“La
verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero”
Antonio Machado en “Juan de
Mairena” (1936)
Por
Iván Herrera Michel
En Colombia después de
dos siglos de actividad Masónica son muy pocas las fuentes primarias para los estudios
historiográficos sobre la orden, pero las que hay son suficientes para
reescribir sin prejuicios la versión (casi oficial) representada por el clásico
de dos volúmenes de la “Historia de la
Masonería colombiana 1833 – 1940” (1975) de Américo Carnicelli, un estadounidense
de Richmonds, Virginia, radicado en Colombia, que en medio de una montaña de
datos organizados cronológicamente omite buena parte de los hechos y no ofrece
un análisis crítico ni una metodología científica. Otro tanto, ocurre con “Cien años de historia masónica de la RL. El
siglo XIX” (1964) del colombiano Julio Hoenigsberg.
Colombia ha vivido en materia Masónica una larga
tradición de conflictos internos que giraron en torno a líderes de la política nacional y más
recientemente al tema de la “regularidad”
en su versión estadounidense e inglesa. En los 60s del siglo XIX las tendencias
se enfrentaban bajo el liderazgo de Juan José Nieto Gil, Tomás Cipriano de
Mosquera y una facción de radicales liberales, y en la década de los 30s del
siglo XX en torno a Eduardo Santos, Alfonso Lopez Pumarejo y Jorge Eliecer
Gaitán. De allí nacieron Supremos Consejos y Grandes Logias que agitaron la Orden
hasta la gran unión escocista que en 1939 dio paso al reconocimiento general en
el simbolismo y a la unificación nacional de rituales en 1941. Por último vino
la explosión de finales y comienzo de milenio que aún subsiste y el surgimiento
de la Masonería liberal y progresista en el país.
El primer descubrimiento
con que se topa un lector de nuestra historia radica en que la necia búsqueda
genuflexa de la “regularidad” en los
últimos 80 años ha ido en contravía frontal con el aporte verificable que la
Orden ha brindado en materia social, educativa, humanista y política. Por este
camino, los temas de las Tenidas enrumbaron hacia nuevos horizontes, buena
parte de la Masonería mudó de aires y hace mucho rato que no se sientan dos
presidentes juntos en una Tenida. Sin contar con que el combate fratricida que
se ha empleado para imponer la “regularidad”,
hizo del deber de acatamiento absoluto, las expulsiones masivas y las purgas
una herramienta de control. Y como consecuencia de todo esto, se creó una nueva
autoimagen en donde hasta los Landmarks no son los ingleses de 1723 sino los
norteamericanos de mediados del siglo XIX.
Es un lugar común decir
que de la historia podemos obtener lecciones para el futuro. Al parecer es su
mayor utilidad. El peligro de ignorarla lo entendió perfectamente Hitler cuando
dijo que “quizás la más grande y mejor
lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”.
Y ya sabemos hasta donde llegó Europa por ese camino y de paso su Masonería
continental.
Los vencedores de las pugnas en Colombia, indiscutiblemente fueron los estadounidenses. Su forma de
entender la Masonería en medio del bajón en las relaciones con la Europa continental
de la primera mitad del siglo XX por las persecuciones y las dos grandes
guerras desequilibró el balance doctrinal, lo cual aprovechó el Soberano Gran
Comendador del Supremo Consejo para la Jurisdicción del Sur de los Estados
Unidos, desde 1912 hasta su muerte en 1952, John Henry Cowles, que visitó
Colombia en cuatro ocasiones (1912, 1930, 1937 y 1939), para vender la idea de
que la regularidad de los Masones y de los trabajos deriva del “reconocimiento” estadounidense. Su
representante en el país fue el Cónsul de los Estados Unidos en Barranquilla,
Isaac A. Manning, quien fuera Gran Maestro de la Gran Logia de la ciudad de
Cartagena (1921 – 1922), corresponsal de la revista “The New Age” de ese Supremo Consejo y fundador de Logias y Grandes
Logias en ambas ciudades. El arraigo de este tipo de “regularidad” fue un logro organizativo
impuesto desde el establecimiento escocista.
Es de Perogrullo decir
que la mejor manera de conocer los resultados de lo que hemos hecho es en
términos de números. Como dijo Quevedo “serán
seis dos veces tres / por muy mal que hagas las sumas”.
Y en esa lógica de
pensamiento, es llamativo el estudio comparado de Masones colombianos cuando empezaron
las luchas por el reconocimiento norteamericano en sustitución de la
pertenencia a la “Asociación Masónica
Internacional” (AMI). La “Revista
Masónica” que se publicaba en Bogotá, con base en una encuesta que realizó
en su edición de enero de 1932 (página 96) llegó al siguiente hoy increíble censo
nacional de Masones: “Cundinamarca y
Bogotá: 8.927. Tolima: 872, Cartagena y dependencias: 16.500, Barranquilla y
dependencias: 13.500, y otros Masones en lugares sin Logia: 3.000. Total:
42.799.” Para la época Colombia contaba, de acuerdo con el censo oficial de
1928, con 7.851.041 habitantes.
