martes, 29 de abril de 2025

LA C.M.I. EN LA ENCRUCIJADA JUDICIAL.

CUANDO DAR UN PASO AL COSTADO ES UN ACTO DE RESPONSABILIDAD

Por Iván Herrera Michel

       
Era previsible que el escándalo judicial que estalló en México, en los primeros días de abril de 2025, contra directivos de la Confederación Masónica Interamericana (CMI) desbordara el cerco informativo del sector masculino de la Orden y circulara ampliamente en otras ramas de la Masonería. Y que, además, la expusiera a un escarnio público innecesario que apenas comienza.
                
Y no era para menos. Según han publicado medios de prensa y electrónicos (macronews, PressReader, Luces del Siglo, Milenio, Sol Quintana Roo, el Oriente de México, Enfoque Noticias, Denuncia Península, El Despertador de Quintana Roo, Yahoo, X, Etc.), la Fiscalía General del Estado de Quintana Roo, en México, adelanta una investigación penal contra el Presidente y el Secretario Ejecutivo de la Confederación Masónica Interamericana (CMI), por los presuntos delitos de extorsión, amenazas, intimidación y corrupción. Lo que ha sido confirmado por las comunicaciones públicas con las que los implicados han buscado explicar los hechos y el contexto en que sucedieron. Y de paso, presentarlos como surgidos de un conflicto interno, entre una Gran Logia miembro y la Confederación misma, por la violación de sus Estatutos, que nunca ha debido desbordarse al exterior.
                     
De ser ciertas las divulgaciones de los medios, la reacción de los afectados - huir apresuradamente de México para evadir la captura - no solo añadió espectacularidad al caso, sino que llevó a la Fiscalía, según la prensa, a declarar formalmente acreditado el delito de extorsión y, de paso, al tratarse de un ilícito que se persigue de oficio, declararlos prófugos de la justicia.
                       
Visto lo anterior, aquí se plantean dos planos fundamentales para una crítica seria. El primero es jurídico y estatutario. Nadie sensato pone en duda la importancia de la presunción de inocencia como piedra angular del Estado de Derecho. Pero ese principio, si se convierte en un pretexto para mantener a toda costa posiciones de poder frente a acusaciones de supuestos delitos graves que comprometen el buen nombre de la Masonería, a la par de que es una garantía de la justicia pasa a ser también un escudo para la insensibilidad frente al daño que se causa a la Orden.
                        
El segundo plano es institucional y de sentido común La Masonería ha buscado históricamente presentarse como una escuela de virtud, un espacio en donde se cultivan la ética, el deber y la decencia. Permitir que sus altos directivos, siendo investigados por presuntos delitos incompatibles con ese ideal, continúen en sus funciones no es neutralidad institucional: es connivencia y una forma de declarar, tácitamente, que los cargos valen más que la virtud que se pregona.
                      
Algunos defenderán que lo correcto es esperar al fallo judicial. Pero en los casos en donde está en juego la imagen de una comunidad entera, y no solo la suerte de dos personas, el juicio ético debe adelantarse al legal. No se trata de condenar anticipadamente, sino de evitar que la institucionalidad se hunda en una lógica en donde el prestigio de la Orden se sacrifica.
                    
La renuncia de estos dirigentes es un imperativo ético y no debe ser vista como una concesión a la presión mediática, sino como un acto de mínima decencia. Una declaración silenciosa, pero potente, de que la integridad pesa más que el sillón. Que la Masonería no puede permitirse la indiferencia frente al escándalo, porque el silencio también habla, y acostumbra hacerlo fuerte.
                     
En tiempos en donde tantas estructuras se derrumban por su negativa a asumir responsabilidades, el gesto de retirarse dignamente podría marcar una diferencia. No se les pide que se declaren culpables. En lo personal, les deseo mucha suerte en sus defensas en los estrados judiciales.

Se les pide que sean responsables con la Orden. Que le eviten más daños. Que entiendan que el liderazgo, cuando se ve comprometido por la sospecha, no se defiende desde la trinchera del cargo, sino desde la altura moral de saber dar un paso al costado, y que permitan que alguien más, ajeno al proceso penal, se encargue de conducir la nave en medio de la tormenta.
              
