Iván Herrera Michel
El diferendo entre las dos Grandes Logias inglesas fundadas en 1717 y en 1751/53, se prolonga hasta 1813, en que se unen para dar lugar a la Gran Logia Unida de Inglaterra. En esta ocasión la nueva Obediencia hace reformas a las Constituciones de Anderson tornándolas más deístas.
Lo siguiente que hacen los ingleses, es pretender que toda la Masonería mundial acate lo que ellos acuerden, y acepten de paso su primacía jerárquica sustentados en la falsedad de que la Gran Logia de Londres fue la primera en instalarse en la historia. Derecho de primogenitura, del que nadie en la Masonería había oído hablar hasta entonces.
Como es natural, esta pretensión solo prospera entre aquellos que tenían un interés particular en subordinarse a la Gran Logia Unida de Inglaterra; entonces Londres procede a agraviar y descalificar a la Masonería que se practica en la Europa Continental, principalmente la Masonería política de Francia y la aristocrática alemana, por no sujetarse a sus dictados.
Desde entonces, las diferencias conceptuales políticas alrededor de temas muy sensibles para el imperio Británico como son la defensa que hace la Masonería francesa del ideal de la República, de la democracia liberal y de la laicidad, van creando distancia entre las dos Masonerías a lado y lado del Canal de la Mancha. Finalmente, las relaciones son rotas abruptamente por la Gran Logia Unida de Inglaterra al aprobar el Gran Oriente de Francia en 1877 un viraje radical de su Constitución hacia la libertad de conciencia, profundizado en 1884 con el cambio de sus rituales. En ambas oportunidades se aprobó que fuera opcional la creencia en Dios y en la inmortalidad del alma por parte de los Masones, así como el uso de la Biblia en las Tenidas, y la invocación al Gran Arquitecto del Universo.
El nuevo texto constitucional francés rezaba: «La Masonería tiene por principios la absoluta libertad de conciencia y la solidaridad humana. No excluye a nadie por razón de su credo».
A partir del rompimiento, la Gran Logia Unida de Inglaterra organizó todo un sistema discriminatorio internacional de reconocimientos y regularidades que ha llegado hasta hoy.
Ya en este tema de la libertad de conciencia, conviene detenerse un poco, por la trascendencia que reviste para el desarrollo de la Orden, en las palabras del Pastor protestante Federico Desmons al proponer a la Asamblea General del Gran Oriente de Francia llevada a cabo en París en 1877, la supresión de la obligatoriedad de la creencia en Dios:
Pedimos la supresión de esta fórmula porque si es embarazosa para la Veneratura y para las Logias, no lo es menos para los profanos que, animados de sinceros deseos de formar parte de nuestra grande y bella Institución, generosa y progresista, se ven detenidos por esta barrera dogmática que su conciencia no les permite saltar.
Pedimos la supresión de esta fórmula porque nos parece extra, inútil y extraña al objeto que persigue la Masonería. Cuando una sociedad de sabios se reúne para estudiar una cuestión científica ¿se siente obligada a poner en la base de sus Estatutos una fórmula teológica cualquiera? No, esto no se hace. Los sabios estudian la ciencia independientemente de toda idea dogmática o religiosa. ¿Por qué no se debe hacer lo mismo en Masonería? ¿Es que su campo no es bastante vasto, su dominio lo suficientemente extenso, para que no le sea necesario poner pie sobre terreno que no sea el suyo?
Dejemos a los teólogos el cuidado de discutir los dogmas, dejemos a las Iglesias autoritarias al cuidado de formular sus Syllabus, pero que la Masonería quede en lo que debe ser, es decir, en una Institución abierta a todos los progresos, a todas las ideas morales elevadas, a todas las inspiraciones amplias y liberales. Que no descienda jamás a la arena ardiente de las discusiones teológicas que no han aportado jamás –creedme lo que os digo– más que turbulencias y persecuciones. ¡Que se guarde muy bien la Masonería de querer ser una Iglesia, un Concilio, un Sínodo, porque todas las Iglesias, todos los Concilios, todos los Sínodos han sido violentos y perseguidores! Y esto por haber querido tener siempre el dogma como base. El dogma que por su naturaleza es esencialmente inquisidor e intolerante.
Que la Masonería, pues, se cierna majestuosa por encima de todas estas cuestiones de sectas o iglesias, que domine en toda su altura las discusiones, que permanezca siendo el vasto abrigo siempre cubierto a todos los espíritus generosos y valientes, a todos los investigadores de la verdad, concienzudos y desinteresados, a todas las víctimas, en fin, del despotismo y la intolerancia.
La Resolución del Gran Oriente de Francia, en realidad fue el resultado de una larga discusión que comenzó cuando ella misma cambió su Constitución en 1849 para establecer, como requisito para ser admitido en la Masonería, la creencia del candidato en Dios y en la inmortalidad del alma.
Se suele citar como punto de partida final para la aprobación de la reforma constitucional de 1877 la siguiente anécdota, que narra así el historiador Masón Eugenn Lennnhoff:
En 1875, el obispo Dupanloup solicitó la baja en la Academia, en protesta por la elección del eminente positivista Littré, autor del Diccionario Etimológico, y solicitó ingresar al Gran Oriente de Francia. Preguntado antes de la iniciación si creía en Dios, respondió:
Un sabio de la antigüedad, a quien un rey preguntó lo mismo, reflexionó durante muchos días, y nunca se sentía capacitado para responder. Yo os ruego que tampoco de mí exijáis afirmación ni negación.
