miércoles, 15 de enero de 2025

BENITO JUÁREZ EN EL ÁMBITO LATINOAMERICANO

Gracias por acompañarme, algunos al filo de la medianoche en el sur del continente, en esta reunión en la que celebraremos el “Día de la Masonería en México”. Un país del que me honro de tener grandes Hermanos y Hermanas desde hace ya muchos años, entre ellos, mi muy Q:. y admirada H:. Carmina, de mi alta consideración y aprecio fraternal y personal.
      
Para mí es un honor como colombiano poder participar en el “Día de la Masonería Mexicana” en esta programación especial del Supremo Consejo de la Confederación Masónica Mexicana, que conmemora y recuerda el 15 de enero de 1847 en que el Presidente Benito Juárez ingreso a la RLS.: Independencia No. 2 del Rito Nacional Mexicano.
       
Mi país siempre ha rendido un culto de admiración y aprecio a las ideas liberales de Benito Juárez. De hecho, el General y Presidente colombiano, héroe de nuestra independencia, José María Melo, fue apresado en combate y asesinado en Chiapas, México, cuando en 1860 apoyaba la causa juarista. Posteriormente, por decreto del Congreso de la República de los Estados Unidos de Colombia, del 2 de mayo de 1865, se declaró a Juárez “Benemérito de las Américas”. Que es una expresión admirativa con la que hoy se le conoce en todas partes, y se ordenó fijar un cuadro suyo en la Biblioteca Nacional.
                   
Juárez fue para Latinoamérica un destacado e influyente dirigente liberal de su época.
          
En el siglo XIX, América Latina vivió una época de profundas transformaciones, en gran parte inspiradas por las ideas liberales que llegaron desde Europa, especialmente tras la Revolución Francesa. Estas ideas de libertad, igualdad y soberanía popular se fueron sembrando en la región, alimentadas por un espíritu de cambio que pedía a gritos el fin del dominio colonial. En ese contexto, la Masonería jugó un papel crucial. Los Masones, muchos de ellos influenciados por los ideales de la Ilustración, fueron defensores de un proyecto de repúblicas libres y democráticas. La Masonería, con su énfasis en la fraternidad, la libertad y la igualdad, se convirtió en un espacio de reflexión y en una caja de resonancia para las ideas liberales.
                    
El liberalismo, como ideología, no solo buscaba la independencia de los países latinoamericanos, sino también una reorganización total de las estructuras sociales. Los liberales querían terminar con el poder de la Iglesia, separar el Estado de la religión y promover una sociedad más equitativa, donde la libertad individual fuera el principio rector. Para ellos, la educación laica y la justicia social eran fundamentales, y veían en la democracia el mejor camino.
                     
Por su lado, los conservadores estaban profundamente arraigados en las estructuras sociales y políticas del período colonial, temían que el liberalismo trajera el caos. La Iglesia y las élites terratenientes se oponían a las reformas que los liberales impulsaban. Veían en el liberalismo no solo una amenaza a su poder, sino también un riesgo de desorden social. Y no era para menos: la idea de una sociedad sin las viejas jerarquías, sin la estratificación de clases, y con una mayor libertad para los pueblos indígenas y afrodescendientes, les parecía un sinsentido y una amenaza.
                      
En este escenario, la transición no fue fácil. A medida que los países latinoamericanos se independizaban, surgió la figura del caudillo, un líder fuerte que, en muchos casos, se opuso a las ideas liberales en favor de un orden más tradicional. Los caudillos, con su influencia militar y popular, a menudo mantuvieron estructuras de poder autoritarias, aunque a veces también se presentaron como protectores de la nación frente al caos que percibían en las reformas liberales.  
                    
A lo largo de este proceso, la Masonería en América Latina se convirtió en un símbolo de resistencia a la tiranía y de lucha por los derechos fundamentales del individuo. A pesar de los obstáculos y la oposición de los sectores conservadores, los Masones siguieron siendo actores clave en los movimientos liberales y en la configuración de los nuevos Estados.
                          
En última instancia, la Masonería no solo influyó en la política, sino también en la cultura y en la educación de la región. Los ideales liberales que promovió sentaron las bases para un futuro en el que, aunque muchos de los problemas sociales persistieron, el camino hacia una mayor equidad y justicia ya estaba trazado. En este sentido, la Masonería del siglo XIX que vivió Benito Juárez, no solo fue un actor político, sino también un motor de cambio social, ayudando a América Latina a avanzar hacia la modernidad y el progreso, siempre con la esperanza de que sus ideales puedan transformarse en una realidad. más inclusiva para todos.
                       