Más allá de la legalidad, la verdadera grandeza no está en resistir a toda costa, sino en saber retirarse a tiempo para salvar lo que más importa.
                    
                    
                           
 

 

jueves, 24 de abril de 2025

FRANCISCO LLEGA AL CIELO CON EL MATE BAJO EL BRAZO

 Por Iván Herrera Michel
 
Lo cierto, es que al Papa Francisco no le organizaron en el cielo una encantadora reunión de bienvenida.
 
En un salón decorado con columnas, incienso suave, vino de la Toscana, una mesa de billar y un televisor, que llamaban entre risas, "El purgatorio VIP", sentados en un sofá largo con bordes dorados y rojos, lo esperaban los últimos cinco Papas que le precedieron: el reformista Juan XXIII, el equilibrista Pablo VI, el breve Juan Pablo I, el rockstar Juan Pablo II y el frio y doctrinario Benedicto XVI. Todos vestidos de blanco y cada quien con su propio estilo: había con sandalias rojas, con birrete, con crocs, y uno con unos zapatos alemanes perfectamente lustrados como le enseñaron los militares en su niñez.
 
“¿Y entonces? ¿Cuándo llega el argentino?” - preguntó Juan Pablo I, el de la sonrisa eterna.
 
“Dale tiempo, dijo Pablo VI, seguro viene a pie. O en bicicleta. Uno nunca sabe con estos curitas de barrio”.
 
En ese momento, se abrió una nube corrediza y entró Francisco I, con maleta de lona, sus zapatos viejos, su mate, su cruz de hierro y una camiseta con el 10 de Argentina “¡Che!  ¿A quién hay que abrazar primero? Qué gusto verlos, viejos. ¿Cómo los trata la eternidad?", dijo en plan de gaucho, a lo Martín Fierro, sin besar anillos ni pedir bendición.
 
Juan Pablo II fue el primero en sobreponerse. El político carismático que llenaba estadios. Lo abrazó con afecto con esa sonrisa de "yo también pasé por esto", y murmuró algo sobre “tener que lidiar con el comunismo y con ciertos progresistas con ideas peligrosas” mientras le lanzaba una mirada de reojo a Juan XXIII, el Papa bueno.
 
Benedicto siguió sentado, impecable, como si la renuncia no le hubiera quitado ni un pliegue a su sotana. Saludó con un gesto breve con la mano y Francisco recordó los documentos sellados, y las sombras largas que venían desde los Legionarios. Solo le lanzó una mirada pícara de “tranquilo que tú sabías, y yo también”. Benedicto, sin inmutarse, deslizó: “No todos tienen el valor de renunciar cuando ven que el rebaño ya no obedece. Ni siquiera el Espíritu Santo”, mientras cruzaba los dedos.
 
Juan Pablo I, con su cara de “que conste que contra esto era lo que yo iba a firmar”, se limitó a asentir. Todos siempre han evitado el tema de su muerte exprés. Mejor dejar eso en el misterio, como los dogmas. Aunque, al escuchar las palabras de Benedicto, murmuró con ironía: “unos renuncian porque se cansan, y otros apenas si pudimos sentarnos en la silla. Yo pensaba que ser Papa era más como dar catequesis”.
 
Juan XXIII estaba más relajado, todavía con esa confianza ingenua en el "aggiornamento" bromeó con Francisco sobre abrir ventanas en las habitaciones cerradas por siglos. Francisco se río: “las abrí, pero alguien se encargó de poner rejas y con los aires nuevos solo entró el polvo”. Todos rieron, menos Pablo VI, que se mantenía en silencio, con ese aire de quien caminó sobre el filo de la navaja entre la renovación y el “mejor no tocar”.
 
Juan XXIII, aun sonriendo, le dijo: “Lo intentamos, pero entre los que querían dejarlo todo como estaba, y los que preferían mirar a otro lado, el aire no duró mucho.”
 
