lunes, 17 de febrero de 2025

¿ES LA MASONERÍA "WOKE"?

Por Iván Herrera Michel
                    
En realidad, la pregunta no se puede contestar con un simple sí o un sencillo no porque hay que partir necesariamente de la base de que entre la Masonería y la implicación social existe un viejo romance que se remonta a sus orígenes ilustrados. La dificultad surge cuando la palabra “woke” (despertad, en inglés) se emplea de manera peyorativa contra toda clase de iniciativas progresistas generando una carga semántica ambigua y un uso polarizado.
                         
De hecho, a mí me enseñaron desde el primer día, que la Orden trabaja en favor de la libertad, la igualdad y la fraternidad, y que, desde sus comienzos, fue refugio para librepensadores que defendían ideas relacionadas con el progreso, la libertad de pensamiento, la de conciencia y los derechos del hombre y el ciudadano, entre otras. Por su lado, la Real Academia de la Lengua Española, frente a una consulta que se le hizo contestó el 7 de abril de 2021 que “en español, con sentido equivalente al inglés “woke”, existe el adjetivo tradicional “concienciado, - da””.
                         
También habría que decir que para la Masonería apoyar causas basadas en la búsqueda de la igualdad, como las del sufragio universal, la abolición de la esclavitud, los derechos de los ciudadanos y la educación para todos, era lo más "woke" que podía hacer en los Siglos XVIII y XIX, y aunque no se usaba esta palabra, la esencia era la misma: ser conscientes (concienciado, diría la RAE) de las injusticias y mover fichas para cambiar las estructuras y los sistemas de poder reaccionarios, porque, en honor a la verdad, el progreso nunca fue opcional para una Orden que se jacta de llevar sus luces a la humanidad, y que tampoco frunció el ceño a la hora de hablar de derechos.
                            
Ahora bien, también es cierto que la Masonería tiene su lado conservador y contrario a lo “woke” que no solo está en su estética, sino también en su resistencia a cambios estructurales. Nuestras ceremonias, nuestras estructuras de poder administrativo, nuestros símbolos y el uso obligatorio de mandiles puede parecer un tanto arcaico para quienes no entienden su significado profundo, pero somos una Orden con tres siglos de existencia, y esa mezcla de tradición y modernidad constituye, en cierto modo, una esencia dual.
                              
En algunas obediencias, de todas las orillas, por ejemplo, los debates sobre la Iniciación de mujeres, homosexuales y transexuales, el reconocimiento Masónico de matrimonios igualitarios, o el apoyo a los derechos LGBTIQ+, han sido de todo menos tranquilos. En este sentido, es conocido que la Gran Logia Unida de Inglaterra, reputada como el guardián mundial del masculinísmo supremacista, no solo Inicia transexuales vestidos de mujer, sino que además participa activamente en las marchas del Día del Orgullo Gay y se solidariza con sus reclamos a través de su sitio web y publicaciones oficiales. Por lo que es legítimo preguntarnos sobre la paradoja de que la Masonería haya sido progresista en el pasado, pero hoy tenga sectores que rechazan el progresismo contemporáneo, o si es progresista solo cuando el cambio ha sido validado por la historia, o si, por el contrario, el progresismo sigue siendo un motor interno.
                         
No obstante, separando el arte del artista, si entendemos por "woke" el estar “despierto” y “concienciado” sobre las injusticias y, en consecuencia, actuar para corregirlas, no habría mayor dificultad en admitir la cercanía de su concepto e ideología con la historia y el texto de los rituales de la que los Masones se enorgullecen, en especial los que tienen que ver con principios capitulares para la Orden, como los de la libertad, la igualdad y la descolonización del pensamiento. Por lo que se faltaría a la verdad si se niega que la Masonería históricamente ha enarbolado banderas igualitarias e inclusivas que coinciden con las que hoy se conocen como “woke”.
                        
Sin embargo, ser Masón no significa surfear en todas las modas ni ser miembro de una asociación activista. La Masonería conlleva una actitud proactiva en las luchas sociales a la vez que es un espacio de reflexión. Su fortaleza siempre ha estado en la reflexión pausada, en el diálogo fraterno y en el compromiso personal, sin que le sea dado hacer como que no ve lo que pasa fuera de sus Logias. La Masonería no se construye en el vacío ni es una burbuja. Es una parte integral del mundo en el que vivimos y a él se debe.
                                
Sentado lo anterior, quizá la pregunta no sea si la Masonería es "woke", sino si estamos siendo fieles a nuestros principios rectores y al mandato fundacional de unir lo que está disperso. El problema no es si la Masonería lo es, sino si la preferimos sin riesgos, sin debates, sin consecuencias y, por consiguiente, sin colaborar con la construcción del Gran Templo de la Humanidad.
                            
Alguna vez leí que “la Masonería no es para vivir de los laureles del pasado, sino para construir el futuro con las herramientas del hoy". Ser Masón es actuar con conciencia, empatía y, sobre todo, con un compromiso activo alejado de la elegancia discursiva incolora de decir que es progresista, pero sin exagerar, conservadora, pero solo en las decoraciones, liberal, pero no en todo, y activista, pero no demasiado.
                       
Un vistazo general al panorama internacional nos muestra que en algunas Obediencias las discusiones sobre derechos e igualdad no son diálogos fraternales desde las Columnas, sino aguerridos combates desde las trincheras. El mayor peligro para una Obediencia no es la modernidad, sino su incapacidad de definir si quiere ser un faro de pensamiento, un museo de tradiciones o un grupo de buenos amigos.
                           
En este orden de ideas, la Masonería no es, ni debería ser, esclava de los usos en boga, pero tampoco puede permitirse ser insensible a corregir las injusticias heredadas y combatir las de su tiempo. Un posicionamiento personal y colectivo que sigue siendo un cincel y un mazo con el que trabajar en la piedra bruta del presente.
                         
Y eso, al final, siempre será atemporal y estará más allá de cualquier etiqueta con que se le quiera exaltar o agraviar, aunque si usamos la palabra "woke" en su sentido original (despertad, en inglés, y concienciado, en español) frente a las injusticias sociales, la historia de la Masonería tiene bastantes elementos que encajan en esta definición.
                       
Así que, cuando se pregunta si la Masonería es “woke”, la respuesta se cae de su propio peso: la Masonería es la encarnación histórica del espíritu de libertad e igualdad que se busca en la era de lo woke. Estos valores constituyen un fuerte latido en el corazón de una institución que busca guiar a la humanidad hacia un futuro más despierto y concienciado.
                    
Y eso, por donde se le mire, es "woke" en el sentido preciso del término, gústenos o no la palabra.
                         
                      
                  
 

lunes, 3 de febrero de 2025

LEGADOS Y RETOS DE LA MASONERÍA EN COLOMBIA

Palabras pronunciadas el 1° de febrero de 2025 en el Or:. de San José de Cúcuta, República de Colombia, en el marco de los actos conmemorativos del 5° Aniversario de la Muy Respetable Gran Logia Universal Obreros del Silencio.
                             
