Por Iván Herrera Michel
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| Águila Bicéfala diseñada en Lausana en 1875 |
Durante dieciséis días de aquel
septiembre helvético, once Supremos Consejos se reunieron bajo la presidencia
del suizo Jules Besançon, cuya mesura encarnó el tono que la reunión
necesitaba, y entre las paredes sobrias del local elegido se discutieron las
bases normativas y filosóficas del REAA con una seriedad que hoy sorprende por
su rigor documental y su altura moral. De esas sesiones nacieron decisiones
prudentes y valientes a la vez, pues se revisaron las llamadas Grandes
Constituciones de 1786 atribuidas a Federico II de Prusia y se reconoció, con
sentido histórico, que su origen era más legendario que real, aunque su
autoridad jurídica se había consolidado por el consenso de casi un siglo. En
lugar de derogar el texto se le revisó con cuidado, se corrigieron las
obviedades del tiempo, y se lo ratificó “en cuanto no se opusiera” a los
principios aprobados en Lausana. Ese gesto de equilibrio salvó la continuidad
del Rito, y dejó como lección que la tradición se defiende mejor cuando se le entiende y no cuando se le idolatra.
El punto que incendió los debates fue el
primer artículo de la Declaración de Principios redactada por una comisión
presidida por Adolphe Crémieux y revisada por el Barón Tassin, en donde se
afirmaba que “la Francmasonería proclama la existencia de un Principio
Creador bajo el nombre de Gran Arquitecto del Universo”. Aquella frase,
pensada para unir, terminó marcando una frontera entre quienes veían en ella la
más alta expresión de la espiritualidad y quienes creyeron que abría la puerta
a la ambigüedad filosófica. El delegado escocés William T. S. Mitchell
consideró que el texto debilitaba la noción de un Dios personal y abandonó la
asamblea antes de la clausura, mientras que Inglaterra optó por permanecer y
firmar, interpretando que la fórmula preservaba lo esencial. En esa divergencia
se plantó la semilla de tres interpretaciones que aún hoy dividen, enriquecen y
definen a la Masonería practicante del REAA en el mundo entero.
A partir de entonces el Convento de
Lausana fue leído desde tres miradas distintas que corresponden a los tres
grandes grupos históricos que hoy lideran el conjunto de Supremos Consejos del
planeta y que, de algún modo, continúan dialogando a través de la distancia
histórica. La Jurisdicción Sur de los Estados Unidos, heredera de Albert Pike,
entendió Lausana como un exceso de racionalismo y un riesgo de relativismo
doctrinal, y por eso conservó con firmeza su defensa del carácter teísta del
Rito como columna vertebral. A su vez el Supremo Consejo de Francia, guardián
de los documentos originales y artífice de una interpretación humanista, vio en
Lausana una afirmación luminosa de la libertad de conciencia, y sostuvo que la
fórmula del “Principio Creador” no era una concesión al deísmo sino una
expresión de respeto a la diversidad espiritual. Y por su lado, el Supremo
Consejo del Gran Oriente de Francia, con su acento laico y adogmático, leyó el
mismo texto como un intento que no llegó al fondo del problema, celebró su apertura,
pero lamentó que no se hubiera dado el paso definitivo hacia la emancipación plena
de toda referencia teológica. Entre esas tres miradas se dibuja el triángulo
que aún sostiene al REAA contemporáneo, porque ninguna de las tres puede
entenderse sin las otras.
Con el paso del tiempo las discusiones
del Convento se transformaron en una brújula que todavía orienta los debates
actuales, y la prueba más clara es que ningún Supremo Consejo, “regular”, "tradicional" o “liberal”, puede explicarse hoy sin recurrir directa o indirectamente
a Lausana y a las reflexiones que de él se desprendieron. Allí se discutió la
relación entre historia y mito, entre fe y razón, entre autonomía y
confederación, y de ese crisol surgió la conciencia moderna del REAA. Lausana
no dio uniformidad, dio método, y ese método ha sido la piedra angular de las
reformas, de las disidencias y también de las reconciliaciones que jalonaron la
historia posterior. No se puede entender el Rito Escocés Antiguo y Aceptado sin
ese espejo suizo, porque fue allí donde el Rito dejó de ser solo un conjunto de
Grados y se convirtió en una ética del pensamiento, un equilibrio entre
tradición y lucidez crítica.