El legado de la Masonería y del liberalismo del siglo XIX en América Latina, aunque complejo y lleno de desafíos, sigue vivo en la región. A través de las luchas por la abolición de las jerarquías coloniales y por la creación de repúblicas democráticas, los ideales de libertad, igualdad y fraternidad sembraron las semillas de los valores que aún hoy definen a muchas de las democracias latinoamericanas. Aunque el camino estuvo marcado por conflictos sociales, caudillos y tensiones, el esfuerzo por lograr una sociedad más inclusiva y equitativa permanece como una de las principales aspiraciones.
                         
Benito Juárez fue un gran líder de su época, que se destacó con luz propia, en el siglo XIX. Que perteneció a una pléyade de liberales latinoamericanos que soñaban con modernizar sus países, enfrentándose al poder de la Iglesia y a las estructuras conservadoras. Eran hombres que querían Estados más laicos, más igualitarios y con menos privilegios. Entre ellos podemos mencionar no solo a un gigante como Juárez que se convirtió en el gran símbolo del liberalismo mexicano y un referente continental con las Leyes de Reforma.
                    
En Colombia tuvimos a Tomás Cipriano de Mosquera: Un general convertido en liberal que le quitó tierras a la Iglesia y modernizó al país, con mano dura, y a José Hilario López que abolió la esclavitud y promovió derechos como la libertad de culto, algo revolucionario para la época.
                     
En Ecuador. Eloy Alfaro lideró la revolución que cambió al país. Creó el matrimonio civil, la educación laica y limitó a la Iglesia.
                            
En Argentina, Domingo Faustino Sarmiento amaba los libros tanto como odiaba la ignorancia. Como presidente, modernizó la educación y creó escuelas por todos lados, y también a Bartolomé Mitre, que fue el primer presidente de una Argentina unificada y un defensor de la idea de un país republicano y conectado con el mundo.
                            
En Chile, José Manuel Balmaceda: No era el típico liberal, pero hizo grandes obras públicas y se enfrentó a los conservadores en temas de educación y desarrollo.
                       
En Perú, Ramón Castilla abolió la esclavitud, modernizó el ejército, apostó por la tecnología e introdujo el telégrafo. Era pragmático, pero liberal al fin y al cabo.
                        
En Venezuela, Antonio Guzmán Blanco reformó casi todo lo que pudo: educación, matrimonio, libertad de culto, y le cortó las alas al poder eclesiástico. Un verdadero liberal.
                      
En Guatemala, Justo Rufino Barrios impulsó reformas radicales, como la educación laica y la redistribución de tierras, enfrentándose de lleno a la Iglesia.
                      
Juárez fue uno de estos liberales que soñaron con un continente más libre, moderno y justo, y dejaron un legado enorme que sentó las bases de muchos de los derechos y libertades que hoy damos por sentados en la región. Eran todos, hombres adelantados a su tiempo, y valientes en sus combates contra los poderes establecidos que heredamos de la colonia.
                           
El legado de estos liberales del siglo XIX no está solo en las reformas que lograron, sino también en el impulso que dieron para que las generaciones futuras continúen luchando por un continente más justo y libre. La educación, la equidad, la participación popular y el respeto a los derechos humanos fueron semillas que sembraron y que continúan siendo relevantes.
              
El liberalismo en América Latina en el siglo XIX no fue algo que apareció de la noche a la mañana. Fue más bien un revoltijo de ideas que venían de todos lados, pero que acá agarraron su propio sabor. Por un lado, tenían a los grandes pensadores europeos como Rousseau, Montesquieu y Locke, que hablaban de cosas como la libertad y la igualdad, conceptos que parecían hechos a la medida para romper con el viejo sistema colonial. Esas ideas llegaron en libros, en cartas y en conversaciones entre gente que, en ese momento, se atrevía a imaginar algo diferente.
                         
Después está la gran sacudida de la Revolución Francesa. Lo que pasó en Francia mostró a todos que no había que conformarse con lo que siempre había sido. Si ellos podían acabar con reyes y privilegios, ¿por qué nosotros no podíamos hacer lo mismo con las castas, la Iglesia controlándolo todo y esas estructuras que no dejaban respirar a nadie? La independencia de Estados Unidos también jugó su parte, porque era la prueba viva de que una colonia americana podía sacudirse del dominio extranjero y construir algo propio.
                     
Pero no todo fue copiar lo que se hacía afuera. Aquí, después de las guerras de independencia, había que inventar de cero cómo gobernarse. Y el liberalismo ofrecía una manera de hacerlo, una que prometía libertad para todos, igualdad ante la ley y un Estado donde la Iglesia no dictara las reglas. Era una apuesta por el cambio y por un país que mirara al futuro en vez de quedarse atado al pasado.
                           