Por Iván Herrera Michel
                                                       
Es un verdadero honor para mí dirigirme a ustedes en esta ocasión tan especial en que la Gran Logia Universal Obreros del Silencio cumple 5 años de haber encendido fuegos, y antes de iniciar mis palabras, quiero hacerle un reconocimiento muy especial por la incansable dedicación, esfuerzo y visión que ha tenido en bien de la Masonería en general y del Or:. de San José de Cúcuta en particular.
                    
También quiero decirles que agradezco profundamente la oportunidad que me brindan de compartir este momento con todos ustedes, y reconocer el compromiso con el que, día a día, contribuyen a la consolidación de nuestros objetivos y principios.
                                  
Hablar de la Masonería en América Latina es referirse a una apuesta por la dignidad humana en su forma más auténtica. En una región que lleva siglos debatiéndose entre la promesa de un futuro mejor y las cadenas del pasado, el aporte de la Masonería no se limita a ser una tradición filosófica; sino que, más bien, es un ejercicio constante de resistencia ética y un faro que ilumina el camino hacia una sociedad más justa.
                               
La Masonería surge como una respuesta necesaria a contextos de opresión. En América Latina, una opresión que tuvo inicialmente rostro colonial. Un sistema que relegó a los pueblos originarios, esclavizó a los afrodescendientes y construyó sociedades mestizas y mulatas profundamente desiguales, y más tarde, adoptó otras formas: dictaduras militares, oligarquías cerradas y la persistencia de privilegios para unos pocos a costa de muchos.
                                  
En ese escenario, la Masonería se posicionó como un espacio donde se discutía la idea de la libertad no como un concepto abstracto, sino como una meta concreta. En la Orden, la libertad significa no solo liberarse de la tiranía política, sino también de las cadenas del dogmatismo, del fanatismo religioso y de las estructuras sociales que perpetúan la miseria. Y junto a ella, la igualdad no se entiende como la imposición de una uniformidad artificial, sino como el reconocimiento de la dignidad intrínseca de cada ser humano, sin importar su origen, credo, género o condición económica para asegurar que las leyes sirvan a todos los ciudadanos por igual, sin supremacismos, privilegios ni exclusiones, así como el acceso a la educación, la salud y la justicia.
                               
América Latina vive entre sus raíces y sus aspiraciones. Mientras sus pueblos celebran la riqueza de sus tradiciones, también anhelan un futuro donde las desigualdades históricas sean cosa del pasado. La Masonería tiene la capacidad única de tender un puente entre ambos mundos.
                          
Desde su respeto por la diversidad cultural, la Masonería no busca destruir el pasado, sino reinterpretarlo a la luz de los valores universales de justicia y solidaridad. Al mismo tiempo, promueve una visión de futuro donde la modernidad no sea sinónimo de exclusión ni de depredación, sino de un progreso que beneficie a todos. En donde la acumulación de riqueza no vaya acompañada de la acumulación de pobreza.
                            
Sin embargo, la Masonería no está exenta de desafíos. Si aspira a ser un actor relevante en el presente, debe empezar por ser coherente consigo misma. Esto implica abrir sus puertas a quienes históricamente han sido excluidos: mujeres, jóvenes, pobres, personas de todas las orientaciones sexuales y orígenes sociales. No basta con proclamar la igualdad; es necesario practicarla. En ese sentido la Gran Logia Universal Obreros del Silencio, es uno de los pocos meritorios ejemplos colombianos que se han adelantado a la historia con una propuesta coherente para aterrizar el discurso de valores con la práctica de una Masonería incluyente. Las Logias tienen la responsabilidad de ser disruptivas, de cuestionar, de proponer nuevas formas de organización y acción.
                             
La Masonería tiene un papel vital en la construcción de una América Latina que esté a la altura de su potencial. En un continente lleno de promesas incumplidas y contradicciones profundas, sus principios no son solo ideales filosóficos, sino herramientas prácticas para enfrentar los desafíos del presente.
                            
Ser Masón en América Latina no es simplemente un título; es un compromiso. Es entender que la libertad, la igualdad y la fraternidad no son metas alcanzadas, sino tareas inacabadas que requieren de nuestra energía y convicción. Y es también aceptar que, aunque el camino esté lleno de obstáculos, la lucha por un futuro mejor vale cada esfuerzo. En el tablero de la historia, la Masonería no es un simple espectador. Es una jugada audaz, una apuesta por la razón, el humanismo y la esperanza.
                      
Hablar de la relación entre la Masonería y Colombia es algo más que un ejercicio académico: es una invitación a mirar los hilos, a veces visibles y otras no tanto, que tejieron la historia política y cultural de nuestro país. La Masonería, con su vocación universalista y sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad, no fue un actor externo ni una curiosidad histórica, sino una fuerza viva y pulsante en los debates y transformaciones que definieron nuestra historia republicana.
                           
Pero no todo en esa relación fue idílico ni exento de contradicciones. Los valores Masónicos, aunque presentes y a menudo influyentes, no siempre encontraron un terreno fértil en un país profundamente dividido entre los bandos liberal y conservador, entre la tradición colonial y el ímpetu modernizador. Sin embargo, en medio de esas tensiones, la Masonería logró aportar un conjunto de principios que marcaron la senda de la República naciente, y eso merece un análisis más pausado y humano.
                         
Pocos conceptos resonaron tanto en el siglo XIX colombiano como el de libertad. Pero no solo la libertad política, esa que se luchó en los campos de batalla contra el dominio español. Era también la libertad de pensamiento, de conciencia y de expresión, que encontró en la Masonería un terreno fértil para florecer.
                             
La libertad, sin embargo, fue un sueño más fácil de proclamar que de realizar. La Colombia de los siglos XIX y XX siguió arrastrando el peso de una estructura social colonial, y la independencia no trajo de inmediato una verdadera emancipación para todos. Los esclavos, los indígenas y las clases populares siguieron enfrentando formas muy concretas de opresión. La Masonería, al menos en su vertiente más progresista, fue una voz que clamó por ampliar ese horizonte de libertad, aunque no siempre con el éxito que sus ideales prometían.
                                  
En una sociedad profundamente marcada por las jerarquías de casta y privilegio heredadas de la Colonia, el ideal Masónico de igualdad era una declaración radical. Y aquí es donde entra en escena una de las reformas más emblemáticas del siglo XIX: la abolición de la esclavitud en 1851, promovida por líderes como José Hilario López, quien compartía vínculos con los principios Masónicos. Fue un momento de justicia largamente esperado, pero también de tensiones y resistencias.
                             
La igualdad, en la práctica, fue un terreno lleno de contradicciones. Y, sin embargo, el solo hecho de que este valor estuviera presente en los debates políticos y sociales ya era un logro significativo. Y si hay un valor Masónico que parece casi utópico en el contexto colombiano, ese es el de la fraternidad. ¿Cómo hablar de solidaridad y unidad en un país desgarrado por guerras civiles desde la de los Supremos en 1839, donde nos hemos enfrentado con una ferocidad que a menudo parece insuperable?
                               
