lunes, 30 de noviembre de 2015

LO QUE CARNICELLI OCULTÓ


      
“La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero”
Antonio Machado en “Juan de Mairena” (1936)
 
Por Iván Herrera Michel
      
En Colombia después de dos siglos de actividad Masónica son muy pocas las fuentes primarias para los estudios historiográficos sobre la orden, pero las que hay son suficientes para reescribir sin prejuicios la versión (casi oficial) representada por el clásico de dos volúmenes de la “Historia de la Masonería colombiana 1833 – 1940” (1975) de Américo Carnicelli, un estadounidense de Richmonds, Virginia, radicado en Colombia, que en medio de una montaña de datos organizados cronológicamente omite buena parte de los hechos y no ofrece un análisis crítico ni una metodología científica. Otro tanto, ocurre con “Cien años de historia masónica de la RL. El siglo XIX” (1964) del colombiano Julio Hoenigsberg.
       
Colombia  ha vivido en materia Masónica una larga tradición de conflictos internos que giraron en  torno a líderes de la política nacional y más recientemente al tema de la “regularidad” en su versión estadounidense e inglesa. En los 60s del siglo XIX las tendencias se enfrentaban bajo el liderazgo de Juan José Nieto Gil, Tomás Cipriano de Mosquera y una facción de radicales liberales, y en la década de los 30s del siglo XX en torno a Eduardo Santos, Alfonso Lopez Pumarejo y Jorge Eliecer Gaitán. De allí nacieron Supremos Consejos y Grandes Logias que agitaron la Orden hasta la gran unión escocista que en 1939 dio paso al reconocimiento general en el simbolismo y a la unificación nacional de rituales en 1941. Por último vino la explosión de finales y comienzo de milenio que aún subsiste y el surgimiento de la Masonería liberal y progresista en el país.
                    
El primer descubrimiento con que se topa un lector de nuestra historia radica en que la necia búsqueda genuflexa de la “regularidad” en los últimos 80 años ha ido en contravía frontal con el aporte verificable que la Orden ha brindado en materia social, educativa, humanista y política. Por este camino, los temas de las Tenidas enrumbaron hacia nuevos horizontes, buena parte de la Masonería mudó de aires y hace mucho rato que no se sientan dos presidentes juntos en una Tenida. Sin contar con que el combate fratricida que se ha empleado para imponer la “regularidad”, hizo del deber de acatamiento absoluto, las expulsiones masivas y las purgas una herramienta de control. Y como consecuencia de todo esto, se creó una nueva autoimagen en donde hasta los Landmarks no son los ingleses de 1723 sino los norteamericanos de mediados del siglo XIX.
                
Es un lugar común decir que de la historia podemos obtener lecciones para el futuro. Al parecer es su mayor utilidad. El peligro de ignorarla lo entendió perfectamente Hitler cuando dijo que “quizás la más grande y mejor lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”. Y ya sabemos hasta donde llegó Europa por ese camino y de paso su Masonería continental.
              
Los vencedores de las pugnas en Colombia, indiscutiblemente fueron los estadounidenses. Su forma de entender la Masonería en medio del bajón en las relaciones con la Europa continental de la primera mitad del siglo XX por las persecuciones y las dos grandes guerras desequilibró el balance doctrinal, lo cual aprovechó el Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo para la Jurisdicción del Sur de los Estados Unidos, desde 1912 hasta su muerte en 1952, John Henry Cowles, que visitó Colombia en cuatro ocasiones (1912, 1930, 1937 y 1939), para vender la idea de que la regularidad de los Masones y de los trabajos deriva del “reconocimiento” estadounidense. Su representante en el país fue el Cónsul de los Estados Unidos en Barranquilla, Isaac A. Manning, quien fuera Gran Maestro de la Gran Logia de la ciudad de Cartagena (1921 – 1922), corresponsal de la revista “The New Age” de ese Supremo Consejo y fundador de Logias y Grandes Logias en ambas ciudades. El arraigo de este tipo de “regularidad” fue un logro organizativo impuesto desde el establecimiento escocista.
           
Es de Perogrullo decir que la mejor manera de conocer los resultados de lo que hemos hecho es en términos de números. Como dijo Quevedo “serán seis dos veces tres / por muy mal que hagas las sumas”.
            
Y en esa lógica de pensamiento, es llamativo el estudio comparado de Masones colombianos cuando empezaron las luchas por el reconocimiento norteamericano en sustitución de la pertenencia a la “Asociación Masónica Internacional” (AMI). La “Revista Masónica” que se publicaba en Bogotá, con base en una encuesta que realizó en su edición de enero de 1932 (página 96) llegó al siguiente hoy increíble censo nacional de Masones: “Cundinamarca y Bogotá: 8.927. Tolima: 872, Cartagena y dependencias: 16.500, Barranquilla y dependencias: 13.500, y otros Masones en lugares sin Logia: 3.000. Total: 42.799.” Para la época Colombia contaba, de acuerdo con el censo oficial de 1928, con 7.851.041 habitantes.
              
