Por Iván Herrera Michel
La historia de la Masonería no puede contarse sin hablar de su política interobedencial, porque también allí se viene jugando el destino de la Orden.
Lo que se presenta como un respeto a una
tradición compartida, muchas veces se ha instrumentalizado para construir un circuito
interno denominado “regularidad”, que es un modelo diplomático que agrupa a las
Grandes Logias masculinas del mundo bajo una estructura de poder ferozmente
eficaz que, desde hace más de siglo y medio, ha sido centralizada por la Gran
Logia Unida de Inglaterra (GLUI), convertida a sí misma en epicentro y árbitro
de lo que puede o no llamarse Masonería.
Lo que tenemos ante nosotros es un cerco
diplomático muy eficaz que consiste en una red de condiciones tácitas que
impide a numerosas Grandes Logias masculinas ejercer con autonomía su política
exterior, por temor a perder el respaldo de una instancia que han elevado al
rango de rector moral, en una política de contención que define con quién se
puede dialogar y a quién ni siquiera se le debe mirar.
Es un sistema de vigilancia, con
estructuras regionales, que produce efectos directos en la base Masónica, y que
se sostiene, en buena parte, gracias a una administración estratégica de la
información. Con el tiempo, esta dinámica sistémica produce una cultura de
obediencia acrítica que erosiona el sentido mismo de deliberación. El Masón de
base, en lugar de ser un sujeto activo en la vida institucional, queda reducido
a un simple ejecutor de políticas ajenas, muchas veces sin saber que sus Logias
ni siquiera son autónomas en decidir a quién dar la mano. La consecuencia es un
empobrecimiento del pensamiento Masónico en su conjunto, que termina
priorizando la disciplina sobre la reflexión, y la alineación sobre la
fraternidad.
¿Una Gran Logia masculina desea
establecer vínculos con una obediencia mixta o femenina? ¿Quiere asistir a un
congreso donde participen masonas o delegaciones liberales? ¿Tiene interés en
firmar un acuerdo bilateral con alguna confederación abierta a la diversidad? Un
solo paso de estos significa su expulsión inmediata y la pérdida de la
validación del exclusivo circuito etiquetado como “regular”.
Este modo de ejercer el control no es
nuevo. Empieza a perfilarse con nitidez en 1877 cuando el Gran Oriente de
Francia decidió no inmiscuirse más en los asuntos religiosos respetando sus
espacios naturales, y en respuesta la GLUI rompió relaciones y articuló una
doctrina de exclusión bajo el nombre de "regularidad". Desde
entonces, el reconocimiento dejó de ser un gesto fraternal entre iguales y se
transformó en una concesión condicionada sujeta al cumplimiento de una lista de
requisitos no debatibles.
Posteriormente, en 1929, con sentido
geopolítico, la GLUI codificó su doctrina del “regularismo sometido” en los
célebres "Principios básicos para el reconocimiento", que
convirtieron la subordinación en el nuevo pasaporte diplomático. Y, tras la
Segunda Guerra Mundial, Londres fortaleció su rol como eje del “mundo Masónico
anglosajón”, alentando la formación de bloques cerrados de obediencias, en donde
el diálogo solo es posible entre iguales en acatamiento.
En América Latina, el modelo se instaló
con fuerza a partir de 1952 en Ciudad de México, cuando la Segunda Conferencia
Masónica Interamericana (CMI), originalmente pensada como un espacio plural
para el encuentro de las diversas tradiciones Masónicas del continente, fue
cooptada por las Grandes Logias masculinas alineadas con Londres y transformada
en una estructura regional de vigilancia del regularismo británico. Desde
entonces, pertenecer a la CMI depende del visto bueno de las potencias
anglosajonas, lo que dejó por fuera de su amistad a toda obediencia liberal, mixta
o femenina.