Y, sin embargo, la fraternidad no es un mero ideal abstracto. En las Logias se sientan juntos Masones de todos los bandos, unidos por un compromiso común con los principios Masónicos, aunque fuera de los Talleres, en la arena política, sean adversarios. Esta dualidad puede parecer contradictoria, pero refleja el espíritu mismo de la Masonería: un espacio donde las diferencias se subordinan a un propósito superior.
                         
Claro que no siempre funcionó. Las pasiones políticas muchas veces desbordan cualquier intento de conciliación. Pero no debemos subestimar el papel de las Logias como espacios de encuentro en una sociedad profundamente polarizada. Tal vez no logran resolver todos los conflictos, pero sí ofrecen, al menos, un modelo de diálogo y respeto mutuo que aún hoy tiene mucho que enseñarnos.
                          
La vida republicana colombiana, es, en muchos sentidos, una época obsesionada con la idea de progreso. Es el sueño de dejar atrás el atraso colonial y construir una nación moderna, ilustrada y próspera. La Masonería comparte esa visión y la traduce en un énfasis en la educación, la ciencia y las reformas sociales. Desde sus Logias se impulsaron reformas educativas que buscaban formar ciudadanos ilustrados. Las Logias funcionan como pequeños laboratorios de ideas, donde se han discutido no solo cuestiones filosóficas, sino también proyectos muy concretos para modernizar el país.
                                      
Mirando hacia atrás, es fácil criticar los límites y contradicciones de la Masonería. Pero también es necesario no olvidar lo más importante: que, en un contexto lleno de divisiones, injusticias y desafíos, los valores Masónicos representaron una luz en medio de la tormenta. Ofrecieron un horizonte de esperanza, una visión de lo que podía ser posible si nos atrevíamos a soñar con una mejor sociedad.
                        
Ese legado, aunque a menudo olvidado, sigue siendo una inspiración. No como un modelo a imitar sin cuestionar, sino como un recordatorio de que los ideales, incluso cuando parecen inalcanzables, son esenciales para orientar el rumbo de una nación.
                                       
Hablar de la Masonería en Colombia, desde su tradición de reflexión filosófica, su estructura simbólica y su misión de construir un “Templo Interior” como base para la acción externa, es hablar de un sueño que sigue vivo. Es imaginar un país que todavía lucha por ser justo, inclusivo y verdaderamente libre. La Masonería no es, ni ha sido nunca, un simple club de ideas abstractas. Es, o al menos debería ser, un faro ético en medio de un océano de desigualdad, polarización y violencia que ha marcado nuestra historia como nación.
                       
Colombia, con su geografía exuberante y su diversidad cultural, también es un país herido. Herido por las cicatrices de la conquista, las guerras civiles, las exclusiones sistemáticas y las brechas que separan a unos de otros. En este contexto, los valores Masónicos de libertad, igualdad y fraternidad no son solo conceptos bonitos; son una guía, un llamado urgente, una brújula para no perder el norte en tiempos de crisis.
                                  
La desigualdad es el pecado original de nuestra sociedad. Lo fue en tiempos de la colonia, lo fue durante las guerras de independencia, y lo sigue siendo hoy. En un país donde la riqueza y el poder están tan concentrados, hablar de igualdad suena, para algunos, a ingenuidad o provocación. Pero la Masonería no puede permitirse ese cinismo.
                               
La igualdad que defendemos no es una quimera. Es la idea de que cada colombiano, sin importar su origen, tiene derecho a una vida digna. Es cuestionar un sistema que permite que unos pocos acumulen demasiado mientras muchos no tienen lo suficiente. Suena utópico, pero son las utopías las que nos mantienen despiertos y en movimiento.
                                     
Partiendo de la base de que la Masonería no es una organización de beneficencia más (ni debería intentar serlo), las Logias Masónicas tienen el deber de ser espacios donde se discuta, se imagine y se propongan soluciones a esta desigualdad estructural. No desde una óptica partidista ni con intereses económicos, sino desde una perspectiva ética, comprometida con el bien común. Porque la igualdad no es solo un ideal. Es una tarea diaria, una batalla que nunca termina.
                                   
No hay herramienta más poderosa para transformar un país que la educación. Pero no cualquier educación. En Colombia, el acceso a la educación sigue siendo profundamente desigual, y su calidad, en muchos casos, deja mucho que desear. Más grave aún, nuestra educación suele enfocarse en formar técnicos eficientes, pero no ciudadanos críticos.
                                  
La Masonería tiene aquí un terreno fértil. No para competir con las escuelas o las universidades, sino para complementarlas. Las Logias, cuando funcionan como deberían, son escuelas de pensamiento crítico, de diálogo y de reflexión ética. Son espacios donde se aprende a cuestionar lo establecido, a imaginar alternativas, a pensar en el bien común.
                                   
Hablar de paz en Colombia es tocar una herida abierta. Los acuerdos con las FARC fueron un paso importante, pero todos sabemos que la paz no se firma; se construye. Y construirla requiere más que acuerdos políticos; requiere justicia social, oportunidades económicas y, sobre todo, reconciliación profunda.
                           
Aquí, la Masonería tiene un papel único que jugar. Porque la paz no es solo la ausencia de guerra; es la presencia activa de justicia, diálogo y respeto. Las Logias pueden ser espacios donde se fomente la reconciliación, donde se convoque a actores diversos, donde se propongan soluciones a los problemas estructurales que alimentan la violencia.
                    
Si la Masonería quiere ser relevante en el siglo XXI, debe abrirse a las nuevas generaciones. Debe ser un espacio que invite a los jóvenes, a las mujeres, a las personas diversas, a sumarse a esta construcción colectiva. Porque no se trata solo de conservar tradiciones, sino de aterrizarlas en un mundo que cambia a una velocidad vertiginosa.
                     
El futuro de la Masonería en Colombia depende de su capacidad de ser coherente con sus valores. Y eso incluye ser un ejemplo de igualdad, de inclusión, de renovación. Las Logias no pueden ser museos; deben ser laboratorios de ideas, de acciones, de esperanza.
                       
En Colombia, proponer los valores Masónicos no es solo un ejercicio filosófico; es un acto de amor por esta tierra herida, un esfuerzo por construir un país más justo, más libre, más humano.
                                       
Colombia es un país que se construye y se deconstruye a cada paso. Es, al mismo tiempo, una promesa y una contradicción. Una nación que, a pesar de sus avances, sigue enfrentando sus sombras, sus miedos, sus tensiones históricas. Aquí, la Masonería tiene un reto urgente: ser una conciencia crítica de este proyecto de nación, no solo a través de palabras, sino a través de acciones que resuenen con el dolor y las esperanzas de cada colombiano.
                              
La ética Masónica no es una abstracción distante; es, o debe ser, una práctica cotidiana. En un país donde la corrupción parece ser el cemento que une las piezas de la política, la Masonería tiene la oportunidad de ser un espacio de integridad, de honestidad radical. Esto no quiere decir que los Masones sean seres perfectos, pero sí que los principios que guían sus vidas deben ser ejemplares en el espacio público.
                              
