(Palabras
pronunciadas en el Cuarto Simposio Masónico, sobre “Masonería esotérica. Ciencia
o pseudociencia”, organizado por la Gran Logia Universal Mixta de LL:. y
AA:.MM:. de Habla Hispana en los Estados Unidos de América, Or:. de New Jersey
(USA), los días 16 y 18 de
septiembre 2016 (E:. V:.)
La
Masonería no se puede limitar a la práctica de debates sobre preguntas extravagantes que tienen respuestas extrañas
Por
Iván Herrera Michel
QQ:. HH:. todos,
Quiero
confesarles de entrada que tengo cuatro razones principales para no confiar en
una pseudociencia:
La
primera es su terquedad en sostener que hace miles de años se sabían más y más
veraces cosas que ahora. Los hombres
modernos salimos del África descalzos y desarrapados hace unos 70.000 años, y
en algún punto de la historia comenzamos a creer en cosas que aceptábamos a
través de la especulación sobre el entorno que los cinco sentidos nos mostraban. Las primeras creencias de esos ancestrales 5.000
abuelos negros, entre mujeres, hombres y niños, debieron constituir la
tradición primordial de la que habla Rene Guenón, y es muy difícil saber ahora
con el poco conocimiento que tenemos de ellos lo que daban por cierto en apenas
un promedio de vida de 26 años.
La
segunda razón para mi desconfianza es que las pseudociencias sostienen que sus
saberes son incorregibles y no evolucionan en sus conceptos. Por ejemplo, la homeopatía, que apenas fue
creada hace dos siglos en 1796, en Alemania, por Samuel Hahnemann, se mantiene
ajena por completo a las ciencias experimentales. Si acaso, complementan sus vacíos con
conocimientos científicos.
La
tercera razón de mi desengaño de las pseudociencias, es que son de una
simplicidad y superficialidad que asombran.
Se puede ser un experto en manejar energías físicas, emocionales y
espirituales en unas tres secciones de no más de ocho horas cada una.
Y
la cuarta razón de mi desencanto con las pseudociencias, radica en que ninguna
de las pruebas experimentales que se han hecho sobre lo que afirman le dan la
razón más allá de los fortuito y el efecto placebo. Por ejemplo, es muy difícil de creer en ese sistema
de predicción de acontecimientos que es la astrología para quien estudia
astronomía. Que a nuestro comportamiento
lo inclinen los planetas deja mucho que desear para un psicólogo, un astrónomo
o un médico psiquiatra.
No
obstante, su arraigo en la mayor parte de la población se debe a que desde que
nacemos estamos inmersos en una inducción cultural que limita e inclina nuestra
capacidad de discernimiento sobre la realidad.
El entorno, aunado a la evolución de la psicología humana, influye en
las explicaciones que damos a los fenómenos, de la misma manera que el lenguaje
heredado influye en las comprensiones y los sesgos con que vamos figurándonos
el mundo desde la niñez.
Tengo
la suerte de conocer de primera mano el fascinante realismo mágico del caribe,
que debo señalar que es apenas uno más de los que se observan en pueblos
antiguos y actuales alrededor del planeta.
El nobel colombiano Gabriel García Márquez, que nació a una hora en
automóvil de mi ciudad y vivió en ella gran parte de su vida, lo retrata es una
forma más que maravillosa.
|
El Gran Maestro anfitrión Benjamín Sabido |
Por
ejemplo, en Cien Años de Soledad, García Márquez narra la desaparición de
Remedios la Bella contando que mientras ayuda a Fernanda del Carpio a doblar
una sábana, esta nota que está pálida y le pregunta si se siente bien. Remedios la Bella le contesta que nunca se
había sentido mejor, comienza a levitar con la sábana y se despide con la mano
mientras se eleva a lo más alto del cielo.
También cuenta García Márquez que cuando muere José Arcadio Buendía
"Tantas flores cayeron del cielo,
que las calles amanecieron tapizadas de una colcha compacta, y tuvieron que
despejarlas con palas y rastrillos para que pudiera pasar el entierro".