En ese contexto, la Masonería jugó un papel clave. Las logias a mediados del Siglo XIX eran como pequeños clubes donde se hablaba de todas estas ideas. Pero no solo se hablaba: ahí se armaban planes y se formaban alianzas. Muchos líderes liberales eran Masones, y eso les permitió tejer redes entre países, compartir experiencias y hasta apoyarse mutuamente.
                   
Con el tiempo, el positivismo también entró en escena, sobre todo con eso de enfocarse en la educación y el progreso material. Fue como una especie de complemento práctico para los ideales liberales, porque no bastaba con soñar con libertad e igualdad; había que construir escuelas, carreteras y sistemas económicos que funcionaran.
                              
Hoy, mirando hacia atrás, podemos ver cómo, a pesar de los retrocesos y los conflictos que atravesaron los lideres liberales decimonónicos, como Benito Juárez, lograron crear los cimientos de lo que entendemos por democracia y ciudadanía en América Latina. No fue un camino fácil, pero sí fue un camino necesario.
                           
En desarrollo de todas estas ideas e iniciativas, Juárez y todos estos liberales latinoamericanos, crearon partidos políticos para organizar las ideas y necesidades de la gente en un sistema democrático, como un puente entre lo que quiere la sociedad y lo que hace el gobierno. Agruparlas con intereses y valores similares. Darles voz. Competir por el poder para implementar sus ideas. Formar futuros líderes. Promover la participación ciudadana. Etc.
                          
Y para citar un puñado de casos, podemos mencionar la creación en Colombia del Partido Liberal en 1848. En México se agruparon durante las Leyes de Reforma y en la década de 1860 se consolidaron en lo que después se conoció como el Partido Liberal Mexicano. En Uruguay, el Partido Colorado nació en 1836. En Ecuador, el Partido Liberal Radical Ecuatoriano en 1878. En Honduras, el Partido Liberal de Honduras en 1891, En Nicaragua, el Partido Liberal Nacionalista en 1893. En Chile, el Partido Radical en 1863. Y en El Salvador, el Partido Liberal hacia la década de 1870.
                               
Y todo esto ocurrió porque había una necesidad histórica muy clara y hombres que resolvieron sacrificar sus vidas para resolverlas: después de las independencias, las naciones recién nacidas buscaban un camino para dejar atrás las viejas estructuras coloniales. A eso se sumaron las ideas liberales que venían de Europa y Estados Unidos, cargadas de promesas de igualdad, libertad y progreso. Y aunque obviamente no tenían WhatsApp ni correo electrónico, los líderes liberales de la época lograron estar conectados. Sus ideas viajaban en cartas, libros y periódicos que cruzaban mares y montañas, ya fuera en barcos, a caballo o en las alforjas de algún emisario. De alguna forma, estaban todos sintonizados, compartiendo una misma visión de cambio y modernización. Eran tiempos difíciles, pero la chispa de esas ideas se encendía en un país y pronto llegaba a otro.
                          
La influencia de Benito Juárez en América Latina va mucho más allá de las fronteras de México. Su vida y legado se convirtieron en un símbolo de lucha por la soberanía, la justicia social y la construcción de un Estado moderno. En un siglo marcado por el conflicto entre lo viejo y lo nuevo, entre el dominio conservador y los ideales de progreso, Juárez representó una visión clara de lo que podía ser una América Latina independiente, laica y republicana.
                    
Primero, hay que entender su papel como símbolo de resistencia. Durante la intervención francesa, Juárez lideró la defensa de México contra el Imperio de Maximiliano, respaldado por Napoleón III. Su victoria no fue solo un triunfo nacional, sino un mensaje poderoso para todo el continente: América Latina no estaba condenada a ser un patio trasero de las potencias europeas. Este acto de resistencia inspiró a otros movimientos antiimperialistas y reafirmó la idea de que los pueblos latinoamericanos podían y debían defender su soberanía frente a cualquier intervención extranjera.
                           
Pero su legado no se limita al campo de batalla. Juárez impulsó reformas fundamentales que transformaron a México y se convirtieron en un modelo para otros países de la región. Las Leyes de Reforma, que separaron la Iglesia del Estado, nacionalizaron los bienes eclesiásticos y establecieron la libertad de culto, no solo modernizaron al país, sino que sentaron las bases de un Estado laico que podía garantizar igualdad y libertad para todos. Estas ideas resonaron con fuerza en otros países, donde líderes como Eloy Alfaro en Ecuador o Antonio Guzmán Blanco en Venezuela siguieron caminos similares, enfrentándose a estructuras conservadoras profundamente arraigadas.
                          
Juárez también dejó un ejemplo claro de cómo un líder puede estar comprometido con el bien común y la justicia social. Su origen indígena y su ascenso al poder rompieron con la idea de que el liderazgo estaba reservado para las élites criollas. Su historia personal demostró que el progreso no debe ser un privilegio de unos pocos, sino una meta alcanzable para toda la sociedad. Este mensaje sigue siendo particularmente significativo en un continente donde la desigualdad y el racismo seguían siendo enormes barreras internas de nuestras sociedades.
                                
