domingo, 27 de julio de 2025

EL CERCO DIPLOMÁTICO QUE INMOVILIZA A LA MASONERÍA MASCULINA Y DIVIDE LA ORDEN

Por Iván Herrera Michel
                

La historia de la Masonería no puede contarse sin hablar de su política interobedencial, porque también allí se viene jugando el destino de la Orden. 
                        
Lo que se presenta como un respeto a una tradición compartida, muchas veces se ha instrumentalizado para construir un circuito interno denominado “regularidad”, que es un modelo diplomático que agrupa a las Grandes Logias masculinas del mundo bajo una estructura de poder ferozmente eficaz que, desde hace más de siglo y medio, ha sido centralizada por la Gran Logia Unida de Inglaterra (GLUI), convertida a sí misma en epicentro y árbitro de lo que puede o no llamarse Masonería.
        
Lo que tenemos ante nosotros es un cerco diplomático muy eficaz que consiste en una red de condiciones tácitas que impide a numerosas Grandes Logias masculinas ejercer con autonomía su política exterior, por temor a perder el respaldo de una instancia que han elevado al rango de rector moral, en una política de contención que define con quién se puede dialogar y a quién ni siquiera se le debe mirar.
                
Es un sistema de vigilancia, con estructuras regionales, que produce efectos directos en la base Masónica, y que se sostiene, en buena parte, gracias a una administración estratégica de la información. Con el tiempo, esta dinámica sistémica produce una cultura de obediencia acrítica que erosiona el sentido mismo de deliberación. El Masón de base, en lugar de ser un sujeto activo en la vida institucional, queda reducido a un simple ejecutor de políticas ajenas, muchas veces sin saber que sus Logias ni siquiera son autónomas en decidir a quién dar la mano. La consecuencia es un empobrecimiento del pensamiento Masónico en su conjunto, que termina priorizando la disciplina sobre la reflexión, y la alineación sobre la fraternidad.
                   
¿Una Gran Logia masculina desea establecer vínculos con una obediencia mixta o femenina? ¿Quiere asistir a un congreso donde participen masonas o delegaciones liberales? ¿Tiene interés en firmar un acuerdo bilateral con alguna confederación abierta a la diversidad? Un solo paso de estos significa su expulsión inmediata y la pérdida de la validación del exclusivo circuito etiquetado como “regular”.
                      
Este modo de ejercer el control no es nuevo. Empieza a perfilarse con nitidez en 1877 cuando el Gran Oriente de Francia decidió no inmiscuirse más en los asuntos religiosos respetando sus espacios naturales, y en respuesta la GLUI rompió relaciones y articuló una doctrina de exclusión bajo el nombre de "regularidad". Desde entonces, el reconocimiento dejó de ser un gesto fraternal entre iguales y se transformó en una concesión condicionada sujeta al cumplimiento de una lista de requisitos no debatibles.
               
Posteriormente, en 1929, con sentido geopolítico, la GLUI codificó su doctrina del “regularismo sometido” en los célebres "Principios básicos para el reconocimiento", que convirtieron la subordinación en el nuevo pasaporte diplomático. Y, tras la Segunda Guerra Mundial, Londres fortaleció su rol como eje del “mundo Masónico anglosajón”, alentando la formación de bloques cerrados de obediencias, en donde el diálogo solo es posible entre iguales en acatamiento.
                 
En América Latina, el modelo se instaló con fuerza a partir de 1952 en Ciudad de México, cuando la Segunda Conferencia Masónica Interamericana (CMI), originalmente pensada como un espacio plural para el encuentro de las diversas tradiciones Masónicas del continente, fue cooptada por las Grandes Logias masculinas alineadas con Londres y transformada en una estructura regional de vigilancia del regularismo británico. Desde entonces, pertenecer a la CMI depende del visto bueno de las potencias anglosajonas, lo que dejó por fuera de su amistad a toda obediencia liberal, mixta o femenina.
                    
El viraje tuvo consecuencias en cada país, ya que las Grandes Logias masculinas empezaron a supeditar su política exterior a las directrices que bajaban desde Londres y eran administradas regionalmente por la CMI. Y como si eso no bastara, en 1995, también en México, se fundó la Conferencia Mundial de Grandes Logias masculinas, que terminó por reforzar el modelo a escala global, consolidando un bloque exclusivo para aquellas obediencias dispuestas a subordinarse sin chistar a los requisitos establecidos en 1929.
                    
Se trata de estructuras que funcionan como engranajes subordinados dentro de un conjunto mayor que les marca el paso y les dicta la agenda. Decir que la adhesión a estos principios es “voluntaria” es olvidar que muchas Grandes Logias de la región han sido inducidas a aceptar tales marcos como única vía de relacionamiento internacional, bajo el temor de caer en la marginalidad frente a sus pares. Lo que se presenta como acuerdo libre es, muchas veces, un acto de supervivencia diplomática en un entorno de exclusiones estructurales. El precio ha sido un distanciamiento cada vez mayor de la realidad social que no ha sido fruto de un proceso latinoamericano de deliberación soberana, sino la reproducción acrítica de criterios externos que no dialogan con la realidad social, cultural ni filosófica de nuestras naciones.
                  
Para asegurar la estabilidad del sistema, se han creado estructuras de articulación diplomática (congresos, asociaciones, confederaciones) que operan como guardianes y escenarios de legitimación del modelo excluyente. En la práctica, son espacios en donde se reproduce la doctrina única y se refuerzan las barreras que impiden a muchas Grandes Logias pensar en relaciones más amplias, en pluralismo real, o en abrirse a la crítica y la reforma que sus bases reclaman.
                
