Por Iván Herrera Michel
Quisiera uno comentar siempre
temas Masónicos de fondo, su método, su estética, su puesta en escena, su
decorum, su desiderátum… pero cuando se administra un blog, el buzón recibe
frecuentemente correos de Masones y no Masones, y en ocasiones se llega a un
punto, en que el número de los mensajes sobre un mismo tópico constituye una
masa crítica sobre la que simplemente no está bien pasar por alto.
En este orden de ideas,
Oscar de Alfonso está atrayendo mucha atención y se ha convertido en un lugar
común por sus salidas fuera de tono. En realidad, no pasaría de ser una
singularidad de un sector de la Masonería, sino fuera porque la prensa y las
redes sociales hacen continuo eco de sus disloques, con el peligro real de que
ante propios y extraños se trivialice o desvirtúe la imagen de taller de
pensamiento y sistema de moral ilustrado por alegorías y enseñado por símbolos
que distinguen, aceptan y elogian tirios y troyanos desde hace 300 años.
Los llamativos e
infructuosos diálogos del Monasterio de Poblet, la búsqueda de acercamiento con
un Rey que no quiere acercarse, su participación en la política española, algunas
declaraciones desafortunadas, la falsificación impúdica de la historia y las varias decenas de miles de euros de gastos
de representación, pasaron a segundo plano cuando el planeta Masónico enmudeció
ante las indecentes fotos sin camisa que publicó en Instagram de su reciente
viaje a Brasil, en una piscina, con los impresentables hashtags “#sexo”, “#abuelopedofiloamilado”, “#chupar”,
acompañando la gráfica con el texto “Tapándome
las tetas con dos cocos. No pude resistirme a chupar un coco”.
Si para un cantante de
reguetón ya son cuestionables estas expresiones vulgares, para un Gran Maestro
de la Gran Logia de España a la vez que Presidente de la Confederación Masónica
Interamericana (CMI), en ejercicio, la cuestión se convierte en escandalosa,
por decir lo menos. Como me escribió un Masón mexicano: “No hay opción de engañarnos: con esta ordinariez todos perdemos”.
Por sobradas razones, uno
lo entiende cuando afirma que su mujer “piensa que todo esto es una pérdida de tiempo”. En honor a la
verdad, dado lo que ella seguramente ve y oye, estoy seguro que su opinión debe
ser aún más ácida, a menos que ya alguien le haya explicado que el 99.9% de los
millones de Masones y Masonas que existen hoy en el mundo, jamás harían algo ni
remotamente parecido.
Cuando las cosas parecían
haberse quedado de ese tamaño, surge la noticia a mediados de enero de este año
que el presidente de Gabón, Alí Bongo, ha invitado a Oscar de Alfonso (y este
ha aceptado gustoso) a su ceremonia de reelección como Gran Maestro de la Grand Lodge of Gabón (fundada en
1983), en calidad de “Gran Oficial
Instalador”. Valga decir, que tanto el cargo de presidente de Gabón como el
de Gran Maestro lo heredó en el año 2009 a la muerte de su padre Omar Bongo, son
reelegibles indefinidamente y por ley su titular disfruta de inmunidad judicial
Ad Vitam.
No es asunto de poca monta asociar la Masonería con Alí Bongo y su Gran Logia, por muy reconocida que esté por la Gran Logia Unida de Inglaterra. Y sobre eso habrá que reflexionar seriamente si se desea salvaguardar una imagen de respetabilidad. Las señales que se envían no son las mejores. Los dos Bongo han presidido a Gabón con mano fuerte durante los últimos 50 años (el padre durante 42 hasta su muerte, el hijo desde entonces lleva 18), y Alí Bongo es considerado el dictador más corrupto de África. Por el reparto desigual de la riqueza, hoy el país posee, según el Banco Mundial, un tercio de su población por debajo de la línea de pobreza absoluta, a pesar de que sus grandes yacimientos de petróleo y la inversión extranjera tienen a Gabón como uno de los países más ricos del África subsahariana con el tercer PIB per cápita, siguiendo a Guinea Ecuatorial y Botsuana.
Cuando Leonel Messi visitó
el país en julio de 2015, invitado por Alí Bongo, le llovieron críticas por apoyar
a un personaje de sus características y la prensa lo acusó de haber recibido
3.5 millones de euros para viajar a colocar la primera piedra de un estadio de
futbol a su lado. Si esto sucede con un futbolista, con un dirigente de la
Masonería el tópico se torna más sensible.
En sana crítica, uno
esperaría que los directivos Masónicos ofrezcan un buen ejemplo y que sus
correrías y acciones públicas posean un mínimo de decoro y buenas costumbres,
así como que la belleza, la fuerza y la sabiduría sean un atributo
consustancial de su trasegar.
Por lo pronto, los
Masones y Masonas, de una y otra vertiente, que tenemos el convencimiento de
que “las buenas costumbres se conforman
unas con otras, y por eso duran” (Seneca), y de que no somos protagonistas
de la sociedad del espectáculo, expresamos nuestra repulsa a la construcción de
una imagen baladí de la Orden en contravía con la edificada con esfuerzo
durante 300 años por cientos de millones de obreros, reafirmando con
determinación:
“No en nuestro nombre”.