lunes, 29 de septiembre de 2025

LA MUJER Y LA MASONERÏA. TRADICIÓN QUE PROGRESA


 

Palabras leídas en el Auditorio de la Universidad Cooperativa de Colombia, en la ciudad de Montería, Colombia, el día 26 de septiembre de 2025, en el marco del inicio de los festejos conmemorativos de los 90 años de constituida la Respetable y Benemérita Logia Estrella del Sinú No. 57 – 2 – 8, la primera en obtener Personería Jurídica en el país.
 
                                        
Muy Respetable Gran Maestro de la Gran Logia del Norte de Colombia,
Respetables Dignidades presentes,
Venerable Maestro de la Respetable Logia Estrella del Sinú No. 57 - 2 - 8, IL:. H:. Cesar Ballut
Respetables Dignidades y Oficiales de esta Logia,
Estimados conferencistas de la noche,
Estimadas amigas y amigos, muy buenas noches.
                             
Quiero comenzar mi intervención recordando una anécdota personal, que guarda relación con un episodio vivido posteriormente por la Logia Estrella del Sinú No. 57 - 2 – 8, el tema de este encuentro, y nuestra común convicción de que las mujeres pueden ser Masonas en las mismas condiciones que los hombres.
                         
Hace unos veinte años, esta misma Logia tuvo la audacia de invitarme a hablar, en un hermoso salón del Museo Zenú de Arte Contemporáneo (MUZAC), recién inaugurado a orillas del Sinú, del derecho de las mujeres a ser Masonas. Yo, ingenuo y entusiasta, pensando en aquellos días que los prejuicios se podían vencer con educación, con información y con reflexión, repetía esa idea por todo el país Masónico como si se pudiera corregir las discriminaciones de las que todavía están orgullosos algunos Masones. Y la herejía me salió cara. Hablaron pestes de mí, me señalaron de revolucionario, de no respetar mis juramentos, ni la tradición, ni el rito, y hasta me expulsaron de la Gran Logia que yo mismo había fundado en 1989 con un grupo de Masones, de los cuales solo quedamos cinco vivos, y solo de ellos solo dos seguimos activos. Y no contentos con la expulsión, le pidieron oficialmente, afortunadamente sin suerte, a una institución internacional de la que yo era Vicepresidente que me echaran del cargo.
                              
Unos años después, me enteré a la distancia, que esta misma Logia vivió tensiones por andar diciendo también que las mujeres podían ser Masonas y practicar un Rito al que llamamos Escocés Antiguo y Aceptado. Y era curioso, por decir lo menos, ver como en esa avanzada misógina los lideres de la discriminación iban, de lo mas de complacidos, la verdad sea dicha, de la mano con algunos Masones homosexuales con quienes compartían la discriminación contra las mujeres. Sus razones tendrían para este machismo arcoíris.
                                     
Hoy la anécdota despierta sonrisas, porque, visto en retrospectiva, nuestros problemas (me refiero a los de la Logia y los míos por el tema de las mujeres y nuestra inclinación liberal y progresista) consistieron en que cometimos, frente a la godarria Masónica, el delito de “lesa Masonería” de tener razón demasiado temprano. Y frente a la igualdad de las mujeres, nos aplicaron la norma que establece que primero lo crucifican a uno y luego le copian las banderas.
                         
La Logia Estrella del Sinú Nº 57-2-8, fundada en 1936 en las riberas del río que nutre a Montería, ha sido una epopeya viva de resistencia y resiliencia. Desde los viajes en lancha por el Sinú y el mar para trabajar en Cartagena, hasta la clandestinidad de los años de la violencia partidista, su historia está marcada por persecuciones y renacimientos. Pionera en obtener personería jurídica en Colombia, y madre de otras Logias que irradiaron luz en Córdoba y Sucre, desde la alborada del siglo XXI, con pasión y firmeza, ha abrazado, sin doble discurso, el camino de la Masonería liberal, progresista y adogmática, aun en medio de fuertes ataques. De tal manera, que desde hace más de dos décadas abre sus puertas con altura y grandeza a las mujeres de Montería, de las sabanas de Cereté y Lorica, de las playas marinas de San Antero y Moñitos, del piedemonte de Ayapel y San Jerónimo, y de las montañas de Tierralta y Planeta Rica, a sumarse a su trabajo. Porque en cada rincón del departamento de Córdoba, donde el río, el mar y la sierra se encuentran, su destino es perpetuar la dignidad de una Masonería realmente progresista y humanista.
                                