Lo más preocupante es que la gran mayoría de los Masones de a pie desconoce por completo el cerco diplomático que silencia sus debates. No saben que muchas de sus Grandes Logias no deciden por sí mismas con quién se relacionan, sino que acatan lo que otros definen y para reafirmar su debida obediencia se reúnen periódicamente sus Grandes Maestros. No saben que detrás de cada negativa a asistir a un congreso mixto, a responder una invitación o a firmar un tratado, hay una política de control implacable que vuelve castigable toda iniciativa de diálogo y convierte en osadía cualquier intento de fraternidad sin discriminación.
                           
Es un cerco que no opera de forma explícita, sino que se disimula tras declaraciones de fidelidad, Landmarks, tradición, Etc. Los dirigentes conocen perfectamente las limitaciones que impone el modelo, pero prefieren no admitirlo ante sus bases. Se escudan en tecnicismos, dilatan decisiones, o niegan invitaciones con excusas que apenas camuflan la sumisión predefinida. Así, el control se mantiene con solo instalar el miedo a ejercer la soberanía, y el discurso de que sus Logias actúan con base en fundamentos doctrinales.
                 
Son reflexiones que ya no pueden seguir relegadas, o en voz baja, y que hay que llevar al ágora Masónica, al espacio ritual destinado al bien general y a las decisiones cotidianas. Porque si la Masonería quiere estar a la altura de su tiempo, no puede seguir aceptando tutelas ni permisos para actuar.
                       
Tal vez ha llegado el momento de dejar de tapar grietas y disciplinar desobedientes, y de empezar a tender puentes de una vez por todas entre mundos que ya coexisten.
                           

                       

lunes, 21 de julio de 2025

BENEFICIOS DE ACLARAR LOS MITOS MASÓNICOS SOBRE LOS PRÓCERES

Por Iván Herrera Michel
                 
Desde una perspectiva históricamente responsable, y a tono con los principios racionalistas que dieron origen a la Masonería especulativa, despejar los mitos que envuelven la supuesta membresía Masónica de los próceres independentistas y la participación estructural de la Orden en los procesos de emancipación no es un simple ajuste de narrativa, sino una tarea ética, formativa y saludable. Que ya va siendo hora de asumir.
                 
Lo primero que deberíamos cuidar es la honestidad intelectual de la Masonería, porque al hacerlo, nos alineamos con lo que decimos ser. No tiene sentido proclamar los valores de la razón, la búsqueda de la verdad y el pensamiento libre, si al mismo tiempo cultivamos relatos que no resisten una verificación documental seria. Insistir en que San Martín y Miranda, por ejemplo, fueron Masones, cuando no existe ni una sola acta de iniciación, ni carta, ni discurso, ni testimonio contemporáneo que lo respalde, nos aleja de la historia y nos arrima al terreno de la ficción. Y si no sabemos distinguir entre alguien que tuvo una idea afín a las que caracterizan a la Masonería y una membresía probada, estamos fallando en algo esencial.
                        
Una vez, en una charla con aprendices, uno me preguntó si el General Francisco de Paula Santander fue Masón. Yo le respondí que no hay una sola prueba que lo confirme, y que hay que velar por no tomar las coincidencias ideológicas como si fueran carnés de membresía. Y que el respeto a la verdad histórica también se aprende.
               
También está el asunto de la credibilidad cuando se repiten afirmaciones sin sustento, perdiéndose autoridad moral e intelectual. La historia, como disciplina, se nutre de fuentes, archivos, cotejos y análisis. No hay atajos. Presentar a la Masonería como una fuerza secreta que dirigió las independencias latinoamericanas, no habiendo pruebas verificables, termina por desdibujar sus aportes reales y deja el campo abonado para el ridículo. Si queremos que se nos tome en serio como sujeto histórico, lo mínimo es hablar con datos, no con suposiciones ni con lugares comunes.
                    
Por el contrario, conviene visibilizar las verdaderas contribuciones Masónicas, que las hay y abundantes. Logias fundadas en muchas ciudades que han funcionado como espacios de articulación política, de discusión filosófica y de difusión de ideas modernas, merecen más atención que esa vieja costumbre de suponer que todo libertador era Masón.
                      
Despejar estos mitos evita que se siga usando a la Masonería como herramienta ideológica, ya sea para exaltarla o para atacarla. Lo primero la convierte en unas fantasiosas reuniones de superhombres, y lo segundo en una conspiración perpetua. No se escribe la historia para complacer identidades, sino para comprender procesos.
                  
También estaríamos dando un paso necesario hacia una historiografía Masónica que no le teme al archivo, al cotejo y el debate. Una historia que pueda conversar con otras disciplinas, y con el mundo exterior y entienda que la Orden no fue ni omnipresente ni marginal, sino una forma concreta de sociabilidad con actores reales, con conflictos, con contradicciones y con aportes verificables. Esa historia, y no la inventada, es la que debe ser contada.
                           
Porque lo cierto es que ningún prócer necesita haber sido Masón para ser admirable, ni la Masonería necesita apropiarse de glorias ajenas para justificar su existencia. Atribuir membresías sin pruebas deshonra por partida doble al personaje, cuya biografía se manipula, y a la institución, que se vuelve poco confiable. Decir que compartieron ideales es suficiente, cuando así fue, pero convertirlos en Masones por simpatía o conveniencia es, simplemente, una forma insensata de falsear el dato.
               
Porque lo que amenaza a la Masonería no es la verdad, sino el autoengaño reiterado, el silencio acomodaticio, y esa mitología reconfortante que algunos Masones se cuentan a sí mismos para no tener que pensar.
                 
