Por Iván Herrera Michel
Observé que la mayoría estuvo de acuerdo
en que el principal problema que enfrentamos es que, en muchos aspectos,
seguimos actuando como si las cosas no hubieran cambiado. Es decir, que ven que la
Masonería se ha quedado atrás en un mundo que va a toda velocidad.
Sostuvieron que durante mucho tiempo las Logias fueron un espacio donde se discutían ideas nuevas, donde
se aprendía a pensar de manera crítica y se repensaba el sistema, pero que hoy les parece
que todo eso se ha vuelto un tanto rígido, como si costara mucho adaptarse a
los tiempos que corren. Debo confesar que comparto esa visión.
Para las generaciones más jóvenes, esto
puede resultar poco atractivo, porque buscan espacios más ágiles y abiertos donde
sientan que lo que hacen tiene un impacto real y visible. Y en medio de eso, la
Masonería a veces les parece que está atrapada entre ser conservadora, ser
progresista o encontrar un punto intermedio que no siempre convence. Esta
especie de tira y jala interno, que en parte es necesario, se vuelve problemático
cuando perdemos de vista lo que debería ser el verdadero propósito: ser una
comunidad que empuje a sus miembros a pensar, a crecer y a colaborar para un
mundo mejor.
Me limité a opinar que la clave podría
radicar en la actualización de ciertas formas y prácticas sin perder lo
esencial. Ser más inclusivos, más claros y, sobre todo, más conectados con las
realidades actuales, sin abandonar los principios y los valores, y tratar de encontrar
la manera de que sigan resonando en un contexto que pide cada vez más
transparencia y menos formalismos. Porque, al final, la Masonería no
debería ser una cápsula del pasado, sino un espacio vivo que evoluciona sin
perder su particularidad.
Oyéndolos he ratificado mi impresión de
que la Masonería en sus manos tiene la oportunidad de ser un refugio de
pensamiento crítico, un espacio de debate libre y un bastión de ideales
humanistas. Es decir, de ser fiel a sí misma.
Me quedé pensando cuando dijeron que es posible que
el segundo mayor problema que tenemos sería el de que las mentalidades que gobiernan
amplios sectores de la Orden no fueran capaces de ir cediendo sus
responsabilidades, derechos y deberes a sus sucesores naturales, marcando el
comienzo de una nueva etapa que brinde legitimidad y respaldo a un liderazgo
renovado en una transición fluida y ordenada.