Colombia necesita más que nunca ejemplos de liderazgo auténtico, personas que no estén dispuestas a vender sus valores por el poder o el dinero. Los Masones, al abrazar los valores del progreso y la justicia social, tienen la oportunidad de construir una ética pública sólida, que se haga carne en sus comunidades, en sus trabajos, en sus relaciones. La ética Masónica no puede quedarse dentro de las paredes de las Logias. Si realmente queremos que Colombia se transforme, necesitamos que esos principios sean el faro que guíe nuestra vida social y política.
                                     
La Masonería siempre ha hablado de la construcción del "templo interior", una tarea que involucra el perfeccionamiento del ser humano, el entendimiento profundo de la vida y el mundo que lo rodea. Pero en un país como Colombia, el idealismo debe ser entendido no solo como una cuestión personal, sino también como una dimensión que debe proyectarse en la construcción material de una sociedad más justa. Aquí, el desafío es reconciliar el idealismo con el realismo, alejados de caer en el escapismo o en el olvido de los problemas terrenales.
                                 
El panorama político y social de Colombia parece estar dominado por un ciclo eterno de promesas rotas y frustraciones colectivas. La desconfianza ha calado profundamente en el alma del pueblo colombiano. Es fácil caer en el pesimismo y pensar que el cambio real nunca llegará. La Masonería, sin embargo, no puede rendirse ante esta desesperanza.
                          
Un Masón no debe ser solo un pensador; debe ser un actor en su comunidad. La reflexión debe llevarnos a la acción. La Masonería tiene la responsabilidad de ser un faro de esperanza realista, que no ignore las dificultades, pero que también sea capaz de inspirar cambios palpables. No se trata de hacer promesas vacías, sino de generar acciones concretas que rompan con la fatalidad y el escepticismo.
                                  
Uno de los mayores retos de la Masonería en Colombia es, quizás, su falta de presencia en el imaginario colectivo. Los Masones suelen ser percibidos como un grupo cerrado, elitista, incluso conspirativo. Esta imagen limita la capacidad de la Masonería para influir en la sociedad de manera más amplia. El verdadero legado Masónico debe ser uno de apertura, de inclusión y de trabajo conjunto con las distintas fuerzas progresistas del país.
                                 
La Masonería debe reinventarse para ser una institución que se conecte con las nuevas generaciones, que hable su idioma, que entienda sus preocupaciones y que sepa articular sus valores en una sociedad que cambia rápidamente. Es una cuestión de supervivencia, pero también de responsabilidad histórica. La Masonería, al igual que Colombia, no puede vivir solo del pasado. Necesita proyectarse hacia el futuro, con la vista puesta en la construcción de un mejor país. En las Logias, todos somos iguales. No importa de dónde venimos, qué clase social representamos, o qué ideas profesamos. Lo que importa es el compromiso con los valores comunes, con la ética del servicio, con la construcción de una sociedad más humana.
                              
La Masonería en Colombia no puede limitarse a ser una tradición que se mira a sí misma. Debe ser un motor de cambio que responda a los retos actuales del país. En este camino no estamos solos. Somos parte de una comunidad global que también lucha por la paz, la justicia y la dignidad humana. Pero el verdadero desafío, como siempre, está aquí, en nuestra tierra, en nuestras ciudades, en nuestras casas. Y es ahí donde la Masonería debe dejar su huella, como un testimonio de que el cambio es posible, si somos valientes, si somos sinceros, si estamos dispuestos a actuar.
                                    
La Masonería colombiana debe entender que a su tarea de transformar la sociedad no le es dado hacerla en solitario, sino de la mano de otros actores sociales. Somos pocos numéricamente y no contamos con un gran patrimonio. De hecho, en total en Colombia somos, en el mayor de los casos unos 2.500 Masones y Masonas (o lo que es lo mismo, apenas la mitad del 1% del 1% de la población nacional, o sea, el 0.005% de los colombianos), y la mayor parte de nuestros activos está representada por inmuebles improductivos.
                    
Pero no son datos que deben desanimarnos. Aunque una asociación represente menos del 1% de la población, su relevancia en la construcción de una sociedad más justa y solidaria puede ser decisiva, siempre que esté guiada por una misión clara y unos valores humanistas bien definidos. La historia nos muestra que las grandes transformaciones sociales no han sido impulsadas necesariamente por las masas, sino por pequeños grupos que, con visión y coherencia, han liderado procesos de cambio cuyos efectos han repercutido mucho más allá de su ámbito inmediato. En este sentido, las Logias Masónicas progresistas han jugado un papel histórico como catalizadores éticos en momentos de cambio.
                                     
Desde un enfoque ético, las Obediencias Masónicas deben reconocerse como referentes morales, capaces de ofrecer orientación en tiempos de incertidumbre. Los valores humanistas - libertad, igualdad y fraternidad - no dependen del tamaño de los grupos que los defienden, sino de la solidez con la que se practican y promueven. En este punto, es fundamental recordar que el verdadero impacto de una asociación radica en su capacidad para ser ejemplo vivo de estos principios, legitimando así su influencia ante la sociedad.
                                
El análisis histórico confirma que el impacto de estos núcleos comienza en lo local. Las revoluciones, las reformas y los movimientos sociales más significativos de la historia suelen tener su origen en iniciativas concretas desarrolladas en entornos específicos. Las Logias que han asumido su responsabilidad social a través de proyectos han demostrado que las acciones, aunque limitadas en alcance inicial, pueden convertirse en semillas de transformaciones más amplias. Este principio, que es evidente desde los movimientos ilustrados del siglo XVIII hasta los procesos de descolonización del siglo XX, subraya la importancia de la acción directa en el contexto inmediato.
                               
Además, el estudio de los procesos sociales enseña que ninguna transformación significativa se produce en aislamiento. Las asociaciones progresistas, como las Logias Masónicas, deben establecer redes de colaboración con otros actores sociales: movimientos ciudadanos, universidades, organizaciones no gubernamentales y líderes comunitarios. La interconexión de estos actores no solo refuerza sus capacidades, sino que también amplifica su mensaje. Las alianzas estratégicas han sido, históricamente, una constante en el éxito de las minorías que han buscado promover valores universales.
                                  
La educación, por su parte, ocupa un lugar central en este esquema. Desde la Antigüedad, la difusión del conocimiento ha sido el motor que ha permitido a las ideas transformadoras permear sociedades enteras. Las Logias Masónicas, en particular, han jugado un papel crucial como espacios de debate, reflexión crítica y formación ética. Es en estos contextos donde se han gestado no solo teorías sociales, sino también la sensibilidad necesaria para promover cambios estructurales en beneficio de la humanidad.
                                 
Por último, la historia es un testimonio contundente de que el liderazgo por el ejemplo tiene un poder que trasciende las palabras. Las organizaciones que actúan de manera coherente con los valores que predican se convierten en referentes de confianza y respeto. Este fenómeno puede observarse tanto en la influencia de las primeras Logias Masónicas en los movimientos liberales como en el impacto de los colectivos progresistas en la historia reciente. La credibilidad, como demuestra la experiencia histórica, no se construye a través de discursos, sino mediante prácticas tangibles y consistentes.
                                   