Por muy poca confianza
que nos ofrezcan estas cifras, es notoria la diferencia con los 2.500 Masones y
Masonas que deben haber hoy en una Colombia de 48 millones de habitantes. Para
graficar el porcentaje, podemos decir que tiene la misma cantidad que la isla
antillana de Martinica con 400 mil vecinos.
Es decir, que Colombia en
1932 contaba con un Masón por cada 183 habitantes, y en el año 2015 con un
Masón por cada 19.200.
……………………………………………..
Michael Crichton, el
autor de la novela “Jurassic Park”
(1990) adaptada al cine por
Spielberg en 1993 y 1997, con secuelas en los años
2001 y 2015, apunta sobre la historia “que
si uno no sabe historia, no sabe nada. Es como ser una hoja que no sabe que
forma parte de un árbol”. Por su lado el cineasta argentino Eduardo
Mignogna reflexionó sobre que “si la
historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia, la
verdadera”.
La historiografía en
Colombia ha sido muy parca al tomar la Masonería como objeto de estudio. De
hecho, es un fenómeno general que distingue a la latinoamericana. Basta con ver
las biografías de la mayoría de sus próceres y el tema brilla por su ausencia. Salvo
los cuatro simposios internacionales de historia de la Masonería organizados
por la Escuela de Estudios Generales de la Universidad de Costa Rica, es muy
poco lo que se produce en la región, en claro contraste con lo que sucede en Francia, Italia, Alemania, Estados Unidos e Inglaterra, por ejemplo, en
donde la academia universitaria es la principal fuente productora de conocimiento.
Y no se entiende
fácilmente el porqué, ya que buena parte de la clase dirigente y los
movimientos democráticos gravitaron en torno a la práctica asociativa Masónica.
Lo cual, es una realidad que no se puede soslayar y siempre salta a la vista.
Un caso que merecería un estudio
detenido lo representa la Logia Estrella del Tequendama que desde el año 1849
en que fue fundada en Bogotá hasta los 80s del siglo XIX contó entre sus
miembros a nueve presidentes de la república, además de un mayor número de ministros
de estado y congresistas. ¿Cuáles eran los temas tratados en sus Tenidas? ¿Qué
tanto estuvieron implicadas las redes Masónicas en la política y la economía de
la época?
Carnicelli fue un gran
compilador, pero omitió a propósito parte importante de la historia Masónica y
su incursión en los debates políticos nacionales. Por ejemplo, no hace mención
que el 16 de diciembre de 1934, durante el primer gobierno de Alfonso López
Pumarejo, se fundó la Gran Logia de Antioquia con sede en Medellín, ni de que
en 1938 se creó la Gran Logia de Caldas con Logias en Pereira, Manizales y
Armenia. Su primer Gran Maestro fue Carlos Drews Castro. Ambas vinculadas a
fuertes enfrentamientos entre facciones liberales nacionales.
Estas dos Grandes Logias
constituyeron un fortín Antioquia / Eje Cafetero de la acción política y
artística del Partido Liberal colombiano que resistió los embates del Partido
Conservador durante buena parte del periodo que se denominó “La República Liberal” (1930 – 1946). También
omitió la historia de la Gran Logia que fundó en Bogotá como Gran Maestro Darío
Echandía en 1932 al margen de los dos Supremos Consejos del REAA de la época al
perder las elecciones frente al “olayista”
Aníbal Ardila Durán. En 1934 los rebeldes regresaron y eligieron a Echandía
como Gran Maestro de su antigua Gran Logia. Sobra decir que Carnicelli era un
fuerte promotor de la Masonería “olayista”
e igualmente soslayó el rol de la Masonería de la Costa Atlántica en el
surgimiento de la “Regeneración” de
Rafael Nuñez y el apoyo decidido que brindó de la mano de la jerarquía católica
a la consolidación de la “Hegemonía
Conservadora” que a partir de 1886 duró cuarenta y cinco años.
Otra omisión importante que
encontramos en Carnicelli es la existencia de 1937 a 1949 de la Logia Mixta No
623 “Sol de Colombia J. B. Acuña”,
jurisdiccionada a la OMMI “El Derecho
Humano”, que trabajó en el mismo Templo de la carrera 5° con calle 18 de
Bogotá, propiedad de la Gran Logia de Colombia, a la que asistió el mismo
Carnicelli durante cinco décadas. El tema de las Masonas lo limita a la militancia
de Soledad Román en la Orden norteamericana de las Estrellas del Oriente (Order
of the Eastern Star), que es harina de un costal muy diferente al de la
Masonería.
…………………………..