Otra
historia: En un pueblo del Caribe colombiano, en medio de la basura y la
hojarasca apareció un muñeco de plásticos de no más de treinta centímetros de
alto. Un niño lo llevó a su casa y a la
abuela se le metió en la cabeza que era un santo, y como le salió milagrero, en
el rincón casero de los santos lo alumbró con una vela al lado de la Virgen del
Carmen, el beato José Gregorio Hernández, San Antonio de Padua, un Cristo de
San Benito Abad y San Martín de Porras. Nadie
sabía de qué santo se trataba hasta que una vecina descubrió el nombre en la
planta de los pies. Se llamaba Japán!
Pues
bien, mis Queridos Hermanos, no me lo van a creer, pero la verdad es que
todavía San Japán sigue haciendo milagros a sus fieles en un pueblo del Caribe
colombiano.
Puedo
contar muchas cosas como estas. Pertenecemos
a pueblos latinoamericanos cargados de historias y poseedores de un patrimonio
mágico que retando la imaginación bordea la poesía. En mis recuerdos, que son parte integral de
mi vida, las brujas no solo vuelan en la imaginación de los míos sino que están
vivas en las historias de mi gente, porque yo tuve la inmensa fortuna de nacer
y crecer en medio de cientos de narraciones asombrosas contadas por las viejas
de mi barrio.
Entro
a una casa de mi tierra y encuentro detrás de la puerta de entrada una mata de
sábila al lado de un Sagrado Corazón de Jesús, y en la mesita de centro de la
sala un elefante con la cola hacia la calle y un Buda gordo sentado para atraer
la prosperidad. La señora de la casa los
sábados quema sahumerios hindúes y el señor tiene en la billetera un dólar
americano haciéndose campo con una estampita del Divino Niño.
Creemos
en bendiciones y en maldiciones propias del mundo amerindio, prestadas del
África, facilitadas por los orientales o heredadas de Europa.
Y
aunque recuerdo con nostalgia la devoción infantil con que veía y oía de noche estas
narraciones en las puertas de las casas, y luego las recordaba atónito en la
soledad de mi cuarto, en eventos como estos, convocado bajo el eslogan de las
ciencias y las pseudociencias, tengo que, con los pies sobre la tierra,
reconocer seriamente que nada de eso corresponde a una realidad objetiva que
pueda pasar por el cedazo de la razón. A
pesar de que esas fantasías formen parte de mi propia realidad subjetiva y sean
los filtros con que me acerqué al mundo.
Tenemos
la tendencia a creer cosas fuera de lo normal porque estamos adiestrados para hacerlo
con creencias de diversos tipos. A ellas
hemos llegado de la mano amorosa de nuestros seres más queridos y respetados
desde que nacimos. Nos las han
aconsejado personas de las cuales no tenemos la más mínima duda de su buena
intención para con nosotros.
No
es un tema fácil abrirnos a otras posibilidades de la realidad distintas a la
que tenemos por cierta. Al respecto voy
a contarles un experimento muy interesante que mostró como en ocasiones
preferimos no escuchar
En
la década de los 60s del siglo pasado los psicólogos cognitivos estadounidenses
Joe Balloun y Timothy Brock reunieron a un grupo de personas. La mitad creyente y la mitad ateos. A ambos grupos se les expuso a un mensaje
grabado exaltando al cristianismo y otro atacándolo. Las grabaciones se mezclaron con un ruido
molesto de electricidad estática que obstaculizaba comprender bien las
palabras.
No
obstante, cada persona tenía la posibilidad de reducir el sonido molesto
maniobrando un botón para escuchar claramente el mensaje.
Resultado
de prueba:
Cuando
se encumbraba el cristianismo, los creyentes trataban de oír mejor. Cuando se atacaba al cristianismo los
creyentes preferían no escuchar bien el mensaje.
Cuando
se encumbraba el cristianismo, los ateos preferían no escuchar bien el mensaje. Cuando se atacaba al cristianismo los ateos trataban
de oír mejor.
Resultado
parecido se obtuvo con posteriores experimentos que incluyeron a fumadores y no
fumadores expuestos a un discurso sobre la relación entre el cigarrillo y el
cáncer.
Conclusión
de los investigadores: Acallamos el desacuerdo cognitivo mediante la ignorancia
autoimpuesta.
