lunes, 11 de junio de 2007

El Gremio que se Convirtió en Masonería Operativa

Iván Herrera Michel
EL GREMIO QUE SE CONVIRTIÓ EN MASONERÍA OPERATIVA

Del amplio y variopinto espectro gremial de la baja Edad Media y del Renacimiento, resalta con luz propia, para efectos de determinar la evolución de la Masonería Operativa, el Gremio de Constructores del que desciende.

Estos Gremios de Constructores, siguiendo el desarrollo económico general de finales del Feudalismo y de comienzos del Capitalismo en Europa, al principio lo fueron a la manera del de los Comerciantes, denominados Guildas y Hansas en el norte y centro del continente, y Caritas o Fraternitas, en el sur.

Posteriormente, y con la llegada de los Gremios de Artesanos, los constructores también se independizaron del monopolio de las Guildas, creando Corporaciones de Oficios conocidas como Corporazioni de Liberi Muratori, en Italia, y Steinmetzen, en Alemania.

En el siglo XI las construcciones europeas, especialmente las cristianas, se elevaron hacia lo alto. Son ejemplos paradigmáticos de esta efervescencia arquitectónica, sin precedente en Occidente, en España las iglesias de San Isidoro de León, la Catedral de Jaca y la de Santiago de Compostela; en Inglaterra las iglesias normandas construidas después del año 1066; en Alemania Hirsau, Spira y el grupo de Colonia; en Italia la Catedral de Pisa, San Marcos de Venecia y la Catedral de Modena; además del gran número de las comenzadas en Francia.

Henri Tort Nougues, en La Idea Masónica, Ensayo sobre una Filosofía de la Masonería (Ediciones Kompás, Barcelona) afirma que “... La libertad de ejercer un oficio estaba supeditada a una reglamentación rigurosa. Se distinguían dos tipos de oficios: los oficios reglados y los oficios jurados. Los oficios reglados estaban regidos por la autoridad pública, que promulgaba una reglamentación a la que había que someterse si se quería ejercer estos oficios. Los oficios jurados constituían una especie de cuerpo autónomo; la admisión en estos oficios estaba condicionada a la prestación de un juramento. Los Francmasones pertenecían a la categoría de “oficio jurado” y lograban su pertenencia mediante juramento...”.

Este empuje renovador crea la necesidad de contar con organizaciones capaces de desplazar maestros del oficio, oficiales y aprendices, de todo tipo, que fueran a la vez eficientes al momento de movilizar cantidades de materias primas más grandes de lo acostumbrado y levantar edificios con dimensiones jamás concebidas en Europa. Los hombres que se desplazan adquieren una ventaja con la que no cuentan quienes no lo hacen: ver el mundo más allá de su parroquia natal.

No está de más anotar, que esos hombres que se internaban en la tierra para elevar desde allí sus cometidos, haciendo sonar el cincel bajo el martillo, no conocían el relato legendario que el monje Walafrid Strabón había escrito sobre Hiram, y que hoy es tan caro a la Masonería, ni prestaban su juramentos sobre la Biblia. Para tales efectos se acostumbraba utilizar únicamente los estatutos de la Logia.

Walafrid Strabón - del que tan poca mención se hace en los textos Masónicos a pesar de ser el autor de la leyenda más difundida de la Orden – fue un monje benedictino nacido en el año 808 en la ciudad de Suabia (en alemán, Schwaben) ubicada al sur de Alemania, en el estado de Baviera, y fallecido en la misma población en 849, a los 41 años de edad. Su principal preocupación lo constituyó el simplificar las expresiones y posturas corporales al momento de entrar en las iglesias y al rezar.

Durante su vida Strabón alcanzó a ocupar el cargo de Abad de Reichenau, una hermosa isla alemana localizada en el lago Constance, que aún preserva las ruinas de un monasterio benedictino, fundado en 724, que ejercitó notable influencia religiosa, intelectual y artística. Las iglesias de Santa Maria y San Marcus, San Pedro y San Pablo, y la de San Jorge, construidas principalmente entre los siglos nueve y doce proporcionan una buena visión de la temprana arquitectura monástica medieval en Europa central. Las pinturas que todavía adornan sus paredes testimonian una actividad artística impresionante y explican por que la isla es llamada “la de los monjes pintores”, y el conjunto justifica plenamente el que la UNESCO la haya declarado Patrimonio de la Humanidad en el año 2000.

Como bien lo recuerda el estudioso Masón Rafael Fulleda Henríquez, de acuerdo a los documentos históricos que se poseen, es en el siglo XIV cuando se empieza a llamar Francmasones a los constructores que se hallaban asociados en Gremios, y se generaliza la palabra Logia para designar el sitio en donde ellos se reunían. Y es su carácter itinerante lo que coloca a estos constructores por fuera del control municipal y le da un perfil y una expresión diferente a la de los otros Gremios. Naturalmente, estos hombres no podían ser ni esclavos ni siervos, sino “libres” y dueños de su destino personal. Por lo tanto, la Logia Operativa y sus Masones son desde el principio un fenómeno económico de origen urbano, sin restricción política territorial, que se desarrolla al compás que lo hace la burguesía.