                      

                                   

 

 

miércoles, 16 de julio de 2025

SANTA MARTA ENTRE EL IMPERIO Y LA REPÚBLICA

AUGE, DECLIVE Y SOCIABILIDAD MASÓNICA (1830–1850)

Por Iván Herrera Michel

Contribución leída en el Congreso “Masonería, su Historia y Actualidad. Un Dialogo en el Quinto Centenario de Santa Marta” organizado en esa ciudad por la Logia Renacimiento No. 20, de la Federación Colombiana de Logias Masónicas, el 12 de julio de 2025.
                
Queridos Hermanos y Hermanas, y estimados amigos y amigas, que me honran con su presencia.
            
Lo primero que quiero comentarles es que estas palabras que voy a leerles forman parte de un estudio mucho más grande que estoy adelantando sobre el nacimiento de la Masonería en Colombia, con énfasis en la región Caribe, que fue por donde ingreso al país, centradas en el marco económico y social de Santa Marta, entre los años 1830 y 1850, con acento en su rol portuario y comercial durante el tránsito socio económico de la colonia a la república.
                        
A partir de fuentes primarias, estadísticas comerciales y estudios comparativos, he tratado de determinar la evolución social de la Masonería de la ciudad frente a la de otras urbes caribeñas como Cartagena y Barranquilla. Y naturalmente, Riohacha, que también fue cofundadora de la Orden en Colombia. Concluyendo que, aunque Santa Marta alcanzó un protagonismo inicial importante en el comercio exterior y la Masonería neogranadina, diversos factores políticos, naturales, estructurales y Masónicos, incidieron en su pérdida de centralidad. Asimismo, menciono la existencia de Logias activas en la ciudad durante este periodo, que actuaron como espacios de sociabilidad, reflexión política y fomento de ideales republicanos entre sectores de la élite local que se abrieron decididamente al exterior.
                                      
Fundada oficialmente por los españoles en 1525, Santa Marta es la más antigua de Colombia en continuo funcionamiento, aunque, pese a su antigüedad, fue rápidamente desplazada por otras fundaciones coloniales como Cartagena y Bogotá, que supieron seducir al poder virreinal con sus ventajas estratégicas y comerciales.
                                  
A inicios del siglo XIX, Santa Marta era una ciudad portuaria pequeña, habitada, por un lado, por una minoría criolla dominante (en donde nace la Masonería), conformada por familias con poder económico, político y social que mantuvieron su influencia, desde la colonia hasta la república, mediante redes familiares, control del comercio y la tierra, y participación en la política local. Y, por el otro lado, existía un amplio sector mestizo, mulato, indígena y esclavo marcado por la exclusión, estrategias de resistencia, negociación y construcción comunitaria.
                            
Eran dos sectores de la ciudad que ni siquiera bailaban lo mismo. La clase alta (Masones incluidos) organizaba sus fiestas con valses, contradanzas, polkas, mazurcas y minués, al ritmo de pianos, violines y flautas, a la manera europea. Y las clases populares y los esclavos bailaban y cantaban tambora, paloteo, currulao e incipientes cumbias afro – indígenas, al ritmo de gaitas, tambores, maracas y carracas.
                              
Así las cosas, y tras una independencia de España, a la que fue obligada en 1820, y que le costó la vida a 700 samarios, Santa Marta vivió un breve pero significativo auge comercial que determinó su particular manera de introducir la Masonería. Al romperse el monopolio español, los comerciantes locales se reorganizaron con prontitud y comenzaron a establecer relaciones directas con casas extranjeras, especialmente británicas y francesas, de donde resultó que se convirtiera en el puerto más importantes de la Nueva Granada. Determinando, de paso, la orientación europeísta del nacimiento de su Masonería. Diferente a la de Cartagena y Riohacha, fuertemente ancladas en la corriente política nacional que lideraba el General Francisco de Paula Santander.
                               
Moneda conmemorativa del 5º centenario 
La figura de Santander marcó una impronta centralista y legalista que no fue bien recibida en Santa Marta ni en la Masonería. Las primeras Logias samarias, al distanciarse del proyecto Masónico liderado desde Cartagena por figuras santanderistas como el General independentista Rafael María Vesga, no sólo estaban reaccionando a un reciente trauma bélico, sino también manifestando una preferencia por un modelo más liberal y autónomo, ajeno a la rigidez del ideario bogotano, que privilegiaba el control estatal sobre la libre sociabilidad.
                              
Entre 1830 y 1850, Barranquilla aún era un asentamiento menor sin relevancia portuaria. Su despegue comenzó con fuerza a partir de la década de 1840 con la autorización del puerto de Sabanilla para la importación y la exportación, y la construcción del ferrocarril de Sabanilla a Barranquilla en 1871, que hizo que desplazara a Santa Marta como centro logístico del Caribe colombiano.
                          
Cartagena, por su parte, mantenía un rol protagónico por su infraestructura histórica y por haber sido declarada "puerto de bodegaje" en 1826. Pero los estragos que dejó su independencia, su forzada conexión fluvial y la competencia de la pujante Santa Marta mermaron parcialmente su supremacía en el Siglo XIX.
                          
En medio de todo esto, fue el Rio Magdalena el que decidió el destino de la región. Santa Marta, que estaba mejor posicionada que Cartagena para aprovechar la navegación por el río, tomó la delantera por el impulso inercial de su pasado comercial, pero el Magdalena pasaba por Barranquilla, lo que terminó por imponerla como el principal centro económico y poblacional de la región.
                         
Paralelamente, la República de la Nueva Granada vivía una época convulsa, marcada por conflictos entre federalistas y centralistas, la debilidad fiscal del Estado y una constante inestabilidad política. La ausencia de un sistema bancario sólido, la falta de infraestructura vial y la ineficacia del cobro de impuestos limitaban las capacidades del gobierno para promover el desarrollo regional. Y a esto se sumaba una profunda desigualdad social que todavía sobrevive.
                                 