De
la misma manera, vemos como hay personas que ingresan a una Logia (a veces no
me atrevo decir que se Inician) y el ruido de sus propios pensamientos pre –
Masónicos no le permiten comprender de que se trata la novedad iniciática. Es odioso tener que decir que solo
Iniciándonos podemos comprender como y para donde corren las aguas de la Orden. El Masón no nace, el Masón se hace. Una Iniciación bien vivida es el
decodificador que hay que adquirir para lo que sigue.
La
Masonería es como hablar una lengua extranjera o como dominar un instrumento
musical, que nadie lo hace bien sin dedicar horas y horas de práctica y estudio
con el fin de acortar la distancia entre la timidez del Aprendiz y la seguridad
del Maestro. La percepción del camino
Masónico solo se realiza por las sensaciones.
El Masón trabaja, se detiene y medita delante de la obra, la crea y la
recrea en su mente y se hace parte de ella.
Investigación, reflexión teórica, consideraciones éticas, y práctica
efectiva son los ejes del método Masónico.
Por
eso es tan subjetiva e individual la Masonería.
Esto es lo que en mi concepto es lo esotérico de la Masonería. No porque sea oculta o porque no se deba dar
a conocer públicamente, sino porque al ser esencialmente íntimo el proceso de
iluminación es muy difícil trasmitirlo en palabras y solo se entiende mediante el
lenguaje de la trascendencia.
La
Masonería nos motiva a pulsar el botón que apaga el ruido que nos distancia de
lo diferente, sin despojarnos de nuestra realidad subjetiva. Nos ayuda a construirnos con materiales
racionales y no racionales en un entramado sesgado hacia dentro y hacía afuera,
que es como cuando decimos que la Logia es tan larga como de occidente al
oriente, tan ancha como del norte al sur, tan profunda como hasta el centro de
la tierra y tan alta como la bóveda celeste.
Porque somos también nosotros mismos la Logia en la que trabajamos y en la que figuramos
el universo de nuestras ideas aunque emanen de una prosaica funcionalidad
cerebral.
La
Masonería está en capacidad de aprehender la ciencia y el simbolismo de las
pseudociencias, y como en la alquimia medieval aplicar el principio de “solve
et coagula” (es decir, disuelve y consolida), mediante el cual construye cosas
nuevas descomponiendo las viejas. De
hecho, la Masonería no funciona de manera diferente a este vaivén continuo de
impugnación y tamizaje, en donde no hay verdades esculpidas en mármol.
Hay
un libro extraordinario que me recomendó hace poco un amigo. Se llama “Consilience:la unidad del conocimiento" escrito por Edward O. Wilson. Habla de cómo las humanidades y las ciencias
tienen que ir de la mano si quieren ser más eficientes. Y es genial la propuesta porque dice que las
humanidades deben ser más científicas, y las ciencia más humanistas, porque hay
de por medio una reflexión ética sobre cada idea, sobre cada sentimiento, sobre
cada diversión y sobre cada experimento a desarrollar. Ya que el humanismo define más al ser humano
que la ciencia, aunque sea la ciencia el gran producto humano por excelencia.
La
Masonería se ha adelantado y es algo más que una técnica de ayuda personal. Es una forma de pensar y de asumir la
realidad promoviendo lo humano. Eso es
lo esotérico que yo veo y solo así veo que construye Templos interiores y
exteriores a dirigidos a la felicidad humana.
Queridos
Hermanos y Queridas Hermanas,
Afuera
de nuestras Logias una generación entera, diferente a todas las anteriores,
llamada Millenials, nos observa y evalúa si la Masonería puede tener un lugar
en la construcción de su vida. Es la generación más tecnológica de la historia
de la humanidad. Han nacido entre 1980 y el año 2000 y en 9 años, o sea en el
año 2025 representarán el 74% de la fuerza laboral del mundo. Hoy tienen entre
16 y 36 años y mañana serán el futuro de todo en todas partes y, naturalmente
el futuro de la Masonería.
La
Masonería no se puede limitar a la sola práctica de debates especializados
basados en preguntas extravagantes que tienen respuestas extrañas. Debemos
comenzar por intentar resolver cuestiones de la vida cotidiana y contribuir a
permitir que la próxima generación, a partir de una visión más clara de la de
su entorno, pueda hallar un sentido para sus vidas y elegir libremente una
manera de vivir alejada de obsesiones superficiales o psicóticas.
Muchas
Gracias.