martes, 12 de agosto de 2025

DEL REAL LEGADO HISTÓRICO DE LA MASONERÍA LATINOAMERICANA

Por Iván Herrera Michel
        
Hay historias que se guardan en pliegues discretos de la memoria colectiva, esperando a que se les desempolven sin mitos ni barnices de leyenda. La de la Masonería en Latinoamérica es una de ellas.
    
La he encontrado en documentos polvorientos, en actas con letra apretada, en periódicos amarillentos y en cartas cruzadas entre ciudades lejanas. He visto sus rastros en sellos estampados por personas que creyeron que podría ser una herramienta real para construir repúblicas más justas. Y, sin embargo, durante demasiado tiempo, lo que circularon fueron mitos fáciles de repetir, “superlogias” que hacían revoluciones, libertadores convertidos en Masones y conspiraciones tan útiles para el brindis como inútiles para el análisis histórico.
                 
Ningún relato local hoy se puede estudiar sin su contexto internacional, sin la historiografía académica contemporánea y sin los estudiosos de la región, como, por ejemplo, en el caso latinoamericano, el cubano Eduardo Torres-Cuevas, con investigaciones sólidas sobre la Masonería antillana, el costarricense Ricardo Martínez Esquivel, fundador y director de la revista indexada de Estudios Históricos de la Masonería Latinoamericana y Caribeña (REHMLAC+), articulando una comunidad académica continental, el mexicano Marco Antonio Flores Zavala, desde la Universidad Autónoma de Zacatecas, impulsando congresos y publicaciones, el venezolano Eloy Reverón, con estudios sobre Masonería, política y Caribe hispano, el chileno Felipe Santiago del Solar, que ha examinado la influencia Masónica en el mundo hispánico y la historia de la C.M.I., el cubano Jorge Luis Romeu, con aportes sobre la sociabilidad Masónica y la sociedad civil cubana, el mexicano Guillermo de los Reyes, que ha explorado la Masonería mexicana desde la cultura política y de género, y los costarricense Miguel Guzmán-Stein y Francisco Rodríguez Cascante, que han contribuido a consolidar líneas editoriales y de investigación sobre laicidad y sociabilidades en el istmo.
                  
La Masonería entró en el continente por las redes comerciales de fines del siglo XVIII, por puertos como Cartagena de Indias, La Habana, Veracruz, Valparaíso o Río de Janeiro. Allí, bajo paraguas ingleses, franceses y holandeses, se reunían expatriados, militares y comerciantes. Para esos días Roma ya había condenado a la Orden desde 1738 y las autoridades civiles la perseguían con celo inquisitorial, por lo que durante décadas las Logias fueron piezas periféricas de un engranaje trasatlántico más amplio.
                      
La irrupción de las independencias, a partir de 1810, cambió las cosas, y trajo algunas “Logias Lautaro” que, en realidad, eran unas células patrióticas cercanas a las sociedades carbonarias europeas, que, a su vez, eran unas organizaciones revolucionarias surgidas en Italia y Francia, a comienzos del siglo XIX, con estructura secreta, grados, juramentos, y rituales de inspiración Masónica, con objetivos políticos como derrocar el absolutismo y establecer constituciones liberales. En Europa, estas carbonarias fueron actores centrales en la lucha por gobiernos representativos, y en Hispanoamérica, sirvieron de modelo organizativo y de inspiración ideológica para círculos que promovieron el liberalismo republicano y la soberanía popular. Su contacto con redes atlánticas de exiliados, comerciantes y militares, que unían puertos como Cádiz, Burdeos, Londres, La Habana, Veracruz y Buenos Aires, facilitó el tránsito de ideas y tácticas que reforzaron las agendas emancipadoras. La confusión posterior, que hizo pasar a estos círculos conspirativos por Logias Masónicas, ha sido suficientemente aclarada por la investigación historiográfica reciente.
  
En Colombia, especialmente en el Caribe, la Masonería tuvo su primera presencia con la fugaz vida en Cartagena de Indias de una Logia solitaria de 1808, y formalmente, también en la misma ciudad, de la mano con Santa Marta y Riohacha, en la década de 1830, pero pronto fue frenada por la reacción conservadora. Entre los documentos que he revisado en archivos históricos hay circulares cifradas que pedían “el más absoluto sigilo” ante “el creciente celo de las autoridades eclesiásticas”. Ese pulso entre el ideal de la fraternidad y la vigilancia oficial marcó toda su vida en el siglo XIX.
                     
En México las Logias se dividieron entre el rito Escocés, conservador, y el Yorkino, liberal y apoyado por emisarios estadounidenses como Joel Poinsett, ministro plenipotenciario de Estados Unidos en México, figura clave del vínculo entre la Masonería y la política internacional. Guillermo de los Reyes ha mostrado cómo esta pugna penetró en el Congreso y la prensa, y cómo, durante las reformas liberales de Benito Juárez, la Masonería fue decisiva en la separación de Iglesia y Estado, la defensa de la educación pública y gratuita y la consolidación del laicismo como política de Estado.
                    
