martes, 17 de junio de 2025

FUNDACIÓN DE LA PRIMERA GRAN LOGIA. HACIA UNA NUEVA CRONOLOGÍA

           
Por Iván Herrera Michel

Una revisión cuidadosa de las fuentes disponibles lleva a replantear la fecha fundacional de la primera Gran Logia del mundo. Todo parece indicar que no fue el 24 de junio de 1717 en la Taberna El Ganzo y la Parrilla de Londres, sino, cuatro años después, el 24 de junio de 1721, en el Stationers’ Hall de esa misma ciudad bajo la mirada de la prensa y en presencia de centenares de Masones.
                   
En la Inglaterra de la segunda década del siglo XVIII se respiraba una atmósfera de transformación. La Revolución Gloriosa (1688) había dejado atrás el absolutismo, y la monarquía parlamentaria se consolidaba bajo el reinado de Jorge I, el primer soberano de la Casa de Hannover, llegado de Alemania. El Parlamento ganaba poder frente al trono, y una nueva élite mercantil e ilustrada comenzaba a modelar el rumbo del país. Londres, por entonces, era una ciudad en expansión demográfica, agitada por los intercambios comerciales, los salones científicos y una vida intelectual cada vez más secular. La Royal Society y la Society of Antiquaries impulsaban debates sobre ciencia, historia y política, mientras en las tabernas se discutían los temas del día con libertad. Era, sin duda, un clima propicio para el nacimiento de una Masonería especulativa moderna.
                 
En este contexto, esta afirmación, que puede parecer disruptiva a primera vista, se sustenta en el hecho sencillo pero decisivo de que no existe evidencia documental contemporánea alguna que respalde la celebración de una reunión el 24 de junio de 1717 que fuera fundacional e institucional de una primera Gran Logia. Ni actas, ni notas de prensa, ni diarios personales, ni panfletos, ni referencias circunstanciales. El silencio es absoluto. En contraste, el año 1721 ofrece abundantes fuentes y testimonios primarios que dan cuenta de una transformación real, visible y explícita en la vida Masónica londinense.
                  
El documento más relevante al respecto es el Book E de la Lodge of Antiquity No. 2, que es un manuscrito fechado pocas semanas después del 24 de junio de 1721, que consigna con claridad la realización de una Gran Asamblea en el Stationers’ Hall de Londres - la histórica sede del gremio de impresores, libreros y editores edificada en 1760, que aún se conserva junto a la catedral de San Pablo - en la que fue instalado como Gran Maestro el Duque de Montagu, que prestó juramento sobre la Biblia de “proteger las franquicias y libertades de los Masones, así como los registros antiguos”. Este es, hasta donde alcanza la evidencia, el registro fiable más antiguo que se conoce de la existencia de una Gran Logia.
                        
A ello se suman los relatos publicados en la prensa londinense de la época. Entre el 26 y el 28 de junio de 1721, periódicos como The Post Boy y The Weekly Journal describieron extensamente un banquete Masónico celebrado en el Stationers’ Hall, con la participación de entre 300 y 400 Hermanos. Lo más relevante de estas crónicas es que se refieren explícitamente a la existencia de una “Gran Logia”, lo que sugiere que, para entonces, la institución ya había adoptado una configuración pública y estructurada.
                    
Otros testimonios contemporáneos refuerzan esta interpretación. William Stukeley, miembro de la Royal Society y figura destacada en los círculos ilustrados de su tiempo, registró en su diario personal la realización del banquete, el discurso pronunciado por John Theophilus Desaguliers, la lectura de un manuscrito antiguo y la elección del Duque de Montagu como Gran Maestro. El propio Desaguliers, en sus notas personales, describió con detalle el cortejo, la ceremonia, y la formalización de los cargos. Ninguno de ellos hizo jamás alusión alguna a una reunión fundacional en 1717.
                
Los historiadores Andrew Prescott y Susan Sommers, vinculados a la Logia de Investigación Quatuor Coronati No. 2076, han sido enfáticos al respecto: “no existe ningún testimonio contemporáneo de una Gran Logia entre 1717 y 1721”. Es a partir de junio de 1721 cuando aparecen, de manera simultánea y coherente, varias fuentes independientes que describen una organización formalizada, con estructura jerárquica, visibilidad pública y liderazgo definido.
                    
Si bien es cierto que en la segunda edición de las Constituciones de James Anderson (1738) se menciona un banquete celebrado el 24 de junio de 1717 en la taberna del Ganso y la Parrilla, también hay que anotar que se trata de una fuente escrita de más de dos décadas después, sin respaldo documental contemporáneo y sin testigos que corroboren su relato. Frente a ello, el Book E de 1721 representa una fuente de mucho mayor peso histórico y credibilidad.
                    
Por lo tanto, si se examinan los hechos con rigor crítico, todo parece indicar que la institucionalización efectiva de la primera Gran Logia tuvo lugar en 1721, y no en 1717. Sería entonces cuando se habría producido el paso, documentado y público, de una Masonería dispersa en Logias aisladas a una estructura centralizada con vocación de regulación y permanencia. Y este paso marcaría el inicio de una etapa nueva, caracterizada por la racionalización de los antiguos usos, la adopción de formas representativas y la proyección pública.
                  
Aunque la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia, el establecer con precisión esta cronología constituye una reivindicación del método histórico, de la documentación contrastable y del espíritu ilustrado que animaron el nacimiento de la modernidad Masónica en el Londres de las primeras décadas del siglo XVIII.
                    
La fecha de 1721, por estar respaldada por documentos y testimonios claros, brinda un prestigio social más sólido y palpable que la reunión de 1717, que parece más bien una construcción simbólica que ha servido para dar identidad a la Masonería. Entender esto es aceptar que en la Masonería historia, mito y símbolo se entrelazan con una etiqueta en la forma personal de comportarse y un protocolo en la estructura formal de los eventos, para sostener su sentido profundo.
                  
En lo personal, me parece que debemos abrazar la dualidad de respetar el rigor histórico sin perder de vista la función vital que cumplen los mitos, porque en esa tensión está también la riqueza de nuestro legado. Solo desde esta comprensión abierta podremos honrar verdaderamente el legado que nos fue confiado.
                      
                      
                           
                    

 

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