Por su parte, las reformas liberales impulsadas durante el gobierno de José Hilario López a partir de 1849, aunque bien intencionadas, profundizaron las divisiones sociales. La abolición de la esclavitud, por ejemplo, no vino acompañada de una política de inclusión económica y social real para los libertos, que pasaron a engrosar los cinturones de pobreza urbana, en donde mayoritariamente viven aún. En zonas como Santa Marta, esto agudizó las tensiones entre una aristocracia criolla, que mentalmente no terminaba de salir de la colonia, y los sectores populares, debilitando aún más la base económica local.
                            
Como si fuera poco, muchos comerciantes samarios se trasladaron a Barranquilla y Bogotá, por los estragos de un devastador terremoto en 1834, las torrenciales inundaciones del Rio Manzanares, que aún no terminan, la epidemia del Colera que mató al 10% de la población, y las guerras civiles regionales que no paraban. Paralelamente, la población urbana disminuyó de aproximadamente 6.000 habitantes en 1835 a menos de 4.500 en 1851, lo que limitó su desarrollo urbano.
                       
En esos años, el país era más una confederación de provincias celosas de su autonomía que un Estado articulado. El centralismo bogotano era rechazado por muchas regiones, incluida la Costa Caribe, que resentía su marginación presupuestal y su poca representación en las decisiones de gobierno.
                                  
Una muestra del corto periodo de auge y del espíritu de independencia frente al poder central, que tuvo Santa Marta al inicio de su vida republicana, la constituye las Logias Masónicas y las razones por las cuales optaron por afiliarse a potencias Masónicas extranjeras, como la Gran Logia Unida de Inglaterra y el Gran Oriente de Suiza, en las décadas de 1830 y 1840, algunos años antes de que el Gran Oriente de Francia otorgara Carta Patente al Gran Oriente y Supremo Consejo Neogranadino. La historia de esas Logias aún espera a quien la escriba con el respeto que merece.
                            
¿Pero porque la segunda y tercera Logia de Santa Marta recurrieron a Cartas Patentes extranjeras, en lugar de apegarse al proyecto nacional que los mismos Masones samarios acababan de cofundar junto con dos Logias de Cartagena y una de Riohacha en 1833, presidido por el destacado prócer independentista Rafael María Vesga?
                              
Pues, precisamente, porque aún no cicatrizaban las heridas que dejó el que habían sido independizados a sangre y fuego, el 11 de noviembre de 1820, después de un asedio que le costó la vida a más de 700 samarios. Lo que, en la práctica, significa que, en Santa Marta, para la época, la gran mayoría de las familias aún lloraban a un familiar cercano caído. Esta animosidad, lejos de ser un detalle menor, ofrece claves para comprender las redes sociales y culturales de la élite samaria, así como las tensiones ideológicas del naciente orden republicano.
                        
Y no es un fenómeno exclusivo de Santa Marta. En ciudades portuarias como Veracruz, La Habana o Valparaíso, también se consolidaron Logias afiliadas a Obediencias Masónicas europeas, como reflejo de una élite comercial que se formaba más allá de los centros de poder político nacionales, con redes económicas y culturales transatlánticas. En ese sentido, la elección de la Gran Logia Unida de Inglaterra y del Gran Oriente de Suiza respondía también a un imaginario de cosmopolitismo y a una necesidad de reconocimiento simbólico en una república aún en formación.
                                      
Poco se habla de que Santa Marta fue cofundadora de la institucionalización de la Masonería colombiana. La realidad histórica es que en 1833 seis cuerpos Masónicos crean el Gran Oriente y Supremo Consejo Neogranadino: Dos Logias de Cartagena, una Logia de Santa Marta, una Logia de Riohacha, más dos Capítulos Rosa Cruz del Grado 18° del REAA, con los nombres distintivos de “Rosa del Manzanares” en Santa Marta y “Concordia” en Cartagena.
                          
En este contexto, nació el primer cisma de la Masonería colombiana cuando los Masones samarios independizaron su Logia, que se llamaba “Filantropía Granadina” No 3, de las otras tres colombianas, le cambiaron el nombre a “Unión Fraternal” y la afiliaron al Gran Oriente de Suiza. Al Abatir Columnas el Gran Oriente de Suiza, una vez más, cambiaron el nombre de la Logia a “Amistad Unida” y la afiliaron a la Gran Logia Unida de Inglaterra que le dio en número de orden 808.  Y como dato curioso, único en Colombia, podemos traer a cuento que las tres primeras Logias samarias practicaron, en su orden de fundación, el REAA, el RF y el Rito Emulation.
                           
Veamos un poco a estas tres Logias pioneras de la Masonería samaria:
                              
1) Todo indica que la primera Logia samaria, denominada “Fraternidad Granadina” No. 3, cofundadora, el 19 de junio de 1833, del Gran Oriente y Supremo Consejo Neogranadino, con sede Capital en Cartagena, se reunía en un salón alquilado en el centro histórico de Santa Marta. Probablemente en la hoy Carrera 1, cerca del antiguo Convento de San Francisco, y practicaba el Rito Escocés Antiguo y Aceptado.
                            
2) Por su parte la segunda Logia de Santa Marta, llamada “Unión Fraternal”, con Carta Patente del Gran Oriente de Suiza, con sede en Ginebra, Suiza, expedida el 10 de agosto de 1843, celebraba sus Tenidas en el Rito Francés en un local alquilado en la calle del Carbón (hoy Carrera 2 con Calle 11), junto a la Aduana de Santa Marta. Su fundación refleja la influencia de corrientes Masónicas liberales y laicas en la región, alineadas con los ideales ilustrados y republicanos que caracterizaban al Gran Oriente de Suiza. Aunque su actividad fue breve, su existencia destaca la diversidad de influencias Masónicas presentes en esos días, en que la Orden se veía como un vehículo de las ideas ilustradas en un mundo que oscilaba entre la restauración monárquica y los nuevos republicanismos.
                       