Por muy poca confianza que nos ofrezcan estas cifras, es notoria la diferencia con los 2.500 Masones y Masonas que deben haber hoy en una Colombia de 48 millones de habitantes. Para graficar el porcentaje, podemos decir que tiene la misma cantidad que la isla antillana de Martinica con 400 mil vecinos.
        
Es decir, que Colombia en 1932 contaba con un Masón por cada 183 habitantes, y en el año 2015 con un Masón por cada 19.200.
         
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Michael Crichton, el autor de la novela “Jurassic Park” (1990) adaptada al cine por
Spielberg en 1993 y 1997, con secuelas en los años 2001 y 2015, apunta sobre la historia “que si uno no sabe historia, no sabe nada. Es como ser una hoja que no sabe que forma parte de un árbol”. Por su lado el cineasta argentino Eduardo Mignogna reflexionó sobre que “si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia, la verdadera”.
                  
La historiografía en Colombia ha sido muy parca al tomar la Masonería como objeto de estudio. De hecho, es un fenómeno general que distingue a la latinoamericana. Basta con ver las biografías de la mayoría de sus próceres y el tema brilla por su ausencia. Salvo los cuatro simposios internacionales de historia de la Masonería organizados por la Escuela de Estudios Generales de la Universidad de Costa Rica, es muy poco lo que se produce en la región, en claro contraste con lo que sucede en Francia, Italia, Alemania, Estados Unidos e Inglaterra, por ejemplo, en donde la academia universitaria es la principal fuente productora de conocimiento.
            
Y no se entiende fácilmente el porqué, ya que buena parte de la clase dirigente y los movimientos democráticos gravitaron en torno a la práctica asociativa Masónica. Lo cual, es una realidad que no se puede soslayar y siempre salta a la vista.
                
Un caso que merecería un estudio detenido lo representa la Logia Estrella del Tequendama que desde el año 1849 en que fue fundada en Bogotá hasta los 80s del siglo XIX contó entre sus miembros a nueve presidentes de la república, además de un mayor número de ministros de estado y congresistas. ¿Cuáles eran los temas tratados en sus Tenidas? ¿Qué tanto estuvieron implicadas las redes Masónicas en la política y la economía de la época?
                  
Carnicelli fue un gran compilador, pero omitió a propósito parte importante de la historia Masónica y su incursión en los debates políticos nacionales. Por ejemplo, no hace mención que el 16 de diciembre de 1934, durante el primer gobierno de Alfonso López Pumarejo, se fundó la Gran Logia de Antioquia con sede en Medellín, ni de que en 1938 se creó la Gran Logia de Caldas con Logias en Pereira, Manizales y Armenia. Su primer Gran Maestro fue Carlos Drews Castro. Ambas vinculadas a fuertes enfrentamientos entre facciones liberales nacionales.
              
Estas dos Grandes Logias constituyeron un fortín Antioquia / Eje Cafetero de la acción política y artística del Partido Liberal colombiano que resistió los embates del Partido Conservador durante buena parte del periodo que se denominó “La República Liberal” (1930 – 1946). También omitió la historia de la Gran Logia que fundó en Bogotá como Gran Maestro Darío Echandía en 1932 al margen de los dos Supremos Consejos del REAA de la época al perder las elecciones frente al “olayista” Aníbal Ardila Durán. En 1934 los rebeldes regresaron y eligieron a Echandía como Gran Maestro de su antigua Gran Logia. Sobra decir que Carnicelli era un fuerte promotor de la Masonería “olayista” e igualmente soslayó el rol de la Masonería de la Costa Atlántica en el surgimiento de la “Regeneración” de Rafael Nuñez y el apoyo decidido que brindó de la mano de la jerarquía católica a la consolidación de la “Hegemonía Conservadora” que a partir de 1886 duró cuarenta y cinco años.
                
Otra omisión importante que encontramos en Carnicelli es la existencia de 1937 a 1949 de la Logia Mixta No 623 “Sol de Colombia J. B. Acuña”, jurisdiccionada a la OMMI “El Derecho Humano”, que trabajó en el mismo Templo de la carrera 5° con calle 18 de Bogotá, propiedad de la Gran Logia de Colombia, a la que asistió el mismo Carnicelli durante cinco décadas. El tema de las Masonas lo limita a la militancia de Soledad Román en la Orden norteamericana de las Estrellas del Oriente (Order of the Eastern Star), que es harina de un costal muy diferente al de la Masonería.
              
