domingo, 31 de agosto de 2025

DEL MOSAICO O DE LA CONDICIÓN HUMANA DEL MASÓN

 Por Iván Herrera Michel
      
Entre los muchos símbolos que la Masonería conserva y transmite, el mosaico de cuadros blancos y negros me sigue hablando cada vez que entro en una Logia
            
Puede parecer un simple diseño de piso o un adorno geométrico, tan propio de la Orden, pero lo cierto es que allí, bajo nuestros pasos, se despliega una enseñanza que, por ser tan evidente, a veces pasamos por alto. De hecho, el mosaico no está afuera de la Logia, ni en Pasos Perdidos, ni separa lo profano de lo iniciático. Está adentro, bajo nuestros pies, recordándonos que la vida misma con sus claros y oscuros se cuela hasta el corazón mismo de nuestros trabajos Masónicos.
              
Ese detalle, aparentemente menor, lo cambia todo. Porque si el mosaico estuviera afuera, se leería como una especie de filtro moral en donde termina el mal y comienza el bien, para indicarnos que dejemos nuestras sombras al cruzar el pórtico para entrar puros, limpios y éticamente impecables.
                      
Por el contrario, quienes lo incluyeron en el decorado simbólico de la Logia no lo pusieron afuera, sino en medio de ella, a la vista y bajo el andar de todos, y el mensaje en la Orden se transformó en que lo luminoso y lo sombrío, lo virtuoso y lo mezquino, lo justo y lo torcido, no se quedan afuera. Vienen con nosotros, habitan entre nosotros y forman parte del suelo mismo donde debemos aprender a caminar Masónicamente. Sin importar que se hayan inspirado en los “pavimentos ajedrezados” de la arquitectura sacra y cortesana del Renacimiento y del Barroco, o incluso en la tradición pitagórica de la dualidad numérica.
                  
Si la Masonería nos prometiera un refugio perfecto o un santuario idealizado, sería demasiado fácil imaginar que, al cubrirnos con el mandil y tomar asiento en Logia, quedamos automáticamente libres de debilidades humanas. Eso sería infantil. La verdad es que en la Logia seguimos siendo hombres y mujeres de carne y hueso, con nuestras virtudes y también con nuestras miserias. Y esa es, precisamente, la materia de trabajo de la Masonería, que no es otra que el ser humano real, no el ser humano ideal.
                      
Por eso el mosaico es incómodo cuando nos recuerda que el método Masónico no se ejercita en una sala estéril, sino en medio de tensiones, contrastes y contradicciones. Nos toca aprender a caminar sobre ese tablero sin caer en la tentación de absolutizar ninguno de sus colores. Quien solo ve el blanco corre el riesgo de volverse ingenuo y quien solo ve el negro se condena a la desesperanza. El arte del Masón y la Masona consiste en caminar en equilibrio, sin negar ni dejarse dominar por ninguno de ellos.
                 
Y aquí conviene decir algo que pocas veces se menciona abiertamente, y es que las sombras no solo se encuentran en el mundo profano. También las encontramos (y a veces de manera dolorosa, en forma de “fraternales puñaladas”), dentro de la Masonería misma. Quien haya recorrido algunos años de trabajo en las Logias sabe que no faltan las experiencias amargas, y las rivalidades y celos encubiertos, autoritarismos que se escudan en la tradición, egos que buscan brillo personal bajo la máscara de servicio, envidias pequeñas que terminan siendo venenos grandes. Todo eso existe. Y cuando lo encontramos en medio de un espacio que debería ser escuela de libertad, igualdad y fraternidad, duele más.
                   
Es allí donde el mosaico cobra una vigencia ineludible mostrándonos que lo perverso es parte del terreno en que caminamos dentro de la Masonería. Y que lejos de ser motivo para desilusionarnos, es una invitación a trabajar con más ahínco. Porque la Masonería nunca prometió una hermandad de ángeles, sino una hermandad de seres humanos que buscan construirse. Y el mejoramiento, como toda obra de construcción, se hace con materiales imperfectos. A veces ese “material” incluye experiencias ingratas que nos ponen a prueba.
                     
Recuerdo más de una vez haber observado situaciones que hubieran hecho fácil abandonar la senda con una justificación comprensible para propios y extraños. La lista incluye, por ejemplo, incomprensiones, injusticias, síndrome de Procusto y voces que levantan murallas en lugar de tender puentes. Pero también recuerdo lo que aprendí de cada una. El mosaico me enseñó que esas experiencias no son “accidentes” ajenos al método, sino parte de él. El reto está en no quedarnos atrapados en la oscuridad de un cuadro negro, sino usarlo como contraste para valorar más la claridad de los blancos. En la Logia no se nos pide negar la existencia de la sombra, sino mirarla de frente y seguir caminando.
               
El mosaico no es, entonces, un recordatorio de un dualismo estático, sino una pedagogía de la marcha. Nos enseña a no escandalizarnos con lo humano, sino a trabajarlo. Nos advierte que los desaciertos de un Hermano o una Hermana, incluso las actitudes más bajas, forman parte del escenario donde ejercitamos la fraternidad. Y nos recuerda que la fraternidad no se mide en los aplausos fáciles, sino en la capacidad de sostener el vínculo incluso cuando se tambalea y el timón en medio de la tormenta ética.
                   
Si todo en la Masonería fuera blanco, sería ingenua y frágil. Si todo fuera negro, sería invivible. Pero como es un mosaico, tiene sentido porque el blanco sin negro no brilla, y el negro sin blanco no enseña. De esa tensión surge la experiencia viva del método, que no consiste en no mirar los contrastes, sino en aprender a vivir con ellos y a transformarlos en construcción.
          
El mosaico, con su geometría simple, nos dice algo que vale tanto dentro como fuera de la Logia y es que el trabajo del Masón y la Masona comienza siempre sobre el mismo suelo que pisa. La Logia no es burbuja ni santuario para puros, sino un taller humano, atravesado por luces y sombras.
              
Quizá por eso está adentro y no afuera, para que nunca olvidemos que la Masonería se vive no a pesar de lo humano, sino precisamente dentro de lo humano.

                        

                                         

 

jueves, 21 de agosto de 2025

UN LIBRO A CUATRO MANOS CON LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Por Iván Herrera Michel
        
He decidido escribir un libro en conjunto con la inteligencia artificial, nuestra nueva compañera de camino, en un dialogo abierto con ella, que hace apenas un par de años era impensable.
       
No lo hago como un gesto de moda, ni para llamar la atención con la novedad tecnológica, sino como un experimento histórico y cultural que pone en cuestión mi manera de producir conocimiento, de narrar experiencias y de dialogar con el lector.
              
La humanidad siempre ha escrito con las herramientas de su tiempo. Hubo un momento en que la pluma reemplazó al cincel, en que la imprenta multiplicó las voces más allá de los manuscritos monásticos, en que la máquina de escribir mecanizó la prosa, y en que los procesadores de texto digitalizaron la página. En cada uno de esos tránsitos hubo resistencia, temor y desconfianza sobre si se iba a perder la autenticidad del pensamiento. La historia demostró que, por el contrario, la herramienta amplió las posibilidades sin sustituir la esencia de lo humano.
                        
Hoy vivimos una nueva frontera, en la que la inteligencia artificial no es un oráculo ni un autor autónomo; es un instrumento poderoso de organización, contraste y sugerencia. En mi caso, no sustituirá la reflexión Masónica ni el juicio crítico que me corresponde como escritor, sino que me acompañará como soporte metodológico. Me ayudará a sistematizar referencias, a poner en orden mis ideas, a ensayar y corregir alternativas de estilo. Pero las convicciones, las tesis, la orientación filosófica, histórica y humanista seguirán siendo enteramente mías.
               
Entiendo que este proyecto puede, además, contribuir al debate sociológico de fondo. ¿Qué puede significar que la escritura, ese acto tan íntimo y humano, pueda ahora realizarse en colaboración con un ente no humano? ¿Hasta dónde la tecnología transforma nuestras formas de socialización, de transmisión cultural y de construcción de autoría intelectual? Yo mismo no lo sé exactamente, pero recuerdo que la Masonería, que en el siglo XVIII fue pionera en experimentar nuevas formas de sociabilidad ilustrada, tiene mucho que decir en esta conversación y sobre el temor de que las herramientas de nuestro tiempo, no siempre se pongan al servicio de la libertad de conciencia, de la igualdad y de la fraternidad.
                 
Una cosa quiero que quede claro: la ética del libro no radica en ocultar la herramienta, sino en declarar con transparencia su papel. El pensamiento, la mirada crítica, la responsabilidad de cada afirmación son mías, y la inteligencia artificial será apenas un eco, un espejo, un cuaderno ampliado en el que ensayo y ordeno mis ideas.
                          
Comienzo este proyecto consciente de que escribo en un momento de transición cultural, convencido de que los símbolos antiguos todavía alumbran desafíos nuevos, y con la certeza de que usar las herramientas del presente con lucidez y responsabilidad no contradice la tradición, sino que la prolonga en su espíritu más vivo, que es el de explorar caminos inusitados hacia el futuro, porque la verdad no ha estado nunca en la herramienta que se usa, sino en la conciencia de quien se atreve a usarla
                          
                              
            

martes, 12 de agosto de 2025

DEL REAL LEGADO HISTÓRICO DE LA MASONERÍA LATINOAMERICANA

Por Iván Herrera Michel
        
Hay historias que se guardan en pliegues discretos de la memoria colectiva, esperando a que se les desempolven sin mitos ni barnices de leyenda. La de la Masonería en Latinoamérica es una de ellas.
    
La he encontrado en documentos polvorientos, en actas con letra apretada, en periódicos amarillentos y en cartas cruzadas entre ciudades lejanas. He visto sus rastros en sellos estampados por personas que creyeron que podría ser una herramienta real para construir repúblicas más justas. Y, sin embargo, durante demasiado tiempo, lo que circularon fueron mitos fáciles de repetir, “superlogias” que hacían revoluciones, libertadores convertidos en Masones y conspiraciones tan útiles para el brindis como inútiles para el análisis histórico.
                 
Ningún relato local hoy se puede estudiar sin su contexto internacional, sin la historiografía académica contemporánea y sin los estudiosos de la región, como, por ejemplo, en el caso latinoamericano, el cubano Eduardo Torres-Cuevas, con investigaciones sólidas sobre la Masonería antillana, el costarricense Ricardo Martínez Esquivel, fundador y director de la revista indexada de Estudios Históricos de la Masonería Latinoamericana y Caribeña (REHMLAC+), articulando una comunidad académica continental, el mexicano Marco Antonio Flores Zavala, desde la Universidad Autónoma de Zacatecas, impulsando congresos y publicaciones, el venezolano Eloy Reverón, con estudios sobre Masonería, política y Caribe hispano, el chileno Felipe Santiago del Solar, que ha examinado la influencia Masónica en el mundo hispánico y la historia de la C.M.I., el cubano Jorge Luis Romeu, con aportes sobre la sociabilidad Masónica y la sociedad civil cubana, el mexicano Guillermo de los Reyes, que ha explorado la Masonería mexicana desde la cultura política y de género, y los costarricense Miguel Guzmán-Stein y Francisco Rodríguez Cascante, que han contribuido a consolidar líneas editoriales y de investigación sobre laicidad y sociabilidades en el istmo.
                  
La Masonería entró en el continente por las redes comerciales de fines del siglo XVIII, por puertos como Cartagena de Indias, La Habana, Veracruz, Valparaíso o Río de Janeiro. Allí, bajo paraguas ingleses, franceses y holandeses, se reunían expatriados, militares y comerciantes. Para esos días Roma ya había condenado a la Orden desde 1738 y las autoridades civiles la perseguían con celo inquisitorial, por lo que durante décadas las Logias fueron piezas periféricas de un engranaje trasatlántico más amplio.
                      
La irrupción de las independencias, a partir de 1810, cambió las cosas, y trajo algunas “Logias Lautaro” que, en realidad, eran unas células patrióticas cercanas a las sociedades carbonarias europeas, que, a su vez, eran unas organizaciones revolucionarias surgidas en Italia y Francia, a comienzos del siglo XIX, con estructura secreta, grados, juramentos, y rituales de inspiración Masónica, con objetivos políticos como derrocar el absolutismo y establecer constituciones liberales. En Europa, estas carbonarias fueron actores centrales en la lucha por gobiernos representativos, y en Hispanoamérica, sirvieron de modelo organizativo y de inspiración ideológica para círculos que promovieron el liberalismo republicano y la soberanía popular. Su contacto con redes atlánticas de exiliados, comerciantes y militares, que unían puertos como Cádiz, Burdeos, Londres, La Habana, Veracruz y Buenos Aires, facilitó el tránsito de ideas y tácticas que reforzaron las agendas emancipadoras. La confusión posterior, que hizo pasar a estos círculos conspirativos por Logias Masónicas, ha sido suficientemente aclarada por la investigación historiográfica reciente.
  
En Colombia, especialmente en el Caribe, la Masonería tuvo su primera presencia con la fugaz vida en Cartagena de Indias de una Logia solitaria de 1808, y formalmente, también en la misma ciudad, de la mano con Santa Marta y Riohacha, en la década de 1830, pero pronto fue frenada por la reacción conservadora. Entre los documentos que he revisado en archivos históricos hay circulares cifradas que pedían “el más absoluto sigilo” ante “el creciente celo de las autoridades eclesiásticas”. Ese pulso entre el ideal de la fraternidad y la vigilancia oficial marcó toda su vida en el siglo XIX.
                     
En México las Logias se dividieron entre el rito Escocés, conservador, y el Yorkino, liberal y apoyado por emisarios estadounidenses como Joel Poinsett, ministro plenipotenciario de Estados Unidos en México, figura clave del vínculo entre la Masonería y la política internacional. Guillermo de los Reyes ha mostrado cómo esta pugna penetró en el Congreso y la prensa, y cómo, durante las reformas liberales de Benito Juárez, la Masonería fue decisiva en la separación de Iglesia y Estado, la defensa de la educación pública y gratuita y la consolidación del laicismo como política de Estado.
                    
En el Caribe, Eduardo Torres-Cuevas ha documentado cómo Logias como “Ecos de Hatuey” en Cuba servían de semilleros de pensamiento independentista y promotoras de hospitales públicos y escuelas laicas. Puerto Rico y República Dominicana siguieron caminos parecidos, mezclando influencias cubanas, neoyorquinas y de Nueva Orleans, en un tejido ritual y cívico mestizo.
                      
Brasil mantuvo, bajo su monarquía constitucional, una Masonería numerosa y dividida, con participación en la abolición de la esclavitud y en la proclamación de la República en 1889. Allí, como en Chile, se convirtió en promotora de universidades, liceos laicos y hospitales, la Masonería no se limitó a los ritos, sino que fue motor de instituciones concretas. Felipe del Solar lo ha comparado con el impulso educativo Masónico en Europa, concluyendo que en América Latina la Masonería se implicó más directamente en la construcción física de la infraestructura pública.
                  
Esta es, de hecho, una de las improntas históricas que caracteriza a la Masonería latinoamericana frente a la europea y la norteamericana. Aquí no se limitó a ser un espacio de sociabilidad o de filantropía privada, sino que participó con mayor énfasis en la difusión activa de las ideas liberales, la creación de hospitales públicos, el impulso a la educación pública y gratuita, y la fundación de universidades para las clases populares. En Colombia, por ejemplo, Masones y Grandes Logias estuvieron detrás de iniciativas como la Universidad Republicana, la Nacional y la Libre, y la de hospitales civiles, en México, las Logias Yorkinas impulsaron escuelas normales, en Chile, la Masonería contribuyó a la Universidad de Chile y a liceos emblemáticos, en Brasil, la red hospitalaria de algunas ciudades tiene origen en donaciones y gestiones Masónicas, en Argentina y Uruguay, se vincularon a la educación laica y obligatoria y a instituciones sanitarias de acceso gratuito.
                                     
En general, estas iniciativas no fueron casuales, sino que respondían a una estrategia de modernización laica y republicana que, en Latinoamérica, se asumió como tarea de Estado. En Europa y Norteamérica, la Masonería actuaba más en la esfera privada, y en América Latina, cruzó esa frontera y se convirtió en brazo visible de proyectos nacionales.
                       
Regreso al principio. Aquellos papeles que un día abrí en un archivo del Caribe, con su olor a siglos, sus letras casi ilegibles y sus tintas apenas visibles, hablaban de hombres que, en medio de tormentas políticas, buscaban un lugar en donde discutir y planificar sin la mirada de los vecinos. Hablaban de la necesidad de espacios protegidos para pensar y construir, que unían a un comerciante de Veracruz con un abogado de Buenos Aires y un maestro de Montevideo.
                    
Han cambiado los rostros, los ritos, las clases sociales y ya no solo hay Logias monogéneros. Pero en su mejor versión, la Masonería sigue siendo un taller dispuesto para que la historia, la educación, la salud pública y la fraternidad se trabajen con las manos limpias y la mirada puesta más allá de los muros del templo. Tal vez su mayor enseñanza radique en que las Logias, como los pueblos, perduran cuando se saben parte de una trama más amplia que ellas mismas y cuando se comprometen con las libertades y el bienestar colectivo.
                     
He visto actas firmadas por Masones que discutían cómo financiar una escuela laica en un pueblo sin aulas, cartas en las que un Gran Maestro pedía medicinas para un hospital público, periódicos que defendían la separación de la Iglesia y el Estado como condición para el progreso. Sé que estos papeles no son simples reliquias, sino pruebas de que la Masonería latinoamericana no se contentó con hablar de libertad, igualdad y fraternidad, sino que se concentró en convertirlas, con aciertos y contradicciones, en obras concretas.
                    
Esa es, quizá, la mayor diferencia con otras latitudes, y el motivo por el que vale la pena seguir contando la historia real con nuestra propia voz, en clave latinoamericanista, y con más rigor y menos mitos. Esa vocación, única en nuestro continente, nos distingue de otras culturas Masónicas y nos recuerda que, desde los antiguos puertos donde se forjaron nuestras Logias, hasta las calles de hoy, la fraternidad se honra llevando a la realidad social la libertad, la igualdad y la justicia.
             
El resto es música celestial, como me dijo un viejo Masón hace algunos años.
                     

                              

miércoles, 6 de agosto de 2025

MITOS FUNDACIONALES. UNA RELECTURA CRÍTICA DE LA INDEPENDENCIA DESDE LA MASONERÍA

 
Escuela de Capacitación Masónica internacional Mariscal Andres Avelino Cáceres del Perú
Agosto 3 de 2025
    
Por Iván Herrera Michel
      
Queridas Hermanas, queridos Hermanos, amigos y amigas:
           
Cada vez que nos reunimos a hablar de historia en clave Masónica, sabemos que entramos en un terreno lleno de símbolos, pero también de mitos que hemos heredado y repetido casi como mantras. Y es que, dentro y fuera de nuestras Logias, se ha instalado la idea romántica de que la independencia de las provincias españolas en América fue obra directa de Masones organizados en Logias conspirativas, con planes secretos y rituales que decidían el destino de los pueblos.
               
Hoy quiero invitarles a que dejemos esos relatos en suspenso por un momento, para mirar el pasado como debe mirarse. Con documentos, con método, con espíritu crítico y sin miedo a desmontar lo que no se sostiene. Porque esta charla será un recorrido por las evidencias, desde la Patagonia hasta el Rio Bravo, para separar con calma el mito del hecho, y la devoción de la evidencia. Porque, al final, nuestra historia tiene tanta buena historia, que no necesita que le inventemos más, y, en cambio, necesita ser entendida con la luz que da el estudio riguroso, esa luz que siempre hemos asociado con la Masonería misma.
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Pero, ante todo, agradezco profundamente la invitación que me ha hecho la “Escuela de Capacitación Masónica internacional, Mariscal Andres Avelino Cáceres del Perú”, y el Muy Resp:. Gran Maestro, el IL:. H:. Julio Diaz Ulloa, para compartir con ustedes algunas precisiones históricas obtenidas mediante investigaciones rigurosas basadas en fuentes documentales confiables.
                   
A finales del siglo XVIII apenas existía un pequeño rocío de Logias Masónicas inglesas y francesas dispersas en el hemisferio occidental, sin mayor trascendencia para Latinoamérica. Las cosas cambiaron en las colonias españolas a raíz de la insurrección contra el rey José Bonaparte y la aparición en España de Juntas de Gobierno (Supremas, Revolucionarias, Provinciales), así como de las Cortes de Cádiz entre 1808 y 1812. A partir de entonces viajaron al Nuevo Mundo algunos emisarios (que no eran independentistas aún) con la misión especial de promover ciertos “gritos de independencia” locales que impidieran el flujo de riquezas hacia la España bonapartista y que juraran lealtad a la iglesia Católica y a Fernando VII. Hasta aquí, no se ha encontrado rastro alguno de que los Masones o alguna Logia Masónica participaran en un episodio independentista en Latinoamérica.
                
Y lo que convenientemente omiten la mayoría de los libros Masónicos es que cuando Jose Bonaparte fue proclamado Rey de España como José I, el 6 de julio de 1808, desde hacía tres años era el Gran Maestro del Gran Oriente de Francia, cargo que ocupó ininterrumpidamente hasta 1813. Bajo su Gran Maestría habría de iniciarse Simón Bolívar en París, en 1805. En su palmarés Masónico, el rey José contaba además con haber sido Gran Maestro del Gran Oriente de Italia de 1806 a 1808, y posteriormente Gran Maestro de la Gran Logia Nacional de España de 1809 a 1813, tenía 40 años de edad en el momento de subir al trono, y se había iniciado Masónicamente a los 25, en 1793, en Marsella, Francia, en la Logia “La Parfaite Sincérité”.
                     
Cuando el rey José I llegó al trono español, la Masonería estaba absolutamente prohibida en todo el territorio español. Con él, la Masonería renace en España, levantando columnas de unas 34 Logias madrileñas en total. De estas Logias surgieron los Masones que fundaron, en octubre de 1809, la Gran Logia Nacional de España, y, en julio de 1811, el Supremo Consejo del Grado 33° para España y sus dependencias. Que fueron nuestra primera Gran Logia y Supremo Consejo con jurisdicción en la América de habla castellana.
                
Lo segundo que debemos reconocer es que no hay rastro verificable de que en alguno de los ejércitos libertadores de la América española funcionara siquiera una Logia Masónica, ni militar ni de otro tipo. Por muy discretas que hubieran sido en su accionar, llama poderosamente la atención que, doscientos años después, no se haya encontrado huella documental, material ni testimonial alguna ni en Europa ni en América al respecto. Del mismo modo, tampoco se ha podido corroborar la existencia real de la llamada “Logia Unión Auxiliar Número 7”, que supuestamente el general puertorriqueño Antonio Valero de Bernabé habría fundado en el ejército libertador del sur por orden de Bolívar, ni que durante su estancia en el Perú Valero “fundó, afilió, regularizó y jurisdiccionó” diez Logias Masónicas. Entre otras razones, porque ha resultado imposible sostener que en 1825 funcionaran diez Logias en Perú. Al respecto, las versiones más optimistas solo hablan de cuatro Logias por entonces.
                
Para estudiar hoy la historia de la Masonería en Hispanoamérica es obligado acudir a fuentes académicas especializadas, por ejemplo, la Revista de Estudios Históricos de la Masonería Latinoamericana y Caribeña (REHMLAC), el Seminario Permanente Internacional de Historia de las Masonerías (SPIHM), el Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española (CEHME), o investigaciones desde la Universidad de Costa Rica, la UNAM de México, la Universidad de La Habana, etc., así como a autores contemporáneos que se apartan de los viejos mitos fabulosos (el inglés Frederic W. Seal-Coon, el venezolano Eloy Reverón, el español José A. Ferrer Benimelli, el francés Alain de Keghel, el chileno Felipe Santiago del Solar, entre otras fuentes bibliográficas contemporáneas que están apartándose de los mitos fabulosos que caracterizaron durante algún tiempo las narraciones, dentro y fuera de la Orden.
          
Sentado lo anterior, y alejados de conjeturas y suposiciones, los siguientes son los términos de la discusión historiográfica en torno a una posible membresía Masónica de nuestros más importantes y representativo proceres de nuestra independencia.
              
BERNARDO O´HIGGIN. Suele afirmarse que Bernardo O’Higgins fue Masón bajo el supuesto errado de que la organización político-patriótica la “Gran Reunión Americana”, fundada en Londres, y sus derivadas “Logias Lautarinas”, en España, Argentina y Chile, a las que perteneció, eran Masónicas. Quienes así lo afirman, para justificarlo, las califican como “Logias operativas”, variando exprofeso el significado semántico e histórico del concepto para conferirles etiquetas Masónicas a algunos próceres suramericanos. Pero lo cierto es que no hay evidencia de que O´Higgins se haya Iniciado en una Logia Masónica.
        
FRANCISCO DE MIRANDA. Sobre la calidad de Miranda existe una discusión que no termina basada en el culto patriótico que se le rinde en Venezuela. Sin embargo, ningún archivo logial europeo o americano, ni acta de iniciación, ni documento privado contemporáneo prueba su ingreso en la Orden.
             
De él se ha dicho que se Inició en la Masonería en Filadelfia, Londres, París, Cádiz, Gibraltar, Virginia, y hasta que fue el fundador de la Masonería venezolana y de la primera Gran Logia en su país en 1824 (seis años después de su muerte), pero lo único cierto es que nadie ha podido mostrar una sola fuente documental, testimonial o circunstancial, directa o indirecta, que pruebe su ingreso, visita o pertenencia a una Logia Masónica alguna vez en su vida.
                
No obstante, pasando sobre lo anterior, el primero de enero de 1950, el Gran Maestro de la Gran Logia de los Estados Unidos de Venezuela (Antecedente común, antes del cisma de 1957, de las actuales Gran Logia de la República Bolivariana de Venezuela y de la Gran Logia de la República de Venezuela), José Tomás Uzcátegui, expidió, un Decreto mediante el cual ordenó, sin suerte alguna, textualmente en su artículo 4° “recopilar y publicar los datos Masónicos del Q H Francisco de Miranda”.
             
Al respecto, el historiador venezolano Eloy Reverón García, elaborando su Tesis de grado en 1990, en la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela, sobre la “Masonería en el Siglo XIX”, examinó los archivos conservados desde 1853, constatando que “la primera vez que apareció el nombre de Francisco de Miranda fue para archivar el decreto del Gran Maestro, que de paso declaraba la fecha del nacimiento de Miranda, a partir del bicentenario, Día Masónico Nacional”.
            
Por su parte, Frederick Seal-Coon, miembro de la Logia de investigación Quatuor Coronati No. 2076, de la Gran Logia Unida de Inglaterra, escribió un artículo en 1995 titulado “La Mítica Masonería de Francisco de Miranda”, en el que pone en duda su membresía Masónica, por falta de evidencia historiográfica solida en América y Europa.
          
Más aún, en 1926, el economista, escritor y político venezolano Alberto Adriani (1898 – 1936) y el historiador estadounidense, profesor de la Universidad de Illinois, William Spence Robertson (1872-1955), descubrieron en la ciudad inglesa de Cirencester, a 150 Km. al oeste de Londres, el archivo personal de Miranda (conocido como Colombeia) que consta de 63 cuerpos divididos en tres acápites (Viajes, Revolución Francesa y Negociaciones). Venezuela lo adquirió siendo Ministro de Relaciones Exteriores el historiador Caracciolo Parra Pérez (1888 – 1964), hoy se encuentra en el Archivo General de la Nación de Venezuela, en Caracas, y en el año 2007 la UNESCO lo integró al proyecto “Memoria del Mundo”.
                 
Los investigadores tampoco han podido encontrar en ninguno de los 63 tomos de este abundante archivo autobiográfico, redactado en castellano, francés e inglés, un solo vestigio del paso de Miranda por la Masonería. Y es notaria la ausencia, ya que el grado de detalles del Precursor es de tal meticulosidad que hasta aparecen reseñadas las cortesanas con las que durmió y los libros que compraba en cada país que visitaba.
       
En definitiva, no hay forma historiográfica de sostener que Miranda se haya Iniciado en una Logia Masónica. Solo suposiciones fundamentadas en interpretaciones sesgadas posteriores.
           
JOSÉ DE SAN MARTÍN. Del General José de San Martín no está realmente documentada su pertenencia a una Logia Masónica desde su nacimiento en 1778, en Yapeyú, Argentina, hasta su muerte en 1850. Se emplea como fuente primaria para probar su membresía en la Orden una medalla que circuló en plata y bronce con el perfil de su rostro, acuñada por la Logia “Perfaite Amitié” de Bruselas, Bélgica, con el texto (La Perfecta Amistad const., al Or:. de Bruselas el 7 de julio de 5807, al General San Martín, 5825).
            
Abona en beneficio de la hipótesis, no solo la forma de datar los años en la medalla, usual en la Masonería (sumando 4.000 a la era común), sino además que en 1825 San Martín residía en Bruselas. Pero una duda nace a partir del contexto en que fue acuñada la medalla, porque seis meses antes de esa fecha (el 19 de enero de 1825), había sido publicado en el periódico “La Belge Ami du Roi et de la Patrie” (La Bélgica Amiga del Rey y de la Patria), que al grabador real y Masón Henry Simon, le fue comisionado hacer una decena de medallas con el perfil de personajes famosos (no necesariamente Masones) de la época (entre ellos Miranda). Por otra parte, no se ha encontrado una sola evidencia que muestre que San Martín recibió la Medalla. No lo menciona en su abundante correspondencia, ni ninguno de sus allegados se refiere al tema en público o en privado.
               
Tampoco se ha podido confirmar que para la época existiera una Logia llamada “La Perfaite Amitié” en Bruselas, aunque sí en Amberes, en cuyos archivos no se conserva memoria de la presencia de San Martín, de haber tenido correspondencia con él o de haber acuñado una medalla en su honor.
              
Igualmente, hay que mencionar que, en el Museo de la Gran Logia del Perú, se exhibe un Mandil claramente del REAA del que se afirma desde hace un poco más de medio siglo que corresponde a una réplica del usado por el General San Martín en 1821 en Lima en una Logia denominada “Paz y Perfecta Armonía”, fundada 4 años antes como Logia Lauterina, presuntamente transformada luego en Masónica y desaparecida en 1832 al cesar las actividades Masónicas en el Perú. El punto con la réplica del Mandil es que el REAA llega por primera vez a Suramérica por Caracas 3 años después de la llegada de San Martín a Lima, las fuentes documentales disponibles muestran que las Logias Lauterinas eran sociedades patrióticas sin actividad ritual y que solo funcionaron en España, Argentina y Chile.
                     
En definitiva, la incertidumbre persiste sobre la calidad de Masón del General San Martín, y solo se cuenta con suposiciones fundamentadas en interpretaciones sesgadas. Su filiación Masónica carece de evidencia documental y pertenece al terreno de las atribuciones simbólicas posteriores.
                 
JOSÉ ANTONIO SUCRE. Los Masones venezolanos Francisco Castillo Sanoja y Hello Castellón en la página 63 del libro “Quién es quién en la Masonería venezolana”, publicado en Caracas en 1974, sostienen que "en el archivo de la Resp:. Log:. “Perfecta Armonía No 2”, al Oriente de Cumaná, actualmente en poder de la Resp:. Log:. Bella Altagracia N 24, hay un libro de actas, con las hojas amarillentas por la acción del tiempo, donde aparece registrado con fecha de 1811, el nombre del Mariscal José Antonio (sic) de Sucre, como asistente a unas tenidas”.
                     
A esta anotación se le critica que Sucre, para ese tiempo, solo contaba con 16 años de edad, y la Masonería en Venezuela tradicionalmente no recibe miembros tan jóvenes. En lo personal, yo sí creo en la posibilidad de que se hubiera podido hacer una excepción con un Sucre adolescente. Hemos visto bastantes excepciones en la Orden Masónica, por diferentes motivos, en muchas partes, y esta no me sería extraña por las siguientes razones:
                    
Para alguien que a los 16 años de edad era un precoz joven Teniente, miembro de una de las más aristocráticas y adineradas familias venezolanas, que ostentaba lo que llamaba el exigente sistema colonial de castas españoles “pureza de sangre” (que ni siquiera Bolívar tenía), descendiente de nobles belgas, domiciliado en la Isla de Margarita como Comandante de Ingenieros e hijo de un Gobernador, no es difícil pensar que haya recibido el privilegio excepcional de ser Iniciado en la Masonería a una temprana edad, y que visitara con cierta frecuencia a su familia y a su Logia en su cercana ciudad natal de Cumaná. En este contexto, el acta mencionada encaja perfectamente en cuanto a tiempo y lugar.
                  
El problema surge porque en el archivo del Instituto Venezolano de Estudios Masónicos (IVEM), reposa una lista elaborada por el historiador venezolano Manuel Landaeta Rosales (1847 – 1920) en la que la fecha de fundación de la Logia “Perfecta Armonía No 2” es la del cuatro de noviembre de 1822. Es decir, once años después de la que aparece en el acta.
          
Landaeta tuvo acceso a una enorme base de datos, gracias a que se desempeñó como director de la Oficina para la Publicación de la Gran Recopilación Geográfica, Estadística e Histórica de Venezuela y fue director de la Biblioteca Nacional de Venezuela. Es posible que Landaeta se haya equivocado, o que, por el contrario, los equivocados sean Castillo y Castellón.
           
En definitiva, la incertidumbre persiste sobre la calidad de Masón del General José Antonio de Sucre.
                 
SIMÓN BOLÍVAR. El primer testimonio conocido de la calidad de Masón de Bolívar lo constituye su “Diario de Bucaramanga”, recogido en 1828 por su edecán francés, Luis Perú de Lacroix. En la anotación correspondiente al 11 de mayo de 1928, Bolívar habría confesado, refiriéndose a la Masonería, que “… también había tenido él la curiosidad de hacerse iniciar para ver de cerca lo que eran aquellos misterios, y que en Paris había sido recibido Maestro…”. No mencionó Grados escocistas.
                  
Por otra parte, hay que mencionar que en 1824 llegó a Caracas Joseph Cernau (1763 – 1840/45), un controvertido Masón francés proveniente del Supremo Consejo de Nueva York, USA, que sin tener facultades para hacerlo repartió en esa ciudad, a diestra y siniestra, altos Grados del REAA al nuevo liderazgo venezolano. De esta forma, otorgó setenta y siete Grados 33°, once Grados 32°, ocho Grados 30° y treinta y tres Grados variados, para un total de ciento veintinueve improvisados escocistas, de quienes se afirma que instalaron ese mismo año el primer Supremo Consejo del REAA de Venezuela. La feria de Grados fue de tal magnitud que el Coronel Gerónimo Pompa Landaeta (prócer de la Guerra de Independencia) dejó testimonio escrito sobre su carrera Masónica exprés de que en un año subió del Grado de Aprendiz al 33°.
                   
El punto principal aquí es que, en el Archivo General de la Nación de Venezuela, reposa una nota manuscrita por el General José Félix Blanco, Grado 33°, en la cual aparece el nombre de Simón Bolívar como uno de los personajes destinatarios del Grado 33° que ofreció a manos llenas Cernau. El problema con esta hipotética colación del Grado 33°, es que para esas fechas Bolívar se encontraba en El Perú en plena campaña libertadora del sur, exactamente en la población de Jauja, en el actual Departamento de Junín, y no pudo haberlo recibido. Tampoco se conocen vestigios de una posible delegación para otorgárselo o de haberlo recibido de alguna manera, algún día, en alguna parte. Por la misma razón, resulta un falso histórico el “Mandil y Collarín de Bolívar”. del Grado 32° del REAA, que se exhibe en la librería y museo “Canciller Robert R. Livingston”, de la Gran Logia de Nueva York. La de la Calle 23 de Manhattan.
                   
La prueba reina de la calidad de Masón del Libertador vendría en 1955 de la mano del escritor, periodista y político venezolano Ramón Diaz Sánchez, quien negoció en Paris con su amigo M. Sorlet, editor de la revista “Nouvelles Editions Latines”, el acta original de la Tenida de la Logia San Alejandro de Escocia, del Gran Oriente de Francia, en la que recibió el 11 de noviembre de1805, en París, el Grado de Compañero, a los 21 años de edad, firmada de su puño y letra, bajo la Gran Maestría de José Bonaparte, el hermano de Napoleón que sería tres años después Rey de España y fundador de nuestro primera Gran Logia y Supremo Consejo con jurisdicción en toda la América española.
                  
El hallazgo fue reforzado posteriormente por la aparición de una lista de Maestros Masones, de diciembre de 1805 de la misma Logia, en la que aparece el nombre del Libertador, descubierta por la historiadora venezolana Miriam Blanco Fombona de Hood en la Biblioteca Nacional de París.
                     
En ambos casos, los análisis sistemáticos y grafológicos de los documentos franceses han sido concluyentes al confirmar, fuera de toda duda, la autoría personal de la rúbrica de Bolívar y la autenticidad de los documentos.
                  
En definitiva, está plenamente demostrado que Bolivar si fue Masón, precisando de que no existe constancia de una vida Masónica más allá de los seis meses que vivió en París a los 21 años de edad,
                
JOSÉ ANTONIO PÁEZ. A pesar de no mencionar la Masonería en sus “Memorias” autobiográficas, la prueba definitiva de su condición de Masón, la constituye un documento original archivado en la Biblioteca Nacional de Venezuela, que ha pasado todas las pruebas grafológicas, firmado personalmente por “El león de Apure”, en calidad de Venerable Maestro, mediante el cual solicita Carta Patente a la Logia La Amigable N° 25, de Baltimore.
                                  
Por otra parte, está documentado que José Antonio Páez, en su segundo periodo presidencial (1839 - 43), “refundó” el Supremo Consejo de Venezuela el 10 de mayo de 1840 en calidad de Soberano Gran Comendador para el periodo 1840 – 42.
                                              
Visto lo anterior, queda fuera de toda duda razonable la calidad de Masón del General José Antonio Páez, con la aclaración de que solo existen evidencias fidedignas de que lo fue con posterioridad a las campañas libertadoras de la Nueva Granada y Venezuela. No antes, ni durante las gestas independentistas.
                                              
POR ÚLTIMO, REVISEMOS LOS PROCERES DE MÉXICO. La verdad es que la gran mayoría de los principales líderes insurgentes, Miguel Hidalgo, José María Morelos, Ignacio Allende, Juan Aldama, Miguel Domínguez, José María Cos, Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide, carecen de cualquier prueba documental que confirme su vinculación Masónica. No existe una sola acta de iniciación, ni mandiles, ni cartas, ni menciones en correspondencias privadas o archivos eclesiásticos y civiles de la época que lo sustente. Sus nombres tampoco figuran en registros de las Logias de ese entonces, entre otras cosas porque la Masonería institucionalizada en México se estructuró formalmente en la década de 1820, una vez consumada la independencia.
            
El primero que afirma que estos personajes fueron Masones, fue José María Mateos, en su obra “Historia de la Masonería en México desde 1806 hasta 1884”, publicada ese mismo año de 1884, en la que sostuvo, de paso, que fueron iniciados en una Logia llamada "Arquitectura Moral” en 1806 en la ciudad de México. Sin embargo, no hay evidencia de su existencia, ningún registro logial de la época la respalda, y el propio Mateos se contradice al ubicar la primera logia oficial en 1813. Hoy esta Logia es considerada un mito fundacional, repetido en la literatura Masónica posterior sin ningún respaldo primario.
               
En contraste, el único caso con respaldo documental claro es el de Guadalupe Victoria, el primer presidente de México, cuyo paso por Logias del Rito York está debidamente registrado. Su filiación Masónica es un hecho documentado en fuentes primarias, como las actas de la Gran Logia de Nueva York, de 1826 a 1828, el Libro de actas de 1826 de instalación de la Gran Logia Nacional Mexicana del Rito York, conservado en la Biblioteca Lerdo de Tejada, los informes diplomáticos del Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos en México, Joel R. Poinsett desde 1825 hasta1827, la edición del periódico “El Sol” del 15 de marzo de 1827, y los estatutos de la Gran Legión del Águila Negra de 1823, que reposa en el Archivo General de la Nación, en donde Guadalupe Victoria figura como fundador.
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Para finalizar, Queridas Hermanas y Hermanos, amigos y amigas:
                 
Comenzamos esta charla diciendo que la independencia hispanoamericana fue un proceso que la Masonería debía observa con el mismo rigor que aplicamos en nuestras columnas. Los archivos son claros. Salvo casos puntuales y bien documentados como el de Bolívar en París, Páez en Venezuela y Guadalupe Victoria en México, no hubo próceres Masones, ni Logias libertadoras ni políticas Masónicas organizadas en la emancipación americana.
                     
Hoy la historiografía crítica, apoyada en archivos civiles, notariales, parroquiales y Logiales, ha mostrado que el siglo XX repitió con demasiada comodidad lo que le convenía creer. Y, sin embargo, esta constatación no nos debilita, sino que nos engrandece, porque si hay algo profundamente Masónico es la búsqueda de la verdad, aunque nos obligue a reescribir relatos que parecían intocables. Y decirlo así no disminuye a la Masonería, sino que la devuelve a su esencia crítica, ética y esclarecedora.
               
Cierro con gratitud por su atención y con la certeza de que, si algo podemos aprender esta noche, es que, con honestidad intelectual, la búsqueda de la verdad histórica también hay un acto profundamente Masónico. Porque desmontar mitos para iluminar hechos es, en sí mismo, un trabajo de auténtica construcción.
        
Es mi palabra, QQHH y amigos. Muchas gracias por su fraternidad y amabilidad.
                  
                   
            

FONDATION DE LA PREMIERE GRANDE LOGE : VERS UNE NOUVELLE CHRONOLOGIE

Por Iván Herrera Michel
https://www.gadlu.info/fondation-de-la-premiere-grande-loge-vers-une-nouvelle-chronologie/
Traduction par GADLU.INFO
                      
Une analyse minutieuse des sources disponibles conduit à repenser la date de fondation de la première Grande Loge du monde. Tout semble indiquer qu’elle ne fut pas créée le 24 juin 1717, à la taverne The Goose and Gridiron (« L’Oie et la Grille ») à Londres, mais quatre ans plus tard, le 24 juin 1721, au Stationers’ Hall, dans la même ville, sous le regard de la presse et en présence de centaines de francs-maçons.
                      
Dans l’Angleterre de la deuxième décennie du XVIIIᵉ siècle, on respirait une atmosphère de transformation. La Glorieuse Révolution de 1688 avait mis fin à l’absolutisme, et la monarchie parlementaire se consolidait sous le règne de Georges Ier, premier souverain de la maison de Hanovre, venu d’Allemagne. Le Parlement gagnait en influence face au trône, et une nouvelle élite marchande et éclairée commençait à façonner l’avenir du pays. Londres était alors une ville en pleine expansion démographique, animée par le commerce, les salons scientifiques et une vie intellectuelle de plus en plus laïque. La Royal Society et la Society of Antiquaries organisaient des débats sur la science, l’histoire et la politique, tandis que dans les tavernes, on discutait librement des sujets d’actualité. C’était, sans aucun doute, un contexte propice à la naissance d’une Franc-maçonnerie spéculative moderne.
                    
C’est dans ce contexte que cette affirmation, qui peut paraître dérangeante au premier abord, s’appuie sur un fait simple mais décisif : il n’existe aucun document contemporain attestant qu’une réunion fondatrice et institutionnelle d’une première Grande Loge ait eu lieu le 24 juin 1717. Pas de procès-verbaux, pas d’articles de presse, pas de journaux personnels, pas de pamphlets, pas de références circonstancielles. Le silence est total. En revanche, l’année 1721 offre des sources abondantes et des témoignages primaires qui attestent d’une transformation réelle, visible et explicite de la vie maçonnique londonienne.
                    
Le document le plus pertinent à cet égard est le Livre E de la Loge de l’Antiquité n° 2, un manuscrit daté de quelques semaines après le 24 juin 1721. Il rapporte clairement la tenue d’une Grande Assemblée au Stationers’ Hall de Londres — le siège historique de la guilde des imprimeurs, libraires et éditeurs, construit en 1760 et toujours situé à côté de la cathédrale Saint-Paul — au cours de laquelle le duc de Montagu fut installé comme Grand Maître, jurant sur la Bible de « protéger les droits et libertés des francs-maçons, ainsi que les anciens registres ». C’est, à ce jour, le plus ancien enregistrement fiable connu de l’existence d’une Grande Loge.
                    
À cela s’ajoutent les récits publiés dans la presse londonienne de l’époque. Entre le 26 et le 28 juin 1721, des journaux tels que The Post Boy et The Weekly Journal décrivirent en détail un banquet maçonnique tenu au Stationers’ Hall, avec la participation de 300 à 400 Frères. Le plus significatif de ces chroniques est qu’elles font explicitement référence à l’existence d’une « Grande Loge », ce qui suggère que l’institution avait déjà adopté une configuration publique et structurée à cette date.
                        
D’autres témoignages contemporains renforcent cette lecture. William Stukeley, membre de la Royal Society et figure influente des cercles éclairés de son temps, nota dans son journal personnel le déroulement du banquet, le discours prononcé par John Theophilus Desaguliers, la lecture d’un ancien manuscrit et l’élection du duc de Montagu en tant que Grand Maître. Desaguliers lui-même, dans ses notes personnelles, décrivit en détail le cortège, la cérémonie et la formalisation des charges. Aucun d’eux ne mentionne une réunion fondatrice en 1717.
                 
Les historiens Andrew Prescott et Susan Sommers, membres de la Loge de Recherche Quatuor Coronati n° 2076, sont formels à ce sujet : « il n’existe aucun témoignage contemporain d’une Grande Loge entre 1717 et 1721 ». C’est à partir de juin 1721 que l’on voit apparaître, de manière simultanée et cohérente, plusieurs sources indépendantes décrivant une organisation structurée, à la hiérarchie définie, dotée d’une visibilité publique et d’une direction établie.
              
Certes, dans la seconde édition des Constitutions de James Anderson (1738), on mentionne un banquet tenu le 24 juin 1717 à la taverne The Goose and Gridiron. Mais il faut souligner qu’il s’agit là d’un écrit rédigé plus de deux décennies après les faits, sans aucun appui documentaire contemporain et sans témoins pour corroborer le récit. À l’inverse, le Livre E de 1721 constitue une source historiquement bien plus crédible et solide.
                      
Par conséquent, si l’on examine les faits avec rigueur critique, tout semble indiquer que l’institutionnalisation effective de la première Grande Loge a eu lieu en 1721, et non en 1717. C’est alors qu’aurait eu lieu la transition, documentée et publique, d’une Franc-maçonnerie éclatée en loges indépendantes vers une structure centralisée ayant vocation à réguler et à durer. Cette transition marquerait le début d’une nouvelle étape, caractérisée par la rationalisation des usages anciens, l’adoption de formes représentatives et une projection publique assumée.
                    
Bien que l’absence de preuve ne soit pas la preuve de l’absence, établir précisément cette chronologie constitue une revendication du méthode historique, de la documentation vérifiable et de l’esprit des Lumières qui ont animé la naissance de la modernité maçonnique dans la Londres du début du XVIIIᵉ siècle.
                     
La date de 1721, appuyée par des documents et témoignages clairs, offre un prestige social plus solide et tangible que celle de 1717, qui semble davantage relever d’une construction symbolique servant à forger l’identité de la Franc-maçonnerie. Mais comprendre cela ne signifie pas dévaloriser le récit d’Anderson, mais accepter que dans la Franc-maçonnerie, histoire, mythe et symbole s’entrelacent pour soutenir son sens profond et sa force sociale.
                 
Il me semble que nous devons embrasser la dualité qui consiste à respecter la rigueur historique sans perdre de vue la fonction vitale des mythes, car c’est dans cette tension que réside aussi la richesse de notre héritage. Ce n’est qu’à partir de cette compréhension ouverte que nous pourrons véritablement honorer le legs qui nous a été confié.
              
                                             

I

DIMENSION ANTHROPOLOGIQUE DU RITUEL MACONNIQUE

Texte adapté de l’article d’Iván Herrera Michel, traduit par GADLU.INFO
https://www.gadlu.info/dimension-anthropologique-du-rituel-maconnique/
                    
L’initiation maçonnique comme rite de passage: approche anthropologique
                      
Dans une perspective anthropologique et historique, l’initiation maçonnique incarne les éléments fondamentaux des rites de passage décrits par Arnold van Gennep et Victor Turner. L’initié traverse un seuil symbolique entre deux états d’être, sans appartenir pleinement à l’un ni à l’autre. Ce processus est marqué par trois phases : séparation, liminarité et incorporation.
                       
Une structure rituelle constante depuis trois siècles
                
Depuis plus de trois cents ans, la Franc-maçonnerie reproduit ce schéma en le multipliant à travers plusieurs degrés initiatiques. Chaque passage représente une transformation psychologique et spirituelle, en accord avec le symbolisme maçonnique.
                      
1. Séparation : l’introspection avant l’initiation
                
La première étape débute dès la demande d’entrée en Loge. Le candidat est isolé dans la Chambre de Réflexion, confronté à des symboles et à des questions qui favorisent une introspection profonde. Cette phase rappelle les rituels des sociétés anciennes où l’on abandonnait son identité passée. Des anthropologues comme Mary Douglas et Catherine Bell ont souligné l’importance de cette rupture dans la construction d’un nouveau soi.
                        
2. Liminarité : entre deux mondes
                     
C’est le moment où l’initié n’est plus ce qu’il était, mais pas encore ce qu’il deviendra. Il est plongé dans une expérience symbolique et psychodramatique destinée à le confronter à ses limites. Victor Turner qualifie ce moment de « communitas », un espace de vulnérabilité contrôlée qui favorise l’éveil à son propre potentiel. Claude Lévi-Strauss et Richard Schechner voient dans cette phase une reconstruction de l’individu par la mise en scène rituelle.
                     
3. Incorporation : une nouvelle identité maçonnique
                        
Après avoir franchi les épreuves, l’initié est reconnu comme membre d’une nouvelle communauté. Il reçoit des signes distinctifs validant sa transformation. Edmund Leach et Ronald Grimes insistent sur le rôle des symboles dans la consolidation de cette nouvelle identité. La Franc-maçonnerie adapte ses rituels aux contextes contemporains tout en restant fidèle à son héritage initiatique.
                 
Une expérience humaine et fraternelle
                    
L’initiation maçonnique dépasse le cadre de la Loge : elle impacte la vie quotidienne. Cette dimension fraternelle s’exprime dans les liens qui unissent les Frères. L’auteur évoque avec émotion la première fois où il a reconnu un Frère inconnu, loin de chez lui, comme un être familier.
                   
L’évolution du rite et la quête intérieure
                    
Issu des anciennes corporations, enrichi par le symbolisme de la Renaissance et les Lumières, le rituel maçonnique demeure vivant. Il s’adresse à chacun de manière unique selon son chemin de vie. Plus qu’un simple enseignement, il offre à l’initié une voie d’éveil personnel et collectif.
                 
Conclusion : la Maçonnerie comme outil de transformation
                 
Comprendre les initiations maçonniques comme des rites de passage permet de saisir leur portée humaine. En perpétuant cette tradition, la Maçonnerie propose à chacun une opportunité rare de se transformer en profondeur — au-delà des signes extérieurs, vers une connaissance de soi enrichie et partagée.
                   

               


ANCIENS ET JEUNES FRANCS-MAÇONS: TRADITION ET CHANGEMENT

Por Iván Herrera Michel
https://www.gadlu.info/anciens-et-jeunes-francs-macons-tradition-et-changement/
                    
J’ai vu beaucoup de choses se produire dans la franc-maçonnerie. De nouveaux visages qui partent, de jeunes idées punies, des opinions pétrifiées, des projets qui naissent et meurent, des magasins qui disparaissent… et peut-être que cette réflexion est une tentative de mettre des mots sur ce que certains d’entre nous ressentent lorsque les rituels sont laissés derrière eux et que des questions arrivent.
                
J’ai eu l’occasion de voir la Franc-Maçonnerie sous différents angles et responsabilités, et la vérité est qu’il y a quelque chose que je ressens parfois lorsque je parle à un Frère jeune ou âgé : le sentiment que nous sommes à un carrefour sans précédent, plongés dans un monde vertigineux. changement des temps, ce qui ne facilite pas le chemin de transition qu’exige toute tradition. Des temps qui mettent en jeu la survie de l’Ordre tel que nous le connaissons et qui deviennent de plus en plus difficiles à ignorer et à gérer, car ils finissent par éloigner les Frères des Loges.
                    
En particulier, lorsque je discute avec des jeunes francs-maçons, je remarque quelque chose qui me frappe et me fait réfléchir. Ils me parlent de leurs idées, de la façon dont ils veulent que la franc-maçonnerie fasse quelque chose pour le monde d’aujourd’hui, pour les problèmes d’aujourd’hui. Et je reste là, hochant la tête et pensant : comment leur expliquer que ceci est, et n’est pas, en même temps, ce genre d’endroit ? Cela, pour le comprendre, nous avons besoin d’une abstraction comme les chevauchements et les dilemmes philosophiques que nous impose le chat de Schrödinger.
                        
Leurs plaintes tournent généralement autour du fait que le travail dans les Loges concerne principalement le passé et le même que toujours. Comme s’ils étaient arrivés tardivement à la rencontre avec la franc-maçonnerie et à l’impact des francs-maçons sur les sociétés. Ils aimeraient voir que ce n’est pas seulement un espace d’introspection ou un endroit où s’asseoir et écouter ce que faisaient les anciens francs-maçons il y a des années.
                      
Je comprends les maçons seniors. Je les comprends très bien parce qu’après tout, j’en fais partie. Ils me disent que chaque action doit avoir son poids, que la franc-maçonnerie est, ou doit être, un refuge contre l’agitation extérieure, qu’il faut veiller à la tradition car, bref, c’est la seule chose qui nous relie à tous. ceux qui nous ont précédés et ceux qui viendront après. Même avec ceux qui viendront après ceux qui appellent au changement aujourd’hui et avec ceux qui viendront après ceux qui viendront après eux.
                     
J’ai entendu des anciens combattants s’accrocher à l’idée que la Loge est un lieu sacré, au-delà des affaires courantes. Ils ne veulent pas que l’on s’éloigne de concepts qu’ils considèrent comme fondamentaux, comme la tradition, le respect de l’autorité et la préservation de l’histoire. Les changements leur paraissent comme du bruit et ils craignent que s’ils commencent à s’ouvrir, ils ne pourront plus s’arrêter et que ce qui fait la franc-maçonnerie ce qu’elle est sera perdu à jamais.
                     
Et nous voilà, pris entre les deux positions, car chacune a un argument valable. Les jeunes, avec leur énergie et leurs appels au changement, et les vétérans, avec leurs appels à la patience… comment équilibrer cela ?
                  
Les jeunes me parlent de justice sociale, de changement climatique, d’environnement, d’inclusion, de technologie, de science et d’éthique – des questions qui, pour être honnête, à l’époque, je ne pensais pas qu’elles pourraient recouper la franc-maçonnerie. Mais ils sont là, insistant sur le fait que le monde extérieur est aussi important que celui que nous construisons à l’intérieur de la Loge. Je pense qu’ils ont raison car il est clair pour moi qu’ils comprennent qu’à Lojas, nous construisons pour ce monde. Je ne sais pas si tous les anciens comprennent cela, mais j’aurais aimé qu’ils le comprennent.
                        
Et puis, quand les jeunes commencent à dire que le changement est urgent, les anciens combattants entendent une sorte de menace, du moins c’est ce que je comprends. Je les vois avec leur respect pour le passé et leur fierté pour les contributions de l’Ordre à l’humanité, et je n’observe pas – à vrai dire – de résistance au changement en soi. Ils se souviennent encore de ce qu’ils pensaient et voulaient quand ils étaient jeunes. Ce que je vois, c’est un désir profond que tout ce que nous célébrons – les rituels, les symboles, les valeurs, la méthode… – reste en place. Ce n’est pas qu’ils ne veulent pas changer, c’est qu’ils veulent que ce changement s’enracine. Je ne sais pas si tous les jeunes comprennent cela, mais j’aurais aimé qu’ils le comprennent.
                 
J’en suis arrivé à la conclusion que la franc-maçonnerie a besoin des deux : de l’élan renovateur des jeunes et de la solidité réflexive des personnes âgées. Il ne s’agit pas d’un jeu à somme nulle. Si l’un gagne et l’autre perd, nous perdons tous. La clé, s’il y en a une, est de comprendre qu’ils sont tous les deux là pour quelque chose qui les transcende, et bien qu’ils soient conscients qu’ils ne sont à aucun moment critique, ils trouvent le défi difficile. Nous savons que le conflit est la condition de la vie. Sans cette tension, peut-être la franc-maçonnerie resterait-elle au point mort, sans volonté de se renouveler, mais aussi sans l’ancrage de sa tradition.
                  
Peut-être que tout cela se résume à une question de confiance. Les anciens combattants doivent avoir confiance que les jeunes ne viendront pas démanteler ce qui a été construit au prix de tant d’efforts pendant trois siècles. Et les jeunes, à leur tour, doivent comprendre que les anciens combattants ne cherchent pas à freiner leur enthousiasme ou leur changement, mais plutôt à s’assurer que l’essentiel ne soit pas perdu dans le processus. Ce n’est https://www.gadlu.info/anciens-et-jeunes-francs-macons-tradition-et-changement/pas un chemin facile ou rapide. Tout le monde souhaite la même chose : que la Franc-maçonnerie soit un lieu de rencontre, de croissance et d’appartenance.
                
A ce sujet, un jeune franc-maçon m’a fait ce commentaire lors d’un dîner :
                     
« Peut-être qu’au lieu de tout changer ou de tout laisser pareil, nous avons besoin d’une conversation honnête. »
                  
Je l’ai accepté au nom des anciens combattants.
                 
C’est peut-être la tâche qui nous attend… Peut-être….