Gracias, Montería, por abrirme sus puertas de nuevo y regalarme la oportunidad para que yo también invite por segunda vez a las monterianas a ingresar a la Masonería para que nos regalen sus luces y completen los debates misóginos que hemos tenido demasiado tiempo. Felicito a la Respetable Logia Estrella del Sinú No. 57 - 2 - 8 por sus 90 años y por algo que vale tanto como los años y la experiencia, como es el coraje de ponerse a la altura de los principios que juraron defender por encima de prejuicios o intereses personales. Haber sido pionera en Colombia en obtener personería jurídica, recién terminada una hegemonía conservadora de 45 años, honra su historia, pero decidir abrir el Templo, como lo han hecho, a las estudiantes, a las profesionales, a las profesoras universitarias, a las juezas, a las lideresas barriales, por ejemplo, honra su porvenir. Las instituciones, como las personas, se miden por lo que hacen, cuando nadie las obliga, y por lo que hacen cuando las obligan a no hacer lo correcto.
                                     
Para los monterianos (no solo los Masones y Masonas, porque la Logia Estrella del Sinú No. 57 - 2 - 8 ya es un patrimonio intangible de la ciudad), esta noche más que un aniversario, es un momento en el que pueden también decidir cómo será la Masonería en Montería dentro de otros 90 años, y cuál será su aporte.
                                     
Aquí estamos, invitados por una Logia Masónica que nació hace 90 años, para pensar y dialogar en beneficio de la comunidad. Si algo quiero que recuerden en este encuentro es que ustedes (adultos, jóvenes y mujeres que hoy nos acompañan) tienen en sus manos la posibilidad (con Masonería o sin Masonería) de que dentro de otros 90 años Montería sea todavía más libre, más justa y más solidaria de lo que es hoy. Como lo soñó el primer Venerable Maestro de esta Logia, el Dr. Alejandro Giraldo Sánchez, un médico educado en los Estados Unidos, que hablaba 4 idiomas, que recorría en burro las sabanas, las playas y las serranías de los actuales Departamentos de Córdoba y Sucre llevando su medicina a los campesinos, y que todos los 24 de junio mataba una vaca y la repartía entre los pobres.
                                         
Permítanme, por favor, imaginar que, en este mismo salón, dentro de veinte años, una joven que hoy está sentada aquí vuelve, pero ya no como invitada. Vuelve como Venerable Maestra, que es como se le denomina a la persona que preside una Logia. Llega con un grupo de Aprendices y Aprendizas, a presentar el proyecto con el que ganaron un premio de innovación social. Tal vez sea un sistema de reciclaje comunitario creado en un barrio de Montería, o un programa de alfabetización digital que conecta estudiantes rurales con universidades extranjeras. Eso es exactamente el tipo de historias que busca el método Masónico.
                                     
No hablo de algo distante ni de un ritual que vive encerrado entre paredes. Piensen en lo que ya han hecho los jóvenes en Montería. Un grupo de estudiantes que se reúne para crear un emprendimiento, una brigada que organiza una limpieza del Sinú, un colectivo que defiende la memoria del barrio, otro que organiza una actividad en el Teatrino de la Ronda o en el parque de mascotas. También me han contado de una joven arquitecta, en Córdoba, que diseñó un plan para rescatar casas patrimoniales y convertirlas en espacios culturales autogestionados, de otro más que organizó un grupo de estudio en su barrio para preparar a los muchachos de los grados décimo y once para las pruebas Saber. Estos jóvenes, son gente “sentipensantes”, para usar la expresión que se inventó Orlando Fals Borda para describir al modo de ser y estar en el mundo de los hombres y mujeres del Caribe.
                                    