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En conclusión, se puede afirmar que la obra de los dos más importantes historiadores masónicos colombiano estuvo fuertemente sesgada por sus prejuicios y por el concepto de “regularidad” en su versión anglosajona que, dicho sea de paso, fue tan anticlerical que la revista “The New Age” del Supremo Consejo para el Sur de USA al registrar la revuelta nacional que arrojó unos tres mil muertos que siguió al asesinato de Jorge Eliecer Gaitán el nueve de abril de 1948 publicó: “Es muy afortunado que al parecer no hubo protestantes asesinados o heridos, ni iglesias protestantes ni el templo masónico dañados”. (Agosto de 1948, p. 497). Por su parte, el clasismo y el racismo fue tan incomprensible en la búsqueda del reconocimiento “Regular” que William F. Klett, un masón norteamericano residenciado en la capital, queriendo ayudar a “regularizar al Supremo Consejo Central de Bogotá escribió a Washington diciendo que “todos los miembros son de sangre caucasiana (…) y pertenecen a las mejores clases del país”.
              
Reescribir la historia real de la Masonería en Colombia y su papel en el desarrollo de su vida republicana es una tarea pendiente, pero no imposible. Henry Kissinger dijo una vez con pragmatismo que “la historia no conoce de descansos ni de mesetas”.
                
Habría que comenzar consultando el “Fondo Pineda 824” de la Biblioteca Nacional, y la sección “Raros y Manuscritos” de la Biblioteca Luis Ángel Arango que conserva varias cajas no ordenadas ni inventariadas de la documentación que usó Carnicelli.  En el exterior son una mina histórica los archivos del Supremo Consejo para la jurisdicción sur de USA, en Washington D. C. Allí reposan anaqueles, armarios y cajas repletas de documentos, folletos, informes, Etc., originales que no se encuentran en el país. La Revista “The New Age” es otra fuente imprescindible.

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Para los interesados en iniciarse en la historia de la Masonería colombiana, me atrevería a proponer la siguiente lista no exhaustiva de textos:
       
Benimelli Ferrer, José, La Isla de Jamaica y su influencia masónica en la región, en Benimelli Ferrer, José, La Masonería española entre Europa y América, (Zaragoza, 1993, pp. 205 – 211)
             
Arango Jaramillo, Mario, Libertad y tolerancia. La masonería colombiana en los inicios de la República 1810-1860 (Bogotá, Colombia, 2008).
           
Cuberos, Adriana y Albert, La Masonería y la Constitución de 1863 (Santa Fe de Bogotá,
Colombia, 1991).
          
“Fiesta-Masonería- Nación”, Revista Memoria. Archivo General de la Nación (Santa Fe de Bogotá, Colombia, 1999): 8-29.
           
García, Elvira, “Historia de la masonería en Colombia (1833-1940)”, Cuadernos de Administración (Bogotá, Colombia) 12 (s.a.) 69-76.
           
“Andrés Cassard y las masonerías cubana y colombiana en la fundación de la Masonería centroamericana: relación de un protagonismo personal en tres jurisdicciones”, I Simposio Internacional de Historia de la Masonería Latinoamericana y Caribeña (Cátedra Transdisciplinaria de Estudios Históricos de la Masonería Cubana Vicente Antonio de Castro (CTEHMAC), Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, Universidad de La Habana, Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, Gran Logia de Cuba de A.L y A.M y el Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española (CEHME) de la Universidad de Zaragoza, España, La Habana, Cuba, del 5 al 8 de diciembre de 2007).
            
Ibáñez Fonseca, Amparo, Entre dioses y demonios. Masones y jesuitas en Colombia en el siglo XIX (Santa Fe de Bogotá, Colombia, Universidad Distrital, 1990).
              
Lahoud, Daniel, “La Masonería en Venezuela y Nueva Granada (Colombia) en los primeros años del Siglo XIX”, Tierra Firme (Caracas-Venezuela) XXIV, n. 96 (2006).
           
Loaiza Cano, Gilberto, “Hombres de sociedades (Masonería y sociabilidad político-intelectual en Colombia e Hispanoamérica durante la segunda mitad del siglo XIX)”, Revista Historia y Espacio (Cali, Colombia) 17 (2001): 93-131.
              
“La masonería y las facciones del liberalismo colombiano durante el siglo XIX. El caso de la masonería de la Costa Atlántica”, Historia y Sociedad (Medellín, Colombia) (2007).
          
Montoya, Jaime, Masonería íntima (Bogotá, Colombia, 1988).
              
Pacheco Quintero, Jorge, La Masonería en la emancipación de América (Bogotá, Colombia, 1943).
              
Restrepo Canal, Carlos, Informe sobre la Masonería y la Independencia (Bogotá, Colombia,
1959).
              
Aguirre Gomez, Oscar, Simón Bolívar y la Francmasonería (Spanish Edition) (2015) (http://www.amazon.com)
              
               

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muchas gracias por las luces Ivan. Deseo contactarme contigo pues tengo interés sincero de ahondar en esta historiografía. TAF