La ciencia no niega una Causa primordial, porque no halla en parte alguna nada que la niegue ni la demuestre. Todo saber es relativo. Cada vez hallamos nuevas esencias y leyes primordiales cuyo profundísimo fondo desconocemos.
Quien resueltamente diga que no es creyente ni ateo, no hace sino demostrar su incomprensión del problema del origen y fin de las cosas.
Dos años más tarde el Gran Oriente suprimió la fórmula del “Gran Arquitecto del Universo”. El clérigo protestante Desmons había defendido la proposición encaminada a esta supresión, alegando la necesidad de que el principio de la libertad de conciencia quedase expresado tan claramente como fuese posible. Esto tuvo efecto mediante esta fórmula.
El Pastor protestante Frederic Desmons también propuso en 1869, en una Convención del Gran Oriente de Francia, la Iniciación femenina siendo rechazada por el máximo cuerpo legislativo de esa Obediencia, el Consejo de la Orden. No obstante, a partir de esa fecha se tomó la costumbre de invitar a mujeres conferencistas a sus instalaciones, entre ellas a la prestigiosa periodista Maria Desraime en 1868 a hablar sobre los derechos de la mujer, quien el 14 de enero de 1882 sería Iniciada en la Logia “Librepenseurs” de la ciudad de Pecq, Francia, jurisdiccionada por entonces a la Gran Logia Simbólica Escocesa.
Cuando en la Convención de 1877 Frederic Desmons fue elegido Gran Maestro del Gran Oriente de Francia, olvidó su iniciativa de 1869 sobre las damas y se concentró en profundizar la laicización de la Masonería Francesa.
Un ejemplo actual del pensamiento Masónico contrario, lo trae la Revista D¨FRENTE, de Guatemala, en la que aparece una entrevista, concedida por Carlos Sandoval Cardona, Gran Maestro de la Gran Logia de Guatemala, dentro del marco de la reunión de la Conferencia Masónica Americana (CMI) celebrada del 5 al 9 de abril de 2006 en Tegucigalpa, en la que afirma en términos absolutos que uno de los principios básicos de la Masonería es creer en Dios y en la inmortalidad del alma, agregando piadosamente a continuación: Yo, por ejemplo, soy católico, y devoto del Señor de Esquipulas.
Dicho sea solo de paso, y a manera de información, el Señor de Esquipulas es el nombre como se conoce comúnmente al Santo Cristo Negro de Esquipulas, un doloroso crucifijo milagroso del siglo XVI, objeto de peregrinaciones y turismo religioso, que según la tradición, de la noche a la mañana, apareció completamente oscuro “gracias a un milagro que hizo Dios para complacer a sus hijos del pueblo de Esquipulas”, situado a 220 kilómetros de Tegucigalpa en la parte suroriental del departamento de Chiquimula, República de Guatemala, cerca de la frontera con Honduras.
Aquí encontramos una constante del paisaje Masónico internacional: cada Masonería se parece al país en donde está situada ya que está necesariamente permeada por los valores fuertes de la cultura local.
La decisión de la Gran Logia Unida de Inglaterra de romper relaciones con el Gran Oriente de Francia, se encuentra enmarcada dentro del gobierno conservador de Victoria I, Reina de Gran Bretaña e Irlanda (18371901) y Emperatriz de la India (18761901), y sus intereses imperiales de relacionamiento con las castas reinantes y religiosas europeas.
En efecto, la elección de Albert Edward, príncipe de Gales (posteriormente Rey Edward VII) como Gran Maestro en 1874 le dio gran ímpetu a la Masonería inglesa. El príncipe desde muy temprano entendió el enorme beneficio que podía reportarle al imperio una institución que como la Masonería podía nuclear las clases dirigentes de las colonias. Aparecía regularmente en público, tanto en Inglaterra como en sus viajes al exterior, como Gran Maestro al colocar las piedras de la fundación de edificios, puentes, astilleros e iglesias, con ceremonial Masónico. Su presencia aseguró publicidad a la Orden y los informes de las reuniones Masónicas en todos los niveles, aparecían regularmente en la prensa nacional, local y extranjera. La Masonería estaba constantemente ante la mirada pública y los Masones eran conocidos en sus comunidades como personas caritativas.
En 1814 la Gran Logia contaba con 637 Logias y en 1901, cuando el príncipe Albert renunció a la Gran Maestría para convertirse en Rey, poseía 2.850, extendidas principalmente en las colonias británicas y en países en donde vivía un número importante de ingleses. Como Argentina, por ejemplo.
Naturalmente, el heredero de la corona no podía aparecer en público presidiendo una institución que asumía como consustancial de ella la libertad de conciencia y la defensa de la república. Los alcances reales de la decisión de abrir el pórtico a los no creyentes y los ímpetus libertarios de los Masones franceses acusados de reicidas seguían sin armonizar con el complejo ajedrez geopolítico de la era victoriana. La solución fue declararlos “irregulares” y solo establecer relaciones con las Grandes Logias que aceptaran su potestad reglamentadora.
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