Y entonces, apareció Judas. Cero dramatismos. Saludó en confianza, se sirvió un expreso y se sentó como si tal cosa. Todos lo miraron, algunos incómodos, otros con resignación. “Bueno, ¿Y ahora qué? ¿A quién le toca cargar la culpa esta vez? Ya me están diciendo que a la Silla de San Pedro, deberían ponerle la Silla de Judas”
 
Francisco, que ya se había soltado la faja, preguntó por un vino mendocino y le dijo a Judas: “nos tocó a todos, viejo. Tú solo fuiste el primero en mostrar la fractura.” Luego añadió, con una media sonrisa mirando a Pablo VI: “Aunque algunos la taparon con encíclicas”.
 
Silencio. Un silencio denso, lleno de informes archivados, de reformas a medias, de declaraciones diplomáticas que olvidaron a la gente de a pie. Tampoco nadie mencionó - por pura cortesía pontifical - que en vida todos, en algún momento, habían condenado a los mismos: a los que amaban diferente, a los que pensaban libre y a los que se reunían en Logias.
 
Ahí estaban seis pontífices. Cuando Francisco mencionó a los migrantes, el hambre, la Amazonía y los curas con doble vida, el ambiente se tensó como una cuerda de violín. Benedicto hizo un gesto de resignación teológica. Juan Pablo II miró al cielo del cielo (también existe) con todo su conservadurismo teológico bien vendido. Juan XXIII se puso de pie.
 
En ese momento, Pablo VI suspiró. El mismo que había intentado modernizar sin romper nada, como quien quiere caminar sobre un campo minado. “No todo se arregla abrazando a los pobres – dijo - a veces también hay que leer a Santo Tomás. Te pasaste de populista”.
 
“¿Populista o pastoral?” - saltó Francisco, mientras se acomodaba en su silla -.” A veces también hay que leer el periódico. Al final, todos creímos que podíamos mover la piedra. Y resulta que la piedra es la institución. No me pidan lealtad a una institución. Pídanme, amor por los que sangran”, sentenció con ese tono de párroco que se ha peleado con el dogma y el Obispo, y ha perdido.
 
Benedicto XVI se aclaró la garganta como quien prepara una tesis en latín, pero al final solo dijo: “Has confundido misericordia con relativismo. El cielo no es una cooperativa. Yo cuidé la estructura, mientras otros jugaban al incendio”.
 
Juan Pablo I, el Papa de los 33 días, parecía el único genuinamente divertido con todo aquello. “Tranquilo - se dijo - en el fondo, Dios también tiene sentido del humor. Solo que no siempre lo publica”.
 
Judas sonrió pensando: “al menos yo no prometí cambiar el mundo en homilías para después negociar con los de siempre. Todos dijeron 'yo no fui' y yo fui el único honesto. Los vi llorar, pero nunca pedir perdón. Los políticos también escribieron su evangelio. Lutero tenía algo de razón y, por lo menos, ninguno es Masón como inventaron los Masones”
 
Mientras esto pasaba, allá abajo, en una Roma que parecía una superproducción de Hollywood, los cardenales libraban batallas por el trono y el altar, y estaban enfrascado en un Juego de Tronos cardenalicio. Había favoritos, rumores, apuestas y deslizaban chismes por debajo de la puerta. Como siempre. La Iglesia en modo campaña. Algunos rezaban, otros enviaban mensajes cifrados. Nadie confiaba en nadie, pero todos hablaban de unidad, de favoritos, de alianzas y rupturas, de candidaturas públicas y de otras mal disimuladas. Entretanto, el rebaño, fascinado como siempre, miraba la televisión esperando un pastor. Y, en el colmo del racismo, los medios propagaban la versión de que si elegían al negro el mundo se acababa.
 
Y así, en esa noche de Papas, se habló de fe, de poder y de ese extraño hábito muy humano de convertir todo lo sagrado en institución. Fue una noche larga. Judas brindó primero: “A la salud de la próxima Santidad que venga a arreglar este lío, y para que, entre tanto concilio, alguien alguna vez se parezca a Jesús”.
 