El historiador Paul Johnson, en su obra Catedrales de Inglaterra, Escocia y Gales, (Weindenfeld & Nicolson, Londres, 1993, p. 134) sostiene que “... todos los artesanos medievales tenían secretos relativos a sus oficios, pero los Masones eran decididamente obsesivos con los suyos, dado que asociaban espiritualmente los orígenes de su corporación con el “misterio” de los números. Tenían desarrollada una idea pseudo científica en torno a los números, las proporciones y los intervalos, y memorizaban series de números para tomar decisiones y trazar sus líneas. Como en el antiguo Egipto –otra cultura de piedra tallada– ellos tenían una tradición de “taller” muy fuerte y reglas establecidas para casi cualquier contingencia estructural... Transmitían sus conocimientos oralmente y los aprendían de memoria, bajando al papel lo menos posible. Los manuales de construcción no existieron hasta el siglo XVI”.

Eduardo E. Callaey, sostiene en su obra Monjes y Canteros, una Aproximación a los Orígenes de la Francmasonería (Editorial Dunken, Buenos Aires, 2001) lo siguiente: “... Si bien en principio no resulta fácil establecer las diferencias entre los Francmasones y los Gremios de Oficio, pronto seguirán rumbos distintos en la medida que estos últimos se constituirán como estructuras asociativas destinadas a defender el monopolio y el interés particular de grupos específicos, generalmente ligados a ámbitos geográficos determinados. En cambio, los Francmasones tomarán adicionalmente un rol diferente al asumirse como depositarios de una tradición milenaria y asignarse la tarea de imprimir, a través de la piedra, un mensaje destinado a elevar al hombre sobre sí mismo, trayéndolo a un renacimiento temprano que influirá dramáticamente en la transformación social... Existe, a priori, una diferencia fundamental: los Francmasones trabajan para las generaciones que vienen. Los que trabajan en los cimientos de las grandes catedrales saben que no verán con sus ojos entronizarse las agujas. Y aquellos que asisten al final de las obras trabajan sobre piedras que han pulido manos de hermanos de generaciones anteriores que jamás conocerán...”.

Todo marchaba bien al principio. El crecimiento de la economía y del comercio en las ciudades y villas permitía que los Compañeros, una vez completada su capacitación, accedieran al nivel de Maestro, sin que estos se preocuparan por la competencia. Pero las condiciones comienzan a cambiar y con ellas las preocupaciones de los Maestros establecidos.

En palabras del historiador Henri Pirenne (Historia Económica y Social de la Edad Media, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, p. 150) “... Entre los Maestros artesanos y los aprendices o los compañeros, el acuerdo había durado mientras estos habían podido fácilmente elevarse a la condición de Maestros. Pero el día en que habiendo dejado de aumentar la población, los Gremios se habían visto obligados a estabilizar, por así decirlo, su producción, la adquisición de la maestría se había vuelto más difícil. La tendencia a reservarla a las familias que la detentaban se había manifestado por toda clase de medidas: prolongación del aprendizaje, aumento de las tasas que se debían pagar para obtener el título de Maestro, necesidad de la Obra Maestra como garantía de la capacidad de quienes aspiraban a dicho título. En una palabra: cada gremio de artesanos se convertía poco a poco en una capilla egoísta de patronos que solo deseaban transmitir a sus hijos o a sus yernos la clientela desde entonces inmutable de sus pequeños talleres... No es de sorprender pues, que se observe, desde mediados del siglo XIV, entre los aprendices, y sobre todo, entre los compañeros que pierden la esperanza de mejorar su condición, un descontento que se revela por constantes solicitudes de aumento de salario, y, en fin, por la reivindicación de participar al lado de los Maestros en el gobierno del Gremio...”.

Y complementa al respecto, Eduardo E. Callaey, en su obra ya citada Monjes y Canteros, una Aproximación a los Orígenes de la Francmasonería (Editorial Dunken, Buenos Aires, 2001) quien se ocupa igualmente de lo que llama “La Rebelión de los Compañeros”: “... Surgen entonces algunas asociaciones específicas de Aprendices y Compañeros cuyo principal objetivo es el de protegerse de la explotación ejercida por los Maestros. La más famosa de estas asociaciones es la que aparece en Francia con el nombre de Compagnonnages en la que algunos autores han encontrado cierto punto de contacto con la Francmasonería. En Alemania se le conocerán con el nombre de Gesellenverbände”.

Durante el transcurso del siglo XVII, los Francmasones que se hallaban organizados en Logias, comenzaron a recibir en su seno nuevos miembros que no practicaban el oficio de la construcción pero que sí estaban relacionados con él.

Lo natural es que al principio comenzaran recibiendo a carpinteros, vidrieros, herreros, transportistas, etc., hasta que finalmente, los nuevos Masones ampliaron los requisitos de admisión, cambiando en consecuencia el carácter de la Logia y el de sus miembros, a los que solo les quedaba el lenguaje instrumental, de las herramientas de diseño y de construcción del oficio original, dotadas de novedosos contenidos.

Por alguna razón, estos Masones no constructores, advirtieron que el sistema moral y ético, y el modo de transmisión del conocimiento en las viejas Logias Operativas, se podía adaptar a un nuevo método de construcción personal y social, y formaron, a sabiendas o no, lo que en adelante se conoció como Logias Especulativas, más aptas para la formación intelectual general del individuo y de la sociedad, que para el ejercicio de la arquitectura. Estas nuevas Logias Especulativas, abiertas así a los ciudadanos burgueses en general, se propagaron rápidamente por Inglaterra, Francia, Alemania y España.

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