Por Iván Herrera Michel
La he encontrado en documentos
polvorientos, en actas con letra apretada, en periódicos amarillentos y en
cartas cruzadas entre ciudades lejanas. He visto sus rastros en sellos
estampados por personas que creyeron que podría ser una herramienta real para
construir repúblicas más justas. Y, sin embargo, durante demasiado tiempo, lo
que circularon fueron mitos fáciles de repetir, “superlogias” que hacían
revoluciones, libertadores convertidos en Masones y conspiraciones tan útiles
para el brindis como inútiles para el análisis histórico.
Ningún relato local hoy se puede estudiar sin su contexto internacional, sin la historiografía académica contemporánea y sin los estudiosos de la región, como, por ejemplo, en
el caso latinoamericano, el cubano Eduardo Torres-Cuevas, con investigaciones
sólidas sobre la Masonería antillana, el costarricense Ricardo Martínez
Esquivel, fundador y director de la revista indexada de Estudios Históricos de
la Masonería Latinoamericana y Caribeña (REHMLAC+), articulando una comunidad
académica continental, el mexicano Marco Antonio Flores Zavala, desde la
Universidad Autónoma de Zacatecas, impulsando congresos y publicaciones, el
venezolano Eloy Reverón, con estudios sobre Masonería, política y Caribe
hispano, el chileno Felipe Santiago del Solar, que ha examinado la influencia Masónica
en el mundo hispánico y la historia de la C.M.I., el cubano Jorge Luis Romeu, con
aportes sobre la sociabilidad Masónica y la sociedad civil cubana, el mexicano Guillermo
de los Reyes, que ha explorado la Masonería mexicana desde la cultura política
y de género, y los costarricense Miguel Guzmán-Stein y Francisco Rodríguez
Cascante, que han contribuido a consolidar líneas editoriales y de
investigación sobre laicidad y sociabilidades en el istmo.
La Masonería entró en el continente por las
redes comerciales de fines del siglo XVIII, por puertos como Cartagena de
Indias, La Habana, Veracruz, Valparaíso o Río de Janeiro. Allí, bajo paraguas
ingleses, franceses y holandeses, se reunían expatriados, militares y
comerciantes. Para esos días Roma ya había condenado a la Orden desde 1738 y
las autoridades civiles la perseguían con celo inquisitorial, por lo que durante
décadas las Logias fueron piezas periféricas de un engranaje trasatlántico más
amplio.
La irrupción de las independencias, a
partir de 1810, cambió las cosas, y trajo algunas “Logias Lautaro” que, en
realidad, eran unas células patrióticas cercanas a las sociedades carbonarias
europeas, que, a su vez, eran unas organizaciones revolucionarias surgidas en
Italia y Francia, a comienzos del siglo XIX, con estructura secreta, grados, juramentos,
y rituales de inspiración Masónica, con objetivos políticos como derrocar el
absolutismo y establecer constituciones liberales. En Europa, estas carbonarias
fueron actores centrales en la lucha por gobiernos representativos, y en
Hispanoamérica, sirvieron de modelo organizativo y de inspiración ideológica
para círculos que promovieron el liberalismo republicano y la soberanía
popular. Su contacto con redes atlánticas de exiliados, comerciantes y
militares, que unían puertos como Cádiz, Burdeos, Londres, La Habana, Veracruz
y Buenos Aires, facilitó el tránsito de ideas y tácticas que reforzaron las
agendas emancipadoras. La confusión posterior, que hizo pasar a estos círculos
conspirativos por Logias Masónicas, ha sido suficientemente aclarada por la
investigación historiográfica reciente.
En Colombia, especialmente en el Caribe,
la Masonería tuvo su primera presencia con la fugaz vida en Cartagena de
Indias de una Logia solitaria de 1808, y formalmente, también en la misma ciudad,
de la mano con Santa Marta y Riohacha, en la década de 1830, pero pronto fue
frenada por la reacción conservadora. Entre los documentos que he revisado en archivos históricos hay circulares cifradas que pedían “el más absoluto sigilo” ante “el
creciente celo de las autoridades eclesiásticas”. Ese pulso entre el ideal de
la fraternidad y la vigilancia oficial marcó toda su vida en el siglo XIX.
En México las Logias se dividieron entre
el rito Escocés, conservador, y el Yorkino, liberal y apoyado por emisarios
estadounidenses como Joel Poinsett, ministro
plenipotenciario de Estados Unidos en México, figura clave del vínculo entre la
Masonería y la política internacional. Guillermo de los Reyes ha mostrado cómo
esta pugna penetró en el Congreso y la prensa, y cómo, durante las reformas
liberales de Benito Juárez, la Masonería fue decisiva en la separación de
Iglesia y Estado, la defensa de la educación pública y gratuita y la
consolidación del laicismo como política de Estado.