Francisco alzó la copa mirando a Benedicto: “Y que al menos tenga buen sentido del humor.” Y luego a Juan Pablo II añadiendo casi entre dientes: “Y que no tenga más ínfulas de rockstar que Madonna”.
 
Juan Pablo II, que bendijo estadios llenos y gobiernos vacíos, lo miró de reojo, y le dijo algo así como que estaba llevando la barca de Pedro por aguas agitadas, y Francisco, que sabe que las aguas turbias no siempre son culpa del remero, respondió con una sonrisa que se quedó en los ojos. Que es en donde se esconde la ironía de los que han visto demasiado.
 
Benedicto XVI, desde su trono académico de teología minuciosa, observaba al recién llegado como quien examina un libro mal editado, lleno de renglones torcidos y notas al pie que contradicen el texto principal, y murmuró, acaso sin quererlo, que la doctrina no se reescribe en las plazas de mercado ni con metáforas sobre ovejas y lobos, y Francisco, que se había gastado sus zapatos sin marcas caminando por las barriadas pobres de Latinoamérica, respondió que tal vez la doctrina, como el pan, también necesita amasarse con manos que no se lavan.
 
Y así, entre silencios densos, tensiones doctrinales, indirectas y reflexiones, los Papas se quedaron hablando de una Iglesia, de la que en dos milenios no se ha podido saber si es madre, empresa o castillo. Sin báculos ni coros, dejaron constancia de lo que nunca dijeron en los balcones, y de que los Masones y los gays seguirán siendo tema de homilías porque resulta más cómodo hablar de ellos que mirar el espejo.
 
Por último, levantaron sus copas y volvieron a brindar por el próximo Papa, y se rieron como nunca lo hicieron en vida, en una noche en que Judas sirvió el vino y los pastores, abstraídos, olvidaron a las ovejas mientras hablaban como dioses.
 
Y esta vez, Judas no brindó.

 

lunes, 21 de abril de 2025

SEMANA SANTA: EL BESO QUE NO ENTENDIERON

Por Iván Herrera Michel  

                                                  MIERCOLES
 
Bien miradas las cosas, los cristianos conmemoran un episodio ejemplar de ética pública: un soborno a puerta cerrada entre Judas y los sacerdotes, digno de cualquier manual contemporáneo de corrupción. Al que siguió una clase magistral de manipulación democrática: el pueblo eligió - ¡por aclamación! - liberar a un presunto delincuente en lugar de a un presunto inocente. Una vez más cuando se trató de elegir entre justicia y espectáculo, ya sabemos por cuál se inclinó la mayoría. ¿La moral? Naturalmente ausente, pero con excusa. Normal. Al menos Judas, tuvo la decencia de arrepentirse... y los sacerdotes todavía hoy conmemoran lo que hicieron como si la cosa no fuera por ellos.
 
JUEVES
 
Es una historia interesante. En este día los cristianos conmemoran la cena en el piso superior de una casa que no se sabe bien de quien era, en la que Jesucristo se reunió con sus más fieles amigos (de esos que venden al jefe, niegan conocerlo y corren a esconderse cuando comienzan los problemas), para inventar la misa, que es un sicodrama que ha generado interminables debates teológicos, grandes corporaciones religiosas y magníficas cenas masónicas.
 
Y precisamente, en esas estaba cuando, entre vino y vino, aprovechó para "echar al agua" a su traidor con un elegante pasivo - agresivo, nivel mesías, “al que yo le dé el bocado de pan”, qué le dio mojado en salsa a Judas, el único del que era paisano. Los demás eran de Galilea. Lo cual demuestra que no hay cuña que más apriete que la del mismo palo.
 
En la segunda parte de la historia, lo encontramos en un huerto en donde el del pan con salsa hizo entrada triunfal con unos soldados, beso incluido, nivel Q:. H:., mientras Pedro, que era un costeño del mar de Galilea, en medio del tropelìn, alcanzó a cortarle una oreja a un empleado de confianza del jefe de los sacerdotes, que seguro lo mandó para ver si se había hecho bien el trabajo y ya se podía pagar, en una puesta en escena que hasta Shakespeare hubiera aplaudido de pie.
 
