Gracias por acompañarme, algunos al filo
de la medianoche en el sur del continente, en esta reunión en la que
celebraremos el “Día de la Masonería en México”. Un país del que me honro de
tener grandes Hermanos y Hermanas desde hace ya muchos años, entre ellos, mi
muy Q:. y admirada H:. Carmina, de mi alta consideración y aprecio fraternal y
personal.
Mi país siempre ha rendido un culto de
admiración y aprecio a las ideas liberales de Benito Juárez. De hecho, el
General y Presidente colombiano, héroe de nuestra independencia, José María
Melo, fue apresado en combate y asesinado en Chiapas, México, cuando en 1860
apoyaba la causa juarista. Posteriormente, por decreto del Congreso de la
República de los Estados Unidos de Colombia, del 2 de mayo de 1865, se declaró a
Juárez “Benemérito de las Américas”. Que es una expresión admirativa con la que
hoy se le conoce en todas partes, y se ordenó fijar un cuadro suyo en la
Biblioteca Nacional.
Juárez fue para Latinoamérica un
destacado e influyente dirigente liberal de su época.
En el siglo XIX, América Latina vivió
una época de profundas transformaciones, en gran parte inspiradas por las ideas
liberales que llegaron desde Europa, especialmente tras la Revolución Francesa.
Estas ideas de libertad, igualdad y soberanía popular se fueron sembrando en la
región, alimentadas por un espíritu de cambio que pedía a gritos el fin del
dominio colonial. En ese contexto, la Masonería jugó un papel crucial. Los Masones,
muchos de ellos influenciados por los ideales de la Ilustración, fueron
defensores de un proyecto de repúblicas libres y democráticas. La Masonería,
con su énfasis en la fraternidad, la libertad y la igualdad, se convirtió en un
espacio de reflexión y en una caja de resonancia para las ideas liberales.
El liberalismo, como ideología, no solo
buscaba la independencia de los países latinoamericanos, sino también una
reorganización total de las estructuras sociales. Los liberales querían
terminar con el poder de la Iglesia, separar el Estado de la religión y
promover una sociedad más equitativa, donde la libertad individual fuera el
principio rector. Para ellos, la educación laica y la justicia social eran
fundamentales, y veían en la democracia el mejor camino.
Por su lado, los conservadores estaban
profundamente arraigados en las estructuras sociales y políticas del período
colonial, temían que el liberalismo trajera el caos. La Iglesia y las élites terratenientes
se oponían a las reformas que los liberales impulsaban. Veían en el liberalismo
no solo una amenaza a su poder, sino también un riesgo de desorden social. Y no
era para menos: la idea de una sociedad sin las viejas jerarquías, sin la
estratificación de clases, y con una mayor libertad para los pueblos indígenas
y afrodescendientes, les parecía un sinsentido y una amenaza.
En este escenario, la transición no fue
fácil. A medida que los países latinoamericanos se independizaban, surgió la
figura del caudillo, un líder fuerte que, en muchos casos, se opuso a las ideas
liberales en favor de un orden más tradicional. Los caudillos, con su
influencia militar y popular, a menudo mantuvieron estructuras de poder
autoritarias, aunque a veces también se presentaron como protectores de la
nación frente al caos que percibían en las reformas liberales.
A lo largo de este proceso, la Masonería
en América Latina se convirtió en un símbolo de resistencia a la tiranía y de
lucha por los derechos fundamentales del individuo. A pesar de los obstáculos y
la oposición de los sectores conservadores, los Masones siguieron siendo
actores clave en los movimientos liberales y en la configuración de los nuevos
Estados.
En última instancia, la Masonería no
solo influyó en la política, sino también en la cultura y en la educación de la
región. Los ideales liberales que promovió sentaron las bases para un futuro en
el que, aunque muchos de los problemas sociales persistieron, el camino hacia
una mayor equidad y justicia ya estaba trazado. En este sentido, la Masonería
del siglo XIX que vivió Benito Juárez, no solo fue un actor político, sino
también un motor de cambio social, ayudando a América Latina a avanzar hacia la
modernidad y el progreso, siempre con la esperanza de que sus ideales puedan
transformarse en una realidad. más inclusiva para todos.
El legado de la Masonería y del
liberalismo del siglo XIX en América Latina, aunque complejo y lleno de
desafíos, sigue vivo en la región. A través de las luchas por la abolición de
las jerarquías coloniales y por la creación de repúblicas democráticas, los
ideales de libertad, igualdad y fraternidad sembraron las semillas de los
valores que aún hoy definen a muchas de las democracias latinoamericanas.
Aunque el camino estuvo marcado por conflictos sociales, caudillos y tensiones,
el esfuerzo por lograr una sociedad más inclusiva y equitativa permanece como
una de las principales aspiraciones.