El tamaño de una asociación no limita su capacidad de influir en la historia. Los avances más significativos han surgido, una y otra vez, de pequeños grupos con una visión clara, un compromiso ético sólido y la voluntad de actuar. Las Logias Masónicas, como espacios de pensamiento, acción y colaboración, tienen la posibilidad - y la responsabilidad histórica - de convertirse en agentes activos de cambio. Desde las primeras reuniones ilustradas hasta los movimientos contemporáneos por la justicia social, la historia ha demostrado que no es el número lo que importa, sino la capacidad de articular principios universales con acciones concretas. Una Logia puede, sin duda, ser el punto de partida para la construcción de un cambio.
                                     
Por lo que debemos dejar atrás la idea de una Masonería aislada y de una hermandad que se concibe como una entidad cerrada. En lugar de eso, debemos abrazar la idea de una Masonería colaborativa, que se una con las asociaciones civiles, los movimientos sociales y todas aquellas organizaciones que compartan una visión humanista de un mundo mejor.
                             
Solo trabajando codo a codo con otras organizaciones que compartan nuestros valores podemos ser verdaderos agentes de cambio. No hay otro camino.
                         
Muchas gracias.
                              
Iván Herrera Michel
Or:. de San José de Cúcuta
República de Colombia
                        

Febrero 1| de 2025 (E:. V:.)

martes, 21 de enero de 2025

EN LOS 50 AÑOS DE LA OBRA MAGNA DE CARNICELLI

Por Iván Herrera Michel
             
En el año 2025, la icónica “Historia de la Masonería Colombiana 1833 - 1940” de Américo Carnicelli cumple medio siglo de haber sido publicada en 1975, mezclando hechos históricos, tradición oral y mitos Masónicos, y si bien posee el mérito de ser pionera en el tema y seguir siendo una referencia, me gustaría señalar algunas prevenciones que deben tenerse en cuenta al ser consultada.
                      
Primero que todo, no podemos negar que Carnicelli hizo un gran esfuerzo al intentar sistematizar la historia de la Masonería en Colombia. En su época, no había muchas obras que abordaran el tema de forma estructurada, y su trabajo llenó un vacío importante.                
                                    
Ahora bien, no todo en la obra de Carnicelli es oro. Si bien su esfuerzo fue valioso, hoy en día podemos ver algunas limitaciones. Por ejemplo, la falta de un análisis riguroso de las fuentes. Y aunque estaba bien informado, muchas de las afirmaciones que hizo no se han podido verificar. Su trabajo tiene un aire de certeza que, desde una mirada crítica, puede ser cuestionado.
                
Otro punto a su favor es el acceso que tuvo a fuentes internas. Al ser un Masón destacado a nivel nacional, a Carnicelli se le facilitó hablar de las Logias y de las influencias internas de la Masonería con más cercanía. Y pudo aportar detalles que, de otro modo, se habrían perdido. La conexión entre la Masonería y los procesos históricos claves también es algo que destaca en su trabajo, permitiéndonos ver a la Orden como un actor influyente en esos momentos.
                      
Dentro de este marco, hay algo que no se puede pasar por alto: Carnicelli tiene un enfoque apologético de la Masonería. Está claro que su intención no era solo contar su historia, sino también defender su papel en Colombia. Y eso está bien, pero a veces se omiten aspectos menos ideales, como las fuertes divisiones internas o las tensiones con otras instituciones públicas y privadas. Como resultado, el libro puede dar la sensación de que la Masonería siempre fue una fuerza progresista y unificadora, cuando la realidad es más compleja.
               
La "Historia de la Masonería Colombiana 1833 - 1940" sigue siendo una obra fundamental en nuestro país, pero hay que leerla con una mirada crítica. Porque su falta de rigor y su enfoque idealizado nos invitan a buscar más allá, a contrastarla con investigaciones más recientes que aporten una visión más completa y matizada.
                    
Si algo nos enseña la obra de Carnicelli es que la historia de la Masonería en Colombia no puede contarse de manera simplista ni unidimensional. La Masonería fue, y sigue siendo, un reflejo de las complejidades sociales, políticas y culturales del país. No es solo una historia de personajes famosos o ideales elevados. Es una historia de conflictos, alianzas, traiciones y transformaciones. Y en eso, Carnicelli, no muestra la riqueza de esa realidad.
                     
Por ejemplo, la obra nos habla de la Masonería como una fuerza propulsora del liberalismo y el progreso, pero se queda corta al abordar las contradicciones dentro de la propia Orden. A lo largo de la historia, la Masonería colombiana estuvo marcada por facciones internas, disputas sobre los rituales y las interpretaciones doctrinales, e incluso enfrentamientos con otras corrientes ideológicas que, en algunos momentos, llegaron a ser muy intensos. Estos conflictos son esenciales para entender la dinámica de la Masonería, y Carnicelli, por su inclinación, no los aborda con la profundidad que merecen.
                       
De hecho, la Masonería colombiana ha tenido una relación particular con el poder político. Aunque se presenta en la obra como un agente de modernización, la realidad muestra que, en muchos momentos estuvo alineada con los sectores conservadores y eclesiásticos y participó activamente en la persecución contra los liberales. Aquí, nuevamente, Carnicelli no deja claro en qué medida estas posiciones de poder pudieron haber afectado a la Masonería misma. A veces, los intereses personales y políticos de los Masones influían más que los ideales Masónicos. Pero no es algo que se destaque en la obra.
                     
Hoy, con el paso de los años y el desarrollo de nuevas investigaciones, sabemos mucho más sobre la influencia y los matices de la Masonería en Colombia. Los estudios más recientes han revelado detalles que Carnicelli no pudo o no quiso profundizar, como el papel de las Logias en los movimientos armados durante la violencia política del siglo XIX, las disputas internas que marcaron la historia de la Orden y la clase de cosas que llevaron a la fundación de una Logia mixta que conoció de cerca en Bogotá en 1937. En tal sentido, la Masonería no siempre fue un bloque monolítico. Como en cualquier institución, hubo momentos de crisis y de cambio, que no siempre fueron tan heroicos como se presenta.
                        
Por otra parte, la documentación disponible ahora es mucho más completa. Los archivos, los testimonios y los estudios de historiadores contemporáneos nos han permitido revisar y, en algunos casos, corregir lo que parecía incuestionable en la época de Carnicelli. Es cierto que algunas figuras históricas como presidentes, ministros de estado, Etc., colombianos estuvieron asociados a la Masonería, pero la forma en que se les presenta en la obra no siempre está respaldada por pruebas concluyentes. Hoy contamos con una visión más crítica y matizada de esos vínculos y podemos ir ajustando la narrativa a los hechos históricos.
                   