Son apenas unos pocos ejemplos de los muchos que seguramente hay. Ninguno de estos muchachos y muchachas pertenece a la Masonería, pero sus acciones llevan el sello de nuestros compromisos. Imaginen si ese tipo de talento comenzara a trabajar con la metodología Masónica. La Masonería trabaja con esas mismas energías, y les ofrece un método probado durante siglos para multiplicarlas, organizarlas y convertirlas en cambios sostenibles. Porque cuando es fiel a sí misma, la Masonería es una máquina de multiplicar talentos y competencias.
                                          
Entrar a la Masonería es entrar en una red que cruza fronteras. Es descubrir que lo que piensas y trabajas aquí puede conectarse con un proyecto en Lisboa, en Santiago de Chile, en Beirut o en Montreal. Es saber que no estás sola ni solo, que hay personas que te tratarán de Hermana y Hermano en otras ciudades y en otros países y están dispuestos a intercambiar ideas, a abrirte puertas, a apoyarte en lo que emprendas. Ese capital humano es una de las herramientas más poderosas que se pueden tener.
                               
Y aquí quiero detenerme un momento para tratar de explicar qué es la Masonería, porque sé que no todos en esta sala han tenido el mismo contacto con ella. La Masonería es una escuela de construcción moral, personal y de trabajo colectivo. No es una religión, no es un partido político y no es un club cerrado para privilegiados. Es un espacio en donde personas de distintas convicciones trabajan juntas para construirse a sí mismas y para servir mejor a su comunidad. Se aprende con símbolos, y con un método que combina reflexión, diálogo y acción concreta. El centro de la Masonería no está en la famosa discreción, sino en la práctica diaria de valores humanistas.
                                 
La Masonería en el siglo XXI no puede ser indiferente a lo que pasa fuera de sus muros. Hablo de educación pública, de alfabetización digital, de igualdad de género, de ética pública, de respeto al medio ambiente y de defensa del patrimonio cultural. Estos son temas que se resuelven con personas comprometidas, con equipos organizados, y con mentes críticas que no se conforman con el “siempre ha sido así”.
                             
Lo que vengo a decirles esta noche no es un canto de alabanza a la Masonería. Eso sería trivial. Es, como siempre me ha gustado, un ejercicio de mostrarles de frente lo que somos, sin velos ni disfraces, para que ustedes conozcan y analicen este nicho especulativo que ha acompañado a la humanidad desde hace tres siglos. Quiero que se imaginen, a sí mismos, dentro de unos años, no como espectadores de un evento Masónico, sino como parte activa de él. Una mujer liderando un proyecto de impacto regional, un joven coordinando un programa de intercambio académico, y ambos sentados en el sitio principal de la Logia con la autoridad que da el trabajo bien hecho. Ese lugar no es simbólico. Existe, y esta noche se abre para todos y todas.
                                   
Es posible que alguien de los presentes, que no sea Masón, quiera serlo. Con él o con ella, debo ser sincero. Yo nunca aconsejo a nadie ingresar a la Masonería, sino a un cierto estilo de Masonería. Abierto, incluyente y fiel a la libertad de conciencia que le dio sentido en su origen. Quienes sienten interés en ser Masones o Masonas tienen el derecho a conocer de antemano la clase de ambiente en donde se van a meter, porque no todo lo que se viste de fraternidad y de humanismo lo es realmente. Por eso siempre aconsejo que se enteren primero sobre si sus nuevos compañeros de reuniones les van a aportar un valor moral agregado a su vida, o les van a inculcar necedades basadas en una “Tradición”, que han pervertido y convertido en una máscara de sus propios prejuicios y limitaciones morales.
                                      
