Por Iván Herrera Michel
A lo largo de los años he aprendido que
la Masonería está llena de interpelaciones que nos asaltan por sorpresa. Las
columnas, mosaicos, herramientas, rituales y trazados nos hablan de símbolos y
alegorías que intentan darnos nuevas pistas sobre lo que somos y lo que podemos
llegar a ser, rodeados de algo que siempre está presente pero que rara vez notamos:
el tiempo.
El tiempo es un acompañante silencioso que lleva de la mano nuestras vidas mientras intentamos entender y
vivir la existencia. En la Masonería se comporta igual y desde un principio lo
vemos reflejado en ciclos como los de los equinoccios y los solsticios, en viajes
que purifican, en mediodías y medianoches en Logia, en intersticios, en pasos
que avanzan hacia un Oriente que parece inalcanzable, sin detenemos mucho a
pensar en él como un instrumento iniciático, o como una piedra más de nuestra
experiencia constructiva.
Cada vez que cruzamos el pórtico de una Logia
algo mágico parece suceder. El tiempo real se detiene, y allí dentro las horas
parecen no importar, porque las preocupaciones del mundo exterior quedan
suspendidas, y nos sumergimos en un espacio / tiempo en donde lo efímero se
cruza con lo perdurable.
En esos momentos, el tiempo deja de ser
una línea recta y se convierte en una nueva dimensión que nos conecta con todos
los que estuvieron antes y con aquellos que vendrán después. Los rituales no
solo nos enseñan símbolos. También nos enseñan a movernos en un tiempo
diferente, en un tiempo que nos pide estar presentes, reflexionar y construir
en el momento exacto en que nos encontramos, sin desentendernos de aquel que es
real, con el que convivimos fuera de los muros de la Logia, en el día a día, en
donde las verdaderas batallas se libran.
Es fácil quedarse atrapado en el
simbolismo, en los debates sobre la tradición y en las discusiones sobre los rituales.
Pero la realidad es que el tiempo no espera. Cada segundo es una oportunidad
perdida o una piedra colocada.
He visto a Hermanos y Hermanas más
preocupados por los detalles técnicos de un ritual o por un parágrafo de un
reglamento, que por los efectos de sus acciones, sus palabras y sus silencios en
el tiempo. El lapso que dedicamos a reflexionar, a ayudar a otros, a aprender,
es tiempo que invertimos en la construcción de algo mayor que nosotros mismos. A
la manera del levantamiento de las catedrales medievales que sobrepasaba la
vida del constructor.
Pero también hay un tiempo que
desperdiciamos. El que pasamos preocupándonos por lo superficial, el que
dejamos escapar por miedo a actuar o el que se pierde cuando olvidamos por qué,
y para qué, nos hicimos Masones.
Y también está el que nos llevan a perder aquellos disociadores que hacen que las Tenidas terminen girando alrededor de sus peleas, sus
malentendidos, sus necesidades de tener siempre la razón o sus afanes de
protagonismo, y que en vez de permitirnos enfocarnos en lo que queremos hacer, terminemos perdiendo tiempo en discutir cosas que no aportan nada. Ellos nos hacen perder algo
que no recuperaremos, y nos distraen, por el camino de las tensiones, de ser conscientes
de que cada segundo perdido en vanidades, propias o ajenas, es un ladrillo
menos en la construcción o uno defectuoso que la malogra.
Me inquieta nuestra relación con el
futuro. En la Masonería, tendemos a mirar mucho hacia el pasado. Respetamos las
tradiciones, honramos a quienes nos precedieron, estudiamos los textos de
grandes pensadores. pero construimos hacia el futuro. Pienso en las
generaciones que vendrán, en las épocas que vivirán, en los problemas que
heredarán y en las preguntas que les tocará responder.
Si algo me ha enseñado la vida y la Masonería,
es que cada etapa, dentro y fuera de la Orden, tiene su propio ritmo y sus
propias lecciones. A veces se quiere correr, saltar de Grado en Grado, como si
eso fuera la medida de nuestro progreso. Pero lo cierto es que la Iniciación no
ocurre en un momento puntual. Es un proceso continuo, un fluir, un aprendizaje
que no termina.
El tiempo, como el maestro que es, nos
enseña a ser pacientes, a aceptar que no podemos controlarlo todo, pero también
nos recuerda que cada instante cuenta, que esos instantes están hechos de
instantes más pequeños y que tiene el poder de cambiarnos y marcarnos con las
huellas de su paso. Con el transcurrir del tiempo aprendemos que no nos pertenece, pero
que lo que hacemos con él le concierne a un reloj interno, a un ritmo que marca
el pulso de nuestra vida y nos recuerda que no somos eternos.
La Masonería parece decirnos “Memento
Mori” (recuerda que morirás) desde el primer día en el Cuarto de
Reflexiones para recordarnos lo efímero de la vida e impulsarnos a hacer que
cada acción importe, y a construir algo que perdure más allá de nosotros.
Al final del día, quizás una de los
desvelos más importantes de la Orden puede que esté relacionado con la manera
en que aprendemos a vivir plenamente en el tiempo, y con lo que hacemos con el que
nos ha tocado en el impredecible marco de la no
permanencia de lo que conocemos.
1 comentario:
Siempre es gratificante leer vuestros excelentes trazados que nos hacen recordar a nuestra iniciación y reflexionar. En el Cuarto de Reflexiones existe el reloj de arena que indica que el paso en esta vida es corto y que debemos aprovechar al maximo nuestra estancia en este plano buscando y cultivando riquezas eternas y no temporales. Y nos presenta la osamenta con el mensaje como "Tu Eres Yo Fui. Como Yo Soy Tu serás" Tremenda enseñanza. "El que tiene ojos para ver. Que vea. Y El que tiene Oidos para oir que oiga".
El simbolismo en la Masonería es muy importante nos ayuda a comprender las cosas. Otra declas enseñanzas drl Cuarto de Reflexiones. Hay que morir para renacer.
Morir a los vicios y renacer en la Virtud.
Un T.A.F.
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