Benito Juárez fue un gran líder de su
época, que se destacó con luz propia, en el siglo XIX. Que perteneció a una
pléyade de liberales latinoamericanos que soñaban con modernizar sus países,
enfrentándose al poder de la Iglesia y a las estructuras conservadoras. Eran
hombres que querían Estados más laicos, más igualitarios y con menos
privilegios. Entre ellos podemos mencionar no solo a un gigante como Juárez que
se convirtió en el gran símbolo del liberalismo mexicano y un referente
continental con las Leyes de Reforma.
En Colombia tuvimos a Tomás Cipriano de
Mosquera: Un general convertido en liberal que le quitó tierras a la Iglesia y
modernizó al país, con mano dura, y a José Hilario López que abolió la
esclavitud y promovió derechos como la libertad de culto, algo revolucionario
para la época.
En Ecuador. Eloy Alfaro lideró la
revolución que cambió al país. Creó el matrimonio civil, la educación laica y
limitó a la Iglesia.
En Argentina, Domingo Faustino Sarmiento
amaba los libros tanto como odiaba la ignorancia. Como presidente, modernizó la
educación y creó escuelas por todos lados, y también a Bartolomé Mitre, que fue
el primer presidente de una Argentina unificada y un defensor de la idea de un
país republicano y conectado con el mundo.
En Chile, José Manuel Balmaceda: No era
el típico liberal, pero hizo grandes obras públicas y se enfrentó a los
conservadores en temas de educación y desarrollo.
En Perú, Ramón Castilla abolió la
esclavitud, modernizó el ejército, apostó por la tecnología e introdujo el
telégrafo. Era pragmático, pero liberal al fin y al cabo.
En Venezuela, Antonio Guzmán Blanco reformó
casi todo lo que pudo: educación, matrimonio, libertad de culto, y le cortó las
alas al poder eclesiástico. Un verdadero liberal.
En Guatemala, Justo Rufino Barrios
impulsó reformas radicales, como la educación laica y la redistribución de
tierras, enfrentándose de lleno a la Iglesia.
Juárez fue uno de estos liberales que
soñaron con un continente más libre, moderno y justo, y dejaron un legado
enorme que sentó las bases de muchos de los derechos y libertades que hoy damos
por sentados en la región. Eran todos, hombres adelantados a su tiempo, y
valientes en sus combates contra los poderes establecidos que heredamos de la
colonia.
El legado de estos liberales del siglo
XIX no está solo en las reformas que lograron, sino también en el impulso que
dieron para que las generaciones futuras continúen luchando por un continente
más justo y libre. La educación, la equidad, la participación popular y el
respeto a los derechos humanos fueron semillas que sembraron y que continúan
siendo relevantes.
El liberalismo en América Latina en el
siglo XIX no fue algo que apareció de la noche a la mañana. Fue más bien un
revoltijo de ideas que venían de todos lados, pero que acá agarraron su propio
sabor. Por un lado, tenían a los grandes pensadores europeos como Rousseau,
Montesquieu y Locke, que hablaban de cosas como la libertad y la igualdad,
conceptos que parecían hechos a la medida para romper con el viejo sistema
colonial. Esas ideas llegaron en libros, en cartas y en conversaciones entre
gente que, en ese momento, se atrevía a imaginar algo diferente.
Después está la gran sacudida de la
Revolución Francesa. Lo que pasó en Francia mostró a todos que no había que
conformarse con lo que siempre había sido. Si ellos podían acabar con reyes y
privilegios, ¿por qué nosotros no podíamos hacer lo mismo con las castas, la
Iglesia controlándolo todo y esas estructuras que no dejaban respirar a nadie?
La independencia de Estados Unidos también jugó su parte, porque era la prueba
viva de que una colonia americana podía sacudirse del dominio extranjero y
construir algo propio.
Pero no todo fue copiar lo que se hacía
afuera. Aquí, después de las guerras de independencia, había que inventar de
cero cómo gobernarse. Y el liberalismo ofrecía una manera de hacerlo, una que
prometía libertad para todos, igualdad ante la ley y un Estado donde la Iglesia
no dictara las reglas. Era una apuesta por el cambio y por un país que mirara
al futuro en vez de quedarse atado al pasado.
En ese contexto, la Masonería jugó un
papel clave. Las logias a mediados del Siglo XIX eran como pequeños clubes
donde se hablaba de todas estas ideas. Pero no solo se hablaba: ahí se armaban
planes y se formaban alianzas. Muchos líderes liberales eran Masones, y eso les
permitió tejer redes entre países, compartir experiencias y hasta apoyarse
mutuamente.