En conclusión, se puede
afirmar que la obra de los dos más importantes historiadores masónicos
colombiano estuvo fuertemente sesgada por sus prejuicios y por el concepto de “regularidad” en su versión anglosajona
que, dicho sea de paso, fue tan anticlerical que la revista “The New Age” del Supremo Consejo para el
Sur de USA al registrar la revuelta nacional que arrojó unos tres mil muertos que
siguió al asesinato de Jorge Eliecer Gaitán el nueve de abril de 1948 publicó:
“Es muy afortunado que al parecer no hubo
protestantes asesinados o heridos, ni iglesias protestantes ni el templo
masónico dañados”. (Agosto de 1948, p. 497). Por su parte, el clasismo y el
racismo fue tan incomprensible en la búsqueda del reconocimiento “Regular” que William F. Klett, un masón
norteamericano residenciado en la capital, queriendo ayudar a “regularizar” al Supremo Consejo Central de Bogotá escribió
a Washington diciendo que “todos los
miembros son de sangre caucasiana (…) y pertenecen a las mejores clases del
país”.
Reescribir la historia
real de la Masonería en Colombia y su papel en el desarrollo de su vida republicana
es una tarea pendiente, pero no imposible. Henry Kissinger dijo una vez con pragmatismo que “la historia no conoce de descansos ni de
mesetas”.
Habría que comenzar
consultando el “Fondo Pineda 824” de
la Biblioteca Nacional, y la sección “Raros
y Manuscritos” de la Biblioteca Luis Ángel Arango que conserva varias cajas
no ordenadas ni inventariadas de la documentación que usó Carnicelli. En el exterior son una mina histórica los
archivos del Supremo Consejo para la jurisdicción sur de USA, en Washington D. C.
Allí reposan anaqueles, armarios y cajas repletas de documentos, folletos,
informes, Etc., originales que no se encuentran en el país. La Revista “The New Age” es otra fuente
imprescindible.
…………………
Para los interesados en
iniciarse en la historia de la Masonería colombiana, me atrevería a proponer la
siguiente lista no exhaustiva de textos:
Benimelli Ferrer, José,
La Isla de Jamaica y su influencia masónica en la región, en Benimelli Ferrer,
José, La Masonería española entre Europa y América, (Zaragoza, 1993, pp. 205 –
211)
Arango Jaramillo, Mario,
Libertad y tolerancia. La masonería colombiana en los inicios de la República
1810-1860 (Bogotá, Colombia, 2008).
Cuberos, Adriana y
Albert, La Masonería y la Constitución de 1863 (Santa Fe de Bogotá,
Colombia, 1991).
“Fiesta-Masonería-
Nación”, Revista Memoria. Archivo General de la Nación (Santa Fe de Bogotá,
Colombia, 1999): 8-29.
García, Elvira, “Historia
de la masonería en Colombia (1833-1940)”, Cuadernos de Administración (Bogotá,
Colombia) 12 (s.a.) 69-76.
“Andrés Cassard y las
masonerías cubana y colombiana en la fundación de la Masonería centroamericana:
relación de un protagonismo personal en tres jurisdicciones”, I Simposio
Internacional de Historia de la Masonería Latinoamericana y Caribeña (Cátedra
Transdisciplinaria de Estudios Históricos de la Masonería Cubana Vicente Antonio
de Castro (CTEHMAC), Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, Universidad de
La Habana, Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, Gran Logia de
Cuba de A.L y A.M y el Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española
(CEHME) de la Universidad de Zaragoza, España, La Habana, Cuba, del 5 al 8 de
diciembre de 2007).
Ibáñez Fonseca, Amparo,
Entre dioses y demonios. Masones y jesuitas en Colombia en el siglo XIX (Santa
Fe de Bogotá, Colombia, Universidad Distrital, 1990).
Lahoud, Daniel, “La
Masonería en Venezuela y Nueva Granada (Colombia) en los primeros años del
Siglo XIX”, Tierra Firme (Caracas-Venezuela) XXIV, n. 96 (2006).
Loaiza Cano, Gilberto,
“Hombres de sociedades (Masonería y sociabilidad político-intelectual en Colombia
e Hispanoamérica durante la segunda mitad del siglo XIX)”, Revista Historia y Espacio
(Cali, Colombia) 17 (2001): 93-131.
“La masonería y las
facciones del liberalismo colombiano durante el siglo XIX. El caso de la
masonería de la Costa Atlántica”, Historia y Sociedad (Medellín, Colombia)
(2007).
Montoya, Jaime, Masonería
íntima (Bogotá, Colombia, 1988).
Pacheco Quintero, Jorge,
La Masonería en la emancipación de América (Bogotá, Colombia, 1943).
Restrepo Canal, Carlos,
Informe sobre la Masonería y la Independencia (Bogotá, Colombia,
1959).
Aguirre Gomez, Oscar, Simón
Bolívar y la Francmasonería (Spanish Edition) (2015) (http://www.amazon.com)