Por
Iván Herrera Michel
Me ha
causado curiosidad la pregunta que me hace un Masón inglés acerca de cuáles
serían las características particulares que debería tener una Logia para ser
perfecta.
Para
evitar confusiones, mi corresponsal me aclara que no se refiere a los requisito
y composición del Quorum que muestran la mayoría de los catecismos Masónicos,
que (a falta de mención en los Reglamentos Generales de Payne de 1721 y las
Constituciones de Anderson de 1723) están basados en la “Masonry Dissected” de Samuel Pritchard de 1730, que define una
Logia Justa y Perfecta como aquella constituida por siete o más Masones que
sean “un Maestro, dos Vigilantes, dos
Compañeros del Oficio y dos Aprendices Aceptados”. Definición que en casi
tres siglos ha sufrido notorias variaciones.
En este
orden de ideas, me está consultando sobre la cualidad que el Oxford Dictionary define
cuando dice que “perfect” es algo que
“having everything that is necessary;
complete and without faults or weaknesses” (tiene todo lo necesario;
completo y sin fallas ni debilidades), concepto que me resulta familiar porque
en castellano el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define “perfecto/ta” como algo “que posee el grado máximo de una determinada
cualidad o defecto”.
Asimiladas
las claves del lenguaje, pasé a contestar lo obvio: No existe ni ha existido nunca,
en ninguna parte del mundo ni en época alguna, una Logia perfecta.
Me explico:
La
perfección apunta al mito y a la utopía, además de que no corresponde a la capacidad
de transformarse de las personas y de sus formas asociativas a la que se dirige
la propuesta constructiva de la Masonería. No obstante, este rasgo distintivo
no impide el que las Logias a la vez sean, y siempre hayan sido, perfectibles a
partir de sus egregores, sus miembros y sus referentes.
El
punto neural de la inquietud parece centrarse en que la imperfección natural de
las personas que conforman una Logia, en la práctica es un componente
potencialmente perturbador para la misma, pero cabe aclarar que sin Masones no
existe la Logia. El componente humano le es consustancial.
Por
otra parte, es normal que se presenten desavenencias en un grupo que, como la Masonería,
aspira desde las Constituciones de Anderson de 1723 a permitir en su seno que “cada uno (sea) libre en sus individuales
opiniones… (y)… el Centro de Unión y el medio de conciliar verdadera
Fraternidad entre personas que hubieran permanecido perpetuamente distanciadas”.
También es normal que no encajemos enteramente en un sitio como si nos los
hubiera diseñado un sastre a la medida.
Las acciones
frente a lo que queremos cambiar para mejorar en nuestras Logias siempre pasarán
por la tolerancia, el consenso y la democracia como fórmulas de conciliar
opiniones distintas y de transigir para llegar a acuerdos.
De
igual forma, y no es menos importante, siguiendo de la mano de Anderson, al
momento de la elección de los directivos “toda
preferencia entre los masones ha de fundarse únicamente en la valía y mérito
personal, a fin de que los Señores estén bien servidos y no tengan de qué
avergonzarse los hermanos ni haya motivo de despreciar el Arte Real”.
Pero a
mi juicio, es todavía más transcendental para colaborar con la perfectibilidad
logial el que estemos dispuestos en todo momento a brindar personalmente una mayor
dosis de fraternidad y excelencia a los trabajos y al egregor.