La existencia de la Carta Patente suiza está documentada por fuentes secundarias. En especial por la obra “Historia de la Masonería Colombiana” de Américo Carnicelli, y por un documento titulado “Un poquito de Historia de la Logia Fuerza y Materia No. 60”, escrito por el más importante historiador de la Masonería del Magdalena, que se llama Darwis Ortiz Gil. Pero no directamente en fuentes primarias en Colombia o en Suiza, ya que el Gran Oriente de Suiza, que había sido fundado en 1819, trabajó hasta la década de 1840, y no he podido confirmar la información con algunas consultas que he hecho a Masones de ese país. De todos modos, si está confirmado que poseía una orientación liberal, racionalista y protestante, que resultó atractiva para los sectores progresistas y librepensadores de Santa Marta. Su enfoque en la formación moral del individuo armonizaba con las aspiraciones ilustradas de un sector de la élite local deseosa de romper con el dogmatismo heredado del absolutismo español.
                              
Cabe anotar que la actual Obediencia denominada Gran Oriente de Suiza, fundada en 1959, no tiene ningún vínculo histórico con la del mismo nombre de la primera mitad del Siglo XIX, aunque si comparten una orientación ideológica de carácter adogmático y liberal, y está apoyada en vínculos simbólicos e inspiracionales con la primera.
                           
3) A su vez, la tercera Logia de la ciudad, con el nombre de “Amistad Unida” No. 808, jurisdiccionada a la Gran Logia Unida de Inglaterra, que le expidió Carta Patente el 3 de octubre de 1848, se reunía en un Templo adaptado en la calle San Juan de Dios (hoy, Carrera 3 con Calle 15), y practicó el Rito de Emulación, de acuerdo con el “Registro de Logias” y las “Memorias Anuales” que han sido catalogados y digitalizadas para consulta académica en los Archivos y Biblioteca del Museo de la Masonería en el Freemasons’ Hall, de Londres, en donde aparece claramente anotado “Emulation” como su ritual de trabajo.
                      
La Gran Logia Unida de Inglaterra, para entonces había consolidado una reputación de neutralidad política. Lo que, en un país sacudido por guerras civiles, una "Masonería sin partido" resultaba atractiva para quienes deseaban mantener un perfil bajo para hacer negocios. Carnicelli muestra una sorprendente lista con los nombres de 73 miembros de la Logia “Amistad Unida” No. 808, en una población que escasamente llegaba a los 6.000 habitantes. De ser cierto el dato, y para darnos una idea de la penetración que habría tenido la Masonería en la sociedad samaria, proporcionalmente es como si hoy con 600.000 habitantes, Santa Marta contara con 6.000 Masones, o Cartagena con 12.000, o Barranquilla con 16.000, o Bogotá con 85.000 Masones. O Colombia entera con unos 600.000 mil Masones.
                              
Son guarismos muy altos de densidad Masónica que hoy no posee ningún país del mundo, por lo que, acostumbrado al escepticismo de los rigores de la academia, he buscado la fuente en que se basó Carnicelli en los archivos que entregó su familia, después de su muerte, a la Biblioteca Luis Ángel Arango, de Bogotá, pero no he tenido suerte.
                                  
Ambas Obediencias (El Gran Oriente de Suiza y la Gran Logia Unida de Inglaterra) representaban un modelo de Masonería estructurada que no estaba vinculado con ninguna facción política en lo local. Y ofrecían un paraguas de protección frente a las persecuciones o instrumentalizaciones políticas que afectaban a la primitiva Masonería nacional, que terminaron por producir el gran cisma nacional en 1862 que duró 77 años hasta 1939. Aunque de inspiración diferente, ambas Obediencias respondían a un mismo impulso de los Masones de Santa Marta de autonomía Masónica y prudencia política.
                               
El contexto geográfico jugó también un papel importante. La ubicación costera de Santa Marta facilitaba el contacto marítimo con las Antillas y Europa lo cual permitía mantener vínculos con las casas madre de las Obediencias Masónicas. De hecho, es probable que algunas de estas Logias hayan funcionado como nodos en redes Masónicas internacionales de tipo liberal y alcances comerciales, y puede explicarse por la composición más cosmopolita y menos politizada de su núcleo Masónico. Sus vínculos con Europa no deben interpretarse como una simple dependencia, sino como un ejercicio de inserción activa en un entramado Masónico internacional que ofrecía herramientas para la regeneración moral y cultural.
                                        
Ahora permítanme, por favor, dar un salto en el tiempo al hoy y al mañana que nos convoca la conmemoración de los 500 años de Santa Marta.
                          
A dos siglos del surgimiento de aquellas primeras Logias, es legítimo preguntarse qué puede ofrecer hoy la Masonería a una ciudad como Santa Marta. Yo respondería que, si en el siglo XIX sirvió como refugio ilustrado, en el siglo XXI puede convertirse en un espacio de diálogo plural y compromiso ético en una ciudad que sigue enfrentando desafíos estructurales.
                        
Recuperar la memoria de las Logias samarias no es un acto nostálgico, sino un llamado a revitalizar los espacios de reflexión y acción ética que tanta falta nos hacen a todos para pulir las aristas de las piedras con las que queremos construir el futuro.
                          
