienet ela / mandatione con o / patre con o spiritu Sancto
/ en os sieculos de lo siecu / los Facanos Deus Omnipotes / tal serbitio fere
ke / denante ela sua face / gaudioso segamus. Amen.”
Dos siglos más tarde de
las “Glosas”, hacia el año 1200 de
nuestra era, hallamos en el fragmento “Tañen
las campanas en San Pero a clamor”, del muy castellano “Cantar de Mio Cid” (verso 286), el
siguiente español evolucionado:
“¡Merced,
ya rey e señor, por amor de caridad! / La rencura mayor non se me puede olvidar
/ oídme toda la cort e pésevos de mio mal, / los ifantes de Carrión, que m'
desondraron tan mal.”
Y como dato curioso del “Cantar”, encontramos que ya en el siglo
XII el copista anónimo de la primera obra poética extensa de la literatura
española diferenciaba entre “mugieres e
uarones, burgeses e burguesas” al narrar el ingreso del Cid Campeador en
Burgos. Algo contra lo que hoy
- ochos siglos después - muchos combaten con ardor.
Cuatro siglos más
adelante, en 1605, Miguel de Cervantes Saavedra, en una lengua española mucho
más cercana a nosotros, inició así “El
ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”:
“En
un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo
que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco
y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más
noches, duelo y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de
añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto de
ella concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus
pantuflos de lo mismo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de
lo más fino.”
Son tres textos
principales e icónicos de la lengua española que no dejan dudas acerca de su
carácter progresivo. Al día de hoy, transcurridos otros cuatro siglos desde el
“Quijote”, la RAE ha incorporado a su
diccionario curiosas voces, como palabro, pompis, descambiar, uebos, arremangarse,
norabuena, jonrón, toballa, bluyín, yin, güisqui, apartotel, quitaipón, burka, ciclogénesis,
coach, establishment, gigabyte, hacker, hiyab, intranet, spa, tuit, wifi…
De tal manera, que son
evidentes los cambios que ha ido sufriendo el idioma en fonética, fonología,
ortografía, morfología, sintaxis, léxico..., y no encuentro una razón válida para
pensar que no vayan a continuar al ritmo que se han venido presentando. Como
tampoco conozco un argumento que me revele, en sana crítica, que la lengua si puede
variar, pero no en la dirección de abrazar un lenguaje inclusivo con las
mujeres.
Por otra parte, la RAE no
ha estado exenta de críticas por discriminación de género.
Fundada en 1713, solo
hasta 1998 (casi 300 años después) aceptó por primera vez una
mujer entre sus 46
miembros de número y hasta la fecha apenas han ingresado diez. Ni siquiera fue
aceptada en 1972 María Moliner autora del célebre “Diccionario de uso del español”. Al no ser aceptada, declaró decepcionada al “Heraldo de Aragón” el 7 de noviembre de
1972 que “si ese diccionario lo hubiera
escrito un hombre, diría: «¡Pero y ese hombre, ¡cómo no está en la Academia!”
María Molinar |
La filósofa italiana
Delfina Lusiardi, en su libro “Lejos de los caminos trillados” (Sabina Editorial, Madrid, 2008), afirma
con lucidez que “la palabra es la forma
que los seres humanos dan a lo real. De esta manera lo real asume una forma.
Por eso la cuestión del lenguaje es una cuestión de responsabilidad.”
Aunque los estereotipos
limitan nuestros pensamientos a la vez que le dan forma, estoy seguro que más
temprano que tarde, se diluirá el sexismo en el idioma español.
Y también en el sector de
la Masonería que lo practica, ya que, en honor a la realidad histórica, ni
siquiera existen razones válidas que lo soporten, y la Gran Logia Unida de
Inglaterra desde el 17 de julio de 2018 no ve ningún inconveniente en que los
transgéneros sean Masones y Masonas.