En el Caribe, Eduardo Torres-Cuevas ha documentado cómo Logias como “Ecos de Hatuey” en Cuba servían de semilleros de pensamiento independentista y promotoras de hospitales públicos y escuelas laicas. Puerto Rico y República Dominicana siguieron caminos parecidos, mezclando influencias cubanas, neoyorquinas y de Nueva Orleans, en un tejido ritual y cívico mestizo.
                      
Brasil mantuvo, bajo su monarquía constitucional, una Masonería numerosa y dividida, con participación en la abolición de la esclavitud y en la proclamación de la República en 1889. Allí, como en Chile, se convirtió en promotora de universidades, liceos laicos y hospitales, la Masonería no se limitó a los ritos, sino que fue motor de instituciones concretas. Felipe del Solar lo ha comparado con el impulso educativo Masónico en Europa, concluyendo que en América Latina la Masonería se implicó más directamente en la construcción física de la infraestructura pública.
                  
Esta es, de hecho, una de las improntas históricas que caracteriza a la Masonería latinoamericana frente a la europea y la norteamericana. Aquí no se limitó a ser un espacio de sociabilidad o de filantropía privada, sino que participó con mayor énfasis en la difusión activa de las ideas liberales, la creación de hospitales públicos, el impulso a la educación pública y gratuita, y la fundación de universidades para las clases populares. En Colombia, por ejemplo, Masones y Grandes Logias estuvieron detrás de iniciativas como la Universidad Republicana, la Nacional y la Libre, y la de hospitales civiles, en México, las Logias Yorkinas impulsaron escuelas normales, en Chile, la Masonería contribuyó a la Universidad de Chile y a liceos emblemáticos, en Brasil, la red hospitalaria de algunas ciudades tiene origen en donaciones y gestiones Masónicas, en Argentina y Uruguay, se vincularon a la educación laica y obligatoria y a instituciones sanitarias de acceso gratuito.
                                     
En general, estas iniciativas no fueron casuales, sino que respondían a una estrategia de modernización laica y republicana que, en Latinoamérica, se asumió como tarea de Estado. En Europa y Norteamérica, la Masonería actuaba más en la esfera privada, y en América Latina, cruzó esa frontera y se convirtió en brazo visible de proyectos nacionales.
                       
Regreso al principio. Aquellos papeles que un día abrí en un archivo del Caribe, con su olor a siglos, sus letras casi ilegibles y sus tintas apenas visibles, hablaban de hombres que, en medio de tormentas políticas, buscaban un lugar en donde discutir y planificar sin la mirada de los vecinos. Hablaban de la necesidad de espacios protegidos para pensar y construir, que unían a un comerciante de Veracruz con un abogado de Buenos Aires y un maestro de Montevideo.
                    
Han cambiado los rostros, los ritos, las clases sociales y ya no solo hay Logias monogéneros. Pero en su mejor versión, la Masonería sigue siendo un taller dispuesto para que la historia, la educación, la salud pública y la fraternidad se trabajen con las manos limpias y la mirada puesta más allá de los muros del templo. Tal vez su mayor enseñanza radique en que las Logias, como los pueblos, perduran cuando se saben parte de una trama más amplia que ellas mismas y cuando se comprometen con las libertades y el bienestar colectivo.
                     
He visto actas firmadas por Masones que discutían cómo financiar una escuela laica en un pueblo sin aulas, cartas en las que un Gran Maestro pedía medicinas para un hospital público, periódicos que defendían la separación de la Iglesia y el Estado como condición para el progreso. Sé que estos papeles no son simples reliquias, sino pruebas de que la Masonería latinoamericana no se contentó con hablar de libertad, igualdad y fraternidad, sino que se concentró en convertirlas, con aciertos y contradicciones, en obras concretas.
                    
Esa es, quizá, la mayor diferencia con otras latitudes, y el motivo por el que vale la pena seguir contando la historia real con nuestra propia voz, en clave latinoamericanista, y con más rigor y menos mitos. Esa vocación, única en nuestro continente, nos distingue de otras culturas Masónicas y nos recuerda que, desde los antiguos puertos donde se forjaron nuestras Logias, hasta las calles de hoy, la fraternidad se honra llevando a la realidad social la libertad, la igualdad y la justicia.
             
El resto es música celestial, como me dijo un viejo Masón hace algunos años.
                     

                              

6 comentarios:

Victor Guerra Garcia dijo...

Muy interesante reflexion

EDGAR RAMIREZ dijo...

Excelente tema para revisar nuestro trabajo masónico actual! TAF

Ofelia dijo...

Maravillosa reflexión Q.:. H:. Mil gracias

Anónimo dijo...

Gracias por tan maravillosa reflexión

Anónimo dijo...

Excelente disertación, me emociona conocer parte de estás referencias históricas😇💐🌅🌅🌅❤️🌹

ESTUDIOS VIDA Y OBRA DE SIMÓN BOLIVAR dijo...

Excelente disertación histórica, un abrazo 🫂🤗💕