En el ámbito político, su relación pragmática con Estados Unidos marcó un precedente importante. Aunque muchos critican las concesiones hechas a cambio de apoyo durante la intervención francesa, no se puede negar que Juárez entendió cómo jugar en el tablero internacional para proteger los intereses de México. Esta capacidad de maniobra lo colocó como un estratega político de gran calibre, que supo equilibrar los ideales con la realidad.
                          
Por último, su vínculo con la Masonería no es un dato menor. Como masón, Juárez participó en una articulación doctrinal regional de líderes que compartían los valores de igualdad, libertad y progreso. En un momento donde las logias eran espacios de debate y formación política, su pertenencia a la Masonería ayudó a conectar su visión con movimientos liberales de otros países, creando un sentido de proyecto compartido para América Latina.
                              
Benito Juárez no fue solo un líder mexicano, sino una figura que encarnó los sueños de una América Latina moderna, justa y soberana. Su influencia se sintió en los movimientos liberales. Y sus luchas aún se encuentran inacabadas. Sus ideales de Benito Juárez no son reliquias del pasado.
                            
Benito Juárez no es solo un nombre que suena en las clases de historia, es alguien que todavía tiene cosas que decirnos en América Latina, y aunque nació hace más de dos siglos, sus ideas sobre el respeto, la igualdad y un gobierno laico siguen siendo muy actuales. Cuando lo estudiamos, nos damos cuenta de que muchas de las cosas por las que luchó siguen siendo los temas que discutimos hoy.
                               
Juárez siempre defendió que el gobierno no debería estar mezclado con la religión. Porque países como los nuestros con tantas creencias y formas de pensar no pueden ser justos si las leyes favorecen solo a una fe. En América Latina todavía estamos lidiando con este tema. En toda la región hay debates sobre el aborto, los derechos de las mujeres, el matrimonio igualitario, los derechos LGBTIQ+ y la educación sexual que terminan complicándose por la influencia de la religión. Y esa influencia es tan grande que, incluso, ha hecho nido en algunos sectores de la Masonería en donde ha desplazado las ideas liberales. El punto no es quitarle espacio a nadie, sino que todos podamos convivir sin que las creencias de unos se conviertan en leyes para otros. Juárez ya lo entendía en el Siglo XIX.
                                     
La famosa frase de Juárez, “El respeto al derecho ajeno es la paz”, debería estar escrita en cada esquina de América Latina. Es simple, pero profunda. Vivimos en una región donde las diferencias - políticas, culturales, étnicas o sociales - terminan convirtiéndose en peleas constantes. Y lo peor es que, muchas veces, olvidamos que detrás de esas diferencias hay personas con una dignidad que hay que respetar por encima de cualquier otra consideración.
                          
Este principio no solo aplica entre países, sino también dentro de ellos. Los pueblos indígenas que luchan por sus tierras, las mujeres que exigen igualdad y exigen que se les respeten sus derechos, las comunidades que reclaman respeto... Todos ellos nos recuerdan que el respeto al derecho ajeno no es un lujo, sino una necesidad. Juárez, siendo indígena, sabía perfectamente lo que significaba vivir en un mundo que no siempre te incluye, y si se te incluye es en un rol subalterno y disminuido en tus derechos. Su vida es la prueba de que sí se puede construir algo diferente.
                            
Juárez también se enfrentó a los poderosos de su época: invasores, dictadores y políticos corruptos. Defendió la Constitución y las instituciones porque sabía que, sin ellas, todo se vuelve caos. En nuestra región, seguimos viendo cómo líderes intentan saltarse las reglas para quedarse en el poder o manejarlo a su antojo. Juárez nos enseñó que las leyes están ahí para protegernos de eso.
                             
Y hablando de corrupción, que es un problema que parece no tener fin en América Latina. Juárez era conocido por su austeridad y honestidad, algo que ya quisiéramos ver más seguido en nuestros gobernantes. Su ejemplo nos recuerda que la política debería ser un servicio, no un negocio.
                                  
Sus ideas sobre el respeto, el gobierno laico y el poder bien usado en Latinoamérica no son cosa del pasado; son herramientas que necesitamos ahora más que nunca.
 
Muchas gracias a todos mis Hermanos y Hermanas por permitirme compartir con ustedes la celebración de este “Día de la Masonería Mexicana”. 
            
Es mi palabra, IILL:. HH:.
           
Iván Herrera Michel
 Enero 15 de 2025 (E:. V:.)

                               

                                  

No hay comentarios: