domingo, 31 de agosto de 2025

DEL MOSAICO O DE LA CONDICIÓN HUMANA DEL MASÓN

 Por Iván Herrera Michel
      
Entre los muchos símbolos que la Masonería conserva y transmite, el mosaico de cuadros blancos y negros me sigue hablando cada vez que entro en una Logia
            
Puede parecer un simple diseño de piso o un adorno geométrico, tan propio de la Orden, pero lo cierto es que allí, bajo nuestros pasos, se despliega una enseñanza que, por ser tan evidente, a veces pasamos por alto. De hecho, el mosaico no está afuera de la Logia, ni en Pasos Perdidos, ni separa lo profano de lo iniciático. Está adentro, bajo nuestros pies, recordándonos que la vida misma con sus claros y oscuros se cuela hasta el corazón mismo de nuestros trabajos Masónicos.
              
Ese detalle, aparentemente menor, lo cambia todo. Porque si el mosaico estuviera afuera, se leería como una especie de filtro moral en donde termina el mal y comienza el bien, para indicarnos que dejemos nuestras sombras al cruzar el pórtico para entrar puros, limpios y éticamente impecables.
                      
Por el contrario, quienes lo incluyeron en el decorado simbólico de la Logia no lo pusieron afuera, sino en medio de ella, a la vista y bajo el andar de todos, y el mensaje en la Orden se transformó en que lo luminoso y lo sombrío, lo virtuoso y lo mezquino, lo justo y lo torcido, no se quedan afuera. Vienen con nosotros, habitan entre nosotros y forman parte del suelo mismo donde debemos aprender a caminar Masónicamente. Sin importar que se hayan inspirado en los “pavimentos ajedrezados” de la arquitectura sacra y cortesana del Renacimiento y del Barroco, o incluso en la tradición pitagórica de la dualidad numérica.
                  
Si la Masonería nos prometiera un refugio perfecto o un santuario idealizado, sería demasiado fácil imaginar que, al cubrirnos con el mandil y tomar asiento en Logia, quedamos automáticamente libres de debilidades humanas. Eso sería infantil. La verdad es que en la Logia seguimos siendo hombres y mujeres de carne y hueso, con nuestras virtudes y también con nuestras miserias. Y esa es, precisamente, la materia de trabajo de la Masonería, que no es otra que el ser humano real, no el ser humano ideal.
                      
Por eso el mosaico es incómodo cuando nos recuerda que el método Masónico no se ejercita en una sala estéril, sino en medio de tensiones, contrastes y contradicciones. Nos toca aprender a caminar sobre ese tablero sin caer en la tentación de absolutizar ninguno de sus colores. Quien solo ve el blanco corre el riesgo de volverse ingenuo y quien solo ve el negro se condena a la desesperanza. El arte del Masón y la Masona consiste en caminar en equilibrio, sin negar ni dejarse dominar por ninguno de ellos.
                 
Y aquí conviene decir algo que pocas veces se menciona abiertamente, y es que las sombras no solo se encuentran en el mundo profano. También las encontramos (y a veces de manera dolorosa, en forma de “fraternales puñaladas”), dentro de la Masonería misma. Quien haya recorrido algunos años de trabajo en las Logias sabe que no faltan las experiencias amargas, y las rivalidades y celos encubiertos, autoritarismos que se escudan en la tradición, egos que buscan brillo personal bajo la máscara de servicio, envidias pequeñas que terminan siendo venenos grandes. Todo eso existe. Y cuando lo encontramos en medio de un espacio que debería ser escuela de libertad, igualdad y fraternidad, duele más.
                   
Es allí donde el mosaico cobra una vigencia ineludible mostrándonos que lo perverso es parte del terreno en que caminamos dentro de la Masonería. Y que lejos de ser motivo para desilusionarnos, es una invitación a trabajar con más ahínco. Porque la Masonería nunca prometió una hermandad de ángeles, sino una hermandad de seres humanos que buscan construirse. Y el mejoramiento, como toda obra de construcción, se hace con materiales imperfectos. A veces ese “material” incluye experiencias ingratas que nos ponen a prueba.
                     
Recuerdo más de una vez haber observado situaciones que hubieran hecho fácil abandonar la senda con una justificación comprensible para propios y extraños. La lista incluye, por ejemplo, incomprensiones, injusticias, síndrome de Procusto y voces que levantan murallas en lugar de tender puentes. Pero también recuerdo lo que aprendí de cada una. El mosaico me enseñó que esas experiencias no son “accidentes” ajenos al método, sino parte de él. El reto está en no quedarnos atrapados en la oscuridad de un cuadro negro, sino usarlo como contraste para valorar más la claridad de los blancos. En la Logia no se nos pide negar la existencia de la sombra, sino mirarla de frente y seguir caminando.
               
El mosaico no es, entonces, un recordatorio de un dualismo estático, sino una pedagogía de la marcha. Nos enseña a no escandalizarnos con lo humano, sino a trabajarlo. Nos advierte que los desaciertos de un Hermano o una Hermana, incluso las actitudes más bajas, forman parte del escenario donde ejercitamos la fraternidad. Y nos recuerda que la fraternidad no se mide en los aplausos fáciles, sino en la capacidad de sostener el vínculo incluso cuando se tambalea y el timón en medio de la tormenta ética.
                   
Si todo en la Masonería fuera blanco, sería ingenua y frágil. Si todo fuera negro, sería invivible. Pero como es un mosaico, tiene sentido porque el blanco sin negro no brilla, y el negro sin blanco no enseña. De esa tensión surge la experiencia viva del método, que no consiste en no mirar los contrastes, sino en aprender a vivir con ellos y a transformarlos en construcción.
          
El mosaico, con su geometría simple, nos dice algo que vale tanto dentro como fuera de la Logia y es que el trabajo del Masón y la Masona comienza siempre sobre el mismo suelo que pisa. La Logia no es burbuja ni santuario para puros, sino un taller humano, atravesado por luces y sombras.
              
Quizá por eso está adentro y no afuera, para que nunca olvidemos que la Masonería se vive no a pesar de lo humano, sino precisamente dentro de lo humano.

                        

                                         

 

4 comentarios:

Andy Darío Villar Peñalver dijo...

Querido hermano Iván Herrera destaco de esta entrada la importancia del equilibrio en la vida amazónica donde no podemos inclinarnos a una de las dos tendencias radicales que representa el piso ajedrezado es por eso que lo más importante que veo es la armonía interior en la vida del masón y la amazonas y su implicaciones en su desempeño personal y social

Anónimo dijo...

Absolutamente de acuerdo con la apreciación del símbolo espejo del mosaico . Buen centro en la Diana !

Anónimo dijo...

Un querido TAF desde: Oviedo España

Ofelia dijo...

Mil gracias Q:. H:. por poner en primera plana este importante tema, y de la forma como lo hace, en este contexto social actual. T:. A:. F:.