El viraje tuvo consecuencias en cada
país, ya que las Grandes Logias masculinas empezaron a supeditar su política
exterior a las directrices que bajaban desde Londres y eran administradas regionalmente
por la CMI. Y como si eso no bastara, en 1995, también en México, se fundó la
Conferencia Mundial de Grandes Logias masculinas, que terminó por reforzar el
modelo a escala global, consolidando un bloque exclusivo para aquellas
obediencias dispuestas a subordinarse sin chistar a los requisitos establecidos
en 1929.
Se trata de estructuras que funcionan
como engranajes subordinados dentro de un conjunto mayor que les marca el paso
y les dicta la agenda. Decir que la adhesión a estos principios es “voluntaria”
es olvidar que muchas Grandes Logias de la región han sido inducidas a aceptar
tales marcos como única vía de relacionamiento internacional, bajo el temor de
caer en la marginalidad frente a sus pares. Lo que se presenta como acuerdo
libre es, muchas veces, un acto de supervivencia diplomática en un entorno de
exclusiones estructurales. El
precio ha sido un distanciamiento cada vez mayor de la realidad social que no
ha sido fruto de un proceso latinoamericano de deliberación soberana, sino la
reproducción acrítica de criterios externos que no dialogan con la realidad
social, cultural ni filosófica de nuestras naciones.
Para asegurar la estabilidad del
sistema, se han creado estructuras de articulación diplomática (congresos,
asociaciones, confederaciones) que operan como guardianes y escenarios de
legitimación del modelo excluyente. En la práctica, son espacios en donde se
reproduce la doctrina única y se refuerzan las barreras que impiden a muchas
Grandes Logias pensar en relaciones más amplias, en pluralismo real, o en
abrirse a la crítica y la reforma que sus bases reclaman.
Lo más preocupante es que la gran
mayoría de los Masones de a pie desconoce por completo el cerco diplomático que
silencia sus debates. No saben que muchas de sus Grandes Logias no deciden por
sí mismas con quién se relacionan, sino que acatan lo que otros definen y para
reafirmar su debida obediencia se reúnen periódicamente sus Grandes Maestros.
No saben que detrás de cada negativa a asistir a un congreso mixto, a responder
una invitación o a firmar un tratado, hay una política de control implacable que
vuelve castigable toda iniciativa de diálogo y convierte en osadía cualquier
intento de fraternidad sin discriminación.
Es un cerco que no opera de forma
explícita, sino que se disimula tras declaraciones de fidelidad, Landmarks,
tradición, Etc. Los dirigentes conocen perfectamente las limitaciones que
impone el modelo, pero prefieren no admitirlo ante sus bases. Se escudan en
tecnicismos, dilatan decisiones, o niegan invitaciones con excusas que apenas
camuflan la sumisión predefinida. Así, el control se mantiene con solo instalar
el miedo a ejercer la soberanía, y el discurso de que sus Logias actúan con base
en fundamentos doctrinales.
Son reflexiones que ya no pueden seguir
relegadas, o en voz baja, y que hay que llevar al ágora Masónica, al espacio
ritual destinado al bien general y a las decisiones cotidianas. Porque si la
Masonería quiere estar a la altura de su tiempo, no puede seguir aceptando
tutelas ni permisos para actuar.
Tal vez ha llegado el momento de dejar
de tapar grietas y disciplinar desobedientes, y de empezar a tender puentes de
una vez por todas entre mundos que ya coexisten.
5 comentarios:
Brillante y necesario artículo Q H. Iván. Sin duda, es hora de romper las absurdas tutelas y dejar de lado la incomprensible cobardia de muchas Obediencias y QQ:. HH:. que vienen haciendo de la Masonería un Club exclusivo y anacrónico.
Toda la razón del mundo. Muy interesante e instructivo su artículo. Un honor para mí poder leerlo.
Un buen artículo para que los que antagonizan a la orden Masónica se den cuenta que es muchas cosas pero no una estructura única con capacidad eegenómica, pero que como idea crece y se desarrolla con muchas facetas.
Totalmente de acuerdo, muy bien expresado.
Excelente artículo
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