La historia de la Masonería en Santa Marta es también la historia de una ciudad que eligió, en medio de la guerra y la adversidad, abrirse al pensamiento filosófico, al internacionalismo ilustrado y a la fraternidad. Hoy, al conmemorar sus 500 años, cabe recordar que aquellas primeras Logias no sólo practicaban ritos, sino que custodiaban la esperanza. Es hora de retomar esa tradición fundadora
                         
La Masonería en Santa Marta, como la de cualquier otra ciudad en donde tenga presencia, solo tendrá sentido si deja de hablarse a sí misma y se atreve a ser una escuela de ciudadanía activa, crítica y fraterna, en la que no baste con encender luces en el Templo si no es capaz de iluminar los espacios públicos donde se define el destino común.
                              
Por último, permítanme también, por favor, dirigir unas frases de cierre a una amiga de 13 años que hoy está entre nosotros, observándonos con “esa mirada con que mira el mundo una niña que va para mujer”, como escribió Juan Ramón Jimenez en su libro “Platero y yo”.
                                     
Querida Alexa,
                          
Si al terminar este día sentiste que la historia es algo más que fechas y batallas, entonces ya diste un paso importante en la construcción de tu vida junto a los demás. Porque comprender cómo una ciudad como Santa Marta intenta rehacerse es entender que el pasado está hablándole a ustedes los jóvenes. Y está pidiéndoles que sean mejores que nosotros. Si algún día decides construir algo, que puede ser una escuela, una amistad o incluso una parte de ti misma, naturalmente lo harás a tu modo, con tus palabras y a tu ritmo. Y lo más importantes es que lo harás.
                      
Muchas gracias, Alexa, por estar hoy aquí, mostrándonos con tu presencia que el futuro hoy también está presente, y que representas a una generación que se hará cargo de su sociedad, y, en ella, de la Masonería, entre muchas otras cosas.
                                                        
Muchas Gracias todos y todas, por su amable y fraternal atención.
   

viernes, 4 de julio de 2025

LA MASONERÍA EN SU HORA CRÍTICA. EL VELO RASGADO

Por Iván Herrera Michel
                    
Durante años he evitado los diagnósticos apocalípticos sobre la Masonería, pero creo que ha llegado el momento de hacer  una reflexión crítica (sin dejar de ser fraterna) sobre sus actuales desafíos, vistos desde sus cifras, sus tensiones internas y su fragmentación global. Y lo escribo sin ánimo de polemizar.  Hay señales en el camino, síntomas y datos que ya no se pueden disimular con discursos de ocasión ni con banquetes de aniversario.
              
La Masonería, que durante siglos se ufanó de su perfección como regla, afronta hoy un preocupante desalineamiento interno. Sus pilares crujen bajo tensiones doctrinales, luchas de poder y un silencioso éxodo de afiliados, de tal manera que no es exagerado afirmar que su relevancia pública, y su capacidad de inspirar a nuevas generaciones, deben ser objeto de serias reflexiones.
                  
Desde antaño, la Orden acoge dos grandes corrientes casi irreconciliables cuyas diferencias levantan muros muy visibles. La Masonería masculina desde sus centros de poder en Londres y Norteamérica ha impuesto un cerco diplomático a todo aquel que no se subordine a sus políticas exteriores, de tal forma que la Masonería liberal, que ha mostrado mayor disposición al diálogo pluralista, encuentra siempre las puertas cerradas. En consecuencia, tenemos una geografía Masónica fracturada que debilita su fuerza y accionar justo cuando más se necesita una voz ética internacional. Para completar el panorama, algunas Obediencias, en ambas orillas, han terminado por patrimonializar el deber ser de la Orden, como si les perteneciera en exclusiva y solo ellas pudieran poder interpretarlo.
                     
La pérdida global de Hermanos es una herida profunda que afecta a todas las partes. Para citar apenas un par de ejemplos icónicos, según The Guardian, Inglaterra y Gales pasaron de 350.000 Masones hace veinte años a poco más de 150.000, y en la última década desaparecieron 546 Logias por falta de miembros. En Estados Unidos, la Masonic Service Association reportó menos de 870.000 Masones en 2023, frente a los 4,1 millones de 1959, con incorporaciones anuales menores al del número de bajas por motivo de vejez, Paso al Oriente Eterno y deserción.
                         
En América Latina la situación no es más alentadora. Abundan las Obediencias dispersas, con bajo perfil público y conflictos intestinos, unas veces heredados de la política nacional y otras de rivalidades personales, que agotan una energía que podría dedicarse al trabajo iniciático o a compromisos ciudadanos visibles. Y lo más paradójico es que todo esto ocurre a pesar de la existencia de instancias de integración interobedenciales que intentan articular diálogos y posicionamientos conjuntos, pero que raramente logran incidir en la práctica local o contrarrestar la fragmentación operativa que domina en la región. En muchos casos, se impone más la lógica de la certificación exterior que la de la fraternidad.
                     
Algo similar puede decirse de África y Asia, en donde, salvo contadas excepciones, la Masonería sigue sujeta a tutelas externas o a modelos importados que no siempre dialogan con sus realidades sociales y culturales. En muchos casos, operan como extensiones administrativas de Masonerías europeas, sin margen para construir una voz propia en los debates globales de la Orden. Aunque hay brotes de autonomía simbólica y crecimiento institucional, especialmente en algunas capitales africanas y del sudeste asiático, el peso de las viejas obediencias matrices sigue marcando el paso con una real centralización del poder que perpetúa una geopolítica de obediencia, más que de cooperación fraterna.
                      