Queda para los investigadores la tarea de revisar y depurar la abundante información contenida en los dos tomos de Carnicelli, pero también la de construir un relato que se atreva a mirar más allá de los liderazgos y las grandes decisiones, para enfocarse en las experiencias de los Masones de a pie. Aquellos que, en su cotidianidad, dieron vida y significado a la asociación. ¿Quiénes eran? ¿Qué sueños llevaban consigo al Templo? ¿Qué conversaciones íntimas tuvieron lugar en las Logias mientras afuera, en el tumulto de la sociedad, se libraban batallas políticas o sociales que se reflejaban en sus trabajos Masónicos? Resignificar su papel en la memoria colectiva no es solo un ejercicio académico, sino un acto de justicia histórica.
                         
Es necesario explorar esos pequeños detalles que a primera vista parecen triviales, pero que encierran toda una época. Por ejemplo, los apuntes encontrados en las actas de una Logia que evidencian cómo un grupo de Masones organizaba colectas para construir una escuela o pintar una iglesia en su pueblo. O los relatos orales de un Masón anciano que, recordando sus inicios, hablaba con orgullo de cómo llevaban a cabo sus Tenidas clandestinas en una residencia familiar, mientras afuera los tiempos de dictadura y persecuciones políticas marcaban su vida diaria. También podrían incluirse las formas en que adaptaron los rituales a sus realidades, un Aprendiz que asistía a las Tenidas con ropa de trabajo porque su jornada laboral apenas le permitía llegar a tiempo, o una Plancha escrita con faltas de ortografía, pero llena de una convicción que refleja la pureza de ideales.
                          
Es en esos pequeños gestos humanos, en las formas de resistencia silenciosa y en los actos de fraternidad y desacuerdos cotidianos, donde la historia adquiere carne, voz y emociones. Estas historias nos muestran que los protagonistas no solo construyeron Templos de piedra, sino también redes humanas, sueños compartidos y una visión de futuro que merece ser narrada con el mismo respeto que se otorga a los grandes hitos de la Masonería.
             
No obstante, leer la “Historia de la Masonería Colombiana 1833 - 1940” nos invita a reflexionar sobre el rol que la historiografía juega en la construcción de relatos y a estar preparados para buscar más allá de sus páginas.  
                       
De todas maneras, 50 años después de publicada, discurriendo entre mitos y realidades, sigue siendo el mejor punto de partida con que contamos quienes queremos entender la puesta en escena de la Masonería en la realidad nacional.
                             
Y en consecuencia, no debe faltar en la biblioteca.
                            
                          
                     

                            

 

miércoles, 15 de enero de 2025

BENITO JUÁREZ EN EL ÁMBITO LATINOAMERICANO

Gracias por acompañarme, algunos al filo de la medianoche en el sur del continente, en esta reunión en la que celebraremos el “Día de la Masonería en México”. Un país del que me honro de tener grandes Hermanos y Hermanas desde hace ya muchos años, entre ellos, mi muy Q:. y admirada H:. Carmina, de mi alta consideración y aprecio fraternal y personal.
      
Para mí es un honor como colombiano poder participar en el “Día de la Masonería Mexicana” en esta programación especial del Supremo Consejo de la Confederación Masónica Mexicana, que conmemora y recuerda el 15 de enero de 1847 en que el Presidente Benito Juárez ingreso a la RLS.: Independencia No. 2 del Rito Nacional Mexicano.
       
Mi país siempre ha rendido un culto de admiración y aprecio a las ideas liberales de Benito Juárez. De hecho, el General y Presidente colombiano, héroe de nuestra independencia, José María Melo, fue apresado en combate y asesinado en Chiapas, México, cuando en 1860 apoyaba la causa juarista. Posteriormente, por decreto del Congreso de la República de los Estados Unidos de Colombia, del 2 de mayo de 1865, se declaró a Juárez “Benemérito de las Américas”. Que es una expresión admirativa con la que hoy se le conoce en todas partes, y se ordenó fijar un cuadro suyo en la Biblioteca Nacional.
                   
Juárez fue para Latinoamérica un destacado e influyente dirigente liberal de su época.
          
En el siglo XIX, América Latina vivió una época de profundas transformaciones, en gran parte inspiradas por las ideas liberales que llegaron desde Europa, especialmente tras la Revolución Francesa. Estas ideas de libertad, igualdad y soberanía popular se fueron sembrando en la región, alimentadas por un espíritu de cambio que pedía a gritos el fin del dominio colonial. En ese contexto, la Masonería jugó un papel crucial. Los Masones, muchos de ellos influenciados por los ideales de la Ilustración, fueron defensores de un proyecto de repúblicas libres y democráticas. La Masonería, con su énfasis en la fraternidad, la libertad y la igualdad, se convirtió en un espacio de reflexión y en una caja de resonancia para las ideas liberales.
                    
El liberalismo, como ideología, no solo buscaba la independencia de los países latinoamericanos, sino también una reorganización total de las estructuras sociales. Los liberales querían terminar con el poder de la Iglesia, separar el Estado de la religión y promover una sociedad más equitativa, donde la libertad individual fuera el principio rector. Para ellos, la educación laica y la justicia social eran fundamentales, y veían en la democracia el mejor camino.
                     
Por su lado, los conservadores estaban profundamente arraigados en las estructuras sociales y políticas del período colonial, temían que el liberalismo trajera el caos. La Iglesia y las élites terratenientes se oponían a las reformas que los liberales impulsaban. Veían en el liberalismo no solo una amenaza a su poder, sino también un riesgo de desorden social. Y no era para menos: la idea de una sociedad sin las viejas jerarquías, sin la estratificación de clases, y con una mayor libertad para los pueblos indígenas y afrodescendientes, les parecía un sinsentido y una amenaza.
                      
En este escenario, la transición no fue fácil. A medida que los países latinoamericanos se independizaban, surgió la figura del caudillo, un líder fuerte que, en muchos casos, se opuso a las ideas liberales en favor de un orden más tradicional. Los caudillos, con su influencia militar y popular, a menudo mantuvieron estructuras de poder autoritarias, aunque a veces también se presentaron como protectores de la nación frente al caos que percibían en las reformas liberales.  
                    
A lo largo de este proceso, la Masonería en América Latina se convirtió en un símbolo de resistencia a la tiranía y de lucha por los derechos fundamentales del individuo. A pesar de los obstáculos y la oposición de los sectores conservadores, los Masones siguieron siendo actores clave en los movimientos liberales y en la configuración de los nuevos Estados.
                          
En última instancia, la Masonería no solo influyó en la política, sino también en la cultura y en la educación de la región. Los ideales liberales que promovió sentaron las bases para un futuro en el que, aunque muchos de los problemas sociales persistieron, el camino hacia una mayor equidad y justicia ya estaba trazado. En este sentido, la Masonería del siglo XIX que vivió Benito Juárez, no solo fue un actor político, sino también un motor de cambio social, ayudando a América Latina a avanzar hacia la modernidad y el progreso, siempre con la esperanza de que sus ideales puedan transformarse en una realidad. más inclusiva para todos.
                       