Cuando una institución Masónica se encierra en sus propios muros y se dedica a excluir a las mujeres, por ejemplo, y a todo el que no calce en su molde, no hace otra cosa que fabricar un lugar de moral torcida y en donde no es sano estar. Allí solo vale la obediencia al capataz de turno, y eso atrae a los mismos de siempre, inseguros con ínfulas, manipuladores y pequeños dictadorzuelos que se sienten importantes porque dentro se premia la confabulación y la genuflexión antes que la honestidad, y el prejuicio se valida como un deber que genera gratificaciones, que sirve de coartada para justificar la hostilidad de una personalidad conflictiva, y la endogamia se vuelve un aire viciado en donde prospera el cuchicheo y el asolapado. Por lo que no es casualidad que esos lugares se llenen de jefes que imponen la membresía con servidumbre.
                                    
Frente a eso, vale la pena recordar que la Masonería auténtica nació como un espacio ilustrado de fraternidad, pensamiento libre, tolerancia y respeto al diferente sin ninguna distinción, y solo en ese espíritu tiene sentido acercarse a ella hoy. A este único estilo Masónico es al que yo aconsejo siempre tocar las puertas, y no estaría yo aquí y ahora, si no creyera que desde hace más de 10 años los Masones y Masonas de la Logia Estrella del Sinú No. 57 - 2 – 8 lo representan.
                                  
La Masonería nació en un tiempo profundamente desigual, y, generación tras generación, ha debido ajustar su compás para acercarse al ideal que proclama. Lo hizo cuando incorporó el pensamiento científico en el siglo XVIII, cuando defendió la educación popular y la libertad de prensa en el XIX, y cuando promovió los derechos civiles en el XX. Hoy, una parte de ella tiene abiertas sus puertas a las mujeres y a los jóvenes con las mismas herramientas que siempre ha ofrecido para la reflexión y el trabajo.
                                 
El siglo XX demostró algo que hoy es obvio. El Templo no se desmorona cuando entra una mujer, sino que se encienden más luces, como está sucediendo esta noche en Montería en la que nos honra una Masona de la talla intelectual de Margarita Rojas Blanco, que ha dictado conferencias sobre Masonería en Bucaramanga, Cúcuta, Santa Marta y Bogotá, y en el exterior en Uruguay y Rumanía, en un mes en Brasil, en dos meses una virtual en Italia, el próximo año ya tiene agendadas en Bulgaria y de nuevo en Brasil. Es directora de un Centro de Estudios Masónicos en Bogotá, dirige una revista Masónica y colabora con otras del Perú y Norteamérica, tiene su propio blog Masónico, y está en conversaciones con la editorial argentina Kier para publicar un libro. Y si le faltaran credenciales Masónicas, preside una Logia en Bogotá y es Representante oficial de la internacional CLIPSAS para el continente americano. Un palmarés Masónico que muy pocos hombres ostentan.
                           
Y es que, desde el siglo XIX, las Logias mixtas han demostrado que la calidad ritual y la cohesión interna no solo se mantienen, sino que se fortalecen cuando la inteligencia y la sensibilidad femenina participan en igualdad de condiciones, porque la desigualdad no es una característica natural de la especie humana, sino una construcción social.
                                   
La Logia Estrella del Sinú No. 57 - 2 - 8, que hoy nos congrega, no es ajena a la historia. Noventa años en Montería significan haber crecido con ella, desde los días en que no era capital de ningún Departamento, el río era la principal vía de comunicación y la ciudad apenas se abría paso entre agriculturas y ganaderías, hasta la Montería universitaria, emprendedora y cultural de hoy. La Logia ha estado allí, a veces visible, a veces silenciosa, pero siempre atenta, apoyando proyectos educativos, promoviendo debates sobre el desarrollo local y tendiendo la mano cuando el invierno golpeaba. Y desde hace una década, al abrirse a las mujeres y los jóvenes, reafirma su vínculo con toda la ciudad (no solo con la mitad de sus habitantes), como un árbol que da nuevas ramas y frutos.
                                       
