Por
Iván Herrera Michel
Corren
inéditos vientos electorales en los Estados Unidos de América y la Masonería de
ese país (de blancos y de negros) brilla por su ausencia en los grandes debates
que se están dando a pesar del espíritu patriota del que siempre ha hecho gala.
Racismo, xenofobia, armamentismo, machismo, intolerancia, armamentismo… son el
pan de cada y las plataformas ideológicas de los partidos parecen haberse
diluido en un océano de intereses corporativos y escándalos. Ampararse en que la Masonería “regular” no se ocupa de la política,
recuerda a Dante Alighieri escribiendo que “los
lugares más calientes del infierno están reservados para aquellos que en
tiempos de crisis moral mantienen su neutralidad”.
Es
conocido el prestigio institucional que posee la Masonería en los Estados
Unidos de América. Lo soporta la cantidad de Masones en la revolución
independentista (50 de los 54 oficiales que acompañaron a Washington eran
Masones), la impresionante filantropía que han brindado a la Unión, sus 16
presidentes (entre los cuales 7 demócratas y 5 republicanos), el alto número de
congresistas, gobernadores, militares, artistas, científicos, deportistas que
han pertenecido a la Orden, sus hermosas edificaciones que son iconos urbanos,
sus vistosos desfiles públicos y las cuantiosas donaciones caritativas con que
se han hecho presentes en los momentos más difíciles de la nación.
Pero
las cosas no siempre fueron así. No habían transcurrido tres décadas desde la
muerte de George Washington en Mount Vernon, Virginia, en 1799, cuando
oficialmente se creaba en 1827 un partido político en Rochester, Nueva York,
denominado “Partido Antimasónico”, como
resultado de la hostilidad generalizada que se había ido formando contra los
Masones que ocupaban cargos públicos y la oposición al controvertido
político Masón Andrew
Jackson que aspiró a la presidencia en 1824 y la ocupó por dos periodos
consecutivos de 1829 a 1837 en los que fortaleció el poder central frente al de
los estados. A partir de la constitución del Partido Antimasónico rápidamente
proliferaron los periódicos y las publicaciones antimasónicas, especialmente en
los estados del este.
El
solo nombre del partido brinda una idea de lo impopular que llegó a ser la
Orden en esos días, luego del respeto que se había ganado a finales del siglo
XVIII y principios del XIX durante las gestas independentistas y la
consolidación de la Unión. Los principales oponentes de la Masonería estaban representados
por la prensa, las iglesias (especialmente presbiteriana, congregacionista,
metodista y bautista) y los estamentos antiesclavistas. Adicionalmente, fuertes
ataques provenían del presidente en ejercicio John Quincy Adams. La
coalición que apoyó a Jackson finalmente derivó en el partido demócrata. Y sus
El
Affair Morgan unido al temor popular de que los Masones se financiaban de manera
ilegal y tenían un gobierno secreto se combinaron para atacar la Orden. A los
cargos se agregó el rumor de que el sigilo se utilizaba para ocultar
actividades ilegales e inmorales, conspiraciones criminales y encubrir delitos,
así como que buscaban subvertir las instituciones políticas y religiosas para
obtener beneficios propios. Toda una histeria colectiva basada en el miedo se
apodero de la opinión pública que conocía como jueces, hombres de negocios,
banqueros y políticos a menudo eran masones.
Como
consecuencia de la animadversión, el número de Masones en los Estados Unidos se
redujo de 100.0000 a 40.000 en 10 años. Nueva York pasó de 20.000 a 3.000
Masones y de 480 Logias a 82 en diez años. El efecto fue particularmente
devastador en Vermont, Pennsylvania, Massachusetts, Rhode Island, Connecticut
y Ohio. En otros estados las Grandes Logias dejaron de reunirse y de celebrar
Iniciaciones y actos públicos. Los efectos sicológicos fueron aún mayores y los
Masones abandonaron masivamente la Orden, hasta que en un ambiente más
tranquilo en las décadas de 1840 y 1850 comenzaron de nuevo a poblarla.
A
los Masones se les hizo la vida imposible durante los 10 años en que funcionó
el Partido Antimasónico. Los atacaban en la calle, le destruían sus
propiedades, rompían sus convenios comerciales y se hacían parodias de sus
ceremonias en las calles para ridiculizarlos.
William Morgan |
Al
Partido Antimasónico le cabe el honor de haber introducido dos grandes
innovaciones en la política estadounidense que aún se observan con pulcritud:
las convenciones demócratas y republicanas de nominación de candidatos para la
presidencia y la obligatoriedad de que los partidos adopten una plataforma en
la que se estipulen sus principios ideológicos. Y un dato curioso que trae la
efeméride de la primera convención radica en que en la del Partido Antimasónico
para elegir candidato a la presidencia de 1832, celebrada en Baltimore en 1931,
resultó nominado el Masón William Wirt, quien afirmaba que se había retirado de
la Orden por considerarla peligrosa para la sociedad.
Posteriormente,
un “Partido Antimasónico” muy
diferente funcionó de 1872 a 1888 con un
Las
dos experiencias partidistas antimasónicas, correspondieron a una época en que
la presencia de los Masones en la vida pública norteamericana construía
sociedad y estado. La primera inmediatamente posterior a la independencia y la
democracia, la segunda vez al periodo que siguió a la guerra civil o de secesión
estadounidense. Es decir, que la Masonería se hizo notar cuando más había que erigir
un futuro. La queja común indiscutiblemente era la penetración de la Orden en
la vida civil y política de la nación y esto fue la causa del celo de la
reacción del conservadurismo.
Hoy
por el contrario, los Masones se encuentran alejados del poder público y el
último presidente Masón fue el demócrata Lyndon B. Johnson que no pasó del
primer Grado y ejerció el cargo de 1963 a 1969 gracias al asesinato de John F.
Kennedy y a que fue reelegido para un segundo periodo. La Casa Blanca no había
tenido un inquilino Masón desde los tiempos del también demócrata Harry S.
Truman (1943 a 1953). Y no obstante que se repita hasta el infinito en
Internet, lo realmente cierto es que ni los Bush, ni Clinton ni Obama han sido
Masones. Tampoco Donald Trump ni Hillary Clinton, dicho sea de paso.
La
distancia entre los Masones y el gobierno de los Estados Unidos es cada vez mas grande y concuerda con la
dramática disminución de su membresía.
Su silencio muestra un sector de la Orden que
enredado en sus propios criterios para la regularidad Masónica abandonó su labor histórica y se acercó más a la actitud de la orquesta del Titanic, interpretando con donosura el himno cristiano "Nearer, my god, to thee" (Más cerca, oh Dios de tí) en medio del tropelín general.