Por Iván Herrera Michel
Se celebra en esta semana septembrina, la cita anual en
Barranquilla, Colombia, del “Barranquijazz”, que es el festival de jazz
y latin jazz más importante del Caribe, y he recordado que muchos de los
grandes pioneros del jazz eran Masones, específicamente de Grandes
Logias Prince Hall, una rama Masónica que también nació en el marco de la lucha y la resistencia de
los afroamericanos. Entre ellos estaban Duke Ellington, Louis Armstrong, William Count
Basie, Cab Galloway, Nat "King" Cole, Oscar Peterson y Lionel
Hampton. Es una historia fascinante, una de esas que debería contarse más a
menudo, y que en resumen es así:
El 6 de marzo de 1775, Prince Hall y
otros catorce afroamericanos fueron iniciados en la Masonería por nada menos
que el General Gage, un alto militar inglés que la corona británica había
enviado a sofocar las revueltas de los colonos estadounidenses que luchaban por
su independencia. Lo irónico es que mientras Gage intentaba aplastar una
rebelión, estaba ayudando a encender la chispa de otra, más silenciosa, pero
igualmente revolucionaria: la emancipación de los afroamericanos a través de la
Masonería.
La Masonería Prince Hall surgió en un
contexto de esclavitud brutal y segregación, y fue un pilar en la liberación de
muchos esclavos. Uno de los recuentos que siempre me ha impactado es la del “Ferrocarril
Subterráneo”, esa red secreta que ayudó a miles de esclavos a escapar hacia
el norte, buscando refugio en Canadá. Muchos Masones estuvieron detrás de esa
operación, poniendo en riesgo sus propias vidas para que otros pudieran ser
libres, y es difícil imaginar la intrepidez que requería cada paso de esa travesía.
En una sociedad que negaba a los negros
cualquier derecho, la Masonería Prince Hall se convirtió en una estructura Masónica
paralela a aquella a la que pertenecían los esclavistas: crearon escuelas,
hospitales, bancos y sociedades de ayuda mutua. Era, en muchos sentidos, un
"Estados Unidos negro" dentro de un “Estados Unidos blanco”
que les cerraba todas las puertas. De esta Masonería surgieron asociaciones
comprometidas con el desarrollo de las personas esclavizadas, como la NAACP
(Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color), que fue
claramente un espacio paramasónico. Louis Armstrong, Duke y Nat King Cole,
discretamente le dieron su tiempo y dinero a la NAACP. Y Martin Luther King fue
miembro honorario.
Las Grandes Logias Prince Hall no solo
promovieron la música entre los negros, sino que les brindaron espacios para
aprender y tocar. Muchos músicos encontraron en esta Masonería un lugar de
apoyo, una comunidad donde podían crecer y compartir su arte. Y si lo pensamos
bien, tanto el jazz como la Masonería comparten una filosofía similar: ambos
valoran la transmisión oral en el aprendizaje de lo antiguo a lo nuevo. En una
orquesta de jazz no se entra y se progresa solo por saber tocar, sino además por haber aprendido observando a los más experimentados. Lo mismo sucede en la Masonería:
el conocimiento se transmite de forma directa, personal, de Maestro a Aprendiz
Es interesante cómo estos músicos
encontraban en el jazz un eco de su historia y de sus raíces, una lucha
compartida, inmersos en una segregación dentro de la Orden Masónica, una
contradicción que persiste hasta el día de hoy en algunas partes de los Estados
Unidos. Pero a pesar de esas divisiones, el jazz encontró su propio camino, y
con él, los músicos negros hallaron una voz poderosa, una que aún resuena en
cada nota de las canciones que nos llegan desde esos días de lucha y liberación,
y ha evolucionado hasta que podamos disfrutar en el Caribe colombiano desde 1977
el “Barranquijazz”.
Desde que conocí la historia, cuando
escucho un buen solo de trompeta o de piano en un jazz, me viene a la mente algo
más que música. Me parece estar escuchando de fondo una lucha por la libertad.