Al darse cuenta Jesucristo, no queriendo más líos de los que ya tenía encima, curó al de la oreja, le dijo al costeño "cógela suave" y mostró una calma muy zen que dejó todo preparado para el clímax del próximo capitulo del viernes, como hacen los de Netflix.
 
Pero no voy a hacer spoiler en un tema que, por lo pronto, se presta para revisar como funcionan los grupos y los roles internos constructivos y disfuncionales de sus miembros, aunque estén integrados por gente libre y de buenas costumbres.
 
VIERNES
 
Es el día para recordar el episodio más crudo del drama principal. Jesucristo es traicionado con un beso, arrestado por soldados enviados por quienes no querían ensuciarse las manos, juzgado por quienes se las lavaron y condenado democráticamente, con todas las legalidades del caso.
 
De lejos se ve que le tenían ganas de tomarlo preso y todo ocurrió muy rápido. Lo hacen casi a la medianoche, el Sanedrín se reúne extraordinariamente antes de las 3 de la madrugada y, ya debidamente procesado y condenado, lo envían a donde Pilatos como a las 5 de la mañana, quien a su vez manda la papa caliente a Herodes, que, ni bobo que fuera, se la devuelve. Entonces, reúne al pueblo en tiempo récord, hace un plebiscito exprés, se lava las manos, suelta a Barrabás, lo pone a cargar una cruz por unos 600 metros y lo crucifica a las 9 de la mañana. Y como si le faltara un drama más a Pilatos, mientras estaba en esas carreras con el agua al cuello, a Judas se le dio por ahorcarse.
 
La soledad en la tragedia no podía ser mayor. Aparte de Juán, los amigos con quienes había bebido y comido la noche anterior, desaparecieron como por encanto y al pobre hombre solo lo acompañaron cuatro Marías (la Virgen, la Magdalena, la mujer de Cleofás y la mamá de Santiago el menor) sin títulos, sin púlpitos y sin miedo. Punto para las mujeres y rechiflas para los hombres.
 
Finalmente muere a las 3 de la tarde cuando, en medio de unos efectos especiales dignos de James Cameron, el velo del templo se rasgó, la tierra tembló, cayó un aguacero (según Hollywood) y se abrieron las tumbas. Cuando escampó, dos de los del Sanedrín que lo condenaron lo bajaron de la cruz con una escalera y una cuerda, y lo enterraron en una tumba a la que le pusieron un sello oficial, custodiada por una guardia armada de un mínimo de 4 soldados, por orden de Pilatos, para prevenir que se robaran el cadáver y alteraran el orden público, que era lo que más le preocupaba en esos momentos de efervescencia y calor, como diría un cachaco gomelo en Bogotá muchos años después casi frente al pelotón de fusilamiento. El ambiente estaba tenso y el aire se podía cortar con un cuchillo.
 
Pilatos había cumplido con lo que consideraba un deber político: mantener la calma, evitar disturbios y proteger su cargo. Se lavó las manos creyendo que eso bastaría para pasar de agache, pero hay decisiones que, aunque parezcan inevitables, marcan a quien las toma para siempre.
 
SABADO
 
Y llegan los cristianos al Sábado, ese día en que todo el mundo guarda silencio porque nadie sabe qué hacer ni que decir ante el "ya no está". El alboroto del viernes se ha apagado y los poderosos están contentos. Misión cumplida. Jesucristo está muerto, los discípulos siguen brillando por su ausencia, las mujeres lloran, los hombres callan, las autoridades respiran aliviadas pero alertas, el pueblo murmura, las viejas visten de luto, las campanas no suenan y la esperanza parece perdida.
 
También es el día para preguntarse en qué momento todo se torció, y revisar la última conversación, el último gesto, el último error. No hay ritual, solo el incómodo vacío porque nadie sabe cuando las cosas se salieron de control o si alguien olvidó pasar una página o cerrar una puerta. El líder caído no es Jesucristo. Ni más faltaba. Son los valores que guían a un colectivo. Los principios que se sacrifican en nombre del poder, del miedo o de la conveniencia.
 