El legado de la Masonería y del liberalismo del siglo XIX en América Latina, aunque complejo y lleno de desafíos, sigue vivo en la región. A través de las luchas por la abolición de las jerarquías coloniales y por la creación de repúblicas democráticas, los ideales de libertad, igualdad y fraternidad sembraron las semillas de los valores que aún hoy definen a muchas de las democracias latinoamericanas. Aunque el camino estuvo marcado por conflictos sociales, caudillos y tensiones, el esfuerzo por lograr una sociedad más inclusiva y equitativa permanece como una de las principales aspiraciones.
                         
Benito Juárez fue un gran líder de su época, que se destacó con luz propia, en el siglo XIX. Que perteneció a una pléyade de liberales latinoamericanos que soñaban con modernizar sus países, enfrentándose al poder de la Iglesia y a las estructuras conservadoras. Eran hombres que querían Estados más laicos, más igualitarios y con menos privilegios. Entre ellos podemos mencionar no solo a un gigante como Juárez que se convirtió en el gran símbolo del liberalismo mexicano y un referente continental con las Leyes de Reforma.
                    
En Colombia tuvimos a Tomás Cipriano de Mosquera: Un general convertido en liberal que le quitó tierras a la Iglesia y modernizó al país, con mano dura, y a José Hilario López que abolió la esclavitud y promovió derechos como la libertad de culto, algo revolucionario para la época.
                     
En Ecuador. Eloy Alfaro lideró la revolución que cambió al país. Creó el matrimonio civil, la educación laica y limitó a la Iglesia.
                            
En Argentina, Domingo Faustino Sarmiento amaba los libros tanto como odiaba la ignorancia. Como presidente, modernizó la educación y creó escuelas por todos lados, y también a Bartolomé Mitre, que fue el primer presidente de una Argentina unificada y un defensor de la idea de un país republicano y conectado con el mundo.
                            
En Chile, José Manuel Balmaceda: No era el típico liberal, pero hizo grandes obras públicas y se enfrentó a los conservadores en temas de educación y desarrollo.
                       
En Perú, Ramón Castilla abolió la esclavitud, modernizó el ejército, apostó por la tecnología e introdujo el telégrafo. Era pragmático, pero liberal al fin y al cabo.
                        
En Venezuela, Antonio Guzmán Blanco reformó casi todo lo que pudo: educación, matrimonio, libertad de culto, y le cortó las alas al poder eclesiástico. Un verdadero liberal.
                      
En Guatemala, Justo Rufino Barrios impulsó reformas radicales, como la educación laica y la redistribución de tierras, enfrentándose de lleno a la Iglesia.
                      
Juárez fue uno de estos liberales que soñaron con un continente más libre, moderno y justo, y dejaron un legado enorme que sentó las bases de muchos de los derechos y libertades que hoy damos por sentados en la región. Eran todos, hombres adelantados a su tiempo, y valientes en sus combates contra los poderes establecidos que heredamos de la colonia.
                           
El legado de estos liberales del siglo XIX no está solo en las reformas que lograron, sino también en el impulso que dieron para que las generaciones futuras continúen luchando por un continente más justo y libre. La educación, la equidad, la participación popular y el respeto a los derechos humanos fueron semillas que sembraron y que continúan siendo relevantes.
              
El liberalismo en América Latina en el siglo XIX no fue algo que apareció de la noche a la mañana. Fue más bien un revoltijo de ideas que venían de todos lados, pero que acá agarraron su propio sabor. Por un lado, tenían a los grandes pensadores europeos como Rousseau, Montesquieu y Locke, que hablaban de cosas como la libertad y la igualdad, conceptos que parecían hechos a la medida para romper con el viejo sistema colonial. Esas ideas llegaron en libros, en cartas y en conversaciones entre gente que, en ese momento, se atrevía a imaginar algo diferente.
                         
Después está la gran sacudida de la Revolución Francesa. Lo que pasó en Francia mostró a todos que no había que conformarse con lo que siempre había sido. Si ellos podían acabar con reyes y privilegios, ¿por qué nosotros no podíamos hacer lo mismo con las castas, la Iglesia controlándolo todo y esas estructuras que no dejaban respirar a nadie? La independencia de Estados Unidos también jugó su parte, porque era la prueba viva de que una colonia americana podía sacudirse del dominio extranjero y construir algo propio.
                     
Pero no todo fue copiar lo que se hacía afuera. Aquí, después de las guerras de independencia, había que inventar de cero cómo gobernarse. Y el liberalismo ofrecía una manera de hacerlo, una que prometía libertad para todos, igualdad ante la ley y un Estado donde la Iglesia no dictara las reglas. Era una apuesta por el cambio y por un país que mirara al futuro en vez de quedarse atado al pasado.
                           
En ese contexto, la Masonería jugó un papel clave. Las logias a mediados del Siglo XIX eran como pequeños clubes donde se hablaba de todas estas ideas. Pero no solo se hablaba: ahí se armaban planes y se formaban alianzas. Muchos líderes liberales eran Masones, y eso les permitió tejer redes entre países, compartir experiencias y hasta apoyarse mutuamente.
                   
Con el tiempo, el positivismo también entró en escena, sobre todo con eso de enfocarse en la educación y el progreso material. Fue como una especie de complemento práctico para los ideales liberales, porque no bastaba con soñar con libertad e igualdad; había que construir escuelas, carreteras y sistemas económicos que funcionaran.
                              
Hoy, mirando hacia atrás, podemos ver cómo, a pesar de los retrocesos y los conflictos que atravesaron los lideres liberales decimonónicos, como Benito Juárez, lograron crear los cimientos de lo que entendemos por democracia y ciudadanía en América Latina. No fue un camino fácil, pero sí fue un camino necesario.
                           
En desarrollo de todas estas ideas e iniciativas, Juárez y todos estos liberales latinoamericanos, crearon partidos políticos para organizar las ideas y necesidades de la gente en un sistema democrático, como un puente entre lo que quiere la sociedad y lo que hace el gobierno. Agruparlas con intereses y valores similares. Darles voz. Competir por el poder para implementar sus ideas. Formar futuros líderes. Promover la participación ciudadana. Etc.
                          
Y para citar un puñado de casos, podemos mencionar la creación en Colombia del Partido Liberal en 1848. En México se agruparon durante las Leyes de Reforma y en la década de 1860 se consolidaron en lo que después se conoció como el Partido Liberal Mexicano. En Uruguay, el Partido Colorado nació en 1836. En Ecuador, el Partido Liberal Radical Ecuatoriano en 1878. En Honduras, el Partido Liberal de Honduras en 1891, En Nicaragua, el Partido Liberal Nacionalista en 1893. En Chile, el Partido Radical en 1863. Y en El Salvador, el Partido Liberal hacia la década de 1870.
                               