En el Caribe, Eduardo Torres-Cuevas ha
documentado cómo Logias como “Ecos de Hatuey” en Cuba servían de semilleros
de pensamiento independentista y promotoras de hospitales públicos y escuelas
laicas. Puerto Rico y República Dominicana siguieron caminos parecidos,
mezclando influencias cubanas, neoyorquinas y de Nueva Orleans, en un tejido
ritual y cívico mestizo.
Brasil mantuvo, bajo su monarquía
constitucional, una Masonería numerosa y dividida, con participación en la
abolición de la esclavitud y en la proclamación de la República en 1889. Allí,
como en Chile, se convirtió en promotora de universidades, liceos laicos y
hospitales, la Masonería no se limitó a los ritos, sino que fue motor de
instituciones concretas. Felipe del Solar lo ha comparado con el impulso
educativo Masónico en Europa, concluyendo que en América Latina la Masonería se
implicó más directamente en la construcción física de la infraestructura
pública.
Esta es, de hecho, una de las improntas
históricas que caracteriza a la Masonería latinoamericana frente a la europea y
la norteamericana. Aquí no se limitó a ser un espacio de sociabilidad o de
filantropía privada, sino que participó con mayor énfasis en la difusión activa
de las ideas liberales, la creación de hospitales públicos, el impulso a la
educación pública y gratuita, y la fundación de universidades para las clases
populares. En Colombia, por ejemplo, Masones y Grandes Logias estuvieron detrás
de iniciativas como la Universidad Republicana, la Nacional y la Libre, y la de
hospitales civiles, en México, las Logias Yorkinas impulsaron escuelas normales,
en Chile, la Masonería contribuyó a la Universidad de Chile y a liceos
emblemáticos, en Brasil, la red hospitalaria de algunas ciudades tiene origen
en donaciones y gestiones Masónicas, en Argentina y Uruguay, se vincularon a la
educación laica y obligatoria y a instituciones sanitarias de acceso gratuito.
En general, estas iniciativas no fueron
casuales, sino que respondían a una estrategia de modernización laica y
republicana que, en Latinoamérica, se asumió como tarea de Estado. En Europa y
Norteamérica, la Masonería actuaba más en la esfera privada, y en América
Latina, cruzó esa frontera y se convirtió en brazo visible de proyectos
nacionales.
Regreso al principio. Aquellos papeles
que un día abrí en un archivo del Caribe, con su olor a siglos, sus letras casi
ilegibles y sus tintas apenas visibles, hablaban de hombres que, en medio de
tormentas políticas, buscaban un lugar en donde discutir y planificar sin la mirada
de los vecinos. Hablaban de la necesidad de espacios protegidos para pensar y
construir, que unían a un comerciante de Veracruz con un abogado de Buenos
Aires y un maestro de Montevideo.
Han cambiado los rostros, los ritos, las
clases sociales y ya no solo hay Logias monogéneros. Pero en su mejor versión, la
Masonería sigue siendo un taller dispuesto para que la historia, la educación,
la salud pública y la fraternidad se trabajen con las manos limpias y la mirada
puesta más allá de los muros del templo. Tal vez su mayor enseñanza radique en
que las Logias, como los pueblos, perduran cuando se saben parte de una trama
más amplia que ellas mismas y cuando se comprometen con las libertades y el
bienestar colectivo.
He visto actas firmadas por Masones que
discutían cómo financiar una escuela laica en un pueblo sin aulas, cartas en
las que un Gran Maestro pedía medicinas para un hospital público, periódicos
que defendían la separación de la Iglesia y el Estado como condición para el
progreso. Sé que estos papeles no son simples reliquias, sino pruebas de que la
Masonería latinoamericana no se contentó con hablar de libertad, igualdad y
fraternidad, sino que se concentró en convertirlas, con aciertos y
contradicciones, en obras concretas.
Esa es, quizá, la mayor diferencia con
otras latitudes, y el motivo por el que vale la pena seguir contando la historia
real con nuestra propia voz, en clave latinoamericanista, y con más rigor y menos mitos. Esa vocación,
única en nuestro continente, nos distingue de otras culturas Masónicas y nos recuerda
que, desde los antiguos puertos donde se forjaron nuestras Logias, hasta las
calles de hoy, la fraternidad se honra llevando a la realidad social la libertad, la
igualdad y la justicia.
El resto es música celestial, como me
dijo un viejo Masón hace algunos años.


6 comentarios:
Muy interesante reflexion
Excelente tema para revisar nuestro trabajo masónico actual! TAF
Maravillosa reflexión Q.:. H:. Mil gracias
Gracias por tan maravillosa reflexión
Excelente disertación, me emociona conocer parte de estás referencias históricas😇💐🌅🌅🌅❤️🌹
Excelente disertación histórica, un abrazo 🫂🤗💕
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