En realidad, la resonancia de Lausana
fue mucho más amplia que la de sus muros y actas, porque las ondas de aquel
debate llegaron también a América y se mezclaron con el trabajo de nuestras
propias Logias, desde la Patagonia hasta el Rio Grande y el Caribe, en donde el
Rito fue aprendiendo a pronunciarse con acento americano sin renunciar a su
raíz de Europa occidental. Tal vez por eso los latinoamericanos solemos leer Lausana no como
un museo de fórmulas, sino como una lección viva sobre cómo conciliar razón y
emoción, tradición y cambio, espíritu y ciudadanía. Esas resonancias, que todavía
vibran en las Columnas de cada Oriente de la región, recuerdan que la
universalidad de la Masonería se mide mejor por su capacidad de traducirse que por
su pretensión de uniformidad.
A ciento cincuenta años de aquella
reunión, lo que hoy se conmemora no es un acto administrativo del pasado sino
una lección de estilo. Lausana enseñó que los desacuerdos
no destruyen si se sostienen con respeto, que la diversidad no fragmenta cuando
se apoya en principios, y que la Masonería solo puede sobrevivir cuando sabe
pensar sin miedo y creer sin imposición. Al recordar a los hombres que firmaron
el 22 de septiembre de 1875, no los honramos por haber resuelto todos los
dilemas sino por haberlos planteado con nobleza. El verdadero homenaje no se
celebra con discursos sino con prácticas, y el mejor modo de conmemorar el
Convento de Lausana es replicar su método en nuestro tiempo, de debatir sin
desdén, construir sin exclusión y buscar sin arrogancia.
Al cerrar este ciclo conmemorativo observo que el espejo de Lausana sigue ahí, devolviendo no una imagen fija sino
el reflejo cambiante de lo que somos y de lo que aún debemos atrevernos a ser.
A veces creo que el mayor legado de 1875 no fue su Declaración de Principios,
sino la actitud de quienes se reunieron a debatir sin miedo, con la serenidad
de quien sabe que la verdad no se conquista, sino que se cultiva. El Convento de Lausana
permanece abierto cada vez que un Masón pronuncia una palabra para pensar y no
para imponer su pensamiento, y en ese acto discreto y luminoso está el
verdadero homenaje a quienes, hace ciento cincuenta años, tuvieron el valor de
discutir el presente y el futuro del REAA con la misma dignidad con que otros
se limitan a repetir el pasado.
Porque una
Orden que olvida su capacidad de disentir con decoro termina convirtiéndose en la
estructura sin pensamiento propio que prometió transformar.

12 comentarios:
Muy enriquecedor el tema, gracias.
Excelente, las luces que nos brinda a través de su artículo, Q:. H:.
Gracias Q:. H:.
Sensato análisis. Nada que añadir.
Parabéns mi hermano- Aprecie mucho sus reflexiones. Foram momientos encantados los que passamos en estes dias en essa hermosa cuidar. TFA
Muy enriquecedor el artículo, para que ningun RH se crea el dueño de la verdad
Buena interpretación de lo que significó el Convento de Lausana para el escocismo.
Afectuoso saludo Ivan
Excelente artículo. Nos aclara temas muy importantes. Nos enseña situaciones y comportamientos que los Mmas:. debemos conocer y practicar. Además es una interesante pieza de educación masónica. Gracias
Excelente como siempre QyRH Ivan. Respeto ante todo. Gracias
Excelente
Excelente e enriquecedor este conteúdo
Parabéns Soberano Irmão Herrera, sábias palavras.
Excelente, gracias QH.·. Ivan... TAF
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