La realidad, terca como siempre, terminó hablando por sí sola. Allí donde se integró a las mujeres, la vida en la Logia se enriqueció, los trabajos subieron de nivel y su imagen ganó respeto. Donde no ocurrió, continúan aún los discursos demagogos para la galería y las reglas discriminatorias para la puerta de entrada. Y cuando uno las ve adoctrinando a sus nuevos miembros, no puede sino hacer propias las palabras de Shakespeare en su drama el Rey Lear cuando se dio cuenta que “el mal de estos tiempos es que los locos guían a los ciegos”. Quizá el verdadero peligro no es que las mujeres entren, sino que las nuevas generaciones ya no quieran entrar.
                             
Me gustaría que esta noche se les grabe la imagen de una antorcha. No importa si hoy la llevan encendida o no sienten el deseo de encenderla. Una antorcha que nació hace tres siglos a orillas del Támesis de Londres y sigue encendida en las del Sinú de Montería. Una historia extraordinaria como para que la cuente David Sanchez Juliao que convirtió nuestra habla del Caribe colombiano en literatura, con humor, picardía y profunda humanidad.
                                      
Aquí es donde la historia universal se entrelaza con la historia local. En el Caribe colombiano, la sociabilidad siempre ha tenido un sello particular en los clubes, en las tertulias, en las sociedades de pensamiento y hasta en grupos de baile que han sido espacios en donde se mezclan hombres y mujeres para discutir y crear comunidad. Por eso es tan difícil entenderla plenamente desde la zona andina. Montería misma tiene en su memoria a mujeres que sostuvieron la vida cultural y educativa cuando los recursos eran escasos y las instituciones débiles. Esa tradición de mujeres constructoras de tejido social es la mejor prueba de que la Masonería en la ciudad no debe entenderse sin ellas.
                                    
La Masonería nació en Londres, pero se hizo caribeña al calor de nuestras músicas, de nuestras luchas políticas, de nuestras universidades y de nuestras líderesas. Y en ese cruce descubrimos que el espíritu Masónico es un lenguaje común de libertad y de construcción ciudadana. Córdoba es hoy un Departamento universitario, joven, vibrante, con una tradición cultural ligada al río, a la ganadería, y a la música sabanera, pero también con nuevos movimientos sociales, feministas, ambientales y estudiantiles que están pidiendo la palabra. Hemos recorrido juntos un camino y hecho un viaje que muestra cómo una tradición de sociabilidad nacida en Londres puede dialogar, sin perder vigencia, con la vida cotidiana de Montería y con los sueños de quienes la habitan.
                                             
Hoy, más que nunca, necesitamos que las mujeres y los jóvenes den un paso al frente y reclamen su lugar en el mundo, con Masonería o sin Masonería. No como espectadores, sino como constructoras de fraternidad. No como invitados de ocasión, sino como protagonistas de un proyecto de libertad de conciencia y de ciudadanía crítica.
                                      
Y quién sabe… tal vez… dentro de unos veinte años, vuelva a haber un encuentro en Montería y esa joven que hoy nos escucha (o ese joven que me mira de reojo) ya no estén sentados en una silla del público, sino conduciendo los trabajos, presentando un proyecto que habrá transformado la vida de cientos de personas. Ese día (y es posible que ninguno de los que fundamos la Gran Logia que nos expulsó por decir que las mujeres podían ser Masonas), ellos sabrán que lo que comenzó hoy no fue un discurso, y que el fruto, como la mejor tradición Masónica, habrá sido una humanista que progresa en la ciudad.
                              
Que este aniversario no sea una foto con gente que posó inmóvil, sino una etapa de un calendario vital que fluye. Y que cuando ese futuro llegue, la evidencia (no nuestro entusiasmo) sea el mejor argumento de lo que hoy vivimos aquí.
                         
Muchas gracias a todas y todos por su atención y paciencia.
                    
                                  
Iván Herrera Michel
Montería, 26 de septiembre de 2025