Por Iván
Herrera Michel
En la Masonería los viajes avivan
comprensiones. Cambian formas de ver. Revelan paisajes que de ruidosos
transitan a serenos.
Visitar Logias
antiguas y hablar con sus propietarios permite entrar en contacto con
narraciones de una época y una topografía Masónica distinta, y con trabajos que
se consustancian con el brillo de antaño y con sabidurías que han perdurado.
Conocerlas es efectuar un viaje empático a diferentes sensibilidades. Desarrollar
una visión de más amplio horizonte.
Es ponerse
en contacto con una atmósfera integrada a una cultura local orgullosa de sí
misma, que se percibe heredera y testigo de otros tiempos, de otros trabajos y
de otros Masones, cuya recordación forma parte del entramado de la egrégora de
hoy. Es deleitarse desenterrando riquezas simbólicas, iconográficas y estéticas.
En ellas, un
clima atemporal emana de sus paredes, de sus mobiliarios, de los relatos de sus
dueños, de los mitos de sus vecinos, de sus cuartos de reflexiones, reparando en
sus techos, caminando por sus pisos ajedrezados, tomando un café, imaginando
ágapes en sus salas húmedas, curioseando retratos, atravesando sus Pasos
Perdidos, mirando la calle desde sus pórticos, observando sus pórticos desde la
calle... aunque estén recientemente arregladas y pintadas.
Sus muros
parecen querer contar anécdotas, y es como si las contaran a quienes tienen oídos para oírlas, sentidos para sentirlas e intuición para percibirlas, porque
activan neuronas espejos. Dan testimonio notable de un pasado preservado en
libros rancios, archivos envejecidos, fotografías de época, muebles arcaicos y
piezas de museo. En ellas abandonamos nuestra cotidianidad para asumir
perspectivas que pueden inspirar prospectivas nuevas y rumbos diferentes.
Las Logias viejas
cuando están vacías son encantadoras porque trasmiten la presencia de las
Tenidas ausentes y la nostalgia por los
viejos Masones que han partido.
Por alguna
razón, cuando entro a una de ellas me vienen a la mente los versos que Luis
Carlos López dedicó a Cartagena de Indias, su ciudad nativa:
“Más hoy, plena de rancio desaliño,
bien puedes inspirar ese cariño
que uno le tiene a sus zapatos viejos”.
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