Y todo esto ocurrió porque había una necesidad histórica muy clara y hombres que resolvieron sacrificar sus vidas para resolverlas: después de las independencias, las naciones recién nacidas buscaban un camino para dejar atrás las viejas estructuras coloniales. A eso se sumaron las ideas liberales que venían de Europa y Estados Unidos, cargadas de promesas de igualdad, libertad y progreso. Y aunque obviamente no tenían WhatsApp ni correo electrónico, los líderes liberales de la época lograron estar conectados. Sus ideas viajaban en cartas, libros y periódicos que cruzaban mares y montañas, ya fuera en barcos, a caballo o en las alforjas de algún emisario. De alguna forma, estaban todos sintonizados, compartiendo una misma visión de cambio y modernización. Eran tiempos difíciles, pero la chispa de esas ideas se encendía en un país y pronto llegaba a otro.
                          
La influencia de Benito Juárez en América Latina va mucho más allá de las fronteras de México. Su vida y legado se convirtieron en un símbolo de lucha por la soberanía, la justicia social y la construcción de un Estado moderno. En un siglo marcado por el conflicto entre lo viejo y lo nuevo, entre el dominio conservador y los ideales de progreso, Juárez representó una visión clara de lo que podía ser una América Latina independiente, laica y republicana.
                    
Primero, hay que entender su papel como símbolo de resistencia. Durante la intervención francesa, Juárez lideró la defensa de México contra el Imperio de Maximiliano, respaldado por Napoleón III. Su victoria no fue solo un triunfo nacional, sino un mensaje poderoso para todo el continente: América Latina no estaba condenada a ser un patio trasero de las potencias europeas. Este acto de resistencia inspiró a otros movimientos antiimperialistas y reafirmó la idea de que los pueblos latinoamericanos podían y debían defender su soberanía frente a cualquier intervención extranjera.
                           
Pero su legado no se limita al campo de batalla. Juárez impulsó reformas fundamentales que transformaron a México y se convirtieron en un modelo para otros países de la región. Las Leyes de Reforma, que separaron la Iglesia del Estado, nacionalizaron los bienes eclesiásticos y establecieron la libertad de culto, no solo modernizaron al país, sino que sentaron las bases de un Estado laico que podía garantizar igualdad y libertad para todos. Estas ideas resonaron con fuerza en otros países, donde líderes como Eloy Alfaro en Ecuador o Antonio Guzmán Blanco en Venezuela siguieron caminos similares, enfrentándose a estructuras conservadoras profundamente arraigadas.
                          
Juárez también dejó un ejemplo claro de cómo un líder puede estar comprometido con el bien común y la justicia social. Su origen indígena y su ascenso al poder rompieron con la idea de que el liderazgo estaba reservado para las élites criollas. Su historia personal demostró que el progreso no debe ser un privilegio de unos pocos, sino una meta alcanzable para toda la sociedad. Este mensaje sigue siendo particularmente significativo en un continente donde la desigualdad y el racismo seguían siendo enormes barreras internas de nuestras sociedades.
                                
En el ámbito político, su relación pragmática con Estados Unidos marcó un precedente importante. Aunque muchos critican las concesiones hechas a cambio de apoyo durante la intervención francesa, no se puede negar que Juárez entendió cómo jugar en el tablero internacional para proteger los intereses de México. Esta capacidad de maniobra lo colocó como un estratega político de gran calibre, que supo equilibrar los ideales con la realidad.
                          
Por último, su vínculo con la Masonería no es un dato menor. Como masón, Juárez participó en una articulación doctrinal regional de líderes que compartían los valores de igualdad, libertad y progreso. En un momento donde las logias eran espacios de debate y formación política, su pertenencia a la Masonería ayudó a conectar su visión con movimientos liberales de otros países, creando un sentido de proyecto compartido para América Latina.
                              
Benito Juárez no fue solo un líder mexicano, sino una figura que encarnó los sueños de una América Latina moderna, justa y soberana. Su influencia se sintió en los movimientos liberales. Y sus luchas aún se encuentran inacabadas. Sus ideales de Benito Juárez no son reliquias del pasado.
                            
Benito Juárez no es solo un nombre que suena en las clases de historia, es alguien que todavía tiene cosas que decirnos en América Latina, y aunque nació hace más de dos siglos, sus ideas sobre el respeto, la igualdad y un gobierno laico siguen siendo muy actuales. Cuando lo estudiamos, nos damos cuenta de que muchas de las cosas por las que luchó siguen siendo los temas que discutimos hoy.
                               
Juárez siempre defendió que el gobierno no debería estar mezclado con la religión. Porque países como los nuestros con tantas creencias y formas de pensar no pueden ser justos si las leyes favorecen solo a una fe. En América Latina todavía estamos lidiando con este tema. En toda la región hay debates sobre el aborto, los derechos de las mujeres, el matrimonio igualitario, los derechos LGBTIQ+ y la educación sexual que terminan complicándose por la influencia de la religión. Y esa influencia es tan grande que, incluso, ha hecho nido en algunos sectores de la Masonería en donde ha desplazado las ideas liberales. El punto no es quitarle espacio a nadie, sino que todos podamos convivir sin que las creencias de unos se conviertan en leyes para otros. Juárez ya lo entendía en el Siglo XIX.
                                     
La famosa frase de Juárez, “El respeto al derecho ajeno es la paz”, debería estar escrita en cada esquina de América Latina. Es simple, pero profunda. Vivimos en una región donde las diferencias - políticas, culturales, étnicas o sociales - terminan convirtiéndose en peleas constantes. Y lo peor es que, muchas veces, olvidamos que detrás de esas diferencias hay personas con una dignidad que hay que respetar por encima de cualquier otra consideración.
                          
Este principio no solo aplica entre países, sino también dentro de ellos. Los pueblos indígenas que luchan por sus tierras, las mujeres que exigen igualdad y exigen que se les respeten sus derechos, las comunidades que reclaman respeto... Todos ellos nos recuerdan que el respeto al derecho ajeno no es un lujo, sino una necesidad. Juárez, siendo indígena, sabía perfectamente lo que significaba vivir en un mundo que no siempre te incluye, y si se te incluye es en un rol subalterno y disminuido en tus derechos. Su vida es la prueba de que sí se puede construir algo diferente.
                            
Juárez también se enfrentó a los poderosos de su época: invasores, dictadores y políticos corruptos. Defendió la Constitución y las instituciones porque sabía que, sin ellas, todo se vuelve caos. En nuestra región, seguimos viendo cómo líderes intentan saltarse las reglas para quedarse en el poder o manejarlo a su antojo. Juárez nos enseñó que las leyes están ahí para protegernos de eso.
                             
Y hablando de corrupción, que es un problema que parece no tener fin en América Latina. Juárez era conocido por su austeridad y honestidad, algo que ya quisiéramos ver más seguido en nuestros gobernantes. Su ejemplo nos recuerda que la política debería ser un servicio, no un negocio.
                                  
Sus ideas sobre el respeto, el gobierno laico y el poder bien usado en Latinoamérica no son cosa del pasado; son herramientas que necesitamos ahora más que nunca.
 
Muchas gracias a todos mis Hermanos y Hermanas por permitirme compartir con ustedes la celebración de este “Día de la Masonería Mexicana”. 
            
Es mi palabra, IILL:. HH:.
           
Iván Herrera Michel
 Enero 15 de 2025 (E:. V:.)