El Sábado Santo es oficialmente el día en que todo parece en pausa y el del "todo bajo control", pero en realidad es el nudo de la trama antes del último capítulo de la serie. Ese episodio tenso, justo antes del final de la temporada. Otra vez como en Netflix. Pero sin spoiler.
 
DOMINGO
 
Al amanecer del Domingo de Pascua, tres mujeres corrieron por el pueblo diciendo que había pasado lo imposible. Que Jesucristo ya no estaba en la tumba. Que los soldados se durmieron y se les escabulló ¡Vivo! ¿Quién iba a creerles? Nadie, pero se alborotó el pueblo, dos de los comensales del jueves dejaron su escondite para salir de dudas, otro pidió pruebas, uno más se había suicidado y los demás, tan valientes como siempre, siguieron escondidos debajo de la cama. Un asombroso final de la temporada que se convirtió en el Sine Qua Non del cristianismo.
 
Entonces comenzaron los rumores. Que lo vieron en Emaús, que era mentira, que habló con la Magdalena, que desayunó pescado como si nada, se encendieron las alarmas y Jesucristo pasó a la clandestinad por 40 días para que no lo volvieran a crucificar.

Judas disparó el final de la historia, pero quizás no lo entregó para que muriera, sino para forzar un desenlace político. Es posible que haya creído que podía empujar la historia sin romperla. Y dos milenios después tal vez declararía al New York Time o en Tik Tok lo siguiente:
 
"Han pasado más de dos mil años y todavía hay gente que me odia como si me hubieran visto ayer dándole el beso a Jesús. Y sí, lo hice. No lo voy a negar. Pero las cosas no fueron tan simples como las cuentan. Yo no era un monstruo, era un tipo como cualquiera, con ideas, con dudas, con rabia por tanta injusticia. Por eso era miembro del grupo de Jesús, que era como una teología de la liberación. Creía que él iba a cambiar las cosas, que iba a darle la vuelta al sistema. Pero empecé a ver que su revolución iba muy lenta y por otro lado. De hecho, el Sanedrín se apoderó de ella y todavía no triunfa. Y me desesperé. Y me duele mucho que después de tanto tiempo, sigamos igual. Los mismos miedos, los mismos silencios, los mismos que se lavan las manos. Tal vez el problema no fui solo yo… tal vez solo fui el espejo en el que nadie se quiere mirar. Tal vez para eso me condenaron con anticipación las escrituras
 
EPÍLOGO
 
Al atardecer del domingo Jesucristo se encuentra con Judas en un Centro Comercial. Las ceremonias han terminado, los templos están vacíos y las playas repletas. No hay ángeles, trompetas ni aleluyas, solo dos hombres con historias compartidas y cicatrices distintas. Solo dos viejos amigos que, tras dos mil años de silencio incómodo, se deben un café, una dona y una charla honesta.
 
Jesús: Hola Judas, mucho ha cambiado el mundo desde que las luchas por un mundo mejor nos unieron y nos separaron, pero veo que el guion sigue sonando familiar.
 
Judas: Sí, siguen eligiendo a Barrabás, solo que ahora tiene corbata, habla en la televisión de economía y lo eligen presidente.
 
Jesús: Y tú, ¿en qué andas?
 
Judas: Acostumbrándome a ser el monstruo de todos los años. Me usan como advertencia moral, pero nunca me escuchan. Nadie se pregunta por qué lo hice, solo repiten que lo hice.
 
Jesús: Bueno, no eres el único que han reducido a una caricatura. A mí me convirtieron en marca registrada, en excusa para las guerras y en un logotipo.
 
Judas: Yo pensé que podía empujarte a actuar. Que realmente podías provocar el cambio. Que ibas a tomar el poder y hacer algo distinto. Pero fue el único milagro que nunca quisiste hacer.
 
Jesús: Porque ese no era el camino. El poder no se conquista. Se desafía viviendo de otra forma.
 