En el caso australiano, la situación es aún más particular. El continente ha desarrollado una Masonería de fuerte impronta anglosajona, bajo la égida de la Gran Logia Unida de Inglaterra y sus réplicas regionales. Las Grandes Logias estatales, como las de Victoria, Nueva Gales del Sur o Queensland, que son parte del corazón económico y poblacional del país, conservan una estructura administrativa consolidada, templos notorios y cierta visibilidad institucional, pero cargan también con una evidente falta de renovación y una progresiva pérdida de pertinencia en el debate público contemporáneo. En ellas, la inmensa mayoría son hombres mayores de 60 años, que siguen unos rituales conservados más por inercia que por vitalidad filosófica, que los mantienen atrapados en un espejo retrovisor cada vez más ajeno al espíritu crítico e inclusivo de los nuevos tiempos. Mientras tanto, los Masones progresistas del continente operan en la periferia institucional, a menudo silenciados, como si fueran una excentricidad que debe tolerarse sin nombrarse.
                       
A todo ello se suma la situación de la Masonería continental europea, que, pese a su vocación humanista y su papel histórico en la modernidad, tampoco escapa al fenómeno de la fragmentación. Y aunque algunas Obediencias conservan influencia cultural e institucional, los desacuerdos ideológicos (sobre todo en torno a la laicidad, el papel de la mujer y las relaciones internacionales) dificultan una acción concertada. La diversidad, que antaño fue una riqueza, se ha convertido en un archipiélago sin puentes ni brújulas compartidas.
                                                    
Al mismo tiempo, la Masonería tampoco escapa a los vientos de un secularismo que cuestiona la apelación a lo sobrenatural que ha hecho nido en algunos espacios desvirtuando su propuesta constructiva, y que en ocasiones da la sensación de que es un sincretismo de observancias obligatorias, presentadas como "Masónicas", que compite, o no es armónica, con las religiones o sistema de convicciones que puedan traer sus nuevos miembros, que terminan abandonando los Talleres. Lo mismo ocurre con la igualdad de género. La Masonería liberal ha integrado a las mujeres, alineándose con la agenda de derechos civiles, mientras que la fuerte raigambre masculinista de un sector importante de la Orden sigue reacia a admitirlas, con el consiguiente costo reputacional.
                         
Por último, cabe señalar que, en lo público, los mitos conspirativos siguen pesando. Como recordaba The Guardian, la Orden “permanece como una sociedad con secretos, y algunos en el exterior asumen lo peor”. De hecho, las campañas digitales no han disipado esa sombra, y cada intento de explicar lo iniciático parece alimentar aún más la sospecha.

Y como consecuencia indeseada, la situación ha ocasionado colateralmente un  estrangulamiento económico. Menos miembros significa menos cuotas, cada vez más templos vendidos, alquilados o cerrados, rituales en locales prestados y actividad simbólica menguada. No es ningún secreto que sin recursos, se reducen las reuniones y los proyectos que puedan atraer a nuevos iniciados, y que las finanzas se tornan insostenibles para aquellos que han recibido una importante herencia inmobiliaria que sostener.
                          
En la era digital, donde todo se transmite y todo se exige, la Masonería intenta atraer candidatos con redes sociales y eventos públicos. Pero ese marketing choca con su vocación iniciática, y deja una sensación de contradicción. ¿Tiene sentido transmitir por YouTube lo que se presenta como arcano? ¿Qué valor trascendente conserva lo que se convierte en un espectáculo? La realidad es que el ritual solo conserva su potencia si se vive como acto de pausa, de sentido y de pertenencia, no como ceremonia decorativa o anécdota audiovisual.
                                 
La pregunta del millón es “¿Hacia dónde va la Orden?” La suma de tensiones internas, fuga generacional, apuros económicos y fragmentación institucional es una amenaza real si no se reconoce su fractura geopolítica y no se emprende una integración seria entre sus grandes bloques. Donde hoy hay exclusiones ritualizadas, la rendición del otro no es opción ni fraternal ni real.
                      
Hoy no basta con que los Masones crean en su misión. También deben responder ante una sociedad que los observa con desconfianza, exigencia o simple indiferencia. La validación ética ya no proviene del silencio del Templo, sino del diálogo entre lo que somos y lo que el mundo espera de nosotros. En últimas, la pregunta que se cae por su propio peso es brutal: “¿quién querrá ingresar en una Orden percibida como irrelevante, dividida y desconectada del mundo real?”.
                       
La grandeza de la Masonería no está en su antigüedad, sino en su capacidad para mejorar a la humanidad, y hoy, eso pasa por reconstruir sus vínculos internos sobre bases éticas, abiertas y verdaderamente fraternas. Es evidente que el camino no consiste en uniformar nuestras prácticas, sino en reconocernos en la diversidad y en nuestros principios comunes, practicando una diplomacia Masónica basada no en el poder ni en el supremacismo, sino en el respeto mutuo.
                         
                         
                      
 
 

 

miércoles, 2 de julio de 2025

LA PRIMERA GRAN LÒGIA I LES DUES TABERNES INVISIBLES (Catalán)

Per Iván Herrera Michel
     
Arran de la circulació del meu article "Fundació de la Primera Gran Lògia. Cap a una Nova Cronologia" el passat dimarts 24 de juny de 2025, una Estimada Germana xilena em va fer una pregunta tan precisa com pertinent sobre quina de les dues tavernes esmentades a les dues Constitucions d'Anderson - Apple-Tree (L'Arbre i el Pomer) i Goose and Gridiron -(L'Oca i la Graella) - va ser realment el lloc de fundació de la primera Gran Lògia del món. Pel que sembla, havia estat comparant els textos de 1723 i 1738, i li resultava cridaner que hi hagués una aparent contradicció.
                                 
De vegades la història Maçònica se'ns presenta com un acte de fe.  Hom escolta amb freqüència que el 24 de juny de 1717, quatre lògies es van reunir en una taverna londinenca anomenada The Goose and Gridiron i que allà va néixer, ni més ni menys, la primera Gran Lògia del món.  Però només cal aixecar el vel de la tradició i mirar amb lupa les fonts per descobrir que les coses no són precisament com ens les han presentat.  I que, curiosament, la simple existència de les dues tavernes que s'esmenten com a escenaris d'aquell naixement institucional no està confirmada.    
     