Con el tiempo, el positivismo también
entró en escena, sobre todo con eso de enfocarse en la educación y el progreso
material. Fue como una especie de complemento práctico para los ideales
liberales, porque no bastaba con soñar con libertad e igualdad; había que
construir escuelas, carreteras y sistemas económicos que funcionaran.
Hoy, mirando hacia atrás, podemos ver
cómo, a pesar de los retrocesos y los conflictos que atravesaron los lideres
liberales decimonónicos, como Benito Juárez, lograron crear los cimientos de lo
que entendemos por democracia y ciudadanía en América Latina. No fue un camino
fácil, pero sí fue un camino necesario.
En desarrollo de todas estas ideas e
iniciativas, Juárez y todos estos liberales latinoamericanos, crearon partidos
políticos para organizar las ideas y necesidades de la gente en un sistema
democrático, como un puente entre lo que quiere la sociedad y lo que hace el
gobierno. Agruparlas con intereses y valores similares. Darles voz. Competir
por el poder para implementar sus ideas. Formar futuros líderes. Promover la
participación ciudadana. Etc.
Y para citar un puñado de casos, podemos
mencionar la creación en Colombia del Partido Liberal en 1848. En México se
agruparon durante las Leyes de Reforma y en la década de 1860 se consolidaron
en lo que después se conoció como el Partido Liberal Mexicano. En Uruguay, el
Partido Colorado nació en 1836. En Ecuador, el Partido Liberal Radical
Ecuatoriano en 1878. En Honduras, el Partido Liberal de Honduras en 1891, En Nicaragua,
el Partido Liberal Nacionalista en 1893. En Chile, el Partido Radical en 1863.
Y en El Salvador, el Partido Liberal hacia la década de 1870.
Y todo esto ocurrió porque había una
necesidad histórica muy clara y hombres que resolvieron sacrificar sus vidas
para resolverlas: después de las independencias, las naciones recién nacidas
buscaban un camino para dejar atrás las viejas estructuras coloniales. A eso se
sumaron las ideas liberales que venían de Europa y Estados Unidos, cargadas de
promesas de igualdad, libertad y progreso. Y aunque obviamente no tenían
WhatsApp ni correo electrónico, los líderes liberales de la época lograron
estar conectados. Sus ideas viajaban en cartas, libros y periódicos que
cruzaban mares y montañas, ya fuera en barcos, a caballo o en las alforjas de
algún emisario. De alguna forma, estaban todos sintonizados, compartiendo una
misma visión de cambio y modernización. Eran tiempos difíciles, pero la chispa
de esas ideas se encendía en un país y pronto llegaba a otro.
La
influencia de Benito Juárez en América Latina va mucho más allá de las
fronteras de México. Su vida y legado se convirtieron en un símbolo de lucha
por la soberanía, la justicia social y la construcción de un Estado moderno. En
un siglo marcado por el conflicto entre lo viejo y lo nuevo, entre el dominio
conservador y los ideales de progreso, Juárez representó una visión clara de lo
que podía ser una América Latina independiente, laica y republicana.
Primero,
hay que entender su papel como símbolo de resistencia. Durante la intervención
francesa, Juárez lideró la defensa de México contra el Imperio de Maximiliano,
respaldado por Napoleón III. Su victoria no fue solo un triunfo nacional, sino
un mensaje poderoso para todo el continente: América Latina no estaba condenada
a ser un patio trasero de las potencias europeas. Este acto de resistencia
inspiró a otros movimientos antiimperialistas y reafirmó la idea de que los
pueblos latinoamericanos podían y debían defender su soberanía frente a
cualquier intervención extranjera.
Pero su
legado no se limita al campo de batalla. Juárez impulsó reformas fundamentales
que transformaron a México y se convirtieron en un modelo para otros países de
la región. Las Leyes de Reforma, que separaron la Iglesia del Estado,
nacionalizaron los bienes eclesiásticos y establecieron la libertad de culto,
no solo modernizaron al país, sino que sentaron las bases de un Estado laico
que podía garantizar igualdad y libertad para todos. Estas ideas resonaron con
fuerza en otros países, donde líderes como Eloy Alfaro en Ecuador o Antonio
Guzmán Blanco en Venezuela siguieron caminos similares, enfrentándose a
estructuras conservadoras profundamente arraigadas.
Juárez
también dejó un ejemplo claro de cómo un líder puede estar comprometido con el
bien común y la justicia social. Su origen indígena y su ascenso al poder
rompieron con la idea de que el liderazgo estaba reservado para las élites
criollas. Su historia personal demostró que el progreso no debe ser un
privilegio de unos pocos, sino una meta alcanzable para toda la sociedad. Este
mensaje sigue siendo particularmente significativo en un continente donde la
desigualdad y el racismo seguían siendo enormes barreras internas de nuestras
sociedades.
En el
ámbito político, su relación pragmática con Estados Unidos marcó un precedente
importante. Aunque muchos critican las concesiones hechas a cambio de apoyo
durante la intervención francesa, no se puede negar que Juárez entendió cómo
jugar en el tablero internacional para proteger los intereses de México. Esta
capacidad de maniobra lo colocó como un estratega político de gran calibre, que
supo equilibrar los ideales con la realidad.
Por
último, su vínculo con la Masonería no es un dato menor. Como masón, Juárez participó
en una articulación doctrinal regional de líderes que compartían los valores de
igualdad, libertad y progreso. En un momento donde las logias eran espacios de
debate y formación política, su pertenencia a la Masonería ayudó a conectar su
visión con movimientos liberales de otros países, creando un sentido de
proyecto compartido para América Latina.
Benito
Juárez no fue solo un líder mexicano, sino una figura que encarnó los sueños de
una América Latina moderna, justa y soberana. Su influencia se sintió en los
movimientos liberales. Y sus luchas aún se encuentran inacabadas. Sus ideales
de Benito Juárez no son reliquias del pasado.
Benito
Juárez no es solo un nombre que suena en las clases de historia, es alguien que
todavía tiene cosas que decirnos en América Latina, y aunque nació hace más de
dos siglos, sus ideas sobre el respeto, la igualdad y un gobierno laico siguen
siendo muy actuales. Cuando lo estudiamos, nos damos cuenta de que muchas de
las cosas por las que luchó siguen siendo los temas que discutimos hoy.
Juárez
siempre defendió que el gobierno no debería estar mezclado con la religión.
Porque países como los nuestros con tantas creencias y formas de pensar no
pueden ser justos si las leyes favorecen solo a una fe. En América Latina
todavía estamos lidiando con este tema. En toda la región hay debates sobre el
aborto, los derechos de las mujeres, el matrimonio igualitario, los derechos
LGBTIQ+ y la educación sexual que terminan complicándose por la influencia de
la religión. Y esa influencia es tan grande que, incluso, ha hecho nido en algunos
sectores de la Masonería en donde ha desplazado las ideas liberales. El punto
no es quitarle espacio a nadie, sino que todos podamos convivir sin que las
creencias de unos se conviertan en leyes para otros. Juárez ya lo entendía en
el Siglo XIX.
La
famosa frase de Juárez, “El respeto al derecho ajeno es la paz”, debería estar
escrita en cada esquina de América Latina. Es simple, pero profunda. Vivimos en
una región donde las diferencias - políticas, culturales, étnicas o sociales -
terminan convirtiéndose en peleas constantes. Y lo peor es que, muchas veces,
olvidamos que detrás de esas diferencias hay personas con una dignidad que hay
que respetar por encima de cualquier otra consideración.
Este
principio no solo aplica entre países, sino también dentro de ellos. Los
pueblos indígenas que luchan por sus tierras, las mujeres que exigen igualdad y
exigen que se les respeten sus derechos, las comunidades que reclaman
respeto... Todos ellos nos recuerdan que el respeto al derecho ajeno no es un
lujo, sino una necesidad. Juárez, siendo indígena, sabía perfectamente lo que
significaba vivir en un mundo que no siempre te incluye, y si se te incluye es
en un rol subalterno y disminuido en tus derechos. Su vida es la prueba de que
sí se puede construir algo diferente.
Juárez
también se enfrentó a los poderosos de su época: invasores, dictadores y
políticos corruptos. Defendió la Constitución y las instituciones porque sabía
que, sin ellas, todo se vuelve caos. En nuestra región, seguimos viendo cómo
líderes intentan saltarse las reglas para quedarse en el poder o manejarlo a su
antojo. Juárez nos enseñó que las leyes están ahí para protegernos de eso.
Y
hablando de corrupción, que es un problema que parece no tener fin en América
Latina. Juárez era conocido por su austeridad y honestidad, algo que ya
quisiéramos ver más seguido en nuestros gobernantes. Su ejemplo nos recuerda
que la política debería ser un servicio, no un negocio.
Sus
ideas sobre el respeto, el gobierno laico y el poder bien usado en
Latinoamérica no son cosa del pasado; son herramientas que necesitamos ahora
más que nunca.
Muchas
gracias a todos mis Hermanos y Hermanas por permitirme compartir con ustedes la
celebración de este “Día de la Masonería Mexicana”.
Es mi
palabra, IILL:. HH:.
Iván
Herrera Michel
Enero 15 de 2025 (E:. V:.)