Judas: Deja ese discurso para Gandhi. Yo, ante los ojos de 20 siglos, te traicioné. Aunque, no estoy seguro de que haya sido traición o más bien un movimiento político mal calculado.
 
Jesús: Lo he pensado mucho. Tal vez fue miedo. O una fe mal entendida. Pero no fuiste el único. Todos dudaron. Todos huyeron.

Judas: ¿Y volverías a hacerlo?
 
Jesús: Sí. Pero esta vez me sentaría a hablar más tiempo contigo antes de la cena. Tenía una información importante que te hubiera hecho cambiar de decisión.
 
Judas: No sé si el mundo necesitaba tu muerte. Pero continúo pensando que sigue necesitando lo que decías. Ese tema del amor al otro sigue siendo interesante aunque vaya en contravía con la historia de la humanidad.
 
Jesús:  Y tal vez también era necesario lo que tu querías. Aunque cueste aceptarlo.
 
Judas: Hoy te mencionaron en todas partes. Altares, pantallas, discursos. Estás más vigente que nunca.
 
Jesús: Sí, pero sin mí. Sin hacerme caso. A veces pienso que les gusta más la idea que la persona. Mucha cruz, pero poco compromiso.
 
Judas: Eso no ha cambiado. Se apropiaron de la memoria. Tú eres útil en silencio. Bien clavado.
 
Jesús: Y tú cada año vuelves a ser el villano oficial. El tipo que nadie quiere ser, pero todos terminan siendo cuando hay poder o plata de por medio.
 
Judas: Si por lo menos supieran lo que realmente intenté. Pensé que podía empujar al sistema de cosas. Pero ya lo sabes, no escuchan.
 
Jesús: Tal vez lo más revolucionario era no empujar nada. Solo estar, sin imponer. El poder se desespera cuando no logra controlarte.
 
Judas: No estoy seguro. Te mataron igual.
 
Jesus: Claro que sí. Pero no porque fui peligroso. Sino porque fui libre. Y eso sí que no lo perdonan, ni entonces ni ahora.
 
Judas: Hoy escuché a un político decir que “Jesús fue el primer gran defensor de los valores occidentales”. Me dieron ganas de levantarme y aplaudir la payasada... casi me muero de la risa.
 
Jesús: Como si la compasión tuviera nacionalidad y pasaporte. A veces creo que no entienden nada, pero igual siguen hablando.
 
Judas: Y la gente, tan ocupada sobreviviendo, se traga todo. El mercado, la cruz de oro, la oración que no incomoda. Nadie quiere un profeta que cuestione su modo de vida.
 
Jesús: Por eso no hablo desde los púlpitos. Prefiero estar al margen por si las moscas. Ya me crucificaron una vez.
 
Judas: También veo que dos mil años después, seguimos repitiendo los mismos patrones de líderes incómodos silenciados, pueblo callado por miedo, y los traidores no siempre lo hacen por odio, sino por no saber qué otra cosa hacer.
 
Jesús: Lo que pasó contigo, con Pedro, con Tomás, con el pueblo, hoy lo llaman "dinámica de grupo bajo presión". Hay estudios de psicología social que lo explican muy bien. La gente no actúa por maldad pura, sino por miedo, por lealtades difusas, por estructuras de poder invisibles.
 
Judas: ¿Me has perdonado?
 
Jesús: Te entendí desde siempre. Solo espero que algún día tu te perdones la falta de visión a largo plazo. 
 
Judas: Gracias maestro. Nos vemos en un año.
 
Jesús: No faltes. Sin ti las cosas no serán iguales. ¡Nos vemos!
 
 
 

 

viernes, 4 de abril de 2025

EL TEMPS MAÇÒNIC. AQUEST ACOMPANYANT SILENCIÓS

Per Iván Herrera Michel
                                                     
Al llarg dels anys he après que la Maçoneria és plena d'interpel·lacions que ens assalten per sorpresa. Les columnes, mosaics, eines, rituals i traçats ens parlen de símbols i al·legories que intenten donar-nos noves pistes sobre el que som i el que podem arribar a ser, envoltats d'una cosa que sempre és present però que poques vegades notem: el temps.
                           