Vegem:                 

Anderson va introduir per primera vegada la narració detallada dels esdeveniments fundacionals de la primera Gran Lògia del món en l'edició revisada de 1738 de les Constitucions de 1723. El text esmenta que el 1716 quatre lògies i alguns “antics Germans” es van reunir a la taverna Apple-Tree a Charles Street (Covent Garden).  Com a contrapartida, l'edició original de 1723 es va limitar a una llarga història llegendària de la Maçoneria i a regulacions, però sense cap referència a 1716 o 1717.         

Posteriorment, investigacions històriques modernes mostren una absència total de constància documental que el 1716 existís una taverna activa amb aquest nom a Charles Street.  De fet, els registres tributaris i llicències de tavernes de Westminster mostren per primera vegada el nom “Apple Tree” el 1729, amb James Douglas registrat com a taverner des d'aquell any. L'evidència disponible recolza l'afirmació que al local el 1716 no funcionava encara una taverna, sinó una botiga de teles i que Anderson va actualitzar el nom al conegut el 1738, projectant cap enrere un nom familiar per vestir de manera concreta un esdeveniment transmès oralment.            

                   
De la mateixa manera, la famosa reunió del 24 de juny de 1717, a la taverna Goose and Gridiron, tampoc figura en absolut a les Constitucions de 1723. Apareix, com en el cas anterior, per primera vegada a l'edició de 1738 amb un to més narratiu que jurídic.                     

Sobre això, Anderson escriu el 1738:        

“Accordingly, on St. John Baptist's Day, en el 3rd Year of King George I. A.D. 1717, Assembly and Feast of the Free and Accepted Masons was held at foresaid Goose and Gridiron Ale-house in St. Paul's Church-Yard [...]”          

(Traducció: “Així doncs, el Dia de Sant Joan Baptista, el tercer any del regnat del Rei Jordi I, any de 1717, l'Assemblea i Banquet dels Maçons Lliures i Acceptats es va celebrar a l'esmentada taverna Goose and Gridiron, a l'atri de l'Església de Sant Pau…”).     
               
El relat és elegant, solemne i perfectament harmònic amb el que esperaríem d'un origen institucional.  Però hi ha el problema que no hi ha ni un sol document contemporani, ni premsa, ni actes, ni testimonis dels que suposadament hi van ser, que ho confirmi.  Anderson ho va escriure més de dues dècades després, i això és tot amb el que s'explica.  Com a màxim, el que diu el text de 1723 és el següent, en la seva part més propera a una cronologia institucional:    
     
“After el said Revival, el Gran Màster, amb les diputes i Wardens [...] al Grand Lodge held at Goose and Gridiron Ale-house a St. Paul's Church-Yard, London, A. D. 1723, agreed [...]”      
                  
(Traducció: “Després d'aquesta reactivació, el Gran Mestre, amb el seu Diputat i Vigilants [...] a la Gran Lògia celebrada a la taverna Goose and Gridiron, a l'atri de l'Església de Sant Pau, Londres, any de 1723, van acordar [7].” 

Cal aclarir, per tal d'evitar confusions, que aquest esment no es refereix a 1717, sinó a un esdeveniment de 1723.                         

Per la seva banda, relats tradicionals afirmen que des del 1666 existia a Londres una taverna anomenada Goose and Gridiron, però la pròpia existència operativa de la taverna sota aquest nom el 1717 no està evidenciada per registres oficials coneguts, ni hi ha cap indici que el 24 de juny d'aquell any hagi tingut lloc allà un esdeveniment.          
                     
Aleshores, quan i on va néixer realment la primera Gran Lògia del món?                      

KL'única resposta honesta possible és que no ho sabem amb certesa.  El que sí que coneixem, amb base en fonts primàries i estudis historiogràfics sòlids, és que:  

1) L'edició original de les Constitucions d'Anderson de 1723 no esmenta ni la taverna Apple-Tree ni la Goose and Gridiron.                   

2) El 1738, Anderson afirma que el 1716 hi va haver una reunió d'“Antics Germans” en una taverna anomenada Apple-Tree, a Westminster, per planejar la creació d'una Gran Lògia, però no hi ha evidència documental que confirmi que un local anomenat Apple-Tree funcionés a Westminster en 1716. Aquest nom  apareix per primera vegada en un registre oficial de 1729.            

3) També el 1738, Anderson afirma que la primera Gran Lògia es va establir formalment el 24 de juny de 1717 en una taverna anomenada Goose and Gridiron a Londres.  No obstant això, tampoc no hi ha evidència que confirmi que el 24 de juny de 1717 s'hagi celebrat una reunió de Maçons en una taverna anomenada Goose and Gridiron a Londres.                  

4) Els primers documents fiables sobre activitats de la primera Gran Lògia del món apareixen el 1721 i, amb més claredat, el 1723, quan ja el Duc de Montagu era Gran Mestre.        
              
Els qui tenim en alta estima la Maçoneria pel que té de raó crítica, i de treball col·lectiu i fratern, no hauríem de tenir por de revisar les nostres pròpies narratives, en l'aplicació obligada d'una construcció que es proposa basada en la recerca de la veritat.            

Així que la propera vegada que algú digui, amb to solemne, que “la Gran Lògia va ser fundada el 24 de juny de 1717 a la taverna de l'Oca i la Graella”, un pot, amb tota calma, preguntar-li:          
        
“Molt Estimat Germà, tens alguna font de l'època que ho confirmi?”                          

El més probable és que no en tingui.  

                                  .•.

Font:  PIDO LA PALABRA