El temps és un acompanyant silenciós que porta de la mà les nostres vides mentre intentem entendre i viure l'existència. com un instrument iniciàtic, o com una pedra més de la nostra experiència constructiva.
                       
Cada vegada que creuem el pòrtic d'una Lògia sembla que quelcom màgic succeeix. El temps real s'atura, i allà dins les hores semblen no importar, perquè les preocupacions del món exterior queden suspeses, i ens submergim en un espai/temps on el que és efímer es creua amb el que és perdurable.
                 
En aquests moments, el temps deixa de ser una línia recta i es converteix en una nova dimensió que ens connecta amb tots els que van estar abans i amb aquells que vindran després. Els rituals no només ens ensenyen símbols. També ens ensenyen a moure'ns en un temps diferent, en un temps que ens demana estar presents, reflexionar i construir en el moment exacte en què ens trobem, sense desentendre'ns d'aquell que és real, amb què convivim fora dels murs de la Lògia, en el dia a dia, on les veritables batalles es lliuren.
                 
És fàcil quedar-se atrapat en el simbolisme, els debats sobre la tradició i les discussions sobre els rituals. Però la realitat és que el temps no s'espera. Cada segon és una oportunitat perduda o una pedra col·locada.
                           
He vist Germans i Germanes més preocupats pels detalls tècnics d'un ritual o per un paràgraf d'un reglament, que pels efectes de les seves accions, les seves paraules i els seus silencis en el temps.

                
Però també hi ha un temps que desaprofitem. El que vam passar preocupant-nos per allò que és superficial, el que vam deixar escapar per por a actuar o el que es perd quan oblidem per què, i per què, ens vam fer Maçons.
                             
Tanmateix hi ha el que ens porten a perdre aquells dissociadors que fan que les Tingudes acabin girant al voltant de les seves baralles, els seus malentesos, les seves necessitats de tenir sempre la raó o els seus afanys de protagonisme, i que en comptes de permetre'ns enfocar-nos en allò que volem fer, acabem perdent temps a discutir coses que no aporten res. Ells ens fan perdre alguna cosa que no recuperarem, i ens distreuen, pel camí de les tensions, de ser conscients que cada segon perdut en vanitats, pròpies o alienes, és un maó menys en la construcció o un defectuós que la malmet.
                      
M'inquieta la nostra relació amb el futur. A la Maçoneria, tendim a mirar molt cap al passat. Respectem les tradicions, honrem els qui ens van precedir, estudiem els textos de grans pensadors. Però també construïm cap al futur. Penso en les generacions que vindran, en les èpoques que viuran, en els problemes que heretaran i les preguntes que els tocarà respondre.
                 
Si alguna cosa m'ha ensenyat la vida i la Maçoneria, és que cada etapa, dins i fora de l'Orde, té el seu ritme i les pròpies lliçons. De vegades es vol córrer, saltar de grau en grau, com si això fos la mesura del nostre progrés. Però la veritat és que la Iniciació no passa en un moment puntual. És un procés continu, un fluir, un aprenentatge que no s'acaba.
                      
El temps, com el mestre que és, ens ensenya a ser pacients, a acceptar que no ho podem controlar tot, però també ens recorda que cada instant compta, que aquests instants estan fets d'instants més petits i que té el poder de canviar-nos i marcar-nos amb les empremtes del seu pas. Amb el pas del temps aprenem que no ens pertany, però que el que fem amb ell concerneix un rellotge intern, a un ritme que marca el pols de la nostra vida i ens recorda que no som eterns.

La Maçoneria sembla dir-nos “Memento Mori” (recorda que moriràs) des del primer dia a la Cambra de Reflexions per recordar-nos l'efímer de la vida i impulsar-nos a fer que cada acció importi, i a  construir alguna cosa que perduri més enllà de nosaltres.Al final del dia, potser una dels desvels més importants de l'Orde pot estar relacionat amb la manera com aprenem a viure plenament en el temps, i amb el que fem amb el que ens ha tocat en l'impredictible marc de la no permanència del que coneixem.